Capitulo III
San Luis en el Siglo XVII
CAPiTULO III
SAN LUIS EN EL SIGLO XVII
Raíz del localismo
La carencia de documentos o la falta de información no nos autoriza a
sostener que "no hay nada digno de especia) mención durante los treinta
años subsiguientes al establecimiento de la ciudad de San Luis". Y
aunque todo se hubiese reducido al "amargo recuerdo de aquella lucha a
muerte con el salvaje de la frontera sud" -lucha que no podía ser
recuerdo por cuanto no existió hasta mucho después- hay una ineludible
obligación de tratar de averiguar cuál fue la vida de los puntanos a lo
largo de esas primeras décadas, acaso las más difíciles y seguramente
raíz de un quehacer todavía no bien comprendido.
La atracción de la tierra se muestra vigorosa desde los tiempos
iniciales y no es necesario ahondar en la interpretación de los viejos
y escasos papeles para advertir cómo, el hombre de San Luis se aferra a
su suelo. Así, pocos días después de la fundación de la ciudad, don
Francisco Muñoz pide a Jofré que se lo prefiera en la posesión del
Carrizal, como poblador más antiguo. No es, pues, el aprovechado
encomendero que quiere crecer con el trabajo de los indios, sino el
conquistador conquistado, el que se enamora del terruño y desea
quedarse, arraigado en el dolor y en la esperanza de la gleba y la
arena. El plácido verdor de Chalachiri y de Chumire guardarán no sólo
su honrado sudor sino también sus sueños y, lo que es más ponderable,
sus hijos con alma serrana.
El espíritu de la ciudad, su nervio y su rumbo aparecen sin sombras en
la gestión 'que en 1603 el Cabildo encarga a don Andrés de Fuensalida
para conseguir que el Gobernador de Chile confirme la fundación
realizada por Jofré y limite las aspiraciones mendocinas, deslindando
las jurisdicciones en el Desaguadero y liberando a los indios puntanos
de trabajos y dependencias fuera de sus tierras.
Concedido esto y algo más por don Alonso de Rivera, los capitulares de
Mendoza no dejaron de expresar que la supresión de las mitas puntanas
señalarían la total destrucción de su ciudad y encargaron a su
mayordomo lo hiciese así presente al Corregidor para que no se quitase
tal servicio, "pues de derecho y conforme a las encomiendas de
losvecinos deben gozar de ello". Alegaron también que la ciudad de San
Luis se había poblado en términos de la de Mendoza "y los vecinos de
ésta haber más tiempo de cuarenta años, desde que se pobló esta dicha
ciudad, que han gozado y tenido de costumbre el venirse de mita los
dichos indios, además de los que han enviado a Chile".
La lucha -mal que les pese a ciertos cronistas-- no fue "con el salvaje
de la frontera sud". Y esto no puede silenciarse, porque se deforma la
verdad y se hace más difícil comprender lo que fue y lo que es eel 15
de noviembre de 1604 el Corregidor don Jerónimo de Benavidez recordó al
Cabildo mendocino la comisión que tenía "para ir a la gobernación de
los juríes y tratar con el gobernador de ella acerca de los términos de
esta ciudad y de la ciudad de San Luis de Loyola y de toda esta
provincia, para que se obvie los agravios y vejaciones que se han hecho
por particulares". En efecto: desde Córdoba, "es notorio que han
entrado soldados caudillos de mano armada, veinte y siete leguas de
esta ciudad de Mendoza, pasando más de catorce leguas adelante df! la
ciudad de San Luis",llevándose muchos caciques e indios y quitándoles
sus ganados, mujeres e hijos. Más, por estar ocupado Benavidez, el
Ayuntamiento de Mendoza comisionó a los capitanes Andrés de Fuensalida
Guzmán y Juan de Godoy para que, cualquiera de ellos, pasase a la
ciudad de Córdoba a pedir la restitución de los indios y caciques "y se
partiesen los términos de estas ciudades, según la antigüedad de las
encomiendas hechas por los gobernadores de cada Gobernación".
Cabe destacar que tanto Godoy como Fuensalida eran encomenderos de la
ciudad de la Punta que don Andrés fue uno de los más tenaces defensores
de los derechos de San Luis, a la que sustentó sin desmayos. La
representación que llevó ante el Gobernador Alonso de Rivera debe haber
sido el origen de las dos reales cédulas fechadas en Lisboa a 29 de
junio de 1619.
En una de ellas, dirigida al Virrey y la Audiencia de Lima, el Rey
expresa que por parte de la ciudad de San Luis de Loyola le ha sido
hecha relación que, respecto de
estar muy distante de la ciudad de Santiago, convendría darle
jurisdicción de por sí, nombrando en ella gobernador aparte,
agregándole la ciudad de la Nueva Rioja y poblando otra en el Río
Grande, sesenta o setenta leguas de la dicha ciudad, donde hay muchos
indios vacos por encomendar.
La otra cédula, en la que solicita el informe de la Audiencia de
Santiago de Chile, contiene la relación de San Luis en el sentido de
que por no estar declarados los términos de su jurisdicción y dónde se
divide de la de Córdoba, se ofrecen de ordinario muchos pleitos y
diferencias.
Pedía San Luis que, para evitar esos inconvenientes, "se lo mandase declarar, dándole la primer posesión".
Revelan estos documentos que San Luis no quiso para sí un destino de
paradero o fortín levantado junto al camino de las carretas, sino que
buscó su autonomía de ciudad hispana, consciente de sus obligaciones y
celosa de sus derechos. Que era, si bien se mira, una forma de
robustecer el país de Cuyo, extendiendo la religión y asegurando sus
confines.
El sentir de un pueblo
No son éstas las únicas noticias que se han conservado sobre el
espíritu de independencia que nutría la vida de San Luis. Otros
documentos, hondos y esclarecedores, podemos ofrecer a la meditación de
los estudiosos, porque no todo ha de ser leer de prisa viejos
testimonios.
El 5 de mayo de 1632 el Cabildo acordó no recibir al nuevo teniente de
corregidor Domingo Amigo Zapata y dispuso que el sargento mayor Pedro
Pérez Moreno continuase ejerciendo dicho oficio. Para adoptar esas
decisiones, los capitulares se apoyaron en el conocimiento que tenían
sobre el estado de la tierra y en las declaraciones de los vecinos
sabedores de las andanzas del pretendiente.
Don Francisco Rodríguez de Gamboa, regidor y alcalde de la santa
hermandad, expresó que al Cabildo le constaba "por cartas y avisos que
el gobernador don Gerónimo Luis
de Cabrera y otras personas habían enviado a esta ciudad", que todos
los indios de las ciudades de Londres y La Rioja y parte de los de la
jurisdicción de San Juan estaban rebelados "y han peleado muchas veces
con los españoles y han muerto más de cien hombres, mujeres y
sacerdotes". También le constaba, por aviso que diera el cacique
principal don Francisco Muño, que en esta jurisdicción "están muchos
indios juntos, prevenidos con armas y caballos, y que no han osado
venir a esta ciudad (aunque no hay en ella más de tan solamente tres
vecinos feudatarios y cinco moradores y muy pocas armas), por'ser al
presente teniente de corregidor y justicia mayor en esta ciudad el
sargento mayor Pedro Pérez Moreno, persona que ha más de veinte y cinco
años que reside en esta ciudad, pacificando y ayudando a reducir los
indios de esta comarca; y por el buen nombre que tiene entre todos los
dichos indios y los de las pampas, por ser muy valeroso soldado de
mucha opinión, no se atreven a acometer esta ciudad y es muy cierto que
si en esta ocasión fuera otra persona teniente, hubieran intentado
llevarse esta ciudad los dichos indios".
En la información que el procurador de la ciudad Marcos Muñoz presentó
para justificar su contradicción al recibimiento del nuevo teniente
corregidor, varias personas declararon que si bien Domingo Amigo Zapata
era vecino feudatario de San Luis, no tenía casa poblada ni atendía a
las obligaciones de los vecinos. En cuanto a sus indios, los había
arrendado a un vecino de Santa Fe; de ahí que pretendiera el gobierno,
"para con más facilidad poder maloquear los dichos indios a costa de
los vecinos y moradores".
Además de haber maltratado a indios e indias, era público y notorio "en
esta ciudad y en la de Mendoza donde reside, que es tenido y habido y
comúnmente reputado por hombre
de mala condición, amigo de pleitos y disensiones".
Recibirlo, pues, hubiera equivalido a hacer desamparar la ciudad. "Y
estando desamparada, podrán los indios con mucha facilidad quemar la
ciudad y llevarse las mujeres y lo demás que hallaren, con que quedará
alzada toda la tierra".
Cinco años después, en abril de 1637, compareció el capitán Juan Luis Pacheco con título de teniente corregidor.
En esta oportunidad lo contradijo Rodrigo de Narváez, quien ejercía el
empleo desde febrero, con derecho a gozar el título durante un año y un
día.
Los capitulares, tras manifestar que "tienen buen teniente que los
mantiene en paz y justicia", asentaron en su libro de acuerdos que,
además, "todos los vecinos y moradores de esta ciudad han clamado y
pedido a su señoría que no reciban tenientes nuevos, pues el que lo
está usando no les hace mal ni agravio".
Expresaron los capitulares, asimismo, que el título de Pacheco "es su
fecha diez días antes que el del capitán Rodrigo de Narváez, con lo que
quedó revocado". Tampoco había en la ciudad quien le sirviese de
fiador, "porque están los moradores ausentes". Finalmente, decían los
hombres del Cabildo puntano: "Y cuando sea necesario se darán más
causas y 10 que el pueblo clama".
En septiembre de 1643 Juan Gómez Isleño intimó el cumplimiento de una
real cédula de 1624, en la que la Audiencia de Santiago de Chile, en
vista de los daños e inconvenientes que resultaban por no ser examinado
ni aprobados los tenientes corregidores, mandó que no ejerciese dicho
oficio ninguna persona que no fuere examinada y aprobada por el Consejo
o la Audiencia, ni los Cabildos la admitiesen, debiendo en cambio
deponer "a los que en contra de esto estuvieren ejerciendo".
Inútil fue que el teniente gobernador de San Luis don Bartolomé de
Ribas alegase que había sido aprobado en Mendoza: el Cabildo puntano le
ordenó arrimar la vara, pena de-doscientos pesos oro, además de
enviarlo "preso, a buen recaudo", si no cumplía.
Seguidamente, el Cabildo mandó "que los vecinos y moradores de esta
ciudad no obedezcan ni acaten las órdenes y mandatos del capitán
Bartolomé de Ribas, por cuanto está depuesto de la vara de teniente de
corregidor y justicia mayor por la cédula intimada a este Ayuntamiento,
pena de cien pesos de oro aplicados a la cámara de su majestad al que
no cumpliere con el tenor de este auto y real cédula, sin réplica ni
súplica obedecida como dicho es".
La ciudad junto al camino
Todavía alguien soñaba con los Césares, en tanto el
general Mosquera, desde Buenos Aires, atravesaba soledades para ir a
llevar refuerzo de mil hombres al otro lado de la cordillera. Y una
tras otra las cédulas reales mandaban sustentar las ciudades de Cuyo,
que tendían a despoblarse por la continua extracción de indios y la
falta de autoridades temerosas de Dios.
En la jurisdicción de San Luis., luego de confirmada la fundación hecha
por Jofré, la acción pobladora se vigorizó a pesar de los pleitos y
rencillas que asomaban en
lontananza, tanto del Naciente como del Poniente. Algunos documentos
prueban que la población fue en aumento hasta 1630, año en que la
comarca padeció los efectos de la peste introducida desde el Tucumán y
el .litoral. Pero los papeles también sirven para disimular escondidos
intereses y más de una vez se contradicen, obligando a mirar con
atención más allá del duro rasguear de los amanuenses.
No uno sino dos y tres testigos, afirmaban en mayo de 1632 que en esta
ciudad sólo había tres vecinos feudatarios y cinco moradores. Sin
embargo, ese mismo mes, un capitular expresaba que "en esta ciudad hay
muchos moradores que tienen vecindades con que sustentan casa, armas y
caballos y hacen sus sementeras y acuden a lo demás".
Entre 1630 y 1647 se menciona a los encomenderos Francisco de Lariz,
Domingo Amigo Zapata, Fracisco Felipe, Juan Gómez Isleño, Marcos Muñoz,
Pedro de Reinoso y Pedro Moyano Cornejo. Se destaca, asimismo, que
algunas pérsonas hacen de escuderos'o sustentan vecindades ajenas, a
pesar de tener la suya propia. El detalle es valioso: Juan Luis Pacheco
tiene las vecindades de Diego Flores y Diego de Salas; Juan Gómez
Isleño, las de Andrés Fuensalida y Jusepe Rodríguez de San Pedro;
Marcos Muñoz, las de Bartolomé Maldonado, Valentín Fernández de
Córdoba, Pedro de Zárate Bello y Bartolomé de Rojas; don Pedro de
Reinos o, la de Alonso de Caravajal; el capitán Pedro Pérez Moreno -que
no debe confundirse con el sargento mayor de ese mismo nombre- las de
Francisco de Eraso y Antonio Chacón; y la viuda Inés de Valencia, las
de Andrés Illanes de Quiroga, Francisco de Mena y Rafael de Zárate,
"siendo mujer, que no puede tener vecindad ninguna".
Este importante documento -de fecha 12 de septiembre de 1637- a la vez
que pone en evidencia una de las causas que impedían el adelanto de la
ciudad, es el primero que menciona el nombre de una mujer pobladora:
doña Inés de Valencia. Junto a ella se agrupan las otras, como claras
sombras: las que los pampas se llevarán si la ciudades desamparada; la
mujer del cacique Choromta, conducida a Mendoza en una collera; la
mujer, la suegra y la cuñada de Melchor Fernández Crispín, que venían
del puerto de Buenos Aires por el camino nuevo; las que claman que no
se cambien los tenientes; la que Juan Escudero fue a buscar a Santiago
de Chile; aquella que, a la puerta de la iglesia, bailó con el
Corregidor Juan de la Banda al son de un arpa; y aquella otra, hija de
la tierra, que casó con Marcelo de Magallanes para que se quedase a
poblar.
A mediados de 1632 se afirmaba que los pocos vecinos y moradores eran
"todos muy pobres". Cuatro años después, al Cabildo le constaba "la
mucha necesidad que hay de comida y se padece mucha hambre, de que
resulta estar apestados los naturales". En 1637, el procurador don
Pedro de Reinoso pedía que no se hiciesen malocas a los indios, "porque
al presente no hay en qué ocuparlos ni qué darles de comer". El
teniente corregidor Pedro de Fuentes Pavón, en noviembre de 1650, pidió
licencia para ir a Buenos Aires, "pues está pereciendo así su casa como
la gente que tiene indios y mucha chusma, por respecto de haberle
faltado la comida y no haberla en esta ciudad para poderla comprar".
Ese mismo añio el 'alcalde Juan de Acosta Acufia repetía que "en esta
ciudad no viven más de tres vecinos encomenderos y cinco moradores" y
agregaba: "es tanta la pobreza que apenas se pueden sustentar, por no
tener granjerías por ser la tierra tan estéril, porque no tienen viñas
y otros frutos y sementeras que no se dan". Decía también que las
cosechas eran escasas "por ser el agua tan poca",
"y así viven con necesidades que se pueden entender".
Sin embargo, a partir de 1650 es notable el incremento de la ganadería
puntana, merced a las recogidas de haciendas que se efectuaban en las
pampas. Gracias a este importantísimo aporte, crecieron las estancias y
fue posible comerciar activamente con Chile, si bien los intereses de
muchos poderosos entorpecieron con insistencia esas labores, único
recurso de San Luis.
La proximidad de la serranía -baluarte, recreo y despensa- hizo que la
ciudad ofreciese pocos atractivos para un prolongado estar. De ahí que
los vecinos cumpliesen apenas la obligación de sustentarla. Y no es
extraño que en 1636 se ordenase poblar la ciudad, afirmando que "está
sola y se caen las casas".
Entregadas las tierras a poco menos que transeúntes o despreocupados
usufructuarios, no se volcaban sobre ellas el interés y el cariño de
los auténticos pobladores. Una real provisión de 1633, dictada a
requerimiento del Cabildo puntano, trató de extirpar ese mal
disponiendo que las vecindades se diesen a los moradores que estuviesen
acimentados pero que no se otorgasen a quienes moraban en San Juan y en
Mendoza.
Alrededor del Cabildo
No son muchos los acuerdos del Cabildo puntano que han llegado hasta
nosotros. Acaso los más interesantes se perdieron en el mismo siglo
XVII, para que no quedasen constancias de disposiciones que gravitaban
sobre intereses particulares, fueran ellos de tierras o de buena fama.
El temor a la justicia también movió las manos de capitulares y
allegados, no sólo en San Luis. Y si muchos se adueñaron de leguas y
leguas de dudosa propiedad, no fueron menos los que evitaron manchar
sus abolengos con tiznes de infieles o contrabandistas.
Evidentemente, nuestros capitulares no se caracterizaron por su
actividad. A duras penas se reunían el primer día del año, para
practicar la elección obligada. Y con tanto o más esfuerzo volvían a
juntarse la víspera de la festividad del santo Patrono, para cumplir
con el requisito de entregar el estandarte al nuevo alférez real. Pero,
en general, a los acuerdos asisten tres o cuatro personas, incluso el
teniente corregidor. De los demás, es frecuente que se diga que no
están en la ciudad. En 1634 el sargento mayor Marcos Muñoz ordenó que
los capitulares "se junten a Cabildo todos los sábados, pena de cuatro
pesos, salvo que estén fuera del pueblo, dos leguas para arriba". Y en
1643 el teniente corregidor Bartolomé de Ribas fue requerido por tres
veces, en el asiento de las Chacras, para que asistiese al
Ayuntamiento.
Difícil resulta determinar dónde se reunían los cabildantes. El 2 de
enero de 1634 lo hicieron "en la chácara del sargento mayor Pedro Pérez
Moreno, como una legua de la ciudad", y en 1684 "en nuestro lugar
acostumbrado", sin agregar otra referencia.
Varias anotaciones indican que las casas para el Cabildo estaban en
construcción. A ellas se aplica parte de las penas establecidas por el
Ayuntamiento, aunque no se guardan documentos que demuestren la
percepción de esas multas.
En el acuerdo del 3 de junio de 1636 se expresa: "esta ciudad está sin
casas de Cabildo y es razón que se hagan; todos unánimes y conformes
dijeron que se acaben las casas de Cabildo que están empezadas y se
ponga por obra luego que acaben de sembrar, para lo que se juntarán y
repartirán lo que cabe hacer a cada vecindad, y cómo se les ha de dar
de comer a los indios que trabajaren, y se cobrarán las condenaciones
que se deben para el Cabildo, y mandan se haga memoria de ellas y se
traiga para proveer justicia". Sin embargo, a fines de 1650, se
testimonia la pobreza de la ciudad diciendo: "pues se ve que no se han
podido hacer unas casas de Cabildo".
En diversas oportunidades, los capitulares trataron de arbitrar
recursos. Así, en 1627, dispusieron que no se cortase madera sin la
debida autorizaci6n, medida que alarmó al Cabildo mendocino por el
"gran daño" que ocasionaría a las ciudades de Mendoza y San Juan, que
era donde se la aprovechaba. En 1649 volvieron a ocuparse de ese
engorroso asunto, manifestando "que los Cabildos atrasados trataron y
pusieron en ejecución, habida consideración a que los vecinos y
moradores de esta dicha ciudad están tan imposibilitados y necesitados
por la falta de comida para poder acudir a las obras públicas, como son
de la iglesia matriz de esta ciudad que está por hacer el campanario y
estribarla y las casas de Cabildo que están empezadas, y ser imposible
que esto se pueda hacer y acabar sin ayuda de los troperos de carretas,
que pasan cada día, así de la provincia como fuera de ella, atendiendo
a que los susodichos llegan a esta ciudad y en ella y su jurisdicción
cortan la madera que quieren y hacen carretas y llevan sus carretas con
ella para sus granjerías cargadas de rayos, camas, ejes y mazas y todo
lo demás de madera que quieren y que en esto no se les impide; y así,
atendiendo a que no se les hace agravio, ordenamos que todas las tropas
de carretas
que vinieren de vuelta de viaje, de cualquier calidad que sean y de
cualesquier personas, si trajeren veinte carretas (trabajarán) diez
tapias, y por este tenor se vaya siguiendo, aplicando en esto al
beneficio de las obras públicas dichas y aumento de esta república".
Ante el reclamo de los vecinos y moradores de San Juan y Mendoza, el
Corregidor Juan Ruiz de la Cuesta ordenó suspender tales servicios por
los daños y gastos que ocasionaban a los carreteros, pues se huían los
indios compelidos al trabajo de tapias, se perdían bueyes, mulas y
caballos y "de ordinario faltaba el mantenimiento" en la ciudad de San
Luis. Los capitulares puntanos, si bien acataron la orden, no dejaron
de hacer presente que en Córdoba, "siendo tierra tan abundante", se ha
dado para propios de la ciudad la madera que hay en su distrito y que
en Buenos Aires las carretas que van con vino deben trabajar en las
obras públicas.
El Cabildo de Mendoza, por su parte, había prohibido a los sanjuaninos
sacar barro del que se empleaba para hacer vasija s para el trajín del
vino.
Multiplicadas las haciendas en las tierras del sur, San Luis debió
soportar las incursiones de sus vecinos, "sin embargo de tener otros
medios de sustentarse, como son las minas, viñas y sementeras". El
Gobernador de Chile don Tomás Marín de Poveda determinó, en 1691, que
quienes se internasen a vaquear debían pagar un quinto al Cabildo de
San Luis, impuesto ilusorio como tantos otros.
El hombre de la Punta
El camino tornó andariego al puntano. Pero también lo hizo volvedor. La
sierra lo aquerenciaba, con su hilo de agua, sus maicitos, sus árboles
tutelares. Y el caballo le daba a beber horizontes de libertad. Cosa
que, si no -está escrita con tinta, lo está con sangre heroica. Sin que
le falte la floración de una copla o una tonada.
Anda el puntano. Ahí está, para certificarlo, el ir y venir de los
cabildantes y los tenientes corregidores, que no pueden salir de la
jurisdicción sin licencia. Pedro de Reinos o va al puerto de Buenos
Aires; Juan de Escudero a Córdoba, a San Juan y a Chile; Marcos Muñoz a
Chile y a San Juan; Melchor Fernández Crispín atraviesa las
pampas para ir a topar a su familia; Juan Gómez Isleño frecuenta San
Juan y llega también hasta el Río Cuarto;Bartolomé Díaz viaja a
Mendoza; para curarse; Diego José
Olguín no descuida sus negocios al pie del Andes
El puntano -indio o criollo- es aparcero de la huella.
Va con las carretas, para arriba y para abajo. Se adentra en las pampas
detrás del ganado cimarrón o para renovar la porfía de los antepasados,
marchando hacia adelante.
Siempre tiene algo que preguntarle al viento, a la nube, a la arena, al
pasto, a la estrellas. Y deja su mensaje tanto en la ribera remota como
en la ciudad empinada.
Los trajines del gobierno se le hacen cuesta arriba.
Patente se ve hasta en el desempeño del alferazgo real. En el acuerdo del 8 de mayo de 1647 dicen los capitulares:
Algunos años atrasados han salido nombrados los alféreces reales de
esta ciudad para sacar el estandarte el día del señor San Luis, patrón
de esta ciudad, y su víspera; y algunas personas, no tendiendo a la
obligación que tienen de sacarle saliendo electos por este Cabildo, se
ausentan y no acuden a sacarle; y así para remedio de lo dicho y
para de aquí adelante no sean osados a faltar estos días, acordaron de
hacer este auto para ahora y para adelante; y así mandamos que ninguna
persona de las electas para
aquel día falten o sacar1e, pena de cien patacones para la fábrica de
las casas de Cabildo y privación de oficio real por cuatro años a los
que lo contrario hicieren".
No sólo se eludía sacar la enseña: también se dejaba de acompañarla,
así lo revela un auto de fecha 24 de agosto de 1689, en el que el
alcalde Lorenzo Muñoz de Aldana dice: "Habiendo visto que muchas
personas se excusan de acompañar el real estandarte, como vasallos del
rey nuestro señor, y porque ninguno es reservado en semejantes días de
subir a caballo y acompañar el real estandarte, por la presente mando
que todos los vecinos y moradores de esta ciudad y pasajeros que al
presente están en esta ciudad suban a caballo y acompañen el real
estandarte, pena de cuatro pesos aplicados a la cámara de su majestad y
gastos de obras públicas por mitad y diez días de cárcel".
Sin embargo, numerosas referencias demuestran que, más allá de
formulismos y protocolos, el puntano amaba su tierra y la defendía no
sólo del indio rebelde sino también del intruso y el ventajero. En ese
sentido es notable la proficua labor de hombres como Marcos Muñoz,
Pedro Pérez Moreno el Viejo, Juan Gómez Isleño, Rodrigo de Narváez,
Francisco Díaz Barroso y Lorenzo Muñoz de Aldana.
y conste que en esta somera y muy limitada enumeración incluimos tanto
a los hijos de la tierra como a los que se consubstanciaron con ella,
enriqueciéndola con el esfuerzo
de su carne y de su espíritu.
Hubo, sí, rencillas y enconos, nutridos muchas veces por los escabrosos
y repetidos juicios de residencia a que eran sometidas las autoridades
al investigarse la labor de
los corregidores. Pero esos mismos resquemores son señales del fervor
de la sangre enamorada del terruño y capaz de entregarse en obras de
concordia y generosidad.
A fines de 1682 el teniente corregidor José Pardo Parragués, enfermo en
Mendoza, informaba al corregidor que, desde San Luis, algunos
capitulares y muchas personas le habían llamado "con todo aprieto" para
que se hallase en las elecciones, "por estar dicha ciudad en bandos y
esperarse para dichas elecciones muchos ruidos y disensiones". Más
notable y digna de recordarse nos parece la exhortación que solía
dirigirse a los capitulares antes de que expresasen sus votos: "Que
pusiesen sus ojos en Dios y hiciesen sus elecciones en paz y quietud en
personas que vean por el bien y útil de esta república". Exhortación
que, a veces, el escribano de Cabildo asienta de esta manera ejemplar:
"Nos pidió, de parte de Dios y de su majestad, hagamos alcaldes
que mantengan la república".
En esa fe que busca "mantener la república" por los caminos- de la paz
y la quietud, finca el valor moral del puntano. y no sólo en el siglo
XVII.
Vecinos y moradores mencionados entre 1600 y 1650
Alvaro de Acosta -Juan de Acosta Acuña -Martín Alonso del Rincón -Juan
Amaro de acampo -Domingo Amigo Zapata -Juan de Benevides -Pedro Bravo
-Juan Bravo de Naveda -Agustín Bustos -Bartolomé Bustos - Diego Bustos
-Juan Bustos -Alonso de Caravajal -Antonio Chacón -Jerónimo de Chávez
-Bartolomé Díaz -Juan Díaz -Francisco Díaz Barroso, el Viejo -Francisco
Díaz Escudero -Francisco Domínguez -Francisco de Eraso - Juan Escudero
de Aldana -Francisco Felipe -Valentín Fernández de Córdoba -Melchor
Fernándes Crespín -Manuel Fernández Tibel -Diego Flores -Andrés de
Fuensalida -Martín de Fuensalida -Juan de Godoy -Juan Gómez Isleño
-Francisco de Guzmán -Pedro de Guzmán -Andrés manes de Quiroga -Crispín
Jorge -Francisco de Laris y Desa -Martín de Larrea -Gonzalo de Lorca
-Bartolomé Maldonado -Remando Martín Cecilio -Francisco de Mena
-Antonio Méndez de Sosa -Antonio Moyano Cornejo -Alonso Muñoz
-Francisco Muñoz, el Viejo -Francisco Muñoz, el Mozo -Marcos Muñoz, el
Mozo -Pedro Muñoz -Diego Muñoz Bohorquez -Rodrigo de Narváez - Pedro de
Olivera -Juan Luis Pacheco -Lorenzo Páez -Nicolás Pérez Mella -Pedro
Pérez Moreno, el Sargento Mayor -Pedro Pérez Moreno, el Capitán -Juan
de Puebla Alonso de Reinoso y Robles -Fernando de Reinoso y Robles
-Pedro de Reinoso y Robles -Pedro de Ribas -Francisco Rodríguez de.
Gamboa -José Rodríguez de San Pedro-Bartolomé de Rojas -Francisco
Roldán -Diego de Salas -Gabriel Serrano -Gregorio Serrano -Antonio de
Sosa, el Mozo -Martín Tejeros -Inés de Valencia -Alonso de Videla
-Jacinto de Videla -Francisco de Zapata -Rafael de Zárate -Pedro de
Zárate Bello.
Vecinos y moradores mencionados entre 1651 y 1699 Melchor de Altamirano
-Alonso Bustos -Cristóbal Bustos -Domingo Bustos -Lucas Bustos -Juan
Bustos de Varela -Alonso Casares y Godoy -Francisco Chacón -Antonio
Díaz -Diego Díaz -Bernabé Díaz Barroso -Francisco
Díaz Barroso, el Mozo -Juan Díaz Barroso -Antonio de Eraso -Diego Félix
Escudero -Diego Gaitán de Escudero - Pedro Escudero -Bartolomé
Fernández -Pascual Fernández de Porres -Jerónimo Flores -Nicolás de
Fredes -Juan de Fuensalida -Antonio Garín de Azpeitia -Domingo Garín de
Azpeitia -Diego Gil de Ortuño -Juan Gil de Ortuño - Juan Godoy del
Castillo -Miguel Gómez Isleño -Bernardo de Igoztegui -Luis Lucio Lucero
-Marcelo de Magallanes - José de Mena -Lorenzo Muñoz de Aldana -Juan de
Ojeda -Diego José Olguín -Juan Vidal Olguín -Miguel Gerónimo de Orosco
-José Pallero -Diego Pérez Moreno -To- más Pérez Moreno -Cristóbal
Pizarro -Francisco Pizarro -Marcos del Pozo -Jacinto de Quiroga -Pedro
de Quiroga -Antonio Rodríguez Brito -Francisco de Sala- manca
-Francisco Salinas -Antonio de Salinas y Narváez -Bartolomé de Sosa
-Francisco Tobar -Andrés de Toro Mazote.
En esta lista -que no pretende agotar tan riesgoso tema- no se incluyen los nombres que ya figuran en el período 1600-1650.
FUENTES
Archivo Histórico y Gráfico de San Luis.
Academia Nacional de la Historia: Actas capitulares de Mendoza,
Tomo l. Buenos Aires, 1945.
Acevedo, Edberto Oscar: Documentación histórica relativa a Cuyo.
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Cabrera, Pablo: Los aborígenes del país de Cuyo. Córdoba, 1929.
Draghi Lucero, J\lan: Introducción (a las Actas capitulares de Mendoza). Buenos Aires, 1945.
Escribania de Gobierno y Archivo General de San Luis.
Espejo, Juan Luis: La Provincia de Cuyo del Reino de Chile, Tomo l.
Santiago de Chile, 1954.
Gez, Juan W.: Historia de la provincia de San Luis, Tomo l. Buenos
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Junta de Estudios Históricos de Mendoza: Actas capitulares de Mendoza, Tomo 1I. Mendoza, 1961.
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Saá, Victor: El Cabildo puntano. San Luis, 1964.