Historia 15 de febrero del 2011

Capitulo V

Bajo la autoridad de Sobremonte


CAPITULO V
BAJO LA AUTORIDAD DE SOBREMONTE
Sucesos notables durante el virreinato
El virreinato del Río de la Plata, como lo enseña Verdaguer, "fue el cuarto y último de los establecidos en la Américo española, realizada su erección por real cédula de Carlos 111, firmada en San Ildefonso el 19 de agosto de 1776".
Recuerda este autor que, "al erigirse el virreinato del Río de la Plata, la provincia de Cuyo fue separada de la gobernación de Chile y agregada a él (como parte de la provincia del Tucumán). No obstante, eclesiásticamente continuó durante treinta y tres años más bajo la jurisdicción del obispado de Santiago de Chile".
Por la. Ordenanza de Intendentes, dictada el 28 de enero de 1782, el territorio de Cuyo debía componer la Intendencia de Mendoza. Sin embargo, otra real orden de fecha 29 de julio de ese mismo año dividió "en dos gobiernos el de la provincia del Tucumán, con el agregado de la de Cuyo. ..debiendo en su consecuencia quedar por residencia y capital del nuevo gobierno la ciudad de Córdoba del Tucumán y comprender además las de Mendoza, San Juan del Pico, San Luis de Loyola y Rioja, con sus respectivos distritos".
De ese modo, tanto la labor del Cabildo como las aspiraciones y quejas de los vecinos remontaron un nuevo curso, primero hacia Buenos Aires y luego hacia Córdoba, sin que San Luis dejara de depender de Mendoza en lo relacionado con el manejo de la real hacienda.
"En conformidad de las repetidas providencias libradas a efecto de prohibir los regadíos y sementeras del Bajo, donde anteriormente se hacían con detrimento común de la ciudad, y atendiendo a la reincidencia de este abuso y la continuación del perjuicio que causa", el 8 de noviembre de 1777 mandó el Cabildo que ninguna persona "de cualesquier estado, calidad o condición que sea", sembrase ni regase en dicho Bajo pena de veinticinco pesos y pérdida de la sementera y cercados que hiciere, " si se verificare reincidencia en este asunto, se le declarará por no parte en el dominio del terreno que poseyere en aquel paraje". Con fecha 19 de diciembre, el virrey don Pedro de Cevallos previno a los capitulares le informasen, "con la mayor brevedad", de los motivos que los determinaron para hacer suspender el riego en las expresadas tierras, de lo cual "resultan perjudicados los vecinos que tienen sus posesiones en aquel sitio, y principalmente el cura párroco don Cayetano de Quiroga". La medida adoptada por el Cabildo tendía a asegurar el adelantamiento de la ciudad y a beneficiar por igual a todos los vecinos, pues ya en 1754 el oidor y juez de poblaciones don Juan Gregorio Blanco de Laisequilla "privó del todo no se sembrase sementeras de ninguna clase ni se pusiesen fincas raíces en todo el Bajo a la parte del naciente de esta ciudad, porque del todo se pierde la corta agua que vierte el ojo de ella para su regadío". Por esta misma razón, dicho juez dio a los jesuitas cuatro cuadras de tierras al oeste, "para que mudasen una viña que allí tenían", en tanto que "a don Ramón Fernández le dio también dos cuadras y a don Mateo Gatica otras tres".
Cuando se hizo cargo del virreinato don Juan José de Vértiz, el Cabildo comisionó a don Rafael Miguel de Vílchez para que pasase a felicitarlo y le propusiese a beneficio de la ciudad cuanto conceptuase adaptable. El apoderado señaló, primeramente, que San Luis se hallaba "de muchos años a esta parte, en la mayor indigencia, falta de propios y de otros fomentos que pudieran darle lustre y aumentarse por este medio su vecindario, y sujetando el furioso orgullo del indio infiel que incesantemente amenaza una lamentable ruina a la ciudad y sus distritos".
Vílchez concretó luego su representación en cinco puntos principales: la necesidad de armamento, pues siendo mil quinientos sujetos de armas los que componen veintitrés compañías, sólo se dispone de "cincuenta fusiles viejos inservibles y hasta doscientas lanzas"; la creación de propios para la ciudad, mediante un impuesto destinado a reunir fondos para costear gastos de recorridas de campo, destacamentos militares en los fuertes de San José del Bebedero v San Lorenzo, construcción de una cárcel, remisión de reos 'criminos os y algunas obras públicas; la imposición de una moderada contribución a las personas que, no siendo vecinos, se internen en la jurisdicción para comprar ganado; la creación de un impuesto similar o licencia para quienes, con dinero o con efectos, se introduzcan a comprar o cambalachear; la aplicación del ramo de compostura a quienes abran venta de licores, yerba, azúcar, jabón, velas y otros productos.
En su interesante informe, Vílchez expresaba también que en la ciudad de San Luis "no hay más casa de religiosos que el convento de Predicadores, y siendo éste el que desde la erección de la ciudad ha sostenido en sí el peso de la predicación evangélica, enseñando e instruyendo a la juventud en las primeras letras, sirviendo de suministrar los santos sacramentos en calidad de curas párrocos, pues por la indigencia de sus habitadores no había por aquel entonces quien ejerciese este ministerio". Asimismo, pedía para los dominicos todos los bienes que pertenecieran a los jesuítas, "bien entendido que, en tal caso, serán los dichos religiosos obligados a mantener efectivamente la enseñanza de las primeras letras y una clase de Gramática con que se adelante y sujete la juventud". Durante más de cuatro meses el apoderado puntano permaneció en Buenos Aires, siguiendo de oficio y a su costa las diligencias que se le encomendaron, hasta que en marzo de 1779 decidió regresar, "así por ser estos unos asuntos tan morosos por su naturaleza como por la falta de conocimiento de los sujetos que componen aquellos tribunales".
En octubre de 1779 y ante la denuncia de que en la campaña puntana existían "muchas familias cuyas gentes carecen de subordinación, abundando en latrocinios por los muchos vagos y bandidos a que el vicio del juego, libertad de costumbres y falta de jueces que administren justicia da lugar", Vértiz nombró cuatro jueces comisionados "para que se verifiquen la tranquilidad y sosiego de dichos habitantes y la corrección y castigo de los malhechores. Designó el virrey para el partido de la Punilla, Estanzuela y Piedra Blanca a don Miguel Antonio Mujica, para el de Quinne (Quines) a don Juan Gutiérrez, para el del Morro a don Alejandro Gómez y para la villa de Renca a don Baltazar Guiñazú, quien se excusó por "su avanzada edad y habituales accidentes".
Don Fausto Ximénez, como juez visitador delegado para la medida, venta y composición de tierras realengas y baldías, ordenó a fines de 1782 "que todas y cualesquiera personas que poseyeran realengos, estando o no poblados, cultivados o labrados, desde el año de mil y setecientos hasta » el presente, acudan a manifestar. ..los títulos y despachos en cuya virtud los poseen, dentro del preciso término de seis meses", que por último y perentorio señaló "en concepto a la distancia y pobreza del país". Esta orden se publicó por bando en la capilla del Pantanillo, en la capilla de San Francisco, en el paraje de la Piedra Blanca, en la capilla de los señores Funes (Punta del Agua), en la capilla de Renca, en la Punilla, en el paraje del Morro yen el paraje del Saladillo. Expulsados los jesuitas en agosto de 1767, no quedó en el viejo local de los jesuitas. Pero sólo en 1783 don Juan de Videla, los dominicos de inmediato tomaron a su cargo la enseñanza de las primeras letras. Diversas constancias documentales certifican que, entre 1767 y 1783, los presbíteros Cayetano de Quiroga y Francisco Javier Gamboa, además de fray Ignacio Sosa, de la Orden de Predicadores, mantuvieron escuela, con gran aceptación del vecindario. De tanto en tanto, el Cabildo dio señales de preocuparse por la instrucción de los niños y en 1771 convocó a los vecinos, buscando arbitrar los medios para establecer una escuela en el viejo local de los jesuitas. Pero sólo en 1783 don Rafael Miguel de Vílchez se hizo cargo de la Escuela del Rey, tras un prolijo examen de "lectura, letra y aritmética".
Poco duró, sin embargo, el eficiente preceptor, pues falleció en 1784. El 1 de diciembre de ese año el Cabildo nombró, "por ser idóneo y de probada conducta", a don José Quintana, quien desde hacía varios años se encontraba en la capilla de Mercedes o de los Funes (Punta del Agua) "ocupado en el ministerio de enseñar las primeras letras a la juventud del lugar". Quintana, que tenía unos treinta alumnos, se resistió a dejar aquel vecindario y fue conducido a San Luis a viva fuerza. En su nueva escuela -de la cual era Patrona la Inmaculada Concepción- permaneció hasta 1791, año en que fue reemplazado por don Juan Laconcha, a quien secundaba un hijo de éste, llamado Juan Plácido.
Quedó éste al frente de la escuela al morir su padre, en 1794, pero el cargo de preceptor le fue tenazmente disputado por el presbítero Francisco Borjas Poblete, a quien apadrinaba el Cabildo. Poblete estuvo algún tiempo al cuidado del establecimiento, pero su labor no dio frutos, pues los alumnos lo abandonaron, incapaces de soportar la férrea disciplina que quiso imponerles. Repuesto en su cargo por orden de Sobremonte, Juan Plácido Laconcha continuó enseñando a la juventud puntana, aunque perseguido siempre por más de un enemigo.
Otro de los principales promovedores de la enseñanza pública en San Luis fue el párroco Francisco Javier Gamboa, cuya acción tesonera surge de muchos documentos. A mediados de 1804 es el Cabildo el que asienta en su libro de acuerdos "que se solicite por la superioridad la asignación para los maestros de primeras letras, pues se halla en esta ciudad un sujeto idóneo para poder ejercerla, que lo es el doctor José Manuel Echegaray, clérigo presbítero". En abril de 1806 fue designado preceptor Miguel Lamarca, y al poco tiempo se originó en la ciudad un sonado escándalo.
Detalladamente narra el Cabildo lo sucedido: "Atendiendo a las fundadas quejas de algunos honrados vecinos y de constamos a nos con evidencia que la única escuela de primeras letras. ..que se le permitió a Miguel Lamarca establecer bajo de las condiciones de darles (a los niños) los documentos propios de la juventud, particularmente el santo temor de Dios y las buenas costumbres. ..se pasaron algunos meses corriendo con una mediana eficacia y después, olvidado de su contrato, se entregó Lamarca a las intemperancias bacanales y éstas, como producentes de otros efectos mayores hicieron que los padres retirasen a los niños, sabedores de que los más días no se les tomaba lección ni oían misa jamás; porque el principal giro del maestro, después de la ocupación diaria de la embriaguez, era seducir pleitos informes y llenar de cizañas a los pobres ignorantes, presuponiéndose un hombre docto y siendo, por lo mismo, su pluma voraz y sangrienta, como orientada de tales vicios".
Velando siempre por la tranquilidad y aumento de la república, el Cabildo designó a Salvador Martinella para reemplazar a Lamarca.
El 3 de diciembre de 1783 Vértiz comunicó al Cabildo de San Luis la división de la Provincia del Tucumán en dos gobiernos y el nombramiento del marqués de Sobremonte para ejercer el que tenía por capital a Córdoba, cabeza también de una de las ocho Intendencias creadas por el rey. Una semana después Sobremonte escribía a los capitulares manifestándoles que tan pronto se lo permitiesen sus ocupaciones de secretario del virreinato, pasaría a Córdoba. "Espero -añadía el marqués- que tendré algún día la satisfacción de visitar sucesivamente esa ciudad, dedicándome a contribuir a su bien en cuanto alcancen mis fuerzas".
La actividad de Sobremonte al frente de la Gobernación e Intendencia de Córdoba es innegable. Las constancias documentales son numerosas, frecuentes y reveladoras de un quehacer diligente y fecundo. El interés por conocer los diversos territorios bajo su mando, la tendencia a mejorar y vigorizar los Cabildos, como así también la buena disposición para aprovechar el concurso de los más capaces y laboriosos, son aspectos que dan relieve al gobierno de tan injustamente ensombrecido personaje, quien visitó la jurisdicción puntana en 1785 y volvió a hacerlo en 1787, dejando siempre buenos frutos a su paso.
En su primera visita, "habiendo experimentado los perjuicios que ocasiona el no tener cantidad alguna para propios de la ciudad", autorizó al Cabildo a dar licencia para establecer seis pulperías, "con la misma cuota que contribuyen a su majestad las que actualmente hay en el pueblo". Pero las preocupaciones del gobernador intendente se advierten también en otro plano que supera lo simplemente material.
Vale la pena transcribir la nota que, fechada en San Luis el 26 de abril de 1785, Sobremonte dirigió al Cabildo y en la que le dice:
"Aunque en honor de la verdad puedo decir con mucha satisfacción mía que en la visita hecha a esta Ciudad y su jurisdicción he encontrado subordinación y respeto a los magistrados y superiores y toda la atención debida a los que mandan en j nombre de nuestro católico, benigno y amado Soberano, debo no obstante, por obligación de mi oficio, dejar encargado a usía como el más distinguido cuerpo en el país, que vigile sobre esta exacta observancia; que haga siempre reconocer a estos súbditos la felicidad y la dicha de estar regidos por tal monarca, el cual se desvela por el bien de los vasallos que el Todopoderoso puso en sus manos y bajo el suavísimo yugo de su gobierno. Bien sé que en otros tiempos del engaño y de la preocupación, que merecen borrarse de la memoria de los hombres, hubo algunos en esta jurisdicción que no dieron buenas pruebas de la ciega obediencia que todos debemos rendir a nuestros superiores; pero tampoco ignoro t que éstos fueron muy pocos, tal vez arrastrados del influjo de algún mal intencionado, y hoy arrepentidos de su falta porque el carácter de estos vasallos que se me ha hecho visible en mi inspección, merece que se tenga de ellos el mejor concepto; por lo mismo, el ejemplo de los hombres honrados y distinguidos es el que debe servir a los de menos obligaciones, porque al paso que la suerte nos constituye superiores a muchos, estamos en más obligación a sobresalir en el respeto y veneración a los que nos mandan, quedando por otra parte persuadidos de que al paso que brilla en nuestro Rey y señor la piedad, puede y sabe extender su poderoso brazo a castigar al que quebranta la obediencia que deben sus vasallos a aquellos a quienes comunicó su poder y autoridad para regirles a su real nombre; yo estoy bien persuadido que usía se halla penetrado de estas máximas y que cada día se presentan a su vista vivas señales y ejemplares de que su majestad y su Gobierno se dedican a felicitarles por todos términos: léase con atención la nueva Ordenanza de Intendencias y se conocerá que no respira otra cosa que el bien de los vasallos, repásense las reales órdenes y medítese sin espíritu de preocupación a que se dirigen; así veo que lo conoce usía y yo no tendría que recordárselo, si no fuese por cumplir y puntualizar todos los artículos de mi visita, y hacer esta prevención en general a todos los pueblos que la real piedad se dignó poner bajo mi mando, en los cuales no veo otra cosa sino motivos de elogiar estas circunstancias que dejo referidas".
Sin mayores fundamentos documentales y deslumbrado por la persistencia de diversos topónimos de origen quichua, sostuvo Gez que los Incas o sus descendientes fomentaron el laboreo de yacimientos auríferos en la sierra de San Luis, particularmente en el paraje donde Sobremonte hizo delinear la población de la Carolina. Alguien, con muchísima seriedad, ha mencionado una raza de pigmeos cavadores de piques en esas ricas tierras que también, para más de uno, constituyeron las misteriosas comarcas del cacique y ungulo, señor del oro y de la plata que desvelaron a los Césares, inferencia ésta bastante verosímil. N o obstante, afirmamos que la explotación minera de las Invernadas, según lo certifican numerosas constancias y los informes minuciosos del marqués de Sobremonte, data de poco antes de 1785. Una solicitud de Don Vicente Becerra, elevada al gobernador intendente en abril de 1786 y en la que aduce derechos a las tierras denominadas Pampa de Gasparillo -limitadas por Guanaco Pampa, Gua.scara, Pancanta y San Francisco-- aporta interesantes noticias sobre el descubrimiento del oro en lo que después se llamaría Carolina, noticias que vamos a repetir pues no siempre han sido divulgadas con exactitud. "Hacen años -narra don Vicente Becerra, yerno de don Tomás Lucio Lucero, dueño del referido paraje- se descubrió en esta suerte de tierras del nominado Lucero, un famoso asiento de oro, por un lusitano don Jerónimo, cuyo apellido no tengo presente, el cual, como práctico, cateó desde la residencia de mi predecesor Lucero y en su compañía todo el terreno de cumbres, tierra y montes hasta nuestro mismo poblado, que existe en el día; el cual obtuvo el título de descubridor honorario y licencia del gobierno de Chile, a quién en aquel entonces estaba agregado aquel tesoro de mi misma patria, y derecho poseyente legal. Habiendo obtenido los despachos correspondientes de aquel Tribunal para poner en práctica el laboreo de este descubrimiento de tesoro, falleció el lusitano don Jerónimo, y a poco tiempo el contenido, mi ascendiente- don Tomás Lucio Lucero fue sepultado en esta Ciudad el 16 de Julio de 1776-; de manera que estas labores quedaron suspensas con ambas muertes y falta de inteligentes, desamparado el primordial trabajo del inteligente descubridor en su labor comenzada, como en caso necesario protesto hacerlo constar con los documentos comprensivos que existen en la dicha ciudad de San Luis. Como de esta principiada labor tuviese alguna noticia don Bartolomé Arias Renjel, se introdujo en aquel paraje, y habiéndola cateado nuevamente, halló ser abundante, rica y capaz de sufragar los costos con bastantes utilidades. Más como se haya ocupado la veta por otros individuos y se hayan frustrado mis anteriores solicitudes; conociendo los graves perjuicios que se me irrogan, ya por haberse alzado y andar disperso todo el ganado, ya por los costos que hice de herramientas y ya por los que se me ocasionarán en la recogida para sujetar a rodeo el ganado, que me serán muy crecidos, ocurro a la integridad de usía a fin de que se sirva mandar al expresado Arias y a todos los demás que allí trabajan, me contribuyan con el uno por ciento, según reales ordenanzas, o se me gradúe y pague algún cómputo a juicio prudente que equivalga a arrendamiento de un terreno fructífero propio mío, como éste; y que de la estaca, que por tal me corresponde, se me ponga en posesión en lo más acendrado de la labor, librándose para todo el correspondiente despacho a la persona que fuere del superior agrado de usía."
Conviene señalar que Arias Renjel, a comienzos de 1785, se titulaba "minero descubridor de unos lavaderos de oro situados en la jurisdicción de San Luis de Loyola", lo que parece indicar que, al principio, ni él ni su socio don Pedro Ricarte realizaron excavaciones, sino que beneficiaron los llampos. Pero fue Arias Renjel el que primero alborotó la Ciudad de Córdoba, al llevar a ella ocho onzas de oro, para que se fundiese y se ensayase, antes de pagar los debidos quintos al rey. La delicada tarea -que preocupó al mismo Sobremonte- la realizaron dos portugueses, Juan de los Reyes Santos y Fernando Piñeiro, "oribes de la mejor nota", quienes declararon que el oro puntano era de 19 quilates. Afluyeron entonces a las Invernadas muchos empresarios de Córdoba, de Buenos Aires y de la misma San Luis, inusitado movimiento que determinó a Sobremonte a enviar a aquel paraje un oficial de probadas calidades, el alférez don Luis Lafinur, con cuatro o cinco soldados escogidos, para que vigilasen el cumplimiento de las ordenanzas y lograsen que el oro correspondiente al rey se reuniese para mandarlo amonedar a Potosí o remitirlo en barras a España, como estaba dispuesto.
Don Nicolás Pérez del Viso, teniente asesor de la Intendencia de Córdoba, visitó en enero de 1792 el llamado mineral de San Antonio de las Invernadas, con el propósito de inspeccionar las labores, que comprendían veinte bocaminas, entre las que destacamos las siguientes:
La de don Manuel Pinedo -después suegro de Lafinur- nombrada Nuestra Señora del Rosario, en la que trabajaban tres cuadrillas, cada una con un barretero y un apire. Era la mina más antigua y en ella, "sin ser vetas formales, se demuestran ramas con guías; todos los alcances en gredas o llampos son flexibles y tiernos al tacto, y a la vista se presentan amarillos, blancos, azules y negros, sin llegar a ser metal formal en caja de piedra." Sigue la bocamina de don Vicente Becerra, titulada Nuestra Señora de Luján; la de Eusebjo Cevallos, nombrada San Antonio de Padua; la de don Marcelino Poblet, bautizada también Nuestra Señora del Rosario, y la de Sebastián González de Lara, que llevaba el nombre de Santa Ana. Este nombre de Santa Ana se daba entonces a la Cañada Honda, donde se hallaban algunas labores, pertenecientes las principales a Don Pedro Ricarte y a don Manuel Pinedo, quienes trabajaban sobre la vega del arroyo que desciende de la referida cañada, abriendo aventaderos de algo menos de una vara de profundidad. La explotación de las minas de la Carolina originó, poco tiempo después, la construcción de un trapiche para moler minerales en el paraje de las Tapias, en terrenos que pertenecían a los hijos de don José de Sosa. Con fecha 23 de Junio de 1794 el comandante de armas don Juan de Videla se dirigió a Sobremonte destacando las ventajas que el paraje de la Piedra Blanca ofrecía para la formación de una villa: "lo primero, el terreno de muchísima vista, y muy alegre; lo segundo, mucha agua, y superior; lo tercero, hay setenta y cuatro vecinos que tienen allí sus fincas raíces con arboledas, y como poner dos molinos, que ya no hay más que señalarles las calles, porción de maderas, y últimamente, temperamento tan bello; hay capilla. perteneciente al curato de Renca."
El gobernador intendente requirió la opinión del Cabildo y éste comisionó a don Alberto Aguilar para que, "acompañado con los sujetos de más viso, inteligencia y madurez", reconociera el sitio donde estaba situada la capilla de Nuestra Señora del Rosario. Tras el minucioso y ponderativo informe, Sobremonte solicitó la donación del terreno necesario para formar la villa, a lo que, "con pleno reconocimiento del particular y general beneficio que resulta de la propuesta", accedieron sus dueños don Miguel Ortiz, doña Vicenta Ortiz y su esposo don Teodoro Gallardo.
El 1 de octubre de 1796 Sobremonte ordenó que se procediese "a la formación del pueblo, titulándose desde ahora la Villa de Melo, en justa memoria del excelentísimo señor nuestro actual virrey don Pedro Melo de Portugal, y de su notoria propensión al bien y aumento de estas provincias". Impartió, asimismo, instrucciones para formalizar la villa según el plano que incluía, "demarcando para su traza siete cuadras haciendo centro la plaza, y cada cuadra de ciento y cincuenta varas castellanas, inclusas en ella las doce que debe tener cada calle, con prevención de que las esquinas caigan a los vientos principales". También recomendaba Sobremonte "que el sitio de la traza sea el más llano y cómodo, teniendo consideración a la capilla, si ella estuviere en disposición de servir algunos años, y señalando para la iglesia, casas curales y del sacristán media cuadra del frente de la plaza al oriente, y la otra para casas de Cabildo y cárceles".
La fundación la llevó a cabo el comandante de armas don Juan de Videla en la mañana del día primero de enero de 1797, después de haber sido sacada en procesión la imagen de nuestra Señora del Rosario y haber cantado "todos en voz alta la letanía de los Santos para el mejor acierto del establecimiento de esta nueva villa", aclamándose y jurándose poi: patrón de ella a San Agustín.
De este modo nació la actual villa de Merlo, cuyas primeras autoridades fueron el capitán de milicias don Santiago Romero y don Francisco Gallardo, nombrados jueces pedáneos por el gobernador Sobremonte.


Las invasiones inglesas
Para que colaborase en el resguardo de la ciudad de Buenos Aires, con fecha 12 de marzo de 1805 el virrey Sobremonte ordenó aprontar una compañía de ciento cincuenta hombres del Regimiento de Voluntarios de caballería de San Luis, la que se reunió con un escuadrán que desde Córdoba marchó con el mismo propósito. El día 1 de Junio al ser revistados en aquella capital, los efectivos puntanos totalizaron ciento cincuenta y ocho hombres, al mando del segundo comandante José Ximénez Inguanzo y de los siguientes oficiales: ayudante mayor veterano Matías Sancho, capitán Francisco de Paula Lucero, teniente BIas de Videla y alférez Luis Gonzaga de Videla. Según asienta don Ignacio Núñez en sus "noticias históricas", debido a la falta de armamento, las tropas del interior fueron destinadas a la construcción de baterías y al cuidado de las caballadas. Diversos documentos certifican que los voluntarios puntanos, así como estuvieron destacados en la Ensenada, trabajaron en la siega del trigo tanto en los primeros meses de 1806 como en igual época de 1807.
Ximénez Inguanzo -sus descendientes adoptaron la forma Giménez para su apellido- regresó en marzo de 1806 a San Luis, ante los rumores de una inminente invasión de indios y la enfermedad del comandante de armas don Juan de Videla. Reforzó entonces la guarnición del fuerte de San Lorenzo e hizo pedir armas y pólvora a Mendoza, ciudad que no pudo suministrar esos elementos. Designado comandante de armas interino don Tomás Baras, Ximénez Inguanzo volvió a Buenos Aires para ponerse al frente de sus tropas.
Producido el ataque de los ingleses, los efectivos puntanos se dispersaron, volviendo a reunirse parte de ellos junto a Sobremonte en el Monte de Castro el 28 de junio.
De allí retrocedieron por el Saladillo de Ruy Díaz y el Paso de Ferreira, para acampar luego en la Cruz Alta, donde aguardaron los refuerzos pedidos a San Luis.
El Cabildo puntano, con fecha 12 de julio, se dirigió a Baras diciéndole "que sin embargo de la angustia fatal que en el día oprime a nuestra Capital, no podemos menos que hacer presente el desamparo en que queda nuestra ciudad, y por lo mismo del todo expuesta y próxima al peligro de ser invadida por los indios que en la actualidad se hallan dispersos en ésta y su jurisdicción, con claros conocimientos de la extracción de armas y de vecinos que se hace en la presente expedición. ..A más de esto, se halla amenazada dicha ciudad por el salteador Patricio Ríos, quién acompañado de otros varios, escaló la cárcel de Mendoza y asaltó a deshoras ésta, poniendo en libertad a todos los reos que en ella había, con el objeto de ejecutar sus venganzas".
Estos clamores no modificaron los proyectos de Baras, quién concentró en el Morro toda la gente que pudo reunir, particularmente de las milicias de la Falda, o sea la zona comprendida entre la Estanzuela y Merlo. Este nuevo contingente marchó a las órdenes del capitán Florentino Puebla, llevando como capellán al dominico Fray Juan José Allende.
El 20 de septiembre, en la Cruz Alta, fueron revistadas las tres compañías del Regimiento de Voluntarios de San Luis, según el siguiente detalle: 2. compañía: 101 hombres; comandante José Ximénez Inguanzo, teniente Pedro Ignacio Rovere, portaestandarte José Segundo Domínguez; 4. compañía: 96 hombres; capitán Francisco de Paula Lucero, alférez Juan Esteban de Quiroga, portaestandarte Felipe Lucero; 6 compañía: 100 hombres: capitán José Narciso Domínguez, teniente José Leguisamo, alférez Juan Alberto Frías.
El aporte de San Luis no fue sólo de hombres. Con fecha 6 de noviembre, Liniers manifestaba al Cabildo Puntano:
"Las actuales y críticas circunstancias en que se halla esta Capital amenazada de nueva invasión de enemigos, la escasez que hay de varios artículos para su defensa, y entre ellos el del plomo para las balas de fusil y metralla, me han obligado a comisionar al comandante de ese Regimiento de Caballería don José Ximénez Inguanzo con su hijo don José Gregorio, un cabo y cuatro soldados, para sacar de las minas de plomo de esa jurisdicción la cantidad que pueda, para remitir a la mayor brevedad; espero del celo de usía que auxilie a dicho comisionado con peones y cuanto pueda contribuir a la prontitud con que debe efectuarse su remisión, no dudando de su amor a nuestro soberano y a la patria en que tanto interesa el servicio de ambas majestades que usía, por su parte, contribuirá al desempeño de este tan importante objeto."
El 2 de marzo de 1807 se reunió un cabildo abierto, para tratar sobre el socorro pedido por las autoridades de Buenos Aires. El capitán Manuel Tissera y el alférez Luis Gonzaga de Videla ofrecieron costearse, en caso de marcha, "con prest o sin él, deseosos de servir al Rey nuestro señor".
También ofrecieron su persona Pedro Latorre y Francisco de Ocaña, sin dejar por eso de contribuir con dinero. Asimismo, se comprometieron a entregar donativos Esteban Fernández, Manuel Panero y Pizarro, Gerónimo de Quiroga, Francisco Enrise Isidro Suaste, Manuel Acosta y Manuel Moreno Bustos.
La intervención de los puntanos en la defensa de Buenos Aires puede comprobarse documentalmente. Los viejos papeles testimonian que el 15 de junio la 2" Compañía estaba apostada en la calle de las Torres (actualmente denominada Rivadavia). Igualmente revelan que en el ataque del 5 de Julio Pablo Jofré murió en el Retiro y José Romano Zavala en la Residencia. En cuanto a Francisco de Borja Gómez, herido en el combate, falleció algunos días después. La noticia del triunfo la difundió en San Luis don Rafael de la Peña, según da cuenta el acta capitular del 18 de julio de 1807, en la que se lee:
"Nos el Cabildo, Justicia y Regimiento de esta Ciudad. Hallándonos en esta sala capitular para efecto de acordar lo conveniente, presentó el Administrador de Correos un oficio de fecha lo del presente despachado de la Capital de Buenos Aires por el Señor Administrador Principal de la Renta, referente a comunicar la gran felicidad de las armas españolas vencedoras de las británicas. y en señal de placer y lealtad a nuestro católico monarca don Carlos 4 (que Dios guarde), mandamos enarbolar las banderas reales y de esta ciudad, con su piquete y -luminarias, con general retoque de campanas. Y por lo que respecta a misa de gracias, quedó que se hará celebrar cuanto llegue el correo ordinario el día 24 de éste".
Otras inquietudes trajeron a San Luis las invasiones inglesas. En septiembre de 1806 fueron conducidos a ésta Ciudad cincuenta prisioneros británicos y en enero de 1807 llegaron otros cuarenta que Mendoza no quiso guardar en su jurisdicción.
Según las instrucciones impartidas por el Príncipe de la Paz, los individuos de tropa debían ser socorridos "con dos reales de vellón al día a cada uno, y ración de pan, cama, luz y utensilio por el orden establecido para la tropa, manteniéndolos en arresto de seguridad". Sobremonte, para excusar en todo lo posible la erogaci6n del real erario, resolvió "que todo el que desee y pretenda establecerse, haciendo juramento de fidelidad y vasallaje, pueda salir de su prisión, consignándose precisamente en el pueblo o su distrito con persona que vigile su conducta, o de Quién esté dependiente por salario, distantes unos de otros en todo lo posible", Sin embargo, a la llegada de los prisioneros procedentes de Mendoza, el Cabildo acordó pasar un oficio al comandante de armas, exponiendo la conveniencia de que los ingleses fuesen acuartelados con su respectiva escolta, en lugar de repartirlos en la jurisdicción, "a causa de ser estos hombres sectarios y herejes y nuestras gentes tan llenas de ignorancia y simplicidad la mayor parte de ella, y que se derramarían unas semillas perniciosas, que después redundaría en muchos males que serían irremediables si no se atajaban en tiempo y forma". Afirmaban los capitulares que "así convenía en vista de la poca o ninguna lealtad que los primeros han mostrado a sus patrones... porque no subsisten con nadie, siendo así que les han tratado y tratan con toda humanidad, sino que quieren andar a su libertad, tan presto en el cuartel como mudando cárcel y sin ejercitarse en trabajo que les reporte para sus alimentos". Añadían que aún esos primeros prisioneros ingleses "se debían rejuntar de donde andan dispersos y Acuartelarlos, y no aumentarlos con estos cuarenta últimos".
El 11 de abril de 1807 los capitulares oficiaron nuevamente a don Juan de Videla por haber advertido que, en lugar de custodiar a los prisioneros, "andaban los soldados de noche en juegos y otras ociosidades, cosa que notada también por los ingleses, hacía recelar al Cabildo una sublevación, como se decía la habían intentado los de San Juan. Esta observación no fue del agrado del comandante de armas, quién respondió "que como tan celoso este Cabildo a los movimientos de los prisioneros, ésté a celar no se coliguen vecinos o algún individuo de este cuerpo", respuesta que hizo a los capitulares "una impresión ruborosa a la fe y lealtad que profesamos al Rey nuestro señor.
De ahí que pidieran a Videla que declarase "con conocidas expresiones, los vecinos o individuo de este Cabildo de quién sospeche o supiese que esté coligado con los prisioneros, para con su aviso en la hora proceder contra tales traidores con el celo que tanto nos repite vuestra merced. Finalmente los capitulares prevenían a Videla "de ser éste el último oficio en cuanto a los prisioneros y su guardia y sólo nos entenderemos con la superioridad".
Los puntanos no se esmeraron en documentar sus trabajos durante las invasiones inglesas. Pero no todos hicieron lo mismo. Don Cornelio de Saavedra, con fecha 16 de marzo de 1808, escribía al Cabildo de San Luis en estos términos: "Creído de que la Legión de Patricios, a cuya cabeza tengo el honor de hallarme, ha dado pruebas relevantes de los sentimientos más puros por la Religión, el Rey y la Patria, según lo manifiestan los atestados insertos en el adjunto cuaderno, me tomo la libertad de pasarlo a manos de usía a fin de que los hijos de su jurisdicción se impongan de su contenido, no ya para que les sirva de ejemplo, sino para que se gloríen de que les hayamos imitado en sus justas ideas, y sucesivamente tenga a bien conceder lugar en su archivo a este documento, como una demostración de la parte que usía se toma en los esfuerzos con que todos los individuos que la componemos hemos cooperado a conservar en toda su integridad estos interesantes dominios".
Mucho más que esto interesa aclarar el error frecuentemente repetido desde que Gez escribió: "También, con fecha 11 de junio de 1807, comunica el virrey Liniers haber acordado a la ciudad de San Luis, en premio de esa misma cooperación, el tratamiento de Muy Noble y Muy Leal y el de Excelencia, y a sus capitulares el honroso tratamiento de Señoría.
En realidad, se trata de una circular datada en Buenos Aires el 11 de junio de 1808 -no 1807- en la que Liniers expresa:
"Publicada en la Gaceta extraordinaria de 20 de noviembre del año próximo pasado la gracia concedida por su majestad a esta ciudad -de Buenos Aires- para que además del dictado de Muy Noble y Muy Leal se le dé en adelante el tratamiento de Excelencia, y sus capitulares gocen el de Señoría, he determinado no obstante no haberse recibido aún la real cédula, que es regular se haya expedido con este motivo, que siempre que se haya de oficiar o representar a este Cabildo, se le dé desde luego el expresado tratamiento de Excelencia en cuerpo, y el de Señoría en particular a cada uno de sus capitulares, sea de palabra o por escrito: en cuya consecuencia lo prevengo a usía para su inteligencia y cumplimiento".
En junio de 1808, la Real Audiencia hizo la regulación de la contribución patriótica "que se hace preciso colectar por la escasez de fondos del real erario para atender a la conservación y defensa de estos dominios". Según ella, Córdoba debía aportar 30.000 pesos anuales, Mendoza 6.000, San Juan 8.000, La Rioja 2.000 y San Luis igual cantidad. El Ayuntamiento de Buenos Aires comunicó al Cabildo puntano esta regulación con fecha 26- de setiembre, "esperando que usía excitará la lealtad y patriotismo que distinguen a ese noble y generoso vecindario para que se preste al nuevo sacrificio a que le empeña la conservación de la Patria, y con ella la de la Religión sagrada, que es el más precioso timbre de la nación".
En el mismo oficio se leen estas interesantes palabras: "La cuota que, en proporción la más exacta, corresponde al distrito de ese Ayuntamiento. ..es la de dos mil pesos (can- tidad que aunque al parecer excede en proporción de la asignada a Mendoza, es en el concepto de continuar aquella ciudad con la oblación y donativo anual de doce mil pesos para mantener cien soldados en esta plaza), a cuyo entero puede usía atender con los arbitrios menos sensibles que dicte su prudencia, permitan las producciones del territorio y el preciso consumo de sus habitantes".


FUENTES
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