Capitulo V
Bajo la autoridad de Sobremonte
CAPITULO V
BAJO LA AUTORIDAD DE SOBREMONTE
Sucesos notables durante el virreinato
El virreinato del Río de la Plata, como lo enseña Verdaguer, "fue el
cuarto y último de los establecidos en la Américo española, realizada
su erección por real cédula de Carlos 111, firmada en San Ildefonso el
19 de agosto de 1776".
Recuerda este autor que, "al erigirse el virreinato del Río
de la Plata, la provincia de Cuyo fue separada de la gobernación de
Chile y agregada a él (como parte de la provincia
del Tucumán). No obstante, eclesiásticamente continuó durante treinta y
tres años más bajo la jurisdicción del obispado de Santiago de Chile".
Por la. Ordenanza de Intendentes, dictada el 28 de enero
de 1782, el territorio de Cuyo debía componer la Intendencia
de Mendoza. Sin embargo, otra real orden de fecha 29 de julio
de ese mismo año dividió "en dos gobiernos el de la provincia del
Tucumán, con el agregado de la de Cuyo. ..debiendo en su consecuencia
quedar por residencia y capital del nuevo gobierno la ciudad de Córdoba
del Tucumán y comprender además las de Mendoza, San Juan del Pico, San
Luis de Loyola y Rioja, con sus respectivos distritos".
De ese modo, tanto la labor del Cabildo como las aspiraciones y quejas
de los vecinos remontaron un nuevo curso, primero hacia Buenos Aires y
luego hacia Córdoba, sin que San Luis dejara de depender de Mendoza en
lo relacionado
con el manejo de la real hacienda.
"En conformidad de las repetidas providencias libradas a efecto de
prohibir los regadíos y sementeras del Bajo, donde anteriormente se
hacían con detrimento común de la ciudad, y atendiendo a la
reincidencia de este abuso y la continuación del perjuicio que causa",
el 8 de noviembre de 1777 mandó el Cabildo que ninguna persona "de
cualesquier estado, calidad o condición que sea", sembrase ni regase en
dicho Bajo pena de veinticinco pesos y pérdida de la sementera y
cercados que hiciere, " si se verificare reincidencia en este asunto,
se le declarará por no parte en el dominio del terreno que poseyere en
aquel paraje". Con fecha 19 de
diciembre, el virrey don Pedro de Cevallos previno a los
capitulares le informasen, "con la mayor brevedad", de los
motivos que los determinaron para hacer suspender el riego
en las expresadas tierras, de lo cual "resultan perjudicados
los vecinos que tienen sus posesiones en aquel sitio, y principalmente
el cura párroco don Cayetano de Quiroga". La medida adoptada por el
Cabildo tendía a asegurar el adelantamiento de la ciudad y a beneficiar
por igual a todos los
vecinos, pues ya en 1754 el oidor y juez de poblaciones don
Juan Gregorio Blanco de Laisequilla "privó del todo no se
sembrase sementeras de ninguna clase ni se pusiesen fincas
raíces en todo el Bajo a la parte del naciente de esta ciudad,
porque del todo se pierde la corta agua que vierte el ojo de
ella para su regadío". Por esta misma razón, dicho juez dio
a los jesuitas cuatro cuadras de tierras al oeste, "para que
mudasen una viña que allí tenían", en tanto que "a don Ramón Fernández
le dio también dos cuadras y a don Mateo Gatica otras tres".
Cuando se hizo cargo del virreinato don Juan José de
Vértiz, el Cabildo comisionó a don Rafael Miguel de Vílchez
para que pasase a felicitarlo y le propusiese a beneficio de
la ciudad cuanto conceptuase adaptable. El apoderado señaló,
primeramente, que San Luis se hallaba "de muchos años a
esta parte, en la mayor indigencia, falta de propios y de
otros fomentos que pudieran darle lustre y aumentarse por
este medio su vecindario, y sujetando el furioso orgullo del
indio infiel que incesantemente amenaza una lamentable ruina a la ciudad y sus distritos".
Vílchez concretó luego su representación en cinco puntos principales:
la necesidad de armamento, pues siendo mil
quinientos sujetos de armas los que componen veintitrés
compañías, sólo se dispone de "cincuenta fusiles viejos inservibles y
hasta doscientas lanzas"; la creación de propios para
la ciudad, mediante un impuesto destinado a reunir fondos
para costear gastos de recorridas de campo, destacamentos
militares en los fuertes de San José del Bebedero v San
Lorenzo, construcción de una cárcel, remisión de reos 'criminos os y
algunas obras públicas; la imposición de una moderada contribución a
las personas que, no siendo vecinos, se internen en la jurisdicción
para comprar ganado; la creación de un impuesto similar o licencia para
quienes, con dinero
o con efectos, se introduzcan a comprar o cambalachear; la
aplicación del ramo de compostura a quienes abran venta de
licores, yerba, azúcar, jabón, velas y otros productos.
En su interesante informe, Vílchez expresaba también
que en la ciudad de San Luis "no hay más casa de religiosos
que el convento de Predicadores, y siendo éste el que desde
la erección de la ciudad ha sostenido en sí el peso de la
predicación evangélica, enseñando e instruyendo a la juventud en las
primeras letras, sirviendo de suministrar los santos sacramentos en
calidad de curas párrocos, pues por la indigencia de sus habitadores no
había por aquel entonces
quien ejerciese este ministerio". Asimismo, pedía para los
dominicos todos los bienes que pertenecieran a los jesuítas,
"bien entendido que, en tal caso, serán los dichos religiosos
obligados a mantener efectivamente la enseñanza de las
primeras letras y una clase de Gramática con que se adelante y sujete
la juventud".
Durante más de cuatro meses el apoderado puntano permaneció en Buenos
Aires, siguiendo de oficio y a su costa las diligencias que se le
encomendaron, hasta que en marzo de 1779 decidió regresar, "así por ser
estos unos asuntos
tan morosos por su naturaleza como por la falta de conocimiento de los
sujetos que componen aquellos tribunales".
En octubre de 1779 y ante la denuncia de que en la campaña puntana
existían "muchas familias cuyas gentes carecen de subordinación,
abundando en latrocinios por los muchos vagos y bandidos a que el vicio
del juego, libertad de
costumbres y falta de jueces que administren justicia da lugar", Vértiz
nombró cuatro jueces comisionados "para que se verifiquen la
tranquilidad y sosiego de dichos habitantes y la corrección y castigo
de los malhechores. Designó el virrey para el partido de la Punilla,
Estanzuela y Piedra Blanca a don Miguel Antonio Mujica, para el de
Quinne (Quines)
a don Juan Gutiérrez, para el del Morro a don Alejandro
Gómez y para la villa de Renca a don Baltazar Guiñazú,
quien se excusó por "su avanzada edad y habituales accidentes".
Don Fausto Ximénez, como juez visitador delegado para
la medida, venta y composición de tierras realengas y baldías, ordenó a
fines de 1782 "que todas y cualesquiera personas que poseyeran
realengos, estando o no poblados, cultivados o labrados, desde el año
de mil y setecientos hasta »
el presente, acudan a manifestar. ..los títulos y despachos
en cuya virtud los poseen, dentro del preciso término de seis
meses", que por último y perentorio señaló "en concepto a
la distancia y pobreza del país". Esta orden se publicó por
bando en la capilla del Pantanillo, en la capilla de San Francisco, en
el paraje de la Piedra Blanca, en la capilla de los señores Funes
(Punta del Agua), en la capilla de Renca, en la Punilla, en el paraje
del Morro yen el paraje del Saladillo. Expulsados los jesuitas en
agosto de 1767, no quedó
en el viejo local de los jesuitas. Pero sólo en 1783 don
Juan de Videla, los dominicos de inmediato tomaron a su cargo la
enseñanza de las primeras letras. Diversas constancias documentales
certifican que, entre 1767 y 1783, los presbíteros Cayetano de Quiroga
y Francisco Javier Gamboa, además de fray Ignacio Sosa, de la Orden de
Predicadores, mantuvieron escuela, con gran aceptación del vecindario.
De tanto en tanto, el Cabildo dio señales de preocuparse por la
instrucción de los niños y en 1771 convocó a los vecinos,
buscando arbitrar los medios para establecer una escuela
en el viejo local de los jesuitas. Pero sólo en 1783 don
Rafael Miguel de Vílchez se hizo cargo de la Escuela del
Rey, tras un prolijo examen de "lectura, letra y aritmética".
Poco duró, sin embargo, el eficiente preceptor, pues falleció en 1784.
El 1 de diciembre de ese año el Cabildo nombró, "por ser idóneo y de
probada conducta", a don José Quintana, quien desde hacía varios años
se encontraba en
la capilla de Mercedes o de los Funes (Punta del Agua) "ocupado en el
ministerio de enseñar las primeras letras a la juventud del lugar".
Quintana, que tenía unos treinta alumnos, se resistió a dejar aquel
vecindario y fue conducido a
San Luis a viva fuerza. En su nueva escuela -de la cual
era Patrona la Inmaculada Concepción- permaneció hasta
1791, año en que fue reemplazado por don Juan Laconcha,
a quien secundaba un hijo de éste, llamado Juan Plácido.
Quedó éste al frente de la escuela al morir su padre,
en 1794, pero el cargo de preceptor le fue tenazmente disputado por el
presbítero Francisco Borjas Poblete, a quien
apadrinaba el Cabildo. Poblete estuvo algún tiempo al cuidado del
establecimiento, pero su labor no dio frutos, pues los
alumnos lo abandonaron, incapaces de soportar la férrea
disciplina que quiso imponerles. Repuesto en su cargo por
orden de Sobremonte, Juan Plácido Laconcha continuó enseñando a la
juventud puntana, aunque perseguido siempre por más de un enemigo.
Otro de los principales promovedores de la enseñanza
pública en San Luis fue el párroco Francisco Javier Gamboa, cuya acción
tesonera surge de muchos documentos. A mediados de 1804 es el Cabildo
el que asienta en su libro de acuerdos "que se solicite por la
superioridad la asignación para los maestros de primeras letras, pues
se halla en esta ciudad un sujeto idóneo para poder ejercerla, que lo
es el doctor José Manuel Echegaray, clérigo presbítero". En abril de
1806 fue designado preceptor Miguel Lamarca, y al poco tiempo se
originó en la ciudad un sonado escándalo.
Detalladamente narra el Cabildo lo sucedido: "Atendiendo
a las fundadas quejas de algunos honrados vecinos y de
constamos a nos con evidencia que la única escuela de
primeras letras. ..que se le permitió a Miguel Lamarca establecer bajo
de las condiciones de darles (a los niños) los
documentos propios de la juventud, particularmente el santo
temor de Dios y las buenas costumbres. ..se pasaron algunos meses
corriendo con una mediana eficacia y después, olvidado de su contrato,
se entregó Lamarca a las intemperancias bacanales y éstas, como
producentes de otros efectos
mayores hicieron que los padres retirasen a los niños, sabedores de que
los más días no se les tomaba lección ni oían misa jamás; porque el
principal giro del maestro, después de la ocupación diaria de la
embriaguez, era seducir pleitos
informes y llenar de cizañas a los pobres ignorantes, presuponiéndose
un hombre docto y siendo, por lo mismo, su pluma
voraz y sangrienta, como orientada de tales vicios".
Velando siempre por la tranquilidad y aumento de la
república, el Cabildo designó a Salvador Martinella para
reemplazar a Lamarca.
El 3 de diciembre de 1783 Vértiz comunicó al Cabildo
de San Luis la división de la Provincia del Tucumán en dos
gobiernos y el nombramiento del marqués de Sobremonte
para ejercer el que tenía por capital a Córdoba, cabeza también de una
de las ocho Intendencias creadas por el rey. Una
semana después Sobremonte escribía a los capitulares manifestándoles
que tan pronto se lo permitiesen sus ocupaciones de secretario del
virreinato, pasaría a Córdoba. "Espero -añadía el marqués- que tendré
algún día la satisfacción
de visitar sucesivamente esa ciudad, dedicándome a contribuir a su bien
en cuanto alcancen mis fuerzas".
La actividad de Sobremonte al frente de la Gobernación
e Intendencia de Córdoba es innegable. Las constancias documentales son numerosas, frecuentes y reveladoras de un
quehacer diligente y fecundo. El interés por conocer los diversos territorios bajo su mando, la tendencia a mejorar y
vigorizar los Cabildos, como así también la buena disposición
para aprovechar el concurso de los más capaces y laboriosos,
son aspectos que dan relieve al gobierno de tan injustamente
ensombrecido personaje, quien visitó la jurisdicción puntana
en 1785 y volvió a hacerlo en 1787, dejando siempre buenos
frutos a su paso.
En su primera visita, "habiendo experimentado los perjuicios que ocasiona el no tener cantidad alguna para propios
de la ciudad", autorizó al Cabildo a dar licencia para establecer seis pulperías, "con la misma cuota que contribuyen
a su majestad las que actualmente hay en el pueblo". Pero
las preocupaciones del gobernador intendente se advierten
también en otro plano que supera lo simplemente material.
Vale la pena transcribir la nota que, fechada en San Luis
el 26 de abril de 1785, Sobremonte dirigió al Cabildo y en
la que le dice:
"Aunque en honor de la verdad puedo decir
con mucha satisfacción mía que en la visita hecha
a esta Ciudad y su jurisdicción he encontrado subordinación y respeto a
los magistrados y superiores y toda la atención debida a los que mandan
en
j nombre de nuestro católico, benigno y amado Soberano, debo no
obstante, por obligación de mi oficio, dejar encargado a usía como el
más distinguido
cuerpo en el país, que vigile sobre esta exacta observancia; que haga
siempre reconocer a estos súbditos
la felicidad y la dicha de estar regidos por tal monarca, el cual se
desvela por el bien de los vasallos
que el Todopoderoso puso en sus manos y bajo el
suavísimo yugo de su gobierno. Bien sé que en otros
tiempos del engaño y de la preocupación, que merecen borrarse de la
memoria de los hombres, hubo algunos en esta jurisdicción que no dieron
buenas
pruebas de la ciega obediencia que todos debemos
rendir a nuestros superiores; pero tampoco ignoro
t que éstos fueron muy pocos, tal vez arrastrados del
influjo de algún mal intencionado, y hoy arrepentidos de su falta
porque el carácter de estos vasallos
que se me ha hecho visible en mi inspección, merece
que se tenga de ellos el mejor concepto; por lo mismo, el ejemplo de
los hombres honrados y distinguidos es el que debe servir a los de
menos obligaciones, porque al paso que la suerte nos constituye
superiores a muchos, estamos en más obligación a sobresalir en el
respeto y veneración a los que nos
mandan, quedando por otra parte persuadidos de
que al paso que brilla en nuestro Rey y señor la
piedad, puede y sabe extender su poderoso brazo
a castigar al que quebranta la obediencia que deben
sus vasallos a aquellos a quienes comunicó su poder
y autoridad para regirles a su real nombre; yo
estoy bien persuadido que usía se halla penetrado
de estas máximas y que cada día se presentan a
su vista vivas señales y ejemplares de que su majestad y su Gobierno se
dedican a felicitarles por
todos términos: léase con atención la nueva Ordenanza de Intendencias y
se conocerá que no respira otra cosa que el bien de los vasallos,
repásense las
reales órdenes y medítese sin espíritu de preocupación a que se
dirigen; así veo que lo conoce usía
y yo no tendría que recordárselo, si no fuese por
cumplir y puntualizar todos los artículos de mi
visita, y hacer esta prevención en general a todos
los pueblos que la real piedad se dignó poner bajo
mi mando, en los cuales no veo otra cosa sino motivos de elogiar estas
circunstancias que dejo referidas".
Sin mayores fundamentos documentales y deslumbrado
por la persistencia de diversos topónimos de origen quichua,
sostuvo Gez que los Incas o sus descendientes fomentaron
el laboreo de yacimientos auríferos en la sierra de San Luis,
particularmente en el paraje donde Sobremonte hizo delinear
la población de la Carolina. Alguien, con muchísima seriedad,
ha mencionado una raza de pigmeos cavadores de piques en
esas ricas tierras que también, para más de uno, constituyeron las
misteriosas comarcas del cacique y ungulo, señor del
oro y de la plata que desvelaron a los Césares, inferencia
ésta bastante verosímil. N o obstante, afirmamos que la explotación
minera de las Invernadas, según lo certifican numerosas constancias y
los informes minuciosos del marqués de Sobremonte, data de poco antes
de 1785. Una solicitud de Don Vicente Becerra, elevada al gobernador
intendente en
abril de 1786 y en la que aduce derechos a las tierras
denominadas Pampa de Gasparillo -limitadas por Guanaco
Pampa, Gua.scara, Pancanta y San Francisco-- aporta interesantes
noticias sobre el descubrimiento del oro en lo que después se llamaría
Carolina, noticias que vamos a repetir pues no siempre han sido
divulgadas con exactitud.
"Hacen años -narra don Vicente Becerra, yerno de don Tomás Lucio
Lucero, dueño del referido
paraje- se descubrió en esta suerte de tierras del
nominado Lucero, un famoso asiento de oro, por
un lusitano don Jerónimo, cuyo apellido no tengo
presente, el cual, como práctico, cateó desde la residencia de mi
predecesor Lucero y en su compañía
todo el terreno de cumbres, tierra y montes hasta
nuestro mismo poblado, que existe en el día; el cual
obtuvo el título de descubridor honorario y licencia
del gobierno de Chile, a quién en aquel entonces
estaba agregado aquel tesoro de mi misma patria,
y derecho poseyente legal. Habiendo obtenido los
despachos correspondientes de aquel Tribunal para
poner en práctica el laboreo de este descubrimiento
de tesoro, falleció el lusitano don Jerónimo, y a
poco tiempo el contenido, mi ascendiente- don Tomás Lucio Lucero fue
sepultado en esta Ciudad el 16 de Julio de 1776-; de manera que estas
labores
quedaron suspensas con ambas muertes y falta de
inteligentes, desamparado el primordial trabajo del
inteligente descubridor en su labor comenzada, como
en caso necesario protesto hacerlo constar con los
documentos comprensivos que existen en la dicha
ciudad de San Luis. Como de esta principiada labor
tuviese alguna noticia don Bartolomé Arias Renjel,
se introdujo en aquel paraje, y habiéndola cateado
nuevamente, halló ser abundante, rica y capaz de
sufragar los costos con bastantes utilidades. Más
como se haya ocupado la veta por otros individuos
y se hayan frustrado mis anteriores solicitudes;
conociendo los graves perjuicios que se me irrogan,
ya por haberse alzado y andar disperso todo el ganado, ya por los
costos que hice de herramientas y ya por los que se me ocasionarán en
la recogida
para sujetar a rodeo el ganado, que me serán muy
crecidos, ocurro a la integridad de usía a fin de
que se sirva mandar al expresado Arias y a todos
los demás que allí trabajan, me contribuyan con el
uno por ciento, según reales ordenanzas, o se me
gradúe y pague algún cómputo a juicio prudente
que equivalga a arrendamiento de un terreno fructífero propio mío, como
éste; y que de la estaca, que por tal me corresponde, se me ponga en
posesión en lo más acendrado de la labor, librándose
para todo el correspondiente despacho a la persona
que fuere del superior agrado de usía."
Conviene señalar que Arias Renjel, a comienzos de
1785, se titulaba "minero descubridor de unos lavaderos
de oro situados en la jurisdicción de San Luis de Loyola",
lo que parece indicar que, al principio, ni él ni su socio
don Pedro Ricarte realizaron excavaciones, sino que beneficiaron los llampos. Pero fue Arias Renjel el que primero
alborotó la Ciudad de Córdoba, al llevar a ella ocho onzas
de oro, para que se fundiese y se ensayase, antes de pagar
los debidos quintos al rey. La delicada tarea -que preocupó al mismo Sobremonte- la realizaron dos portugueses,
Juan de los Reyes Santos y Fernando Piñeiro, "oribes de
la mejor nota", quienes declararon que el oro puntano era
de 19 quilates. Afluyeron entonces a las Invernadas muchos empresarios de Córdoba, de Buenos Aires y de la
misma San Luis, inusitado movimiento que determinó a Sobremonte a enviar a aquel paraje un oficial de probadas
calidades, el alférez don Luis Lafinur, con cuatro o cinco
soldados escogidos, para que vigilasen el cumplimiento de
las ordenanzas y lograsen que el oro correspondiente al
rey se reuniese para mandarlo amonedar a Potosí o remitirlo en barras a España, como estaba dispuesto.
Don Nicolás Pérez del Viso, teniente asesor de la Intendencia de Córdoba, visitó en enero de 1792 el llamado
mineral de San Antonio de las Invernadas, con el propósito
de inspeccionar las labores, que comprendían veinte bocaminas, entre las que destacamos las siguientes:
La de don Manuel Pinedo -después suegro de Lafinur- nombrada Nuestra
Señora del Rosario, en la que trabajaban tres cuadrillas, cada una con
un barretero y un
apire. Era la mina más antigua y en ella, "sin ser vetas
formales, se demuestran ramas con guías; todos los alcances en gredas o
llampos son flexibles y tiernos al tacto, y
a la vista se presentan amarillos, blancos, azules y negros,
sin llegar a ser metal formal en caja de piedra."
Sigue la bocamina de don Vicente Becerra, titulada
Nuestra Señora de Luján; la de Eusebjo Cevallos, nombrada
San Antonio de Padua; la de don Marcelino Poblet, bautizada también
Nuestra Señora del Rosario, y la de Sebastián
González de Lara, que llevaba el nombre de Santa Ana.
Este nombre de Santa Ana se daba entonces a la
Cañada Honda, donde se hallaban algunas labores, pertenecientes las
principales a Don Pedro Ricarte y a don Manuel
Pinedo, quienes trabajaban sobre la vega del arroyo que
desciende de la referida cañada, abriendo aventaderos de
algo menos de una vara de profundidad.
La explotación de las minas de la Carolina originó,
poco tiempo después, la construcción de un trapiche para
moler minerales en el paraje de las Tapias, en terrenos que
pertenecían a los hijos de don José de Sosa.
Con fecha 23 de Junio de 1794 el comandante de armas don Juan de Videla
se dirigió a Sobremonte destacando las ventajas que el paraje de la
Piedra Blanca ofrecía para la formación de una villa: "lo primero, el
terreno
de muchísima vista, y muy alegre; lo segundo, mucha agua,
y superior; lo tercero, hay setenta y cuatro vecinos que
tienen allí sus fincas raíces con arboledas, y como poner dos
molinos, que ya no hay más que señalarles las calles, porción de
maderas, y últimamente, temperamento tan bello;
hay capilla. perteneciente al curato de Renca."
El gobernador intendente requirió la opinión del Cabildo y éste
comisionó a don Alberto Aguilar para que, "acompañado con los sujetos
de más viso, inteligencia y madurez", reconociera el sitio donde estaba
situada la capilla de Nuestra Señora del Rosario. Tras el minucioso y
ponderativo informe, Sobremonte solicitó la donación del terreno
necesario para formar la villa, a lo que, "con pleno
reconocimiento del particular y general beneficio que resulta de la
propuesta", accedieron sus dueños don Miguel Ortiz,
doña Vicenta Ortiz y su esposo don Teodoro Gallardo.
El 1 de octubre de 1796 Sobremonte ordenó que se
procediese "a la formación del pueblo, titulándose desde
ahora la Villa de Melo, en justa memoria del excelentísimo
señor nuestro actual virrey don Pedro Melo de Portugal,
y de su notoria propensión al bien y aumento de estas provincias". Impartió, asimismo, instrucciones para formalizar
la villa según el plano que incluía, "demarcando para su
traza siete cuadras haciendo centro la plaza, y cada cuadra
de ciento y cincuenta varas castellanas, inclusas en ella
las doce que debe tener cada calle, con prevención de que
las esquinas caigan a los vientos principales". También recomendaba Sobremonte "que el sitio de la traza sea el más
llano y cómodo, teniendo consideración a la capilla, si ella
estuviere en disposición de servir algunos años, y señalando
para la iglesia, casas curales y del sacristán media cuadra
del frente de la plaza al oriente, y la otra para casas de
Cabildo y cárceles".
La fundación la llevó a cabo el comandante de armas
don Juan de Videla en la mañana del día primero de enero
de 1797, después de haber sido sacada en procesión la
imagen de nuestra Señora del Rosario y haber cantado "todos en voz alta
la letanía de los Santos para el mejor acierto del establecimiento de
esta nueva villa", aclamándose y jurándose poi: patrón de ella a San
Agustín.
De este modo nació la actual villa de Merlo, cuyas primeras autoridades
fueron el capitán de milicias don Santiago Romero y don Francisco
Gallardo, nombrados jueces pedáneos por el gobernador Sobremonte.
Las invasiones inglesas
Para que colaborase en el resguardo de la ciudad de
Buenos Aires, con fecha 12 de marzo de 1805 el virrey
Sobremonte ordenó aprontar una compañía de ciento cincuenta hombres del
Regimiento de Voluntarios de caballería de San Luis, la que se reunió
con un escuadrán que desde Córdoba marchó con el mismo propósito. El
día 1 de Junio al ser revistados en aquella capital, los efectivos
puntanos totalizaron ciento cincuenta y ocho hombres, al
mando del segundo comandante José Ximénez Inguanzo
y de los siguientes oficiales: ayudante mayor veterano Matías Sancho,
capitán Francisco de Paula Lucero, teniente
BIas de Videla y alférez Luis Gonzaga de Videla.
Según asienta don Ignacio Núñez en sus "noticias históricas", debido a
la falta de armamento, las tropas del interior fueron destinadas a la
construcción de baterías y
al cuidado de las caballadas. Diversos documentos certifican que los
voluntarios puntanos, así como estuvieron destacados en la Ensenada,
trabajaron en la siega del trigo tanto en los primeros meses de 1806
como en igual época de 1807.
Ximénez Inguanzo -sus descendientes adoptaron la
forma Giménez para su apellido- regresó en marzo de
1806 a San Luis, ante los rumores de una inminente invasión de indios y
la enfermedad del comandante de armas
don Juan de Videla. Reforzó entonces la guarnición del
fuerte de San Lorenzo e hizo pedir armas y pólvora a Mendoza, ciudad
que no pudo suministrar esos elementos. Designado comandante de armas
interino don Tomás Baras, Ximénez Inguanzo volvió a Buenos Aires para
ponerse al
frente de sus tropas.
Producido el ataque de los ingleses, los efectivos puntanos se dispersaron, volviendo a reunirse parte de ellos
junto a Sobremonte en el Monte de Castro el 28 de junio.
De allí retrocedieron por el Saladillo de Ruy Díaz y el
Paso de Ferreira, para acampar luego en la Cruz Alta,
donde aguardaron los refuerzos pedidos a San Luis.
El Cabildo puntano, con fecha 12 de julio, se dirigió
a Baras diciéndole "que sin embargo de la angustia fatal
que en el día oprime a nuestra Capital, no podemos menos
que hacer presente el desamparo en que queda nuestra ciudad, y por lo mismo del todo expuesta y próxima al peligro
de ser invadida por los indios que en la actualidad se hallan
dispersos en ésta y su jurisdicción, con claros conocimientos
de la extracción de armas y de vecinos que se hace en la
presente expedición. ..A más de esto, se halla amenazada
dicha ciudad por el salteador Patricio Ríos, quién acompañado de otros varios, escaló la cárcel de Mendoza y asaltó
a deshoras ésta, poniendo en libertad a todos los reos que
en ella había, con el objeto de ejecutar sus venganzas".
Estos clamores no modificaron los proyectos de Baras,
quién concentró en el Morro toda la gente que pudo reunir,
particularmente de las milicias de la Falda, o sea la zona
comprendida entre la Estanzuela y Merlo. Este nuevo contingente marchó
a las órdenes del capitán Florentino Puebla, llevando como capellán al
dominico Fray Juan José Allende.
El 20 de septiembre, en la Cruz Alta, fueron revistadas las tres
compañías del Regimiento de Voluntarios de
San Luis, según el siguiente detalle: 2. compañía: 101
hombres; comandante José Ximénez Inguanzo, teniente Pedro Ignacio
Rovere, portaestandarte José Segundo Domínguez; 4. compañía: 96
hombres; capitán Francisco de Paula Lucero, alférez Juan Esteban de
Quiroga, portaestandarte
Felipe Lucero; 6 compañía: 100 hombres: capitán José
Narciso Domínguez, teniente José Leguisamo, alférez Juan
Alberto Frías.
El aporte de San Luis no fue sólo de hombres. Con
fecha 6 de noviembre, Liniers manifestaba al Cabildo
Puntano:
"Las actuales y críticas circunstancias en que se halla
esta Capital amenazada de nueva invasión de enemigos, la
escasez que hay de varios artículos para su defensa, y entre
ellos el del plomo para las balas de fusil y metralla, me han
obligado a comisionar al comandante de ese Regimiento de
Caballería don José Ximénez Inguanzo con su hijo don José
Gregorio, un cabo y cuatro soldados, para sacar de las
minas de plomo de esa jurisdicción la cantidad que pueda,
para remitir a la mayor brevedad; espero del celo de usía
que auxilie a dicho comisionado con peones y cuanto pueda
contribuir a la prontitud con que debe efectuarse su remisión, no
dudando de su amor a nuestro soberano y a la
patria en que tanto interesa el servicio de ambas majestades que usía,
por su parte, contribuirá al desempeño de este tan importante objeto."
El 2 de marzo de 1807 se reunió un cabildo abierto,
para tratar sobre el socorro pedido por las autoridades de
Buenos Aires. El capitán Manuel Tissera y el alférez Luis
Gonzaga de Videla ofrecieron costearse, en caso de marcha,
"con prest o sin él, deseosos de servir al Rey nuestro señor".
También ofrecieron su persona Pedro Latorre y Francisco
de Ocaña, sin dejar por eso de contribuir con dinero. Asimismo, se comprometieron a entregar donativos Esteban
Fernández, Manuel Panero y Pizarro, Gerónimo de Quiroga, Francisco Enrise Isidro Suaste, Manuel Acosta y Manuel Moreno Bustos.
La intervención de los puntanos en la defensa de Buenos Aires puede
comprobarse documentalmente. Los viejos papeles testimonian que el 15
de junio la 2" Compañía estaba apostada en la calle de las Torres
(actualmente denominada Rivadavia). Igualmente revelan que en el ataque
del
5 de Julio Pablo Jofré murió en el Retiro y José Romano
Zavala en la Residencia. En cuanto a Francisco de Borja
Gómez, herido en el combate, falleció algunos días después.
La noticia del triunfo la difundió en San Luis don Rafael de la Peña,
según da cuenta el acta capitular del 18 de julio de 1807, en la que se
lee:
"Nos el Cabildo, Justicia y Regimiento de esta
Ciudad. Hallándonos en esta sala capitular para
efecto de acordar lo conveniente, presentó el Administrador de Correos
un oficio de fecha lo del presente despachado de la Capital de Buenos
Aires por
el Señor Administrador Principal de la Renta, referente a comunicar la
gran felicidad de las armas españolas vencedoras de las británicas. y
en señal de
placer y lealtad a nuestro católico monarca don Carlos 4 (que Dios
guarde), mandamos enarbolar las banderas reales y de esta ciudad, con
su piquete y
-luminarias, con general retoque de campanas. Y por
lo que respecta a misa de gracias, quedó que se
hará celebrar cuanto llegue el correo ordinario el
día 24 de éste".
Otras inquietudes trajeron a San Luis las invasiones
inglesas. En septiembre de 1806 fueron conducidos a ésta
Ciudad cincuenta prisioneros británicos y en enero de 1807
llegaron otros cuarenta que Mendoza no quiso guardar en
su jurisdicción.
Según las instrucciones impartidas por el Príncipe de
la Paz, los individuos de tropa debían ser socorridos "con
dos reales de vellón al día a cada uno, y ración de pan,
cama, luz y utensilio por el orden establecido para la tropa,
manteniéndolos en arresto de seguridad". Sobremonte, para
excusar en todo lo posible la erogaci6n del real erario,
resolvió "que todo el que desee y pretenda establecerse,
haciendo juramento de fidelidad y vasallaje, pueda salir
de su prisión, consignándose precisamente en el pueblo o
su distrito con persona que vigile su conducta, o de Quién
esté dependiente por salario, distantes unos de otros en
todo lo posible",
Sin embargo, a la llegada de los prisioneros procedentes de Mendoza, el
Cabildo acordó pasar un oficio al comandante de armas, exponiendo la
conveniencia de que los ingleses fuesen acuartelados con su respectiva
escolta, en
lugar de repartirlos en la jurisdicción, "a causa de ser estos
hombres sectarios y herejes y nuestras gentes tan llenas
de ignorancia y simplicidad la mayor parte de ella, y que
se derramarían unas semillas perniciosas, que después redundaría en
muchos males que serían irremediables si no se atajaban en tiempo y
forma". Afirmaban los capitulares que "así convenía en vista de la poca
o ninguna lealtad
que los primeros han mostrado a sus patrones... porque
no subsisten con nadie, siendo así que les han tratado y
tratan con toda humanidad, sino que quieren andar a su
libertad, tan presto en el cuartel como mudando cárcel y
sin ejercitarse en trabajo que les reporte para sus alimentos". Añadían
que aún esos primeros prisioneros ingleses
"se debían rejuntar de donde andan dispersos y Acuartelarlos, y no
aumentarlos con estos cuarenta últimos".
El 11 de abril de 1807 los capitulares oficiaron nuevamente a don Juan
de Videla por haber advertido que, en lugar de custodiar a los
prisioneros, "andaban los soldados de noche en juegos y otras
ociosidades, cosa que notada
también por los ingleses, hacía recelar al Cabildo una sublevación,
como se decía la habían intentado los de San Juan. Esta observación no
fue del agrado del comandante de armas, quién respondió "que como tan
celoso este Cabildo a los movimientos de los prisioneros, ésté a celar
no
se coliguen vecinos o algún individuo de este cuerpo", respuesta que
hizo a los capitulares "una impresión ruborosa a la fe y lealtad que
profesamos al Rey nuestro señor.
De ahí que pidieran a Videla que declarase "con conocidas
expresiones, los vecinos o individuo de este Cabildo de quién
sospeche o supiese que esté coligado con los prisioneros,
para con su aviso en la hora proceder contra tales traidores
con el celo que tanto nos repite vuestra merced. Finalmente
los capitulares prevenían a Videla "de ser éste el último oficio en cuanto a los prisioneros y su guardia y sólo nos
entenderemos con la superioridad".
Los puntanos no se esmeraron en documentar sus trabajos durante las
invasiones inglesas. Pero no todos hicieron lo mismo. Don Cornelio de
Saavedra, con fecha 16 de marzo de 1808, escribía al Cabildo de San
Luis en estos
términos: "Creído de que la Legión de Patricios, a cuya
cabeza tengo el honor de hallarme, ha dado pruebas relevantes de los
sentimientos más puros por la Religión, el Rey y la Patria, según lo
manifiestan los atestados insertos en el adjunto cuaderno, me tomo la
libertad de pasarlo a
manos de usía a fin de que los hijos de su jurisdicción
se impongan de su contenido, no ya para que les sirva de
ejemplo, sino para que se gloríen de que les hayamos imitado en sus
justas ideas, y sucesivamente tenga a bien
conceder lugar en su archivo a este documento, como una
demostración de la parte que usía se toma en los esfuerzos
con que todos los individuos que la componemos hemos cooperado a
conservar en toda su integridad estos interesantes dominios".
Mucho más que esto interesa aclarar el error frecuentemente repetido
desde que Gez escribió: "También, con fecha 11 de junio de 1807,
comunica el virrey Liniers haber acordado a la ciudad de San Luis, en
premio de esa misma
cooperación, el tratamiento de Muy Noble y Muy Leal y
el de Excelencia, y a sus capitulares el honroso tratamiento
de Señoría.
En realidad, se trata de una circular datada en Buenos Aires el 11 de junio de 1808 -no 1807- en la que Liniers expresa:
"Publicada en la Gaceta extraordinaria de 20
de noviembre del año próximo pasado la gracia concedida por su majestad
a esta ciudad -de Buenos
Aires- para que además del dictado de Muy Noble
y Muy Leal se le dé en adelante el tratamiento de
Excelencia, y sus capitulares gocen el de Señoría, he
determinado no obstante no haberse recibido aún la
real cédula, que es regular se haya expedido con
este motivo, que siempre que se haya de oficiar o
representar a este Cabildo, se le dé desde luego el expresado
tratamiento de Excelencia en cuerpo, y el
de Señoría en particular a cada uno de sus capitulares, sea de palabra
o por escrito: en cuya consecuencia lo prevengo a usía para su
inteligencia y
cumplimiento".
En junio de 1808, la Real Audiencia hizo la regulación
de la contribución patriótica "que se hace preciso colectar
por la escasez de fondos del real erario para atender a la
conservación y defensa de estos dominios". Según ella, Córdoba debía aportar 30.000 pesos anuales, Mendoza 6.000,
San Juan 8.000, La Rioja 2.000 y San Luis igual cantidad.
El Ayuntamiento de Buenos Aires comunicó al Cabildo puntano esta regulación con fecha 26- de setiembre, "esperando
que usía excitará la lealtad y patriotismo que distinguen a
ese noble y generoso vecindario para que se preste al nuevo
sacrificio a que le empeña la conservación de la Patria, y
con ella la de la Religión sagrada, que es el más precioso
timbre de la nación".
En el mismo oficio se leen estas interesantes palabras:
"La cuota que, en proporción la más exacta, corresponde al
distrito de ese Ayuntamiento. ..es la de dos mil pesos (can-
tidad que aunque al parecer excede en proporción de la asignada a
Mendoza, es en el concepto de continuar aquella ciudad con la oblación
y donativo anual de doce mil pesos para
mantener cien soldados en esta plaza), a cuyo entero puede
usía atender con los arbitrios menos sensibles que dicte su
prudencia, permitan las producciones del territorio y el preciso
consumo de sus habitantes".
FUENTES
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