Historia 15 de febrero del 2011

Capitulo I

Descubrimiento y conquista

 

CAPITULO 1 DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA

1. La entrada de los Césares
La noticia que Gaboto recibiera sobre la existencia de la Sierra de la Plata y el Rey Blanco, transmitida por los querandíes, le indujo a despachar tierra adentro, desde Sancti Spiritus, una partida exploradora al mando de Francisco César, quien partió de la fortaleza del Paraná por noviembre de 1528.
Divididos en tres grupos, los pocos hombres de César -unos quince en total- remontaron el río Carcarañá y reconocieron las comarcas adyacentes. Y aunque de sus declaraciones posteriores "nada resulta en cuanto al camino que recorrieron o al punto donde César y sus compañeros llegaron", en la documentación aportada por Medina "consta que dijeron que habían visto grandes riquezas de oro y plata y piedras preciosas".
En febrero de 1529, César y algunos de sus soldados retornaron a la fortaleza, a tiempo para embarcarse en las naves que se aprestaban a dejar esas riberas de infortunio.
"Respecto del destino de las ocho o nueve personas que constituían el resto de la expedición, y que no regresaron a Sancti Spiritus ni volvieron con Gaboto a España -dice Canals Frau- sólo algunas inferencias contiene la documentación traída por Medina.
Pero es posible encontrar en otra parte alguna otra información que podemos utilizar. Pues, junto con la versión de Medina, que es la que surge de la documentación directa por él dada a conocer, existe otra de que se hace eco el primer historiador delRío de la Plata, el conquistador criollo Ruy Díaz de Guzmán. Esta segunda versión que hace suya, exornándola, el cronista Lozano, se basa en la tradición que de la entrada de César y sus compañeros se conservara entre los 'más antiguos conquistadores del Perú.
...De acuerdo con esa nueva versión conservada por Díaz de Guzmán, los que habrían llevado a término esta primera exploración terrestre habrían sido sólo cuatro españoles a cargo de uno llamado César. Éstos, saliendo de Sancti Spiritus, se habrían dirigido hacia el oeste trasponiendo una primera cordillera, que no puede ser sino la Sierrade Comechingones, o Sierra Grande de Córdoba.
...Nuestros expedicionarios, después de pasar esa Sierra, cuyos habitantes les agasajaron y dieron pasaje, entraron en una provincia de gran suma y multitud de gente, muy rica de oro y plata, que tenían juntamente mucha cantidad de ganados y Carneros de la tierra, de cuya lana fabricaban gran suma de ropa bien. tejida.
...Sigue relatando nuestro autor que, después de permanecer algún tiempo en aquella región, la que estaba bajo el dominio de un gran señor, los viajeros decidieron regresar a Sancti Spiritus, acompañados por algunos indios facilitados por aquel cacique. Pero como al llegar a la casa-fuerte hallaran el establecimiento desierto y asolado, y partidas las naves de Gaboto, pues en tanto había acontecido el ataque de los indios que la leyenda vincula al episodio poético de Lucía Miranda, habrían retornado nuestros amigos el camino por el que vinieran, y dirigidos de nuevo a la rica provincia de marras.
Posteriormente, decidieron pasar adelante y,. subiendo una cordillera altísima y áspera, indudablemente la de los Andes, dieron en la costa del sur, o seaen la Mar del Sur.
...Nuestros amigos llegaron, pues, a Chile, desde donde, siguiendo luego hacia el norte por Atacama y tierra de los Lipes, fueron en demanda de Cuzco, y entraron en aquel reino al tiempo que Francisco Pizarra acababa de prender a Atahualpa Inca en los Tambos de Cajamarca. El viaje desde el Paraná al Perú había, pues, durado unos cuatro años justos."
Canals Frau destaca que "desde un principio se habló de los Césares, en plural, al referirse a esta primera entrada". y agrega:
"La causa de ello no puede ser sino que desde los primeros momentos se conocieron dos distintas versiones: una originada en los componentes de la partida capitaneada por el mismo César, la que después de llegar a alguna región de alta cultura andina ubicada entre la Sierra Grande de Córdoba y la Cordillera, regresó a Sancti Spiritus y de ahí a España, divulgándose y magnificándose el relato con la lejanía; y la otra versión llevada por participantes de otra partida, la que después de vivir cierto tiempo en la mencionada región que ha de haber estado situada entre la Sierra de Comechingones y la Cordillera y estas poblada por Olongastas o Capayanes, traspuso la Cordillera, y llegó finalmente al Perú."
Ambas versiones coinciden en el hecho de haber sido los Césares los primeros en explorar el territorio puntano, en el cual la fantasía de los conquistadores ubicó, durante muchos años, la encantada Ciudad perdida, "rica en toda clase de placeres terrenales".
2. Conquista de Chile
Don Diego de Almagro, que inició la conquista de Chile en 1535, sólo cosechó penurias. Tantas, que sus mismos capitanes hacía correr la voz de que en aquella tierra "no se podía ganar nada, excepto malos ratos".
La dura empresa de dominar el alargado país fue confiada, tres años después, a don Pedro de Valdivia, quien partió del Cuzco en 1540, luego que "con grandes esfuerzos consiguió alistar solamente ciento cincuenta hombres, a los que sus camaradas tachaban de locos por abandonar el Perú en una expedición tan infructuosa".
Con ese puñado de audaces y en compañía de unos mil indios portadores del bagaje, Valdivia tomó posesión de la tierra -esa que, tras haberla desamparado Almagro, "quedó tan mal infamada que como de la pestilencia huían de ella"- y ocupó después el valle del Mapocho, donde el 12 de febrero de 1541 fundó la ciudad de Santiago 'del Nuevo Extremo, en nombre del emperador Carlos V, dándole cien leguas de jurisdicción hacia el oriente.
Posteriormente, en 1548, el Licenciado La Gasca fijó el ancho de la gobernación otorgada a Valdivia en cien leguas que, según enseña Levillier, "comenzaban en la costa y terminaban en el Oriente, en un punto del territorio, hoy argentino, situado en 270 20' de latitud y 640 34' 52 de longitud, o sea en una línea situada al oeste de Santigo del Estero, que seguía bajando, paralela a la costa chilena, hasta alcanzar en el Sur, siempre a cien leguas de distancia, la coordenada en 660 47' de longitud y 410 de latitud austral".
Valdivia tenía derecho a fundar dentro de ese territorio, como asimismo a aprovechar todos sus recursos. De ahí su preocupación por descubrir, tras la Cordillera de la nieve, indios que sirviesen en las ciudades chilenas, como lo manifestaba al César en carta fechada en la Serena el 4 de septiembre de 1545.
Por esa época la noticia de los Césares encendía entusiasmos para nuevas entradas, cual la muy famosa de Diego de Rojas, quien a mediados de 1543 dejó atrás las rivalidades cuzqueñas para descubrir las tierras situadas entre Chile y el Río de la Plata.
y el mismo Valdivia, en otra carta al Emperador, escrita en los primeros días de julio de 1549, informaba:
"A mi teniente general envío al Perú a que traiga gente y con ella vaya a poblar este verano otro pueblo tras de la cordillera de la nieve, en el paraje del de la Serena, que hay disposición y naturales, para que el uno al otro se favorezcan; y yo, en el entretanto, emprenderé lo de adelante y poblaré una ciudad donde comienza la grosedad de la gente, y tierra que ya la tengo bien vista, y en demanda de esta misma noticia, a oscuras y a la ventura, han andado todos los españoles del Río de la Plata y los que han salido al Perú ahora de aquellas partes."
En las palabras del valeroso Valdivia chisporrotea ya la famosa leyenda, que levanta y empuja las voluntades hacia los confines de la tierra, de esa tierra que tanto más se adueña de los corazones cuanto más parece entregarse.
Con justeza anota Canals Frau:
"La influencia del mismo relato la vemos también en varios episodios de la misma entrada de Rojas. Por ejemplo, cuando, muerto ya el jefe, se establece el real de los castellanos entre los Comechingones, muy probablemente en el actual Valle de Calamuchita, en Córdoba, Francisco de Mendoza que había quedado a la cabeza" de la expedición, se va con la mitad de la gente río Tercero y Carcarañá abajo, en busca del Paraná y del lugar en que estuvo la fundación de Gaboto. Es probable que en esto siguiera ese conquistador las huellas de los compañeros de César, pero en sentido inverso. En tanto, otra mitad de la gente se quedaba en el real, donde de continuo eran atacados por los indios. Y cuentan los cronistas que los indígenas tomados prisioneros hablaban a los del real de cristianos de Chile y de las grandes provincias de Ungulo y de otras que estaban en las cordilleras de las sierras, entre las cuales se encontraba también una llamada Arouco.
Luego, al regreso de Mendoza al real, se produjeron alborotos, por querer la gente irse por Ungulo"...
Este soñado Ungulo o Yungulo sería también la obsesión de Francisco de Villagra, el esforzado teniente de Valdivia.


3. Andanzas de Villagra
Corría el mes de julio de 1549 cuando Valdivia despachó a su teniente Francisco de Villagra con el dinero que pidió prestado -"treinta y seis mil castellanos que pude hallar entre amigos"- para que le trajese "algún socorro de gente y caballos, porque ya tenían más gana de salir las personas que en el Perú no tuviesen nada que hacer, como hubiese capitán que los sacase".
La empresa no resultó fácil, porque al mismo tiempo Núñez de Prado se aprestaba para poblar en Tucumán.
Mas Villagra, decidido y amante de la guerra -según el decir de sus biógrafos- se dio maña para llevar adelante su cometido, apoyado por La Gasca quien en Lima "le dio poder para que en las ciudades del Cuzco, Guamanga y Arequipa y Villa de Plata y otras partes, hiciese junta de gente".
Para comprender mejor las andanzas de Villagra debe tenerse en cuenta --como lo explica Levillier- "que los conquistados emplearon en esta jornada los nombres de los aborígenes tanto para designar las tribus como para denominar las regiones geográficas.
"Así cuando especifican: los juríes se refieren a la vez a la provincia de los juríes (después Santiago del Estero) y a los indios juríes que en ella habitaban. Del mismo modo, los comechingones eran los indios de la futura provincia de Córdoba, y la comarca dilatada en que vivían esos naturales. Los yuguitas (diaguitas) eran los indios de Catamarca, de La Rioja, de San Juan y de la región montañosa de Salta, y esa misma extensión de territorio."
Aparentemente, en la marcha de Villagra gravitaban dos preocupaciones mal disimuladas: la provincia de los Césares y la jornada de Núñez de Prado, fundador de la ciudad del Barco. Y aunque es imposible seguir con certeza las huellas del teniente de Valdivia, todo revela que la conducción del socorro a Chile fue aprovechada para dar salida a urticantes ambiciones.
Canals Frau expresa que "todavía se ignora exactamente el itinerario que siguiera Villagra en ese viaje a través del actual territorio argentino. Los únicos jalones seguros son que por abril de 1551 se hallaba en el Barco; que luego acampó en los Comechingones; y que a 18 de mayo del mismo año estaba acampado en la comarca de Mendoza, desde donde le escribe a Pedro de Valdivia".
Sagaz inquisidor, Levillier rastrea las intenciones de Villagra a lo largo de la cuantiosa documentación con que honró la historiografía argentina:
"Pudo ese capitán pasar por los valles calchaquíes o por los valles de Salta al valle del Cajón o al valle de Santa María, y desde allí cruzar ..por los diaguitas hasta el Paso de San Francisco, o bien tomar rumbo hacia el sur, atravesando Catamarca, La Rioja, San Juan y Mendoza, para torcer frente a Santiago por el Puente del Inca. Pero se desvió. Desde Potosí, bajó a Cotagayta; de allí, a Jujuy, por Humahuaca, tocó en Esteco y alcanzó Toama, tierra adentro, para luego dirigirse hacia el río Dulce, en busca del extremeño. Si no le inspiraba otro móvil que el de conducir un socorro a Chile, ¿ qué hacía en el corazón de Santiago del Estero, a más de treinta leguas de distancia del camino real?.. Es verosímil que a su paso fuese también buscando tierra para poblar, con idea de hacerlo más tarde. Necesitaba hombres y esperaba a la vez otras ventajas."
En síntesis magistral -y reavivando alguna noticia callada por más de un cronista infiel- Draghi Lucero asienta estos rotundos pilares de la historia cuyana:
"Señálase al mariscal Francisco de Villagra como descubridor de Cuyo. Efectuó su viaje del Perú a Chile, por el norte argentino, con unos 180 ó 200 hombres, entre los que se contaban cirujanos, carpinteros y herreros, e indios yanaconas y negros; traía, además, unos 500 caballos, mulas, cabras y otros animales europeos. Con él llegó el primer sacerdote que conociera esta región, fray Antonio Sarmiento Rendón, mercedario. Villagra debió entrar presumiblemente por el este, por la provincia de Comechingones, de donde se dirigió a la de Yungulo. Apartóse del grueso de su gente, con unos 60 ó 70 hombres, e hizo rumbo a la cordillera de los Andes buscando tierra para poblar. Llegó a un valle de Cuyo o de Ayó, antes del 18 de mayo de 1551. Desde allí dirigió una carta a Valdivia con Diego Maldonado y ocho hombres que se atrevieron a encarar el macizo nevado."
Como detalle culminante del tortuoso itinerario que atribuye a Villagra, Gez anota un encuentro con los indios, "una feroz matanza de hombres inermes", "en un lugar cercano a Larca", sitio que, "regado por la sangre de centenares de víctimas indefensas y cubierto de cadáveres, llamóse desde entonces La Sepultura, recordando aquella hecatombe humana".
Sin embargo, ninguno de los documentos aportados por Medina -y que es el material que pudo haber conocido el historiador puntano- menciona esa "sangrienta acción".
En cambio son valiosas las noticias sobre la muerte de indios yanaconas, suceso que motivó un proceso a Villagra, quien no se encontraba en el campamento cuando el hecho ocurrió, pues se había adelantado con parte de sus soldados. Afirmándose en referencias de testigos, dice Draghi Lucero: "El resto de los expedicionarios, que habían que dado al mando de Gabriel de Villagra, sufrieron una terrible tormenta de nieve el 24 de junio, mientras se dirigían a reunirse con el jefe, que estaba unas 50 leguas adelante. El fenómeno causó sensibles bajas entre los indígenas."
De esta desgracia, acaecida en la festividad de San Juan, se culpó al dicho don Gabriel "por haber hecho marchar el real en día de fiesta de guardar". En cuanto a los indios, pertenecían a un pueblo "donde les habían salido de paz a servir" y -según Montes- "fueron seguramente de Salsacate y Panaolma".


4. Francisco de Villagra Nació el descubridor de Cuyo en Astorga, provincia de León, hacia 1511. Hijo natural del comendador Alvaro de Sarría y de doña Ana de Villagra, desde niño sirvió con lealtad y entusiasmo al conde de Benavente. Llegó al Perú en 1537 y marchó con Valdivia a la conquista de Chile. En 1541 fue elegido regidor del cabildo de Santiago y actuó en la defensa de la ciudad atacada por los indios. A fines de 1547, al ausentarse al Perú, Valdivia lo dejó por su teniente de capitán general ya mediados de 1549 le encomendó la tarea de reunir refuerzos para la lucha contra los araucanos. En el actual territorio argentino enfrentó a Juan Núñez de Prado y realizó la expedición llamada de Ungulo, Jungulo o Yungulo, originada por la noticia de la misteriosa Ciudad de los Césares. Después de la muerte de Valdivia fue enviado preso a Lima, donde logró vindicarse de las inculpaciones que sus enemigos habían acumulado contra él. En diciembre de 1554 el rey Carlos V le concedió el título de mariscal de las provincias de Chile y cuatro años después lo eligió para gobernador de ese reino. Casado con doña Cándida de Montesa, murió en Concepción en 1563, cargado de deudas pero sin que hubiese amenguado su famade valiente. Ambicioso y denodado, prudente y sagaz, aunque poco feliz en las empresas que acometió, dio lustre y vigor a las jornadas de la conquista, destacándose, asimismo, por la bondad que puso de manifiesto en el trato con los aborígenes que buscaban su amparo. En numerosos documentos, el apellido del descubridor de Cuyo figura, indistintamente, como Villagra, Villagrá y Villagrán.


5. Población de Cuyo Los informes suministrados por Villagra, después de sus luchas y exploraciones de este lado de los Andes, impulsaron a Valdivia a tomar posesión del territorio comprendido en la jurisdicción que le fuera asignada. Con ese propósito, el 6 de enero de 1552 nombró al capitán Francisco de Riberos para que pasase la Cordillera "por las espaldas de esta ciudad de Santiago" y conquistase los naturales.
Afirma Levillier que, con anterioridad, al encontrar Villagra en la región de la :futura Mendoza "indios dóciles, los repartió en nombre de Valdivia entre vecinos de Santiago, y se les dieron los respectivos títulos. Algunos llevaron sus indios, otros los dejaron, pensando sin duda explotar con ellos feudos nuevos, más tarde."
Con el cráneo quebrado por el golpe de una cachiporra araucana, el intrépido Valdivia vio esfumarse toda su gloria y sus ambiciones el primer día de febrero de 1554 en Tucapel, cuando las rústicas trompetas de Lautaro rasgaron el aire con pregones de rebeldía y de victoria. Pero aunque la empresa confiada a Riberos no se realizara, otros españoles frecuentaron los pasos del macizo andino, en busca de metales preciosos.
A principios de 1559, durante el gobierno de don García Hurtado de Mendoza, reverdeció el proyecto de poblar al oriente de los Andes, tarea que no debía demandar trabajos ni batallas porque los mismos indios cuyanos fueron a Santiago a pedir al gobernador "les enviase españoles y sacerdotes porque querían ser cristianos". Esteban Rojas, uno de los conquistadores, declara "que vio indios que vinieron de la dicha tierra de Cuyo, a dar noticia de ella al dicho Don García y a comprar ovejas de Castilla para llevar allá, y que pidieron que enviasen españoles que poblasen entre ellos, y decían que había oro y plata y minas en ella, y así lo traían ellos".
Expresa Levillier que eran huarpes, "raza débil que siendo vecina de otras más fuertes, buscaba en los blancos amparo. Tenían pocos bríos, nos dicen los cronistas, y carecían del ánimo guerrero que hacía de los araucanos una de las naciones indígenas más belicosas y temibles. No eran fuertes, sino delgados y ágiles, y grandes corredores". Vale la pena transcribir también esta opinión del eminente historiador:
"Evidentemente tenían sentido social estos naturales. Rodeados por tribus opresoras y atrevidas, sin exceptuar a los nómadas, apreciaban, a pesar de los inconvenientes que traía aparejada, la convivencia con la raza blanca culta y organizada que les enseñaba a vivir y los protegía. Por otra parte, preferían traer sus encomenderos a sí, que cruzar la cordillera con todos sus peligros y cansancios para servirlos en las minas. Probablemente cambiarían los amos blancos al fundarse entre ellos una ciudad; pero esto les tenía sin cuidado, dado que no era el afecto, sino la comprensión de la superioridad española y el deseo de aproximar a sus defensores, lo que les había movido a pedir que se estableciesen entre ellos, cerca y para siempre. Por otra parte, ese ruego, sin saberlo probablemente los huarpes, sonaba a recordatorio de las Leyes de Indias, por las cuales debían los pobladores entre los cuales se hubiese repartido indios, defenderlos y asegurar.
les la enseñanza de la fe. Los agraciados no debían vivir en sus encomiendas; pero sí residir en la comarca y cuando existían pueblos, asistir en sus vecindades."
El inminente retorno triunfal de Villagra, temible adversario del fecundo gobernador de Chile, hizo madurar la empresa de fundar en Cuyo. "Prestóse a esta aventurada empresa D. Pedro de Castillo -escribe Draghi Lucero-- a quien se le extendieron los recaudos necesarios el 20 de noviembre de 1560. Posteriormente, por otra provisión, dada con fecha atrasada, se facultó a Castillo para depositar y encomendar los indios que en dichas provincias hubieren y vacaren".
Expresa el mismo historiador que "se ha creído ver en la actitud del joven Don García un manifiesto deseo de molestar a Villagra, haciendo fundar en tierras descubiertas por éste una ciudad que perpetuase su nombre, el de Mendoza, y que con justicia debió llamarse la ciudad de Villagra. Por otra parte, es indudable que se propuso beneficiar a sus amigos y partidarios con encomiendas al oriente de los Andes, a pesar de la viva resistencia de los encomenderos de Cuyo con residencia en Santiago". En forma provisional, el 2 de marzo de 1561 Castillo fundó la ciudad de Mendoza y aunque "como única construcción sólida, de carácter permanente, hizo levantar, con los indígenas, un fuerte con una torre", otorgó a la población solidez legal nombrando los componentes del primer Cabildo. Procedió, asimismo, a distribuir los solares a los pobladores y "el 6 de octubre, después de haber buscado inútilmente un sitio más apacible, más sano, más fértil que parece que indagó con mucha diligencia, y de haber mandado emisarios a Chile para comunicarse con el nuevo gobernador Villagra, Castillo procedió a fijar definitivamente el asiento de la ciudad de Mendoza en el mismo lugar de su emplazamiento, vale decir, en el corazón del poblado indígena de Guantata.". , "Por no poder ir personalmente a visitar y proveer la provincia de Cuyo y lo demás a ella comarcano", el 27 de septiembre de 1561, en Santiago, Villagra nombró al capitán Juan Jufré su teniente de gobernador y capitán general de Cuyo, Cariagasta, Nolongasta, Famatina "y todo lo demás que cayere en los términos de la ciudad que está poblada" -evidentemente el nombre de Mendoza no le resultaba grato-- y en los de la nueva ciudad que debía fundar en Caria. El 1 Q de diciembre Villagra amplió estos poderes, facultando a Jufré para dar indicios de encomiendas y para nombrar alcaldes y regidores "y otras cosas necesarias tanto al real servicio como al bien y sustentación de estas provincias".
Con unos 40 hombres recluta dos en Santiago, Jufré atravesó los Andes y llegó a Cuyo en fecha que nadie ha podido determinar. Aumentadas sus fuerzas con los españoles que Castillo dejara en tierra de los huarpes, marchó de inmediato hacia el este y exploró la provin"cia de Conlara, en la actual jurisdicción puntana.
De regreso en Guantata -o Güentata-, el 28 de marzo de 1562 fundó la ciudad de la Resurrección, asentándola como a "dos tiros de arcabuz" de la fundación hecha por Pedro de Castillo y aguardó hasta el 5 de junio para repartir las tierras entre los pobladores, después de lo cual, para cumplir las órdenes de Villagra, partió hacia el norte y el 13 de junio de 1562 procedió a fundar la ciudad de San Juan de la Frontera.
Se consolidaba así la empresa que Francisco de Villagra iniciara diez años atrás, cuando su empecinado deambular en busca de la quimérica Linlín o Trapalanda.


6. La provincia de Conlara Al describir el viaje del teniente de Valdivia, asegura Gez que "Villagrán siguió el itinerario de Diego de Rojas; penetró en la antigua provincia del Tucumán; atravesó la sierra de los Comechingones a la altura de Cruz del Eje; recorrió el valle de Salsacate y también el extenso y hermoso valle de Concarán". Después del combate de La Sepultura -siempre según la relación del historiador puntano- "Villagrán continuó su viaje rumbo al sudeste, recorrió el país de los Pehuenches que habitaban la zona septentrional de los desagües del Río V y regresó por el mismo camino, deteniéndose en Conlara con el ánimo de fundar allí una población. Intertanto, dejó un destacamento y continuó su viaje al país de los Diaguitas (La Rioja) ".
Dice también Gez que Villagra, "de regreso de Copiapó" tras haber alcanzado el sur de la actual provincia de Mendoza, "hubo de perecer con toda su gente, a no ser el temerario arrojo de nueve de sus soldados que pasaron la cordillera cubierta de nieve, y a costa de increíbles penalidades, llegaron a Santiago en demanda de auxilios".
y un poco más adelante agrega: "Cuando hubo recibido este oportuno socorro, Villagrán pasó la Sierra Nevada y, probablemente entonces, hizo retirar el destacamento de Conlara, para reconcentrar en Chile sus reducidas tropas".
De esta intrincada interpretación sólo nos interesa destacar que Gez atribuye a Villagra el descubrimiento y exploración del "extenso y hermoso valle de Concarán" y que nada dice con respecto a su relación con Conlara.
Apoyándose en la rica documentación reunida y publicada por Medina, Canals Frau pudo escribir en forma indubitable:
"Lo que posteriormente fuera jurisdicción de San Luis de Loyola, o de la Punta de los Venados, fue descubierto y conquistado por Juan Jufré en el año 1562. Es sabido que apenas el mariscal Francisco de Villagra quedó encargado del gobierno de Cuyo, mandó a Juan Jufré como teniente de gobernador. Ya de esta parte de los Andes el nuevo comisionado, socorre primero a los españoles que un año antes habían venido con Pedro del Castillo a la fundación de Mendoza, y luego se dirige hacia el Este.
Sin duda quería explorar los territorios entrevistos once años antes por Villagra, cuando su regreso del :
Perú en busca de refuerzos para Pedro de Valdivia. Jufré explora la región, que denomina Provincia de Conlara. y hubo también de empadronar a los indios en esa ocasión, pues las primeras encomiendas referidas a indios de la región puntana, aparecen otorgadas por el gobernador Villagra, como consecuenciadirecta de esa exploración."
Juan de Ávila, uno de los compañeros del esforzado capitán, declara que, tras recorrer cincuenta o sesenta leguas -desde Mendoza- J ufré descubrió la Provincia de Conlara, "tierra muy buena y muy fértil, y de buen temple y. de mucha gente, el cual descubrimiento hizo muy cristianamente, no consintiendo se hiciese daño a los naturales".
y es de notar que estos indios "no se huían ni se ausentaban de sus pueblos y casas, aunque no habían visto cristianos en su vida".
El mismo Juan Jufré, en 1576, "pidió al gobernador de Chile que le hiciera merced de la gobernación de las dichas provincias de Conlara, las cuales él y no otra persona las descubrió". y esto no 10 diría por Villagra, ya difunto, sino por Juan de Nodar y otros como él, empeñados en organizar expediciones a esas tierras donde resonaba el llamado de los Césares.
Esta preocupación nutre un memorial sobre las necesidades de Mendoza, que el Cabildo de esa ciudad dirigiera a la Real Audiencia de Chile en los primeros meses de 1567 y en el que se dan estas noticias: "en algunas partes donde se ha cateado hemos tomado muestras de buen oro; no se ha podido seguir por el mal asiento y sosiego de la tierra, que hecho se seguirán y descubrirán de esta ciudad provincias grandes y ricas, que cerca de éstas dicen estos naturales estar, además de las de Conlara y Comechingones que están vistas y en ellas buenas calidades para poblar, y cerca la Mar del Norte".
En la provincia -o provincias- de Conlara se ubica también el Valle de la Vera Cruz, "donde siendo Nuestro Señor servido, se ha de poblar la ciudad de Benavente", según expresa el mismo Villagra en 1563, al enumerar los servicios prestados por don Juan Jufré. Documento éste que, a partir de Morla Vicuña (1903), muchos escritores transcriben convirtiendo Conlara en Córdoba, sin advertir que por entonces esa "provincia de Córdoba" no existía, ocasionando así más de una equivocada interpretación. Canals Frau, que supo manejar con prudencia y seriedad esas referencias antiguas, enseña que "por valle de la Vera Cruz ha de entenderse, sin duda, el actual de Concarán o Conlara".
Montes ha pretendido demostrar que el valle de Concarán "era cosa distinta a Conlara", ubicando al primero más al norte y sobre el curso del mismo río, aunque extendiéndose al este hasta la sierra de Comechingones. Sin "o embargo, este autor no ha aportado ningún documento en el que aparezca la denominación Concarán o Concaran, que él utiliza con insistencia. Parece haber olvidado que es en el mapa de don Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, publicado en 1775, donde por primera vez se denomina Concaran al río Conlara, cometiéndose un error que un siglo después, entre nosotros, Lallemant prohijó y transmitió a sus discípulos.


7. La servidumbre del indio Más que el oro buscaba el conquistador la servidumbre de los aborígenes. Porque ella era no sólo el camino de la riqueza, sino también el patrimonio inigualado, escudo y ..cimiento de la propia existencia. El valeroso Valdivia lo .explica con palabras áureas, cuando le escribe a Carlos V:
"Los trabajos de la guerra puédenlos pasar los hombres, porque loor es al soldado morir peleando; pero cuando el hambre concurre con ellos para hacerlos sufrir, más que hombres han de ser."
Por eso se endurece de ira "viendo la gran desvergüenza y pujanza" de los araucanos que insistentementelos acosaban, "matándose cada día a las puertas de nues tras casas nuestros anaconcillas, que eran nuestra vida, y a los hijos de los cristianos".
El formidable extremeño declaraba no tener la intención de otros gobernadores, "que es no parar hasta topar oro para engordar", ni pretendía abarcar mucha tierra, pues para su persona "siete pies le bastan" para descanso y sepultura. Mas no podía olvidar a sus soldados, "teniéndolos aquí, sujetos, trabajados, muertos de hambre y de frío, con las armas a cuestas, arando y sembrando por sus propias manos para la sustentación suya y de sus hijos".
Funda, entonces, ciudades. "Y porque las personas que allá envié fuesen de buena gana, les deposité indios que nunca nacieron, por no decirles habían de ir sin ellos a trabajos de nuevo, después de haber pasado los tan crecidos de por acá". Y reparte la tierra, porque así conviene, "para aplacar los ánimos de los soldados". y aún confiesa: "desmembré a los caciques, por dar a cada uno quien le sirviese".
Servidumbre no muy holgada, al parecer, pues cada vecino tiene "a ciento y doscientos indios no más", y en comarcas recién conquistadas "a veinte y treinta", haciendo el re- parto como mejor se puede, "para que no se disipen los naturales y se perpetúe la tierra".
Buscando esa "perpetuación de la tierra" -tierra que ya fructificaba en hijos- Valdivia iba "con 'el pie de plomo poblándola y sustentándola", sirviendo a Dios y al Rey, fortalecido por luminosos presentimientos: "Tengo para mí que los caminos y las voluntades de los hombres se abrirán, y vendrán a esta tierra muchos sin dineros a tenerlos en ella".
Conviene recordar, con respecto a este punto, lo que bien enseña Kirkpatrick:
"La encomienda no era un feudo territorial, y nada tenía que ver con la propiedad de la tierra: el encomendero era señor de un distrito, poblado o grupo de poblados, cuyos habitantes le debían los mismos servicios que en otro caso hubieran tenido que prestar a la Corona, pero no tenía derecho de propiedad sobre el terreno. En los lugares en que hubiera sido inconveniente hacer una concesión de tierras, la encomienda consistía en un cacique indio y su tribu. Después de la Conquista, a partir de 1552, la Corona intentó la reforma de las encomiendas prohibiendo a los encomenderos la exacción de más tributos que el impuesto por cabeza.
Draghi Lucero cita algunos documentos, por los que "se comprueba que los vecinos encomenderos de Mendoza se ausentaban a Chile, desde donde pretendían explotar cómodamente a los indígenas, contra disposiciones terminantes de las Leyes de Indias". Y es el mismo sagaz escritor el que traza este rotundo perfil:
"El ideal del encomendero de Cuyo era dejar un encargado de sus intereses cisandinos e irse a Santiago con sus indios para arrendarlos. En Chile, los huarpes sirvieron en lavaderos de oro, en la fabricación de botijambre y en las labores urbanas y rurales. En Mendoza, plantaron viñas, las podaron y cosecharon la uva y aun guiaron las carretas que conducían el vino a Buenos Aires, elaborado por ellos mismos. ..La caza del indio estuvo perfectamente organizada en los tiempos iniciales de la colonia. El poblador necesitó del mitayo para los laboreos agrícolas extensivos que debía encarar en estos apartados lugares. La mansedumbre de los huarpes los hizo considerar como piezas útiles, especialmente a los adolescentes que fueron, en realidad, antecesores de los esclavos africanos."
No está de más repetirlo: mucho antes que el viento bravío arrullara las noches largas de la ciudad de la Punta, los hijos cobrizos de esta tierra recorrieron, una y otra vez, las fantasmagóricas travesías, los quemantes arenales, para ir a servir a sus amos allá en las vegas que fueron de Guaymaye, o en la torturada comarca que fustiga el Zonda, cuando no del otro lado de la cordillera nevada, majestuoso testigo de su penar y de su muerte. El indio fue, sin duda, el primer producto arrancado a esta tierra y acaso la ciudad que don Luis Jofré puso al amparo de la sierra profunda y bella nació para mitigar el dolor de los pocos indios que aún quedaban en los valles fragantes y promisorios del confín puntano, ese que, desde la primera hora, como 1a 1uz de una lámpara, vivió de darse. Todo cuanto Draghi Lucero dice del encomendero de Santiago, puede aplicarse sin quitar ni añadir nada al avecindado en San Juan y, particularmente, al mendocino.
Siglo tras siglo, Mendoza consideró poco menos que propia -o común- la jurisdicción puntana. Cuando en 1603 el gobernador de Chile don Alonso de Rivera mandó que los indios de San Luis "lio estén obligados de presente ni en tiempo alguno a acudir a la ciudad de Mendoza con servicios ni tributos ni de otra manera", los capitulares mendocinos, "hablando con el acatamiento debido", acordaron suplicar al gobernador para que, "mejor informado", revocase una medida que implicaba la "total destrucción" de la ciudad de Mendoza.
Por su parte, el Cabildo de San Luis defendió con energía sus derechos. Así, en 1630, después de recordar un auto de don Cristóbal de la Cerda, visitador general y oidor de la Real Audiencia, ordenó que no se sacasen indios ni indias de la encomienda del general Francisco de Lariz y Deza, "pena de 50 pesos oro y perdIda de la vecindad". y dos años después, al rechazar al teniente de corregidor Domingo Amigo Zapata, lo hizo apoyándose en la circunstancia de que el nombrado arrendó sus indios puntanos a un vecino de Santa Fe, por tres años, "para acarreteár desde esta ciudad con trajín de vino". El mismo aprovechado morador había sacado indios e indias para la ciudad de Mendoza, "en una collera de yerro y entre ellos se llevó a una india mujer del cacique Choronta metida en la dicha collera".
El uso de la collera había sido denunciado al rey por el obispo de Santiago de Chile don Francisco González de "Salce do, quien expresaba en una carta de 1626: "Y para traer los dichos indios de mita de tan lejos como están sus tierras, envían los encomenderos ; mestizos y mulatos y otra gente de este jaez, que se " han cruelmente con ellos, que por no venir a sus manos se huyen y esconden por los montes y entran en islas de lagunas; y habiéndolos a las manos, los meten en colleras y los traen pereciendo de sed y hambre... y trayéndolos acollarados y maniatados, ha acontecido que, muriéndose uno de dichos indios, por no soltar los demás para sacar al difunto, le han cortado la mano."
También el obispo fray Diego de Humanzoro pidió que se remediase la angustiosa situación de los indios de Cuyo, "que no tienen de libertad más que el título", por lo que añadía, en carta de 1665:
"Si Su Majestad no lo manda remediar, poniendo en todo aún más eficaces medios que hasta aquí, no sólo se acabará la tierra, pero también se perderán las almas de los indios y de sus encomenderos:
la de éstos, por la tiranía con que les usurpan su libertad sin pagarles ni restituirles jamás por entero el precio de su sudor y trabajo; y las de los indios, por no saber ellos la doctrina cristiana y lo necesario para salvarse, por no darles lugar sus encomenderos para que lo aprendan."
En marzo de 1686 otro prelado chileno, fray Bernardo Carrasco, manifestaba al rey que el decaecimiento de la provincia de Cuyo se debía, en gran parte, al hecho de haberse encomendado sus indios entre vecinos de Santiago,quienes ponían en su lugar un escudero, "que ordinariamente es arrendador de los tributos de la encomienda, y el que procura desnaturalizar los indios, sacarlos de sus pueblos para reducirlos a las estancias y haciendas de campo", al oeste de la cordillera. Para obviar este inconveniente, el obispo Carrasco aconsejaba que los indios de Cuyo "no se encomendasen si no es a los vecinos de ella y que estuviesen acimentados con sus casas y familias en alguna de sus ciudades; y que los vecinos de esta ciudad que tienen encomiendas en dicha provincia, pasasen luego con sus casas a hacer vecindad en ella, so pena de pérdida sin dispensación por cualquier pretexto que sea".
Una real cédula fechada el 14 de abril de 1633 y publicada en San Luis a mediados de 1635 suprimía el servicio personal de los indios y establecía el tributo que debían pagar en dinero, sebo, ganados mayores y menores, trigo, maíz, anís, lentejas, garbanzos, y gallinas. Pero las cartas de los obispos de Chile revelan "la impunidad con que pueden los gobernadores omitir la ejecución y cumplimiento" de las disposiciones reales, "sobajados de los sobornos cuantiosos que les dan los vecinos encomenderos" .


8. Conocimiento de la tierra Con ciencia y paciencia, Canals Frau ha demostrado que "el núcleo central del habitat de los Huarpes estuvo bajo la dependencia del Cuzco" y fue, por consiguiente, "área de influencia política y cultural incaica". y en un trabajo publicado en 1942 agregaba este prudente investigador:
"Es cierto que la conciencia de esto no está muy generalizada entre los especialistas. y que hasta se ha discutido que los Incas hubieren, en momento alguno de su historia, dominado ningún rincón de 10 que es hoy territorio argentino. A nuestro modo de ver, hoy ya no se justifica en manera alguna este escepticismo. En los últimos años se han ido acumulando distintas pruebas, tanto de índole histórica como arqueológica, que no pueden ser pasadas en alto, y las que señalan claramente en el sentido de que el Imperio Incaico extendió efectivamente sus dominios por una parte del actual territorio argentino. Tampoco era lógico esperar, que habiendo los Incas conquistado la parte norte y central de Chile, no hubieren hecho algo similar con los territorios correspondientes de esta parte de los Andes, máxime si se considera que ellos se hallaban en su camino."
Si caer en la ingenua interpretación de supuestas pictografías de Intihuasi, hecha por Ameghino y repetida con fruición por Gez, Canals Frau analiza diversos rastros reveladores de la influencia incaica en la región cuyana, a través del cultivo del suelo, el vestido, la cerámica y la cultura espiritual. Particularmente estudia el camino del lnca, elemento civilizador utilizado también por los conquistadores españoles, verdadera vía de luz que doblegó la tierra ignota. La comarca de Cuyo fue hollada tanto por los hombres de César como por los soldados de Villagra, los pobladores de Castillo y los descubridores de Jufré. La ambición y la curiosidad, cuando no el hambre, llevaron y trajeron las huestes hispánicas, por todos los rumbos. Anduvieron así no sólo tras los ecos del Inca, sino también a lo largo de los senderos que abrieron huarpes y juríes, comechingones y pampas, en pos de maíz y de algarroba, de oro, de mujer y de aventura.
Por otra parte, "para que unos indios pudieran ser encomendados, era menester estar empadronados antes. Y para ser empadronados, era necesario que tuvieran una residencia más o menos fija en un lugar". Había, pues recorrer la tierra buscando esos lugares, guiado por las noticias dadas por los yanaconas o por los indios sometidos cuando no por las señales que el hombre deja irremediablemente blemente, en el suelo, en la piedra o en el árbol.
Parte de los indios cuyanos fueron empadronados Villagra, en 1551. Y cuando Juan Jufré exploró la provincia de Conlara, en 1562, "hubo también de empadronar a los indios en esa ocasión, pues las primeras referidas a indios de la región puntana, aparecen otorgadas por el gobernador Villagra, como consecuencia directa de esa exploración".
Así escribe Canals Frau. Y Montes -que califica de operación militar a la exploración hecha por Jufré- afirma que con ella "empieza la verdadera historia de la conquista de las sierras de San Luis".
A Diego Rodríguez Fragoso se le encomendaron indios cuyas tierras estaban en las cercanías de la sierra de los Apóstoles; Francisco Muñoz se hizo cargo del cacique Can- chuleta y todos sus pueblos; el cacique Cayasta pasó a servir a Francisco de Urbina; y a los favorecidos se suman luego Gabriel de Cepeda y Alonso de Reinoso, que también obtienen indios de la rica provincia de Conlara o valle de la Vera Cruz.
Por acta del 6 de julio de 1573 don Gerónimo Luis de Cabrera declaró fundada la ciudad de Córdoba, a la que más tarde asignó por jurisdicción 50 leguas al oeste, superponiéndose así a los derechos de Chile y originando numerosos Pleitos al encomendar indios de la región puntana, a espaldas de la sierra del Comechingones y en la parte norte de la región explorada por Jufré.
A las jornadas militares de conquista y a las tareas de empadronamiento y eVangelización -en las que inscribió su nombre fray Antonio de la Cruz- debe agregarse la introducción de valiosos elementos que gravitaron favorablemente en el asentamiento de las poblaciones.
Ya hemos recordado el interés de los huarpes Por adquirir ovejas de Castilla, antes de que los españoles Poblaran el valle de Guantata. Draghi Lucero expresa que los nativos "desde 1551 ya conocían los caballos, mulas, cabras y Posiblemente otros animales extranjeros". Levillier enseña que, a fines de 1556, desde Chile se llevaron a Santiago del Estero "semillas de algodón, plantas de uva, higueras y árboles frutales de Castilla" y que por esa época, también desde el otro lado de los Andes, se introdujeron ovejas, yeguas y vacas. De ese tiempo "data la iniciación del intercambio comercial de las provincias con Chile y Potosí. Recibía el Tucumán ropas, caballos, vacas, cabras, ovejas, plantas y semillas, y mandaba l11iel, cera, ropas de algodón, grana y cochinilla".
Después de la exploración realizada por Jufré, los mendocinos frecuentaron la comunicación con las poblaciones de arriba. Para ello utilizaron el camino que, desde el pie de los Andes, llegaba a la Punta de los Venados y luego se internaba en el valle de Conlara, rumbo a los juríes. También los sanjuaninos deben haber buscado salida hacia el oriente, atravesando la jurisdicción puntana para llegar a Córdoba.
La tierra, estaba, pues, "batida y cruzada en todas direcciones por indios y blancos". Tanto que, en 1578, Juan de Nodar añadía a su solicitud Para poblar en Conlara, un "modelo y pintura" de sus descubrimientos.
A las andanzas de los cuyanos sumaron pronto las de los cordobeses, empeñados en cimentar sus encomiendas al oeste de los Comechingones. Los nombres de los capitanes Fernando Mejía Mirabal y Tristán de Tejeda adquirieron resonancia en esa época, junto a los de Juan de Mitre y Bartolomé Valero, descubridores del río Quinto en 1578.
El camino entre Córdoba y Mendoza se consolidó en 1583, al pasar hacia Chile el gobernador don Alonso de Sotomayor con un refuerzo de 500 soldados. Desde Buenos Aires, el contingente marchó hasta Córdoba y de esta ciudad al río Cuarto, en tanto que don Alonso se dirigía directamente a San Juan y de allí a Mendoza, desde donde "se despacharon baqueanos que lograron dar con el paradero de esta tropa". Draghi Lucero anota que "Alonso de la Cámara informó que él había ayudado grandemente al éxito de la empresa".
La última batida militar fue ejecutada, con fuerzas cordobesas, por el capitán Tristán de Tejeda, quien en 1585, en las proximidades del Morro dispersó los indios alzados del cacique Cosle.

JUAN JUFRÉ

Hijo de don Francisco Jufré de Loaiza y de doña Cándida de Montesa, nació en Medina de Rioseco (provincia de Valladolid, España) hacia 1516 y falleció en Santiago de Chile el 4 de setiembre de 1578. Crióse en casa del conde don Pedro de Toledo y en 1538 se encontraba en el Perú, empeñado en reclutar gente para Valdivia, a quien acompañó desde Copiapó.
Asistió a la fundación de la ciudad de Santiago y luego retornó al Perú para luchar contra Gonzalo Pizarro.
De nuevo en Chile, sirvió en las campañas del Sur y apoyó con valor y denuedo a Hurtado de Mendoza, para después ayudar con dinero, caballos y bastimento s a Villagra, su pariente. Cuyo fue su premio y su porfía: exploró las legendarias tierras de Conlara, trasladó la ciudad de Mendoza y fundó la de San Juan de la Frontera. El Cabildo de Santiago lo vio desempeñar con celo todos los empleos: regidor, alcalde, procurador, alférez real. Constante y metódico, encauzó sus desvelos hacia la industria y el comercio con singular provecho: ejemplos de laboriosidad fueron su molino del Mapocho, su astillero del Maule y su fábrica de tejidos de Peteros. También impulsó la ganadería y la agricultura, robusteciendo así la conquista del Reino de Chile. Próximo a su fin, estableció una capellanía en Santo Domingo, donde fueron sepultados sus restos.
En 1555 había contraído matrimonio, por poder, con doña Constanza de Meneses, quien obtuvo autorización para pasar a Chile en noviembre de 1556. De esta unión nacieron once hijos, destacándose entre ellos el general don Luis Jofré, fundador de San Luis de Loyola.
FUENTES

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Cabrera, Pablo: Los aborígenes del país de Cuyo. Córdoba, 1929.
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Cunninghame Graham, R. B.: Pedro de Valdivia. Buenos Aires, 1943.
Diaz de Guzmán, Ruy: La Argentma. Espasa-Calpe Argentina S.A.Buenos Aires, 1945. '
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Levillier, Roberto: Descubrimiento y población del Norte argentino por españoles del Perú. Buenos Aires, 1943.
Levillier, Roberto: Guerras y conquistas en Tucumán y Cuyo. Buenos Aires, 1945.
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Vignati, Milciades Alejo: Culturas prehispánicas y protohistóricas de la provincia de San Luis. Buenos Aires, 1940-1941.