Capitulo I
Descubrimiento y conquista
CAPITULO 1 DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA
1. La entrada de los Césares
La noticia que Gaboto recibiera sobre la existencia de la Sierra de la
Plata y el Rey Blanco, transmitida por los querandíes, le indujo a
despachar tierra adentro, desde Sancti Spiritus, una partida
exploradora al mando de Francisco César, quien partió de la fortaleza
del Paraná por noviembre de 1528.
Divididos en tres grupos, los pocos hombres de César -unos quince en
total- remontaron el río Carcarañá y reconocieron las comarcas
adyacentes. Y aunque de sus declaraciones posteriores "nada resulta en
cuanto al camino que recorrieron o al punto donde César y sus
compañeros llegaron", en la documentación aportada por Medina "consta
que dijeron que habían visto grandes riquezas de oro y plata y piedras
preciosas".
En febrero de 1529, César y algunos de sus soldados retornaron a la
fortaleza, a tiempo para embarcarse en las naves que se aprestaban a
dejar esas riberas de infortunio.
"Respecto del destino de las ocho o nueve personas que constituían el
resto de la expedición, y que no regresaron a Sancti Spiritus ni
volvieron con Gaboto a España -dice Canals Frau- sólo algunas
inferencias contiene la documentación traída por Medina.
Pero es posible encontrar en otra parte alguna otra información que
podemos utilizar. Pues, junto con la versión de Medina, que es la que
surge de la documentación directa por él dada a conocer, existe otra de
que se hace eco el primer historiador delRío de la Plata, el
conquistador criollo Ruy Díaz de Guzmán. Esta segunda versión que hace
suya, exornándola, el cronista Lozano, se basa en la tradición que de
la entrada de César y sus compañeros se conservara entre los 'más
antiguos conquistadores del Perú.
...De acuerdo con esa nueva versión conservada por Díaz de Guzmán, los
que habrían llevado a término esta primera exploración terrestre
habrían sido sólo cuatro españoles a cargo de uno llamado César. Éstos,
saliendo de Sancti Spiritus, se habrían dirigido hacia el oeste
trasponiendo una primera cordillera, que no puede ser sino la Sierrade
Comechingones, o Sierra Grande de Córdoba.
...Nuestros expedicionarios, después de pasar esa Sierra, cuyos
habitantes les agasajaron y dieron pasaje, entraron en una provincia de
gran suma y multitud de gente, muy rica de oro y plata, que tenían
juntamente mucha cantidad de ganados
y Carneros de la tierra, de cuya lana fabricaban gran suma de ropa
bien. tejida.
...Sigue relatando nuestro autor que, después de permanecer algún
tiempo en aquella región, la que estaba bajo el dominio de un gran
señor, los viajeros decidieron regresar a Sancti Spiritus, acompañados
por algunos indios facilitados por aquel cacique. Pero como al llegar a
la casa-fuerte hallaran el establecimiento desierto y asolado, y
partidas las naves de Gaboto, pues en tanto había acontecido el ataque
de los indios que la leyenda vincula al episodio poético de Lucía
Miranda, habrían retornado nuestros amigos el camino por el que
vinieran, y dirigidos de nuevo a la rica provincia de marras.
Posteriormente, decidieron pasar adelante y,. subiendo una cordillera
altísima y áspera, indudablemente la de los Andes, dieron en la costa
del sur, o seaen la Mar del Sur.
...Nuestros amigos llegaron, pues, a Chile, desde donde, siguiendo
luego hacia el norte por Atacama y tierra de los Lipes, fueron en
demanda de Cuzco, y entraron en aquel reino al tiempo que Francisco
Pizarra acababa de prender a Atahualpa Inca en los Tambos de Cajamarca.
El viaje desde el Paraná al Perú había, pues, durado unos cuatro años
justos."
Canals Frau destaca que "desde un principio se habló de los Césares, en plural, al referirse a esta primera entrada". y agrega:
"La causa de ello no puede ser sino que desde los primeros momentos se
conocieron dos distintas versiones: una originada en los componentes de
la partida capitaneada por el mismo César, la que después de llegar a
alguna región de alta cultura andina ubicada entre la Sierra Grande de
Córdoba y la Cordillera, regresó a Sancti Spiritus y de ahí
a España, divulgándose y magnificándose el relato con la lejanía; y la
otra versión llevada por participantes de otra partida, la que después
de vivir cierto tiempo en la mencionada región que ha de haber estado
situada entre la Sierra de Comechingones
y la Cordillera y estas poblada por Olongastas o Capayanes, traspuso la
Cordillera, y llegó finalmente al Perú."
Ambas versiones coinciden en el hecho de haber sido los Césares los
primeros en explorar el territorio puntano, en el cual la fantasía de
los conquistadores ubicó, durante muchos años, la encantada Ciudad
perdida, "rica en toda clase de placeres terrenales".
2. Conquista de Chile
Don Diego de Almagro, que inició la conquista de Chile en 1535, sólo
cosechó penurias. Tantas, que sus mismos capitanes hacía correr la voz
de que en aquella tierra "no se podía ganar nada, excepto malos ratos".
La dura empresa de dominar el alargado país fue confiada, tres años
después, a don Pedro de Valdivia, quien partió del Cuzco en 1540, luego
que "con grandes esfuerzos consiguió alistar solamente ciento cincuenta
hombres, a los que sus camaradas tachaban de locos por abandonar el
Perú en una expedición tan infructuosa".
Con ese puñado de audaces y en compañía de unos mil indios portadores
del bagaje, Valdivia tomó posesión de la tierra -esa que, tras haberla
desamparado Almagro, "quedó tan mal infamada que como de la pestilencia
huían de ella"- y ocupó después el valle del Mapocho, donde el 12 de
febrero de 1541 fundó la ciudad de Santiago 'del Nuevo Extremo, en
nombre del emperador Carlos V, dándole cien leguas de jurisdicción
hacia el oriente.
Posteriormente, en 1548, el Licenciado La Gasca fijó el ancho de la
gobernación otorgada a Valdivia en cien leguas que, según enseña
Levillier, "comenzaban en la costa y terminaban en el Oriente, en un
punto del territorio, hoy argentino, situado en 270 20' de latitud y
640 34' 52 de longitud, o sea en una línea situada al oeste de Santigo
del Estero, que seguía bajando, paralela a la costa chilena, hasta
alcanzar en el Sur, siempre a cien leguas de distancia, la coordenada
en 660 47' de longitud y 410 de latitud austral".
Valdivia tenía derecho a fundar dentro de ese territorio, como asimismo
a aprovechar todos sus recursos. De ahí su preocupación por descubrir,
tras la Cordillera de la
nieve, indios que sirviesen en las ciudades chilenas, como lo
manifestaba al César en carta fechada en la Serena el 4 de septiembre
de 1545.
Por esa época la noticia de los Césares encendía entusiasmos para
nuevas entradas, cual la muy famosa de Diego de Rojas, quien a mediados
de 1543 dejó atrás las rivalidades cuzqueñas para descubrir las tierras
situadas entre Chile y el Río de la Plata.
y el mismo Valdivia, en otra carta al Emperador, escrita en los primeros días de julio de 1549, informaba:
"A mi teniente general envío al Perú a que traiga gente y con ella vaya
a poblar este verano otro pueblo tras de la cordillera de la nieve, en
el paraje del de la Serena, que hay disposición y naturales, para que
el uno al otro se favorezcan; y yo, en el entretanto, emprenderé lo de
adelante y poblaré una ciudad donde comienza la grosedad de la gente, y
tierra que ya la tengo bien vista, y en demanda de esta misma noticia,
a oscuras y a la ventura, han andado todos los españoles del Río de la
Plata y los que han salido al Perú ahora de aquellas partes."
En las palabras del valeroso Valdivia chisporrotea ya la famosa
leyenda, que levanta y empuja las voluntades hacia los confines de la
tierra, de esa tierra que tanto más
se adueña de los corazones cuanto más parece entregarse.
Con justeza anota Canals Frau:
"La influencia del mismo relato la vemos también en varios episodios de
la misma entrada de Rojas. Por ejemplo, cuando, muerto ya el jefe, se
establece el real de los castellanos entre los Comechingones, muy
probablemente en el actual Valle de Calamuchita, en Córdoba, Francisco
de Mendoza que había quedado a la cabeza" de la expedición, se va con
la mitad de la gente río Tercero y Carcarañá abajo, en busca del Paraná
y del lugar en que estuvo la fundación de Gaboto. Es probable que en
esto siguiera ese conquistador las huellas de los compañeros de César,
pero en sentido inverso. En tanto, otra mitad de la gente se quedaba en
el real, donde de continuo eran atacados por los indios. Y cuentan los
cronistas que los indígenas tomados prisioneros hablaban a los del real
de cristianos de Chile y de las grandes provincias de Ungulo y de otras
que estaban en las cordilleras de las sierras, entre las cuales se
encontraba también una llamada Arouco.
Luego, al regreso de Mendoza al real, se produjeron alborotos, por querer la gente irse por Ungulo"...
Este soñado Ungulo o Yungulo sería también la obsesión de Francisco de Villagra, el esforzado teniente de Valdivia.
3. Andanzas de Villagra
Corría el mes de julio de 1549 cuando Valdivia despachó a su teniente
Francisco de Villagra con el dinero que pidió prestado -"treinta y seis
mil castellanos que pude hallar entre amigos"- para que le trajese
"algún socorro de gente y caballos, porque ya tenían más gana de salir
las personas que en el Perú no tuviesen nada que hacer, como
hubiese capitán que los sacase".
La empresa no resultó fácil, porque al mismo tiempo Núñez de Prado se aprestaba para poblar en Tucumán.
Mas Villagra, decidido y amante de la guerra -según el decir de sus
biógrafos- se dio maña para llevar adelante su cometido, apoyado por La
Gasca quien en Lima "le dio
poder para que en las ciudades del Cuzco, Guamanga y Arequipa y Villa
de Plata y otras partes, hiciese junta de gente".
Para comprender mejor las andanzas de Villagra debe tenerse en cuenta
--como lo explica Levillier- "que los conquistados emplearon en esta
jornada los nombres de los aborígenes tanto para designar las tribus
como para denominar las regiones geográficas.
"Así cuando especifican: los juríes se refieren a la vez a la provincia
de los juríes (después Santiago del Estero) y a los indios juríes que
en ella habitaban. Del mismo modo, los comechingones eran los indios de
la futura provincia de Córdoba, y
la comarca dilatada en que vivían esos naturales. Los yuguitas
(diaguitas) eran los indios de Catamarca, de La Rioja, de San Juan y de
la región montañosa de Salta, y esa misma extensión de territorio."
Aparentemente, en la marcha de Villagra gravitaban dos preocupaciones
mal disimuladas: la provincia de los Césares y la jornada de Núñez de
Prado, fundador de la ciudad del Barco. Y aunque es imposible seguir
con certeza las huellas del teniente de Valdivia, todo revela que la
conducción del socorro a Chile fue aprovechada para dar salida a
urticantes ambiciones.
Canals Frau expresa que "todavía se ignora exactamente el itinerario
que siguiera Villagra en ese viaje a través del actual territorio
argentino. Los únicos jalones seguros son que por abril de 1551 se
hallaba en el Barco; que luego acampó en los Comechingones; y que a 18
de mayo del mismo año estaba acampado en la comarca de Mendoza, desde
donde le escribe a Pedro de Valdivia".
Sagaz inquisidor, Levillier rastrea las intenciones de Villagra a lo
largo de la cuantiosa documentación con que honró la historiografía
argentina:
"Pudo ese capitán pasar por los valles calchaquíes o por los valles de
Salta al valle del Cajón o al valle de Santa María, y desde allí cruzar
..por los diaguitas hasta el Paso de San Francisco, o bien tomar rumbo
hacia el sur, atravesando Catamarca, La Rioja, San Juan y Mendoza, para
torcer frente a Santiago por el Puente del Inca. Pero se desvió.
Desde Potosí, bajó a Cotagayta; de allí, a Jujuy, por Humahuaca, tocó
en Esteco y alcanzó Toama, tierra adentro, para luego dirigirse hacia
el río Dulce, en busca del extremeño. Si no le inspiraba otro móvil que
el de conducir un socorro a Chile,
¿ qué hacía en el corazón de Santiago del Estero, a más de treinta
leguas de distancia del camino real?.. Es verosímil que a su paso fuese
también buscando tierra para poblar, con idea de hacerlo más tarde.
Necesitaba hombres y esperaba a la vez otras ventajas."
En síntesis magistral -y reavivando alguna noticia callada por más de
un cronista infiel- Draghi Lucero asienta estos rotundos pilares de la
historia cuyana:
"Señálase al mariscal Francisco de Villagra como descubridor de Cuyo.
Efectuó su viaje del Perú a Chile, por el norte argentino, con unos 180
ó 200 hombres, entre los que se contaban cirujanos, carpinteros y
herreros, e indios yanaconas y negros; traía, además, unos 500
caballos, mulas, cabras y otros animales europeos. Con él llegó el
primer sacerdote que conociera esta región, fray Antonio Sarmiento
Rendón, mercedario. Villagra debió entrar presumiblemente por el este,
por la provincia de Comechingones, de donde se dirigió a la de Yungulo.
Apartóse del grueso de su gente, con unos 60 ó 70 hombres, e hizo rumbo
a la cordillera de los Andes buscando tierra para poblar. Llegó a un
valle de
Cuyo o de Ayó, antes del 18 de mayo de 1551. Desde allí dirigió una
carta a Valdivia con Diego Maldonado y ocho hombres que se atrevieron a
encarar el macizo nevado."
Como detalle culminante del tortuoso itinerario que atribuye a
Villagra, Gez anota un encuentro con los indios, "una feroz matanza de
hombres inermes", "en un lugar cercano a Larca", sitio que, "regado por
la sangre de centenares de víctimas indefensas y cubierto de cadáveres,
llamóse desde entonces La Sepultura, recordando aquella hecatombe
humana".
Sin embargo, ninguno de los documentos aportados por Medina -y que es
el material que pudo haber conocido el historiador puntano- menciona
esa "sangrienta acción".
En cambio son valiosas las noticias sobre la muerte de indios
yanaconas, suceso que motivó un proceso a Villagra, quien no se
encontraba en el campamento cuando el hecho ocurrió, pues se había
adelantado con parte de sus soldados. Afirmándose en referencias de
testigos, dice Draghi Lucero: "El resto de los expedicionarios, que
habían que dado al mando de Gabriel de Villagra, sufrieron una terrible
tormenta de nieve el 24 de junio, mientras se dirigían a reunirse con
el jefe, que estaba unas 50 leguas adelante.
El fenómeno causó sensibles bajas entre los indígenas."
De esta desgracia, acaecida en la festividad de San Juan, se culpó al
dicho don Gabriel "por haber hecho marchar el real en día de fiesta de
guardar". En cuanto a los indios, pertenecían a un pueblo "donde les
habían salido de paz a servir" y -según Montes- "fueron seguramente de
Salsacate y Panaolma".
4. Francisco de Villagra Nació el descubridor de Cuyo en Astorga, provincia de León, hacia 1511.
Hijo natural del comendador Alvaro de Sarría y de doña Ana de Villagra,
desde niño sirvió con lealtad y entusiasmo al conde de Benavente. Llegó
al Perú en 1537 y marchó con Valdivia a la conquista de Chile. En 1541
fue elegido regidor del cabildo de Santiago y actuó en la defensa de la
ciudad atacada por los indios. A fines de 1547, al ausentarse al Perú,
Valdivia lo dejó por su teniente de capitán general ya mediados de 1549
le encomendó la tarea de reunir refuerzos para la lucha contra los
araucanos. En el actual territorio argentino enfrentó a Juan Núñez de
Prado y realizó la expedición llamada de Ungulo, Jungulo o Yungulo,
originada por la noticia de la misteriosa Ciudad de los Césares.
Después de la muerte de Valdivia fue enviado preso a Lima, donde logró
vindicarse de las inculpaciones que sus enemigos habían acumulado
contra él. En diciembre de 1554 el rey Carlos V le concedió el título
de mariscal de las provincias de Chile y cuatro años después lo eligió
para gobernador de ese reino. Casado con doña Cándida de Montesa, murió
en Concepción en 1563, cargado de deudas pero sin que hubiese amenguado
su famade valiente. Ambicioso y denodado, prudente y sagaz, aunque poco
feliz en las empresas que acometió, dio lustre y vigor a las jornadas
de la conquista, destacándose, asimismo, por la bondad que puso de
manifiesto en el trato con los aborígenes que buscaban su amparo. En
numerosos documentos, el apellido del descubridor de Cuyo figura,
indistintamente, como Villagra, Villagrá y Villagrán.
5. Población de Cuyo Los informes suministrados por Villagra, después de sus luchas y
exploraciones de este lado de los Andes, impulsaron a Valdivia a tomar
posesión del territorio comprendido en la jurisdicción que le fuera
asignada. Con ese propósito, el 6 de enero de 1552 nombró al capitán
Francisco de Riberos para que pasase la Cordillera "por las espaldas de
esta ciudad de Santiago" y conquistase los naturales.
Afirma Levillier que, con anterioridad, al encontrar Villagra en la
región de la :futura Mendoza "indios dóciles, los repartió en nombre de
Valdivia entre vecinos de Santiago, y se les dieron los respectivos
títulos. Algunos llevaron sus indios, otros los dejaron, pensando sin
duda explotar con ellos feudos nuevos, más tarde."
Con el cráneo quebrado por el golpe de una cachiporra araucana, el
intrépido Valdivia vio esfumarse toda su gloria y sus ambiciones el
primer día de febrero de 1554 en Tucapel, cuando las rústicas trompetas
de Lautaro rasgaron el aire con pregones de rebeldía y de victoria.
Pero aunque la empresa confiada a Riberos no se realizara, otros
españoles frecuentaron los pasos del macizo andino, en busca de metales
preciosos.
A principios de 1559, durante el gobierno de don García Hurtado de
Mendoza, reverdeció el proyecto de poblar al oriente de los Andes,
tarea que no debía demandar trabajos ni batallas porque los mismos
indios cuyanos fueron a Santiago a pedir al gobernador "les enviase
españoles y sacerdotes porque querían ser cristianos". Esteban Rojas,
uno de los conquistadores, declara "que vio indios que vinieron de la
dicha tierra de Cuyo, a dar noticia de ella al dicho Don García y a
comprar ovejas de Castilla para llevar allá, y que pidieron que
enviasen españoles que poblasen entre ellos, y decían que había oro y
plata y minas en ella, y así lo traían ellos".
Expresa Levillier que eran huarpes, "raza débil que siendo vecina de
otras más fuertes, buscaba en los blancos amparo. Tenían pocos bríos,
nos dicen los cronistas, y carecían del ánimo guerrero que hacía de los
araucanos una de las naciones indígenas más belicosas y temibles. No
eran fuertes, sino delgados y ágiles, y grandes corredores". Vale la
pena transcribir también esta opinión del eminente historiador:
"Evidentemente tenían sentido social estos naturales. Rodeados por
tribus opresoras y atrevidas, sin exceptuar a los nómadas, apreciaban,
a pesar de los inconvenientes que traía aparejada, la convivencia con
la raza blanca culta y organizada que les enseñaba a vivir y los
protegía. Por otra parte, preferían traer sus encomenderos a sí, que
cruzar la cordillera con todos sus peligros y cansancios para servirlos
en las minas. Probablemente cambiarían los amos blancos al fundarse
entre ellos una ciudad; pero esto les tenía sin cuidado, dado que no
era el afecto, sino la comprensión de la superioridad española y el
deseo de aproximar a sus defensores, lo que les había movido a pedir
que se estableciesen entre ellos, cerca y para siempre. Por otra parte,
ese ruego, sin saberlo probablemente los huarpes, sonaba a recordatorio
de las Leyes de Indias, por las cuales debían los pobladores entre los
cuales se hubiese repartido indios, defenderlos y asegurar.
les la enseñanza de la fe. Los agraciados no debían vivir en sus
encomiendas; pero sí residir en la comarca y cuando existían pueblos,
asistir en sus vecindades."
El inminente retorno triunfal de Villagra, temible adversario del
fecundo gobernador de Chile, hizo madurar la empresa de fundar en Cuyo.
"Prestóse a esta aventurada empresa D. Pedro de Castillo -escribe
Draghi Lucero-- a quien se le extendieron los recaudos necesarios el 20
de noviembre de 1560. Posteriormente, por otra provisión, dada con
fecha atrasada, se facultó a Castillo para depositar y encomendar los
indios que en dichas provincias hubieren y vacaren".
Expresa el mismo historiador que "se ha creído ver en la actitud del
joven Don García un manifiesto deseo de molestar a Villagra, haciendo
fundar en tierras descubiertas por éste una ciudad que perpetuase su
nombre, el de Mendoza, y que con justicia debió llamarse la ciudad de
Villagra. Por otra parte, es indudable que se propuso beneficiar a sus
amigos y partidarios con encomiendas al oriente de los Andes, a pesar
de la viva resistencia de los encomenderos de Cuyo con residencia en
Santiago".
En forma provisional, el 2 de marzo de 1561 Castillo fundó la ciudad de
Mendoza y aunque "como única construcción sólida, de carácter
permanente, hizo levantar, con los
indígenas, un fuerte con una torre", otorgó a la población solidez
legal nombrando los componentes del primer Cabildo. Procedió, asimismo,
a distribuir los solares a los pobladores y "el 6 de octubre, después
de haber buscado inútilmente un sitio más apacible, más sano, más
fértil que parece que indagó con mucha diligencia, y de haber mandado
emisarios a Chile para comunicarse con el nuevo gobernador Villagra,
Castillo procedió a fijar definitivamente el asiento de la ciudad de
Mendoza en el mismo lugar de su emplazamiento, vale decir, en el
corazón del poblado indígena de Guantata.". ,
"Por no poder ir personalmente a visitar y proveer la provincia de Cuyo
y lo demás a ella comarcano", el 27 de septiembre de 1561, en Santiago,
Villagra nombró al capitán Juan Jufré su teniente de gobernador y
capitán general de Cuyo, Cariagasta, Nolongasta, Famatina "y todo lo
demás que cayere en los términos de la ciudad que está poblada"
-evidentemente el nombre de Mendoza no le resultaba grato-- y en los de
la nueva ciudad que debía fundar en Caria. El 1 Q de diciembre Villagra
amplió estos poderes, facultando a Jufré para dar indicios de
encomiendas y para nombrar alcaldes y regidores "y otras cosas
necesarias tanto al real servicio como al bien y sustentación de estas
provincias".
Con unos 40 hombres recluta dos en Santiago, Jufré atravesó los Andes y
llegó a Cuyo en fecha que nadie ha podido determinar. Aumentadas sus
fuerzas con los españoles que Castillo dejara en tierra de los huarpes,
marchó de inmediato hacia el este y exploró la provin"cia de Conlara,
en la actual jurisdicción puntana.
De regreso en Guantata -o Güentata-, el 28 de marzo de 1562 fundó la
ciudad de la Resurrección, asentándola como a "dos tiros de arcabuz" de
la fundación hecha por Pedro de Castillo y aguardó hasta el 5 de junio
para repartir las tierras entre los pobladores, después de lo cual,
para cumplir las órdenes de Villagra, partió hacia el norte y el 13 de
junio de 1562 procedió a fundar la ciudad de San Juan de la Frontera.
Se consolidaba así la empresa que Francisco de Villagra iniciara diez
años atrás, cuando su empecinado deambular en busca de la quimérica
Linlín o Trapalanda.
6. La provincia de Conlara Al describir el viaje del teniente de Valdivia, asegura Gez que
"Villagrán siguió el itinerario de Diego de Rojas; penetró en la
antigua provincia del Tucumán; atravesó la
sierra de los Comechingones a la altura de Cruz del Eje; recorrió el
valle de Salsacate y también el extenso y hermoso valle de Concarán".
Después del combate de La Sepultura -siempre según
la relación del historiador puntano- "Villagrán continuó
su viaje rumbo al sudeste, recorrió el país de los Pehuenches que
habitaban la zona septentrional de los desagües del Río V y regresó por
el mismo camino, deteniéndose en Conlara con el ánimo de fundar allí
una población. Intertanto, dejó un destacamento y continuó su viaje al
país de los Diaguitas (La Rioja) ".
Dice también Gez que Villagra, "de regreso de Copiapó" tras haber
alcanzado el sur de la actual provincia de Mendoza, "hubo de perecer
con toda su gente, a no ser el temerario arrojo de nueve de sus
soldados que pasaron la
cordillera cubierta de nieve, y a costa de increíbles penalidades,
llegaron a Santiago en demanda de auxilios".
y un poco más adelante agrega: "Cuando hubo recibido este oportuno
socorro, Villagrán pasó la Sierra Nevada y, probablemente entonces,
hizo retirar el destacamento de Conlara, para reconcentrar en Chile sus
reducidas tropas".
De esta intrincada interpretación sólo nos interesa destacar que Gez
atribuye a Villagra el descubrimiento y exploración del "extenso y
hermoso valle de Concarán" y que nada dice con respecto a su relación
con Conlara.
Apoyándose en la rica documentación reunida y publicada por Medina, Canals Frau pudo escribir en forma indubitable:
"Lo que posteriormente fuera jurisdicción de San Luis de Loyola, o de
la Punta de los Venados,
fue descubierto y conquistado por Juan Jufré en el
año 1562. Es sabido que apenas el mariscal Francisco de Villagra quedó
encargado del gobierno de Cuyo, mandó a Juan Jufré como teniente de
gobernador. Ya de esta parte de los Andes el nuevo comisionado, socorre
primero a los españoles que un año antes habían venido con Pedro del
Castillo a la fundación de Mendoza, y luego se dirige hacia el Este.
Sin duda quería explorar los territorios entrevistos once años antes por Villagra, cuando su regreso del :
Perú en busca de refuerzos para Pedro de Valdivia. Jufré explora la
región, que denomina Provincia de Conlara. y hubo también de empadronar
a los indios
en esa ocasión, pues las primeras encomiendas referidas a indios de la
región puntana, aparecen otorgadas por el gobernador Villagra, como
consecuenciadirecta de esa exploración."
Juan de Ávila, uno de los compañeros del esforzado
capitán, declara que, tras recorrer cincuenta o sesenta leguas -desde
Mendoza- J ufré descubrió la Provincia de Conlara, "tierra muy buena y
muy fértil, y de buen temple
y. de mucha gente, el cual descubrimiento hizo muy cristianamente, no
consintiendo se hiciese daño a los naturales".
y es de notar que estos indios "no se huían ni se ausentaban
de sus pueblos y casas, aunque no habían visto cristianos
en su vida".
El mismo Juan Jufré, en 1576, "pidió al gobernador
de Chile que le hiciera merced de la gobernación de las dichas provincias de Conlara, las cuales él y no otra persona
las descubrió". y esto no 10 diría por Villagra, ya difunto,
sino por Juan de Nodar y otros como él, empeñados en
organizar expediciones a esas tierras donde resonaba el
llamado de los Césares.
Esta preocupación nutre un memorial sobre las necesidades de Mendoza,
que el Cabildo de esa ciudad dirigiera a la Real Audiencia de Chile en
los primeros meses de 1567 y en el que se dan estas noticias: "en
algunas partes donde se ha cateado hemos tomado muestras de buen oro;
no se ha podido seguir por el mal asiento y sosiego de la tierra, que
hecho se seguirán y descubrirán de esta ciudad provincias grandes y
ricas, que cerca de éstas dicen estos naturales estar, además de las de
Conlara y Comechingones que están vistas y en ellas buenas calidades
para poblar, y
cerca la Mar del Norte".
En la provincia -o provincias- de Conlara se ubica
también el Valle de la Vera Cruz, "donde siendo Nuestro
Señor servido, se ha de poblar la ciudad de Benavente",
según expresa el mismo Villagra en 1563, al enumerar los
servicios prestados por don Juan Jufré. Documento éste
que, a partir de Morla Vicuña (1903), muchos escritores
transcriben convirtiendo Conlara en Córdoba, sin advertir
que por entonces esa "provincia de Córdoba" no existía,
ocasionando así más de una equivocada interpretación. Canals Frau, que
supo manejar con prudencia y seriedad esas referencias antiguas, enseña
que "por valle de la Vera
Cruz ha de entenderse, sin duda, el actual de Concarán
o Conlara".
Montes ha pretendido demostrar que el valle de Concarán "era cosa
distinta a Conlara", ubicando al primero más al norte y sobre el curso
del mismo río, aunque extendiéndose al este hasta la sierra de
Comechingones. Sin "o embargo, este autor no ha aportado ningún
documento en el que aparezca la denominación Concarán o Concaran, que
él utiliza con insistencia. Parece haber olvidado que es en
el mapa de don Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, publicado en 1775,
donde por primera vez se denomina Concaran al río Conlara, cometiéndose
un error que un siglo después, entre nosotros, Lallemant prohijó y
transmitió a sus discípulos.
7. La servidumbre del indio Más que el oro buscaba el conquistador la servidumbre
de los aborígenes. Porque ella era no sólo el camino de la
riqueza, sino también el patrimonio inigualado, escudo y
..cimiento de la propia existencia. El valeroso Valdivia lo
.explica con palabras áureas, cuando le escribe a Carlos V:
"Los trabajos de la guerra puédenlos pasar los
hombres, porque loor es al soldado morir peleando;
pero cuando el hambre concurre con ellos para hacerlos sufrir, más que hombres han de ser."
Por eso se endurece de ira "viendo la gran desvergüenza y pujanza" de
los araucanos que insistentementelos acosaban, "matándose cada día a
las puertas de nues
tras casas nuestros anaconcillas, que eran nuestra vida, y a los hijos
de los cristianos".
El formidable extremeño declaraba no tener la intención de otros
gobernadores, "que es no parar hasta topar oro para engordar", ni
pretendía abarcar mucha tierra, pues para su persona "siete pies le
bastan" para descanso
y sepultura. Mas no podía olvidar a sus soldados, "teniéndolos aquí,
sujetos, trabajados, muertos de hambre y de frío, con las armas a
cuestas, arando y sembrando por sus propias manos para la sustentación
suya y de sus hijos".
Funda, entonces, ciudades. "Y porque las personas que allá
envié fuesen de buena gana, les deposité indios que nunca
nacieron, por no decirles habían de ir sin ellos a trabajos
de nuevo, después de haber pasado los tan crecidos de por
acá". Y reparte la tierra, porque así conviene, "para aplacar los
ánimos de los soldados". y aún confiesa: "desmembré a los caciques, por
dar a cada uno quien le sirviese".
Servidumbre no muy holgada, al parecer, pues cada vecino
tiene "a ciento y doscientos indios no más", y en comarcas
recién conquistadas "a veinte y treinta", haciendo el re-
parto como mejor se puede, "para que no se disipen los
naturales y se perpetúe la tierra".
Buscando esa "perpetuación de la tierra" -tierra que
ya fructificaba en hijos- Valdivia iba "con 'el pie de plomo poblándola y sustentándola", sirviendo a Dios y al Rey,
fortalecido por luminosos presentimientos: "Tengo para
mí que los caminos y las voluntades de los hombres se
abrirán, y vendrán a esta tierra muchos sin dineros a
tenerlos en ella".
Conviene recordar, con respecto a este punto, lo que
bien enseña Kirkpatrick:
"La encomienda no era un feudo territorial, y nada tenía que ver con la
propiedad de la tierra:
el encomendero era señor de un distrito, poblado o
grupo de poblados, cuyos habitantes le debían los
mismos servicios que en otro caso hubieran tenido
que prestar a la Corona, pero no tenía derecho de
propiedad sobre el terreno. En los lugares en que
hubiera sido inconveniente hacer una concesión de tierras, la
encomienda consistía en un cacique indio y su tribu. Después de la
Conquista, a partir de
1552, la Corona intentó la reforma de las encomiendas prohibiendo a los
encomenderos la exacción de más tributos que el impuesto por cabeza.
Draghi Lucero cita algunos documentos, por los que
"se comprueba que los vecinos encomenderos de Mendoza
se ausentaban a Chile, desde donde pretendían explotar
cómodamente a los indígenas, contra disposiciones terminantes de las
Leyes de Indias". Y es el mismo sagaz escritor el que traza este
rotundo perfil:
"El ideal del encomendero de Cuyo era dejar
un encargado de sus intereses cisandinos e irse a
Santiago con sus indios para arrendarlos. En Chile,
los huarpes sirvieron en lavaderos de oro, en la fabricación de
botijambre y en las labores urbanas y rurales. En Mendoza, plantaron
viñas, las podaron y cosecharon la uva y aun guiaron las carretas que
conducían el vino a Buenos Aires, elaborado por ellos mismos. ..La caza
del indio estuvo perfectamente organizada en los tiempos iniciales de
la colonia. El poblador necesitó del mitayo para los laboreos agrícolas
extensivos que debía encarar en estos apartados lugares. La mansedumbre
de los huarpes los hizo considerar como piezas útiles, especialmente a
los adolescentes que fueron, en realidad, antecesores de los esclavos
africanos."
No está de más repetirlo: mucho antes que el viento
bravío arrullara las noches largas de la ciudad de la Punta,
los hijos cobrizos de esta tierra recorrieron, una y otra
vez, las fantasmagóricas travesías, los quemantes arenales,
para ir a servir a sus amos allá en las vegas que fueron
de Guaymaye, o en la torturada comarca que fustiga el
Zonda, cuando no del otro lado de la cordillera nevada,
majestuoso testigo de su penar y de su muerte. El indio
fue, sin duda, el primer producto arrancado a esta tierra y acaso la
ciudad que don Luis Jofré puso al amparo de la sierra profunda y bella
nació para mitigar el dolor de los pocos indios que aún quedaban en los
valles fragantes y promisorios del confín puntano, ese que, desde la
primera hora, como 1a 1uz de una lámpara, vivió de darse.
Todo cuanto Draghi Lucero dice del encomendero de
Santiago, puede aplicarse sin quitar ni añadir nada al avecindado en
San Juan y, particularmente, al mendocino.
Siglo tras siglo, Mendoza consideró poco menos que propia
-o común- la jurisdicción puntana. Cuando en 1603 el
gobernador de Chile don Alonso de Rivera mandó que los
indios de San Luis "lio estén obligados de presente ni en
tiempo alguno a acudir a la ciudad de Mendoza con servicios ni tributos
ni de otra manera", los capitulares mendocinos, "hablando con el
acatamiento debido", acordaron suplicar al gobernador para que, "mejor
informado", revocase una medida que implicaba la "total destrucción" de
la ciudad de Mendoza.
Por su parte, el Cabildo de San Luis defendió con
energía sus derechos. Así, en 1630, después de recordar
un auto de don Cristóbal de la Cerda, visitador general y oidor de la Real Audiencia, ordenó que no se sacasen indios
ni indias de la encomienda del general Francisco de Lariz
y Deza, "pena de 50 pesos oro y perdIda de la vecindad".
y dos años después, al rechazar al teniente de corregidor
Domingo Amigo Zapata, lo hizo apoyándose en la circunstancia de que el nombrado arrendó sus indios puntanos
a un vecino de Santa Fe, por tres años, "para acarreteár
desde esta ciudad con trajín de vino". El mismo aprovechado morador había sacado indios e indias para la ciudad
de Mendoza, "en una collera de yerro y entre ellos se llevó
a una india mujer del cacique Choronta metida en la dicha
collera".
El uso de la collera había sido denunciado al rey por
el obispo de Santiago de Chile don Francisco González de
"Salce do, quien expresaba en una carta de 1626:
"Y para traer los dichos indios de mita de tan
lejos como están sus tierras, envían los encomenderos ;
mestizos y mulatos y otra gente de este jaez, que se "
han cruelmente con ellos, que por no venir a sus
manos se huyen y esconden por los montes y entran
en islas de lagunas; y habiéndolos a las manos, los
meten en colleras y los traen pereciendo de sed y
hambre... y trayéndolos acollarados y maniatados,
ha acontecido que, muriéndose uno de dichos indios,
por no soltar los demás para sacar al difunto, le han
cortado la mano."
También el obispo fray Diego de Humanzoro pidió que
se remediase la angustiosa situación de los indios de Cuyo,
"que no tienen de libertad más que el título", por lo que
añadía, en carta de 1665:
"Si Su Majestad no lo manda remediar, poniendo en todo aún más eficaces
medios que hasta aquí, no sólo se acabará la tierra, pero también se
perderán las almas de los indios y de sus encomenderos:
la de éstos, por la tiranía con que les usurpan su
libertad sin pagarles ni restituirles jamás por entero
el precio de su sudor y trabajo; y las de los indios,
por no saber ellos la doctrina cristiana y lo necesario para salvarse,
por no darles lugar sus encomenderos para que lo aprendan."
En marzo de 1686 otro prelado chileno, fray Bernardo
Carrasco, manifestaba al rey que el decaecimiento de la
provincia de Cuyo se debía, en gran parte, al hecho de haberse
encomendado sus indios entre vecinos de Santiago,quienes ponían en su
lugar un escudero, "que ordinariamente es arrendador de los tributos de
la encomienda, y el
que procura desnaturalizar los indios, sacarlos de sus pueblos para
reducirlos a las estancias y haciendas de campo", al oeste de la
cordillera. Para obviar este inconveniente, el obispo Carrasco
aconsejaba que los indios de Cuyo "no se
encomendasen si no es a los vecinos de ella y que estuviesen
acimentados con sus casas y familias en alguna de sus ciudades; y que
los vecinos de esta ciudad que tienen encomiendas en dicha provincia,
pasasen luego con sus casas
a hacer vecindad en ella, so pena de pérdida sin dispensación por
cualquier pretexto que sea".
Una real cédula fechada el 14 de abril de 1633 y publicada en San Luis
a mediados de 1635 suprimía el servicio personal de los indios y
establecía el tributo que debían pagar en dinero, sebo, ganados mayores
y menores, trigo,
maíz, anís, lentejas, garbanzos, y gallinas.
Pero las cartas de los obispos de Chile revelan "la
impunidad con que pueden los gobernadores omitir la ejecución y
cumplimiento" de las disposiciones reales, "sobajados de los sobornos
cuantiosos que les dan los vecinos encomenderos" .
8. Conocimiento de la tierra Con ciencia y paciencia, Canals Frau ha demostrado
que "el núcleo central del habitat de los Huarpes estuvo
bajo la dependencia del Cuzco" y fue, por consiguiente, "área
de influencia política y cultural incaica". y en un trabajo
publicado en 1942 agregaba este prudente investigador:
"Es cierto que la conciencia de esto no está muy
generalizada entre los especialistas. y que hasta se
ha discutido que los Incas hubieren, en momento
alguno de su historia, dominado ningún rincón de
10 que es hoy territorio argentino. A nuestro modo
de ver, hoy ya no se justifica en manera alguna este
escepticismo. En los últimos años se han ido acumulando distintas
pruebas, tanto de índole histórica como arqueológica, que no pueden ser
pasadas en
alto, y las que señalan claramente en el sentido de
que el Imperio Incaico extendió efectivamente sus
dominios por una parte del actual territorio argentino. Tampoco era
lógico esperar, que habiendo los Incas conquistado la parte norte y
central de Chile,
no hubieren hecho algo similar con los territorios
correspondientes de esta parte de los Andes, máxime si se considera que
ellos se hallaban en su camino."
Si caer en la ingenua interpretación de supuestas pictografías de
Intihuasi, hecha por Ameghino y repetida con fruición por Gez, Canals
Frau analiza diversos rastros reveladores de la influencia incaica en
la región cuyana, a
través del cultivo del suelo, el vestido, la cerámica y la
cultura espiritual. Particularmente estudia el camino del
lnca, elemento civilizador utilizado también por los conquistadores
españoles, verdadera vía de luz que doblegó la tierra ignota.
La comarca de Cuyo fue hollada tanto por los hombres
de César como por los soldados de Villagra, los pobladores
de Castillo y los descubridores de Jufré. La ambición y
la curiosidad, cuando no el hambre, llevaron y trajeron las
huestes hispánicas, por todos los rumbos. Anduvieron así
no sólo tras los ecos del Inca, sino también a lo largo de
los senderos que abrieron huarpes y juríes, comechingones
y pampas, en pos de maíz y de algarroba, de oro, de mujer
y de aventura.
Por otra parte, "para que unos indios pudieran ser
encomendados, era menester estar empadronados antes. Y
para ser empadronados, era necesario que tuvieran una residencia más o
menos fija en un lugar". Había, pues recorrer la tierra buscando esos
lugares, guiado por las noticias dadas por los yanaconas o por los
indios sometidos
cuando no por las señales que el hombre deja irremediablemente
blemente, en el suelo, en la piedra o en el árbol.
Parte de los indios cuyanos fueron empadronados Villagra, en 1551. Y
cuando Juan Jufré exploró la provincia de Conlara, en 1562, "hubo
también de empadronar
a los indios en esa ocasión, pues las primeras
referidas a indios de la región puntana, aparecen otorgadas
por el gobernador Villagra, como consecuencia directa de
esa exploración".
Así escribe Canals Frau. Y Montes -que califica de
operación militar a la exploración hecha por Jufré- afirma que con ella
"empieza la verdadera historia de la conquista de las sierras de San
Luis".
A Diego Rodríguez Fragoso se le encomendaron indios
cuyas tierras estaban en las cercanías de la sierra de los
Apóstoles; Francisco Muñoz se hizo cargo del cacique Can-
chuleta y todos sus pueblos; el cacique Cayasta pasó a servir a Francisco de Urbina; y a los favorecidos se suman
luego Gabriel de Cepeda y Alonso de Reinoso, que también
obtienen indios de la rica provincia de Conlara o valle de
la Vera Cruz.
Por acta del 6 de julio de 1573 don Gerónimo Luis de
Cabrera declaró fundada la ciudad de Córdoba, a la que
más tarde asignó por jurisdicción 50 leguas al oeste, superponiéndose
así a los derechos de Chile y originando numerosos Pleitos al
encomendar indios de la región puntana,
a espaldas de la sierra del Comechingones y en la parte
norte de la región explorada por Jufré.
A las jornadas militares de conquista y a las tareas
de empadronamiento y eVangelización -en las que inscribió
su nombre fray Antonio de la Cruz- debe agregarse la
introducción de valiosos elementos que gravitaron favorablemente en el asentamiento de las poblaciones.
Ya hemos recordado el interés de los huarpes Por adquirir ovejas de
Castilla, antes de que los españoles Poblaran el valle de Guantata.
Draghi Lucero expresa que los nativos "desde 1551 ya conocían los
caballos, mulas, cabras
y Posiblemente otros animales extranjeros". Levillier enseña que, a
fines de 1556, desde Chile se llevaron a Santiago del Estero "semillas
de algodón, plantas de uva, higueras y árboles frutales de Castilla" y
que por esa época, también
desde el otro lado de los Andes, se introdujeron ovejas,
yeguas y vacas. De ese tiempo "data la iniciación del intercambio
comercial de las provincias con Chile y Potosí. Recibía el Tucumán
ropas, caballos, vacas, cabras, ovejas, plantas y semillas, y mandaba
l11iel, cera, ropas de algodón,
grana y cochinilla".
Después de la exploración realizada por Jufré, los mendocinos
frecuentaron la comunicación con las poblaciones de arriba. Para ello
utilizaron el camino que, desde el pie de los Andes, llegaba a la Punta
de los Venados y luego se
internaba en el valle de Conlara, rumbo a los juríes. También los
sanjuaninos deben haber buscado salida hacia el oriente, atravesando la
jurisdicción puntana para llegar a Córdoba.
La tierra, estaba, pues, "batida y cruzada en todas direcciones por
indios y blancos". Tanto que, en 1578, Juan de Nodar añadía a su
solicitud Para poblar en Conlara, un "modelo y pintura" de sus
descubrimientos.
A las andanzas de los cuyanos sumaron pronto las de los cordobeses,
empeñados en cimentar sus encomiendas al oeste de los Comechingones.
Los nombres de los capitanes Fernando Mejía Mirabal y Tristán de Tejeda
adquirieron resonancia en esa época, junto a los de Juan de Mitre
y Bartolomé Valero, descubridores del río Quinto en 1578.
El camino entre Córdoba y Mendoza se consolidó en
1583, al pasar hacia Chile el gobernador don Alonso de
Sotomayor con un refuerzo de 500 soldados. Desde Buenos
Aires, el contingente marchó hasta Córdoba y de esta ciudad al río
Cuarto, en tanto que don Alonso se dirigía directamente a San Juan y de
allí a Mendoza, desde donde "se despacharon baqueanos que lograron dar
con el paradero de
esta tropa". Draghi Lucero anota que "Alonso de la Cámara informó que
él había ayudado grandemente al éxito de la empresa".
La última batida militar fue ejecutada, con fuerzas
cordobesas, por el capitán Tristán de Tejeda, quien en
1585, en las proximidades del Morro dispersó los indios
alzados del cacique Cosle.
JUAN JUFRÉ
Hijo de don Francisco Jufré de Loaiza y de doña Cándida
de Montesa, nació en Medina de Rioseco (provincia de Valladolid,
España) hacia 1516 y falleció en Santiago de Chile el 4 de setiembre de
1578. Crióse en casa del conde don Pedro de Toledo y en 1538 se
encontraba en el Perú, empeñado en reclutar gente para Valdivia, a
quien acompañó desde Copiapó.
Asistió a la fundación de la ciudad de Santiago y luego retornó al Perú para luchar contra Gonzalo Pizarro.
De nuevo en Chile, sirvió en las campañas del Sur y
apoyó con valor y denuedo a Hurtado de Mendoza, para después ayudar con
dinero, caballos y bastimento s a Villagra, su pariente. Cuyo fue su
premio y su porfía: exploró las legendarias tierras de Conlara,
trasladó la ciudad de Mendoza y
fundó la de San Juan de la Frontera. El Cabildo de Santiago
lo vio desempeñar con celo todos los empleos: regidor, alcalde,
procurador, alférez real. Constante y metódico, encauzó sus
desvelos hacia la industria y el comercio con singular provecho:
ejemplos de laboriosidad fueron su molino del Mapocho,
su astillero del Maule y su fábrica de tejidos de Peteros. También
impulsó la ganadería y la agricultura, robusteciendo así
la conquista del Reino de Chile. Próximo a su fin, estableció
una capellanía en Santo Domingo, donde fueron sepultados
sus restos.
En 1555 había contraído matrimonio, por poder, con doña
Constanza de Meneses, quien obtuvo autorización para pasar
a Chile en noviembre de 1556. De esta unión nacieron once
hijos, destacándose entre ellos el general don Luis Jofré, fundador de San Luis de Loyola.
FUENTES
Academia Nacional de la Historia: Actas capitulares de Mendoza. Tomo 1, años 1566 a 1609. Buenos Aires, 1945.
Cabrera, Pablo: Los aborígenes del país de Cuyo. Córdoba, 1929.
Canals Frau, Salvador: La primera entrada al territorio argentino, en
Anales del Instituto Étnico Nacional, Tomo 1, págs. 17-33. Buenos
Aires, 1948.
Canals Frau, Salvador: Tres estudios de etnología de Cuyo. Mendoza,1942.
Cunninghame Graham, R. B.: Pedro de Valdivia. Buenos Aires, 1943.
Diaz de Guzmán, Ruy: La Argentma. Espasa-Calpe Argentina S.A.Buenos Aires, 1945. '
Draghi Lucero, Juan: Introducción a las Actas capitulares de Mendoza. Buenos Aires, 1945.
Gez, Juan W.: Historia de la provincía de San Luis. Tomo l. Buenos Aires, 1916.
Grenón, Pedro: Cartografía cordobesa. Córdoba, 1925.
Guerrero, César H.: Juan Jufré y la conquista de Cuyo. San Juan, 1962.
Kirkpatrick, F. A.: Los conquistadores españoles. Buenos Aires, 1946.
Levillier, Roberto: Descubrimiento y población del Norte argentino por españoles del Perú. Buenos Aires, 1943.
Levillier, Roberto: Guerras y conquistas en Tucumán y Cuyo. Buenos Aires, 1945.
Medina, José Toribio: Diccionario biográfico colonial de Chile. Santiago de Chile, 1906.
Montes, Anibal: Las Sierras de San Luis, Córdoba, 1955.
Morales Guiñazú, Fernando: Los corregidores y subdelegados de Cuyo, Buenos Aires, 1936.
Udaondo, Enrique: Diccionario biográfico colonial argentino. Buenos Aires, 1945.
Verdaguer, José Anibal: Historia eclesiástica de Cuyo. Tomo l. Milán, 1931.
Vignati, Milciades Alejo: Culturas prehispánicas y protohistóricas de la provincia de San Luis. Buenos Aires, 1940-1941.