Capitulo VIII
La llave de Cuyo
CAPITULO VIII
LA LLAVE DE CUYO
Carne y espíritu de la epopeya
Con justeza, Pastor ha llamado período glorioso de su historia al
vivido por San Luis bajo el gobierno de Dupuy. En él fructifican los
siglos de valor y privaciones; en él adquiere robustez de símbolo la
puntanidad; y en él se dispersan las semillas de todo lo que después
vendrá -bueno o malo-- en dimensión de soledad, de silencio y tantas
veces de incomprensión. Quien no sea capaz de entender la lección y el
mensaje de esos largos y duros años, no sabrá
jamás de dónde venía este pueblo y adónde quería llegar y será vano
tejer y destejar frente a horizontes ilusorios si el telar y el tejedor
no sienten en sí el calor telúrico, que es llama de fe y de constancia.
Don Víctor Sáa -máximo historiador de San Luis en la gesta
sanmartiniana- sintetiza con estas palabras el uehacer de tan celoso
gobernante:
"La misión que debía cumplir Dupuy fue desde el comienzo muy compleja.
Como militar experimentado, puso todo su empeño en reglar
eficientemente las milicias y, al mismo tiempo, en contribuir con el
mayor número de reclutas para la organización del Ejército de los
Andes. Como presidente del Cabildo, debía satisfacer las aspiraciones
localistas y de consuno anular las persistentes influencias subversivas
que disimulaban su epicentro en Mendoza mismo, y que se hacían cada vez
más ostensibles en Córdoba."
Nadie lo dude: Dupuy fue un gobernante duro, aunque "sensiblemente
grato con quienes supieron secundario arrostrando toda suerte de
penalidades". No vaciló nunca en castigar "con vigor inexorable" a
quienes ofendían "la dignidad y el decoro de los derechos
republicanos". y no se perdió en laberintos de jueces y abogados, sino
que propugnó los sumarios "sencillos y breves". Amaños y tolerancias le
repugnan, porque antepone a todo el interés de la patria,
que debía salvarse a toda costa. Y trabaja, trabaja con denuedo de
titán, porque en ello le va la propia vida.
Junto a él está el Cabildo, no siempre dócil porque "sin duda, los
capitulares puntanos, con la misma firme voluntad que sirvieron la
causa de la Patria, resistieron la imposición de hombres que -sin duda,
también- eran necesarios, en aquella hora incierta, para el éxito, en
su unidad de concepción y de acción, del magno plan sanmartiniano".
Serán los cabildantes --como lo sostiene Víctor Saá- "la más auténtica
representación de la oligarquía dirigente". Pero, a través de los años,
ardorosos o blandos "como una masa", sirven a la empresa común sin que
nada se les quede en las uñas y arriesgando, con plena conciencia,
hasta el pellejo. Una y otra vez, el amor al terruño se hace flor en
los zarzales de la brega: propenden a la concordia entre los
funcionarios, claman por una escuela de primeras letras, moderan las
tendencias fenicias de los abastecedores, mendigan los reales para la
misa con que dar gracias a Dios.
Cuando el bronce inmortalice la figura dé Dupuy, el egregio teniente
gobernador no estará solo, como no lo estuvo en ningún instante de su
ardua labor. Hombro con hombro, la justicia póstuma -la auténtica, la
que está por encima de las banderías, la que no convierte a la Historia
en fregona de la politiquería- esa clara y serena justicia levantará en
el testimonio aleccionador la recia y provinciana estampa de los
colaboradores de Dupuy, así como lo pintó magistralmente don Víctor Saá:
"¿ Quiénes fueron esos colaboradores? Fueron hombres del común vale
decir, fieles expresiones del sentido común a nuestro pueblo, en
aquello que
tal sentido tiene de variable, y que, desde luego debe al medio y a la
época. Fueron hombres, si se quiere, de buen sentido, en todo aquello
que destacó
su actuación individual de la colaboración del común; pueblo de
personas, no de masas... No fueron doctores. Ni necesitaron serio.
Quizá, si lo hubieran sido, habrían fracasado lamentablemente. Fueron
hacendados, que afrontaban el regimiento de la comunidad con la misma
llaneza e idéntica lealtad con que cualquiera de ellos abandonaba los
intereses de su estancia para velar por el bien común, llamáranse
Francisco de Paula Lucero, José Santos Ortiz, José Justo Gatica o
Marcelino Poblet; eran comerciantes, que pasaban, con inalterable
sencillez, de la trastienda de una pulpería a la Sala Capitular,
tratárase de don Luis de Videla, de don Matheo Gómez o de don Tomás
Luis Osorio; o eran modestos artesanos, que descuidaban el tapial cuyas
agujas habían plantado, o la fábrica del muro que comenzaban a
levantar, para asistir a los acuerdos del Cabildo, como don Tomás Baras
o don Isidro Suasti. Eran hombres curtidos en el trabajo, y eran
también, en cierto modo, soldados aguerridos. ..Pero en todos ellos
había una nota, un acento, que debemos atribuir a la época y al
ambiente; nota o acento que, a despecho del estupor que los embargaría
de saberlo, los coloca en el plano de la más auténtica heroicidad -la
más desconocida para
nosotros-; nos referimos a esa conciencia que tenían de su propia
incapacidad para regir o para actuar, en la medida que el largo alcance
de su sentido común y de su patriotismo les hacía columbrar."
Para comprender mejor el heroísmo y la grandeza de quienes secundaron a
Dupuy en la formidable obra de apuntalar la libertad, y para ponderar
sin mezquindades ni ditirambos la patriótica faena de tan singular
teniente gobernador, es preciso recordar que, como todos los que tienen
la desgracia de regir pueblos, Dupuy halló en su camino desde la piedra
que desvía hasta la zarza que desgarra o el
abismo que conturba.
Hay que decirlo porque es fácil probarlo: en San Luis también hubo
quien se dejó tentar por el reclamo del enemigo a quien se enfatuó con
talo cual pequeño servicio hecho a la patria; hubo quien sólo se
desveló por incrementar su hacienda y quien se hizo el desentendido
ante las desgracias o las necesidades; hubo el que se cansó de dar y el
que se aficionó a pedir; hubo el que sembró calumnias y el que cosechó
lo que nada le había costado. De todo hubo,
porque así fue siempre la vida. Y si no fuera así, ¿ con qué barro se
amasarían los héroes? Buen sembrador, San Martín apreció de inmediato
la nobleza del trigal puntano. Lo vio levantarse con la gallardía del
que no teme darse; lo contempló después en la humillada gracia del que
preanuncia el pan; y lo admiró
más tarde, con toda la grandeza de su alma cuando no quedó de él más
que una sombra parda, a la vera del tiempo molinero.
Quien llamó a San Luis "leal y generosa" hablaba por boca de la
Historia. Y tocaba, tal vez sin darse cuenta, el cogollo de la
puntanidad.
Dupuy también supo comprender a los puntanos. Por eso se acercó a ellos
por los caminos de la religión y el patriotismo, avivando fervores y
dando hondura al quehacer cotidiano. En esta ciudad de la Punta, el
teniente gobernador fue, hora tras hora, la espada fiel y la chispa
comunicativa. Como buen músico que era, tañía todas las cuerdas del
alma popular. De cada fausta nueva hizo un revuelo de campanas, un
estrépito de fusiles, un baile o una serenata.
Cantó y enseñó a cantar la Marcha de fusiles, un baile o una serenata.
Cantó y enseñó a cantar la Marcha Patriótica, se puso a la cabeza de
los hombres y las mujeres que salían por las calles a vitorear la
Patria, improvisaba cielitos para tornar más donosa la alegría.
Pero no se olvidaba de Dios. Frente a su altar se inclinaba y hacía que
todos se inclinaran. Porque a nadie dispensó de esa obligación, fuese
patriota o realista. Su celo iba más allá: vigilaba que los soldados
cumpliesen, el Jueves
Santo, con el precepto de nuestra Santa Madre Iglesia. Así lo escribía
y lo hacía pregonar, por cierto que no por mera fórmula.
La pobreza y los sacrificios no privaron a la ciudad de luminarias.
Como no la ensombrecieron las noticias de los contrastes ni las
amenazas. Porque entonces, tras el redoble de la caja guerrera, la
proclama de Dupuy se levantaba como un fuego inextinguible para
robustecer esperanzas o reclamar el último sacrificio. Su acento
retemplaba el coraje, aceraba la voluntad, convocaba las manos
laboriosas.
Y el ángel de la victoria batía sus alas majestuosas sobre la heroica ciudad de San Luis.
El baluarte de la Patria
La tarea de organizar las milicias, en la que se empeñara don José
Lucas Ortiz a requerimiento del gobernador Francisco Javier de Viana,
fue activamente continuada por Dupuy, quién "regló con método más
eficiente el reclutamiento iniciado, llevándolo a un plano admirable de
suficiencia militar", como bien lo enseña don Víctor Saá.
Esas fuerzas fueron reunidas por orden de San Martín, ante la
incertidumbre de los sucesos de Chile. Pero el 21 de octubre de 1814,
desde Mendoza, el comandante de armas don Marcos Balcarce escribía a
Dupuy:
"Ya puede usted mandar retirar las milicias a sus casas, con prevención
de estar prontas para siempre qué sé necesite; y arreglando usted
inmediatamente sus compañías, proponiéndose los empleos que se hallasen
vacantes en sujetos de la
mejor disposición y de conocido patriotismo. Venga un estado de
fuerzas."
Poco después Balcarce insistía en la remisión de un padrón que sirviera
de base para la organización militar de San Luis y el 5 de enero de
1815 avisaba a Dupuy que el teniente coronel don Miguel Villanueva
pasaba a ponerse a sus órdenes para auxiliarlo en el arreglo de las
milicias puntanas, tarea que recomendaba "con todo el interés que
empeñan las circunstancias actuales".
El 30 de marzo, Dupuy informaba tener regladas "15 compañías de
milicias de caballería, con la fuerza de 120 hombres cada una, que se
compone de cinco sargentos primeros, doce cabos y ciento tres
soldados". Al mismo tiempo remitía un "Estado de las armas que existen
en la Sala de Armas hoy de la fecha", notable por su insignificancia,
ya que sólo registra 21 fusiles, 24 Mayo-
netas, 24 cartuchos, 5 sables, 3 espadas y 4 machetes. Eso sí: se
mencionan 153 lanzas con ásta, para confirmar su tradicional uso entre
los puntanos.
Los documentos demuestran que, pasó a paso, Dupuy no sólo venció todas
las dificultades sino que también superó su angustia y su incertidumbre
ante una tierra y unos hombres que no conocía, pero que no
retrocedieron ante ningún sacrificio.
Organizar las milicias fue, como él lo escribió, "un trabajo ímprobo",
porque -le faltaron elementos para valorar el caudal humano y las
posibilidades de cada población. Sin embargo, secundado con lealtad y
diligencia
por sus colaboradores puntanos, salió airoso del compromiso, y con
trazos imborrables, escribió su nombré en la Historia.
Como se había hecho siempre, los vecinos más prominentes o sus hijos
formaron el plantel de oficiales. y por cierto que sirvieron con honor,
cuando no escollaron por su intrepidez o su temeridad.
Nombrarlos es limitar la formidable entrega. Porque, lo puntano todo el que
al llamado.
Los viejos papeles también dicen mucho sobre la calidad del aporte
humano. Así, el 17 de mayo de 1816, en Mendoza, el teniente coronel don
Juan Gregorio de las Heras escribía a San Martín:
"Soy de parecer que la compañía de granaderos del 29 Batallón, y por su
orden numérico hasta la 4, deben formarse en San Luis, en razón de las
buenas tallas que allí podrán proporcionarse, por no haberse hecho saca
de granaderos como en San Juan, y que las 5 y 6 se formen en esta
última ciudad, para las que cualesquier talla sirve."
En junio de ese mismo año, desde San Luis, el capitán Manuel José Soler
comunicaba a San Martín que el 15 había suspendido los ejercicios
doctrinales, "por, hallarse ya estos oficiales Instruidos en los
primeros movimientos de
la caballería". Agregaba que "desde aquella fecha entablé conferencias
acerca de las maniobras de escuadrón, en las que algunos -oficiales se
han aprovechado en términos de poder explicar cualquiera de las
maniobras indicadas", a
tal punto que solicitaba se diese por terminada su comisión.
Equivocado estaría quien supusiese que San Luis sólo dio granaderos. Un
oficio de Dupuy, de fecha 19 de julio de 1816, revela que por entonces
también se disciplinaban tres compañías para el Regimiento Nº 11,
aunque no había dinero
para socorrerlas ni cartuchos para ejercicio doctrinales.
Finalmente, es preciso mencionar a los milicianos auxiliares, a los que
el infatigable teniente gobernador citó en noviembre "para que
participaran del honor de acompañar al señor General en Jefe en su
expedición a Chile". Milicianos que, en su mayoría, debieron recurrir a
mulas mansas por la flacura de los caballos, atrasados por el riguroso
invierno y el mucho trajín de los auxilios dados a las fuerzas que
marchaban a Mendoza. Oscuros e ignorados milicianos, cuya respuesta es
como una medalla sobre el pecho torturado del terruño: "Estamos prontos
para el día indicado".
San Luis, que lo había dado todo -la afirmación es de Víctor Saá y se
basa en documentos irrefutables- dio también un puñado de esclavos:
apenas treinta negros, eficaces y fieles artesanos que empuñaron las
armas libertarias para rubricar el sacrificio de una tierra donde todo
era posible: desde gloriarse en la miseria hasta salir, de la mano de
Dios, a comenzar de nuevo.
El diputado al Congreso
Derrocado por la revolución del 8 de octubre de 1812, don Juan Martín
de Pueyrredón fue confinado a San Luis, ciudad a la que llegó en los
primeros días de 1813. En su obligado refugio, no sólo se dedicó a
mantener vivos sus
contactos políticos sino que prosiguió sin desmayos sus actividades
comerciales, para lo cual adquirió a don Maximino Gatica las tierras de
la Aguada, inmediatas a la Ciudad.
A ese retiro habría ido a visitarlo San Martín, en septiembre de 1814,
cuando marchaba a hacerse cargo de la intendencia de Cuyo. Quieren los
historiadores que así haya sido. Pero mucho más debe haber significado,
para el insomne patricio, la presencia en San Luis de don Vicente
Dupuy, aparcero de tantas jornadas heroicas y amigo o hermano
juramentado para altas y riesgosas empresas. Con la llegada del
teniente gobernador, las puertas del horizonte se abrieron para
Pueyrredón y allá, en su estancia de la Aguada, volvió a sentirse el
paladín sereno y fuerte, sutil y terco en su trabajar la Patria.
El cerco estaba roto. A fines de noviembre viajó a Mendoza y desde esa
ciudad escribió a Dupuy varias cartas que revelan hasta lo que pretende
ocultar. "Se había hablado generalmente de los motivos de enemistad que
debía
haber entre San Martín y yo; y ha servido de Sorpresa el recibimiento
que me hizo en público, abrazándome y besándome con ternura fraternal".
Así dice a su amigo en una de sus misivas. y aún le recomienda que le
conteste "bajo
cubierta de San Martín, que está finísimo conmigo". Mas no siempre el
texto aparece cristalino. Algo indefinible repta por debajo de las
palabras: "Yo no sé de dónde han sacado la noticia de la provisión de
esta Intendencia en mí;
yo no sé por qué se resiste tanto mi corazón a volver a entrar en el
peligro de los negocios públicos". y luego añade:
"Mi destino secreto me ha conducido hasta aquí por fuerza en todos los
lances de mi vida; lo dejaré seguir sus caprichos, mientras no me
separen de los principios de honor y virtud que forman mi carácter".
A principio de febrero de 1815 Pueyrredón se alejó definitivamente de
las tierras cuyanas, estableciéndose otra vez en Buenos Aires, desde
donde el meteoro alvearista conmovía las entrañas del país. Allí
prosigue su invariable
labor de convocar voluntades alrededor de sus proyectos políticos. Sus
cartas van hacia todos los rumbos, insinuantes o esclarecedoras,
siempre notables. "
La caída de Alvear está marcada en Cuyo por voces rotundas, noblemente
aleccionadoras a través del tiempo y del olvido. Así, el cura de
Mendoza don Domingo García, en el cabildo abierto del 21 de abril de
1815 declaró que "no
siendo regular destrozar unas cadenas para cargar otras nuevas, era de
opinión y voto no prestar nueva obediencia a otro gobierno, mientras no
fuese instalado por los votos uniformes y libres de la voluntad
general", es decir, un
gobierno "que fuese elegido por los votos unánimes de los diputados
legítimos de todos los pueblos que componen el Estado en toda su
plenitud".
Es indudable, sin embargo, que a la vera de ese claro sendero, turbias
aguas discurren. Revueltas aguas, portadoras acaso de limos sagrados,
pero duras y salobres, como suele ser la gloria, como es ciertamente la
libertad que las
convocaba. y si no aceptamos esto, difícil será comprender cómo fue
aquel proceso, a ratos tumultuario, que culminó con la elección de don
Juan Martín de Pueyrredón como representante de San Luis en el Congreso
de Tucumán. La
voluntad general no tiene el rostro abierto de la concordia.
Hace
su áspera vía con la frente nublada y sudorosa, con la mirada
anhelante, con el labio que vacila entre la imprecación y el ruego.
Pero avanza. y crece y sube hasta plenitudes más excelsas que las
soñadas por quienes tuvieron el coraje de levantarla como lábaro de
redención. Así la vemos ahora en las jornadas de Mayo. Y así debemos
enseñar a verla en los acuciados días de Julio.
Conocida la decisión del pueblo mendocino, Dupuy mueve también las
piezas del formidable juego, para que el vecindario reconozca la
autoridad de Rondeau y confirme a San Martín en el mando de la
Intendencia. Según el acta labrada el 5 de mayo de 1815, San Luis
rechazó también la renuncia de su teniente gobernador. Pero esto, al
decir de varios vecinos de la ciudad y la campaña, sólo fue un
artificio que puso en sus manos la llave maestra para encauzar Y
acriminar por rebeldes y facciosos a los que no quisieron consentir en
su reelección.
Una semana después, el Cabildo puntano difundió una proclama para
prevenir a los habitantes contra los "hombres revoltosos" que trataban
de sembrar entre ellos la discordia. Protestaban los capitulares de
"ser honrados y separados de toda ambición a mandar"; "y aunque no son
charlatanes -añadían- su buena intención y la prudencia que les asiste
hacen que anhelen siempre por elegir lo mejor
para conservar los derechos del pueblo y mantenerlo en tranquilidad y
unión". En la misma proclama se decía que "el Cabildo no ha acordado
otra cosa que uniformarse en todo con las rectas y puras deliberaciones
de vuestra capital,
que es Mendoza". y con palabras reveladoras concluían los cabildantes:
"esperamos que los que no habéis podido asistir, os conformaréis y
aquietaréis con este propio voto, si aspiráis como todos por la unión,
por el sosiego de vuestro país, por Vuestra libertad y su
independencia".
Es evidente: Dupuy, con energía tiránica, lucha para que el plan de sus
amigos se concrete cuanto antes. Por eso no aguardar a que San Martín
le dé instrucciones con respecto al Estatuto Provisional y la elección
de diputado al
Congreso, sino que, tan pronto recibe los pliegos de Buenos Aires,
continúa su labor, siempre "fecundo en amaños raposeros", como dirán
sus detractores.
En académica página leemos que "El 3 de junio se practicó la elección
de los electores del pueblo, obteniendo gran mayoría don José Cipriano
Pueyrredón, el capitán don Tomás Osorio y el padre Benito Lucio
Lucero". Los papeles del archivo puntano guardan otra versión bastante
menos pulcra, firmada por don Tomás Baras, alvearista, sí, pero
infatigable obrero del terruño.
Sabemos así "que no se celebró cabildo abierto" y que la comisión
nombrada con arreglo al Estatuto fue presidida por el alcalde Tomás
Luis Osorio, a cuya casa –también morada de Dupuy- concurrió "como una
tercia parte del vecindario", aunque "entraban uno por uno a dar su
voto para la elección de los tres electores". Agrega Baras que,
"estando en el patio" con el síndico procurador y otro ciudadano, se
acercaron al regidor don Juan José Vílchez "y éste les preguntó a los
tres en voz baja, que a quienes iban a dar su voto, a lo que
respondieron que no sabían todavía".
y "entonces les dijo dicho regidor: pues nosotros los del Cabildo
estamos todos de acuerdo de elegir a don José Pueyrredón, a don Tomás
Luis Osorio y a fray Benito Lucero".
Nuestros historiadores han llamado "díscolos" a Baras y a sus amigos.
Pero es bueno saber que ellos, apartándose del regidor, comentaron:
"¿Qué cosas son éstas tan fuera del orden? ¿Así no haremos nunca cosa
acertada, porque el
voto de cada uno es libre y no para estar de acuerdo antes de elegir?".
Triunfaron los candidatos de Dupuy. Y ellos, a su debido tiempo,
eligieron diputado a don Juan Martín de Pueyrredón quien, entre otras
cosas, había prometido no cobrar dietas por su representación. Paso a
paso, el plan se cumple.
Sin embargo, las quejas de "los díscolos" llegan hasta Buenos Aires. y
aunque destinadas al Director, "por un conducto reservado" logra
Pueyrredón ver las páginas acusadoras y hasta reconoce la letra de
quien quiso ocultarse
omitiendo firmarlas. Ofendido, Pueyrredón renuncia a la diputación. Y
en carta dirigida a Dupuy, deja correr su pluma siempre reveladora:
"Por ti y ese Cabildo admití un cargo penoso y peligroso, y que iba a
costarme algunas talegas; pero ni tú ni ese Cabildo podrán resentirse
de que, herida mi delicadeza, les largue la cucaña para que se la
encapillen a otro".
El patricio parece conformarse. Pero Dupuy, no. Es fiel, es aguerrido,
es tenaz. y pocos días más tarde, "todos los ciudadanos de San Luis y
una parte considerable de su campaña" elevan al Cabildo una petición en
la cual, tras
renegar de los "ingratos a su suelo y enemigos implacables e la
tranquilidad y bien público" que han tirado libelos infamatorios contra
"nuestro deseado Diputado", demandan a los capitulares "los últimos
recursos" para que Pueyrredón, "mitigando sus honrosos y justos
resentimientos, vuelva a abrazar el cargo que tan dignamente se le
había conferido por la uniformidad de sufragios".
Zorro o león, Dupuy sabía triunfar. y el hombre de la Aguada, que había
creído encontrar "un caminito honesto para salir de ese atolladero",
prefirió tomar el áspero y empinado camino de Tucumán.
Parte ya su coche, el que le costara mil pesos. y en la polvareda,
polvo ellas también, quedan las esperanzas de aquellos paisanos que
nuestros historiadores siguen todavía
considerando "díscolos y ambiciosos". No será trabajo vano tratar de
aquilatar aquellas pulverizadas esperanzas. y algo aprenderemos
buscando su profunda raíz.
El pueblo mendocino, con cuyanísima voz, exigía el 1º de mayo de 1815
que el Congreso debía celebrarse "distante del Poder Ejecutivo y de las
bayonetas, y en una distancia capaz de evitar la violencia de éstas y
el influjo de aquél". Dec1araba, asimismo, que los representantes
debían ser "forzosamente patricios -es decir, nativos de cada
jurisdicción-, sin servir de suficiente pretexto la incultura; de los
pueb1os, con que se ha querido disfrazar hasta aquí e1 espíritu de
partido que ha motivado la supresión de este juicioso establecimiento".
Los "revoltosos" puntanos, tan denigrados en ciertas historias,
marchaban por ese mismo rumbo. Contra la docilidad de los electores
surgidos de os artificios de Dupuy, los "díscolos" pretendían que el
pueblo, en forma directa y sin desórdenes, hiciese la elección del
diputado, "procurando que, aunque no fuese tan ilustrado, fuese sano de
corazón y hombre de bien". O, dicho con otras palabras: "que se dejase
hablar del pueblo, y dejando en su buena fama a don Juan Martín
Pueyrredón, el pueblo libremente nombrase un diputado criollo, mas que
fuese un salvaje, pues lo que se necesitaba era un hombre de buena
intención y no de literatura".
Esperanza, polvo de siglos, que todavía flota sobre el corazón de la Patria.
La contribución material
Con su pluma penetrante y fervorosa, don Víctor Saa ha proclamado verdades que convidan a la meditación. Así ésta:
"Leyendo los trabajos magistrales más difundidos en nuestro país
referentes a la gesta sanmartiniana, la contribución puntana aparece
disminuida, cuando no ignorada. En algún caso se aduce la escasez o
carencia de documentos. No pocas veces, sólo Mendoza es Cuyo. y cuando
la prolijidad del cronista o del historiador ha extendido su esfuerzo,
sentimos y comprendemos la participación de San Juan. A la tierra de
Pringles, tenemos que suponerla entre líneas, formulándonos una
interrogación angustiosa: ¿Y San Luis? Sin embargo, los mejores
testimonios irrecusables, reconociendo el sacrificio de nuestro pueblo,
lo que nuestro pueblo ofrendó a la patria naciente sin parangón,
corresponde al Capitán de los Andes, en primer lugar, y después a
Luzuriaga, a Dupuy y a Olazábal."
San Luis no mentó pobreza. Dio hasta lo que debía haber retenido para
subsistir. Por eso la suya no fue a contribución sino inmolación, como
lo afirma y documenta don Víctor Saá en su inigualado trabajo,
lamentablemente fuera
del alcance de los maestros puntanos, que es a quienes corresponde
superar las cómodas generalizaciones portuarias.
Tan silenciado autor agrega:
"Y para probarlo categóricamente, baste decir que, terminada la campaña
de la Independencia en 1824, San Luis entra en un período de su vida
histórica que es, no sólo de postración y de martirio, sino de
manifiesta impotencia para enfrentar, como hubiera sido posible, las
hordas ranquelinas. Había quedado sin soldados y sin armas. Estaba
inerme. Los indios la arrasaron entonces con sus malones."
Todo sirvió para vigorizar la Patria, para liberar los pueblos
americanos, para tornar realidad la concepción genial de San Martín.
Nada fue olvidado: ni los bienes de los realistas ni las tierras de las
Temporalidades ni las míseras monedas de las tituladas arcas del
Estado. En la inmortal provincia de Cuyo, el pregón sanmartiniano
conmueve hasta el polvo de las tumbas. Todavía los amarillentos papeles
guardan el homérico acento de su reclamo formidable. Y se humilla
nuestra altivez ante esa voz que exige "mil recados o monturas
completas, que sean de regular uso; y asimismo el mayor número posible
de pieles de carnero, ponchos, jergas, ristros o pedazos de estas
especies, pues nada importa que sean maltratadas y viejas; y los
recados pueden admitirse aunque les falte freno, pero no riendas; y
todo se ha de acopiar en el inmediato agosto". ¡ Qué no hacen, qué no
dan los puntanos! De qué no hacen holocausto los hombres y las mujeres
de San Luis Cartucheras y pólvora, suelas y piedras de chispa, caballos
y mulas, charqui y otros menesteres. Y el charqui deben ser dos mil
arrobas, y las mulas mil, y la plata la del año venidero.
Sobre los telares y los morteros, en el patio apacible y en el bravío
corral, en la huerta y en el campo, no es el sudor el que cae, sino la
sangre misma, la vida entera de un pueblo que ama el orden, que no
quiere cadenas, que
todo lo espera de la misericordia de Dios.
De horizonte a horizonte, la tierra se entrega.
En cada rincón, el viento talla el bronce de un héroe ignorado. Habría
que nombrarlos, para mostrar que somos más fuertes que la ingratitud y
la indiferencia. Habría que darles firmeza y claridad de símbolo en la
prestancia viril de aquellos desvelados alcaldes de la campaña, que
bien pueden ser los de 1816. Norberto Adaro en los Chañares, José de
las Nieves Moyano en el Morro, José Ambrosio Calderón en el Durazno,
Martín Garro en la Estancia Vieja, Pedro José Gutiérrez en la Frontera
de San Lorenzo, Mariano Ponce en el Gigante, ayudaron a forjar la
libertad. Y como ellos Juan Gregorio Lucero en Intiguasi, José Segundo
Quiroga en las Minas, José Santos Ortiz en los Molles, Juan Bernardo
Zavala en Ojo del Río.
Nombres todos con sabor a patria chica y a Patria grande; apelativos
nuestros, como debe seguir siendo nuestra constancia de su labor, su
heroísmo cotidiano y sin aplausos. Nombres limpios, sin mancha ni
adición de bandería, que devolvemos reverentes a la posteridad, para
que cada población los incorpore a su patrimonio de honor, como gajo de
laurel o espiga honrada.
y si ellos no alcanzaran a satisfacer la sed de justicia de los
vecindarios esparcidos sobre el fervor de la querencia, levantamos
también los de Manuel Antonio Vieira, de Fabián Guiñazú, de Manuel
Moreira, de Nicaso Becerra,
de José Manuel Montiveros, de Juan de Rosa Ochoa y de Andrés Alfonso,
seguros de que tras ellos todavía quedan más patriotas sin vuelta de
hoja, para que algún averiguador los ponga en la balanza, el día que se
atreva a dudar del sublime sacrificio de San Luis o cuando alguien
pregunte qué hicieron los puntanos por la Independencia.
Por ahora, basta con recordar que en noviembre de 1816, el director
Pueyrredón, por boca de su ministro Vicente López, empeñó "su palabra
que tendrá en la mayor
consideración tan importantes sacrificios para dispensarles (a los
puntanos) toda su protección e indemnizarles de los quebrantos que han
padecido, consultando los medios de procurarles su futuro
engrandecimiento".
Política, comercio y ambiciones
Los sucesos que registra la historia de San Luis durante el difícil
gobierno de Dupuy, corroboran la magistral afirmación de Enrique de
Gandía:
"Para nosotros no existió jamás una revolución americana ni hubo guerra
entre peninsulares y americanos, en los comienzos, sino guerra de
americanos y peninsulares unidos, en un bando, y de americanos y
peninsulares también unidos en otro bando. Con distintas palabras: no
hubo guerra de razas, sino de ideas políticas".
San Luis, convertida en la llave de Cuyo, no vive alerta sólo ante las
maquinaciones de los realistas -españoles o americanos-, sino también
ante todo lo que amenaza perturbar el orden necesario para ejecutar la
tremenda empresa sanmartiniana. El que no está con la causa, está
contra la causa. No importa su condición ni el lugar de su nacimiento
ni su color. Aunque a veces mal se la nombre, no es una revolución la
que anuncia el advenimiento de la Patria, sino una guerra civil. Lo que
se quiere imponer son las ideas políticas; son ellas las que enfrentan
a los mejores hombres en las juntas, en los triunviratos, en los
directorios. Y la Historia nos dice que no termina ahí el
enfrentamiento.
Por eso es tan agria, tan áspera y tan heroica la vigilia de Dupuy y
todos cuantos, en tierras puntanas, aceptaron el orden que San Martín
propugnó e imuso. Orden encaminado a un solo objetivo: la liberación de
América.
Adviértase bien -como lo apunta don Víctor Saá- que "no necesitó Dupuy
asegurar el orden en San Luis... porque el orden era parte de la
cordura de la sociedad de entonces". Pero adviértase también que el
teniente gobernador no permitió que nada menoscabase la realidad moral
de ese orden, que fue la modalidad del puntano.
La mano dura y fiel de Dupuy arranca todas las malezas, no importa si
artiguistas, realistas o montoneras. Su celo y su recelo siguen los
pasos de los hombres de espada y de los de pluma, del comerciante y del
hacendado, del
confinado indiferente y del sacerdote que no cae a la huella.
Vigila al que entrA y al que sale, al que trae la carta de
recomendación y al que huele a indio, al que se titula amigo y al que
se aparta silencioso. Por su orden se apresa y se encarcela. Y las
partidas andan de aquí para allá con desertores, díscolos y frailes.
Sin que falte entre los viejos papeles, el detalle de algunos
ajusticiados, vaya a saber por qué.
Los tiempos eran tormentosos y todo se derrumbaba.
Pueyrredón da testimonio de ello en la carta que escribió
a Dupuy, desde Tucumán, el 16 de enero de 1816; y en la
que dice, entre otras notables cosas:
". ..el país está todo dividido; el ejército casi disuelto y en extremo
prostituido; la ambición se entroniza con descaro en todos los puntos;
cada
pueblo encierra una facción, que lo domina; la ambición ciega, la
codicia, la sensualidad, todas las pasiones bajas se han desencadenado."
Por eso es más admirable la colaboración del pueblo puntano, cuyos
hombres y mujeres no dejan de trabajar para atender las continuas y
perentorias órdenes del Capitán de los Andes, mientras la misma
jurisdicción es perturbada por las andanzas de confinados, desertores y
ladrones de todas layas. Los mismos contingentes que pasan hacia el
Desaguadero son de recelar y no hay alcalde que no reclame armas para
contener los desmanes de tanta gente alzada. Hasta algún cacique
fronterizo cree llegada la hora de cobrarse cuentas viejas,
insolentándose a gritos y riendazos.
En la guerra de ideas políticas no están ausentes los intereses
comerciales. Dupuy, en marzo de 1816, se refería al "triste estado de
esta jurisdicción, a que lo ha conducido el infame comercio de los
mercaderes que corren la campaña" y se condolía al ver "la lamentable
situación de las familias, a causa de los gruesos empeños que hacen con
los referidos mercaderes, que les dan los géneros a un precio tan
exorbitante que con verdad se puede asegurar que un principal de
quinientos pesos lo hacen rendir en sus repartos al de tres o cuatro
mil".
Destacaba el teniente gobernador que uno de los mercaderes que cometía
esa "atroz y escandalosa tiranía" era "al fin bárbaro y cruel español",
añadiendo: "pero lo más digno de llorarse es que esta misma conducta
observen muchos americanos, ayudando de este modo a la destrucción de
su mismo suelo, protegiendo la desnudez y miseria de sus mismos
paisanos y uniéndose en sus operaciones a los bárbaros enemigos que nos
persiguen".
El Cabildo pretendió "exigirle la nimiedad de un cuartillo por carga a
las arrias, y a las carretas aún menos"; pero a tal pretensión se opuso
el asesor de la Intendencia, alegando que "el comercio es la sangre del
soldado". Fue
entonces cuando el alcalde Poblet defendió su tierra con este ardor
inigualado:
"Los artículos que miran al comercio de él, en que se hace referencia a
la extracción de maderas, introducción de efectos y la saca de tejidos,
ganados, lanas, etcétera, es el todo de sus producciones y, desde que
es San Luis hasta la fecha, ha tenido la bondad, o mejor diremos la
desidia, de dejarlas llevar sin el más mínimo interés; y es así que,
después de talados sus montes a satisfacción de los extraños y
aniquilada la campaña de las otras especies, se halla sin ningún fondo
de arbitrios de que siempre ha carecido, y en la impotencia de
imponerlos en los rezagos que le han quedado. El comercio que circula
en este pueblo y su jurisdicción (como tan escaso de dinero) es por lo
mayor el de efectos de Castilla cambalachados por picotes, ponchos y
demás de lo que produce. Los comerciantes saben tan bien aprovechar sus
introducciones, que no se contentan con este cambio cuando no ganan un
doscientos por ciento, o más, con lo que tienen a esta jurisdicción
reducida a esqueleto y nada menos que
de esclavos a sus habitantes."
San Martín que en oficio posterior manifestó disimular "el
acaloramiento con que se produce S.S.", no habrá dejado de advertir la
nobleza de esos capitulares puntanos que no dejan de reclamar una
escuela, "aunque para los acuerdos de este Cabildo haya de ser bastante
el abrigo de un monte, cuando nuestra desdicha no nos proporcione más
comodidad".
A la riquísima bibliografía sanmartiniana queremos agregar un nuevo
aporte con la crónica de la campaña de Chile, hilvanada principalmente
con fragmentos de cartas y otros documentos que se guardan en los
archivos puntanos. Recontaremos, pues, la formidable epopeya, no para
enseñar lo bien sabido, sino para rescatar de la muerte aquel calor
humano, aquel pulso fervoroso que todavía hoy
se hace luz de heroísmo en los des dibujados renglones de las actas
severas y de las epístolas henchidas de sinceridad y patriotismo sin
doblez. Rebosante amor que tanto movía la pluma noticiera como
fructificaba en la constancia del
chasque renovador de esperanzas.
Los capitulares Mateo Gómez, Pedro Pablo Fernández, Pedro Nolasco
Pedernera, Agustín Sosa y Vicente Carreño, presididos por el teniente
gobernador don Vicente Dupuy, acordaron el 5 de enero de 1817:
"Que con motivo de ponerse en marcha el Ejército de los Andes, a la
reconquista de Chile, se pidiese una limosna entre los vecinos por uno
de los miembros de Cabildo, para hacer una misa de gracias con
novenario correspondiente, con el objeto de pedir y rogar al Dios de
los Ejércitos por la felicidad y buen éxito de la expedición contra el
enemigo de Chile; y habiéndose recolectado treinta
y siete pesos cuatro reales de este virtuoso vecindario, mandamos que
desde mañana se dé principio a la misa de gracias con novenario de
ellas, que serán
cantadas con la asistencia de la música y toda la decencia
correspondiente."
El 24, San Martín dirigió a los cuyanos su proclama de despedida, en la que decía:
"¡Compatriotas! Seria insensible al atractivo eficaz de la virtud, si
al separarme del honrado y benemérito Pueblo de Cuyo no probara mi
espíritu
toda la agudeza de un sentimiento tan vivo como justo. Cerca de tres
años he tenido el honor de presidirle, y la prosperidad común de la
Nación puede numerarse por los minutos de la duración de mi gobierno. A
ellos y a las particulares distinciones con que me ha honrado, protesto
mi gratitud eterna
y conservar indeleble en mi memoria sus ilustres virtudes."
Poco después asumió sus funciones el nuevo Cabildo, integrado por
Francisco de Paula Lucero, Luis de Videla, Máximino Gatica, Agustín
Palma, Marcos Rovere, Andrés Alfonso y Manuel Antonio Zalasar, quienes
saludaron al Capitán General de la Provincia, el 14 de febrero, con
estas palabras:
"El Ayuntamiento que representa a este pueblo de San Luis en el
presente año, no puede ser indiferente a los sentimientos y expresión
pública con respecto al amor y decidida adhesión que tan justamente le
tiene a V.E.; en esta virtud, el Cabildo que acaba de tomar posesión de
sus empleos concejiles, no sólo ofrece a V.E. a nombre de su
representado el más inalterable cumplimiento de sus órdenes y
servicios, sino que le expresa su gratitud por su singular amor a los
puntanos, con todo el sentido de la voz. Lo que tiene el honor de
comunicarle a V.E., ofreciéndole particularmente cuantos servicios
estén en su posible, desde cualquier distancia y siendo cuales fueren
las circunstancias de V.E."
Al día siguiente -15 de febrero- el Cabildo recibió las primeras
noticias sobre la marcha del Ejército que era su misma carne: la copia
que Luzuriaga remitiera del oficio de San Martín, datado el 8 en San
Felipe de Aconcagua, que concluye con este párrafo lleno de
agradecimiento:
"Poseemos, en fin, una dilatada y fértil porción del Estado de Chile;
yo me apresuro a participar a usía tan feliz noticia para satisfacción
de ese Gobierno y los beneméritos habitantes de esa provincia,
principalísimas causas de tan buenos efectos."
El Cabildo, ante estas noticias, manifestaba a Dupuy no hallar "expresión para explicar su gozo". Pero añadía:
"Este Ayuntamiento tiene la gran satisfacción de felicitar a usted,
dándole repetidos parabienes por la gran parte que ha tenido en
contribuir con
su infatigable patriotismo y extraordinarios esfuerzos a facilitar
todos los auxilios que han estado en el posible de este pueblo, con que
tiene la gloria
de haber concurrido a engrandecer el Ejército que va a ser la salvación
de la Patria, debido todo al digno Jefe que lo dirige con tanto
acierto."
El 18 Dupuy transmitió la noticia de la victoria. Y el Cabildo, tras
manifestar que quedaba enterado "de haber sido derrotado el enemigo de
Chile en la cuesta de Chacabuco", se agrandaba de orgullo:
"Este suceso feliz, que asegura la libertad de nuestra cara Patria ha
llenado de júbilo a este Ayuntamiento y a este virtuoso pueblo,
pesándole no haber contribuido con más auxilios a tan digno objeto."
Después de haber leído aquella página inmortal que el vencedor de Chacabuco inicia con sobriedad magnífica:
"Gloríese el admirable Cuyo de ver conseguido el objeto de sus
sacrificios. Todo Chile ya es nuestro", los capitulares dirigieron a
Luzuriaga este oficio, fechado el 26 de febrero:
"Nuestro digno jefe el señor Teniente Gobernador de este pueblo de San
Luis, con fecha 20 del presente, transcribe a este Ayuntamiento los
felices sucesos que usía le comunica sobre nuestro Ejército de Chile al
mando de su glorioso General, el señor don José de San Martín. No cabe
en la expresión el placer y regocijo con que este pueblo virtuoso ha
recibido tan felices nuevas; ya somos libres, clamaban todos, estos son
los frutos preciosos
de nuestros sacrificios. El Cabildo que tiene el honor de representar a
este pueblo benemérito ha mandado, en asocio del señor Teniente
Gobernador,
iluminar las calles por seis días consecutivos, se ha celebrado misa
solemne en acción de gracias y se han hecho cuantas demostraciones de
júbilo han sido posibles en las presentes circunstancias, aunque
ninguna correspondiente al grande objeto ni a la moción interior de un
vecindario tan recomendable
en cuyos labios no se oye otra expresión que la de nuestros triunfos y
bendecir el nombre de héroe ínclito que nos ha salvado. El Cabildo de
San Luis
tiene el honor de felicitar a usía por tan grandes, inesperados y
felices sucesos que aseguran la libertad de la Patria y la honra eterna
de la provincia."
El libro de actas capitulares guarda también este imborrable testimonio:
"En la ciudad de San Luis, en veinte y seis de febrero de mil
ochocientos diez y siete, congregado el Cabildo, Justicia y Regimiento
de ella en su sala
capitular, con asistencia del síndico procurador, a efecto de consultar
y acordar el modo de eternizar y transmitir a la posteridad del nombre
glorioso
del héroe que acaba de arrancar de las manos del tirano el amenísimo y
vasto reino de Chile: Considerando el estado (casi de mendicidad) de
este pueblo, cuyos virtuosos habitantes han erogado pródigamente sus
haberes al alto fin de nuestra regeneración; y juzgando al mismo tiempo
un deber, el , más sagrado, dejar para en lo sucesivo, un monumento
auténtico que acredite su gratitud y recuerde siempre la memoria de
nuestro libertador: Ha resuelto establecer y decretar que todos los
años el día doce del presente mes se celebre una misa, con la mayor
solemnidad que fuese posible, en acción de gracias al Dios de los
Ejércitos por las distinguidas victorias que en este feliz día se ha
dignado concedemos sobre nuestros enemigos, mediante la imponderable
energía e infatigables desvelos del valiente General del Ejército de
los Andes, el excelentísimo Señor don José de San Martín, procurando
igualmente impetrar de la divina clemencia la conservación de este
hombre singular, en cuyas manos
visiblemente ha depositado el Ser Supremo la felicidad de nuestra
suerte y la libertad de la madre Patria."
El 28 de marzo, "después que hizo una pausa el contentamiento y que dio
lugar a la razón para conocer toda la importancia de aquel feliz y
memorable acontecimiento que sin duda alguna debe ocupar las primeras
páginas de
la historia de nuestra feliz revolución", los capitulares acordaron
hacer también fiestas cívicas en los días 12,13 y 14 de febrero de
todos los años, "y que en el presente se celebren en los días 6, 7 y 8
de abril (con motivo de ser la Pascua de Resurrección), con misa de
gracias en el primer día, y que en la noche del mismo se dé un baile
público por esta ilustre Municipalidad, abonándose uno y otro costo del
fondo de Propios".
Por decreto del 1º de marzo de 1817, Pueyrredón dispuso que el
estandarte del regimiento de Dragones de Chile -uno de los trofeos
conquistados por las fuerzas patriotas en Chacabuco- fuese remitido a
la ciudad de San Luis para que, después de ser expuesto al público en
las casas capitulares, fuera colocado "en un uno de los templos
principales, como un tributo al Ser Supremo, como un monumento de
las virtudes patrias con que se han distinguido los hijos beneméritos"
de este pueblo y "como una prueba de la gratitud con que les considera
el Gobierno Supremo".
El Cabildo estimó este honor como "una demostración más bien digna de
la benevolencia y generosidad de S.E. que del mérito de aquellos
habitantes, no obstante de haberse interesado con grandes sacrificios".
Pero el 16 de mayo acordó:
"Que respecto a que una de las banderas tomadas a los enemigos de la
causa en la escuadra de la Plaza de Montevideo el año de 1814, la cual
fue igualmente por el Supremo Gobierno destinada a este pueblo y
colocada por especial acuerdo en esta
Matriz, ha resuelto que el indicado estandarte se coloque en la iglesia
de este convento de Predicadores, en consideración a que sus rogaciones
implorando los auxilios del Dios de los Ejércitos lo hizo por medio de
la protección de Nuestra Señora del Rosario y para que las operaciones
del heroico Ejército de los Andes sobre los enemigos en Chile fuesen
tan felices como necesarios a la felicidad de la América."
Dispusieron los capitulares, asimismo, "que para el 24 a la tarde se
convocase a todo este pueblo a la plaza pública para poner el
estandarte a la expectación pública en los portales de Cabildo y que
para el 25, después de la misa
de gracias en memoria de nuestra célebre revolución, acompañe con
asistencia de todas las corporaciones al depósito que en consecuencia
se debe hacer con la solemnidad posible en la iglesia de Predicadores".
Con este motivo, el 24 de mayo Dupuy dirigió una proclama al pueblo, iniciándola con estas ilustrativas palabras:
"Mis amados paisanos y amigos: Vosotros habéis tenido una gran parte en
la heroica reconquista de Chile, contribuyendo generosamente con
cuantos auxilios os ha sido posible a la formación y pronta movilidad
del heroico Ejército de esta provincia, e igualmente un escuadrón de
estas milicias pasó los Andes y partió en el campo del honor, con
nuestros bravos soldados, los laureles que recogieron en la memorable
batalla de Chacabuco."
Meses más tarde, el 12 de noviembre, Dupuy volvió a templar la cuerda
heroica al entregar las condecoraciones ganadas con tanto denuedo y
valor. Ese día, en la plaza mayor de San Luis, el pueblo oyó esta
proclama; dirigida "a los beneméritos y valientes milicianos que
pasaron los Andes":
"Oficiales y soldados: El Jefe que tiene la satisfacción de haberos
organizado bajo la bandera de la Patria, va a distribuiros las medallas
y escudos con que el Supremo Gobierno ha premiado a los bravos que
treparon los Andes, y que en Chacabuco rompieron las cadenas del tirano
que oprimían el precioso Estado de Chile, bajo las órdenes del
benemérito general San Martín.
Mis amados oficiales y soldados: Este va a ser el testimonio eterno de
vuestros servicios y el más honroso distintivo que, recompensando
vuestras virtudes, os debe excitar a la adquisición de otras más
recomendables que perfeccionen vuestra gloria y la buena reputación de
los defensores del país.
El Jefe que os manda os recomienda eficazmente la gratitud y el honor.
Vuestro representante, el respetable Ayuntamiento, los magistrados y
los honrados ciudadanos espectadores de este acto, con su muda y tierna
expresión, os ruegan la observancia de las virtudes en protección de
nuestra amada Patria, la obediencia y subordinación a las autoridades,
y la conducta que caracteriza al buen ciudadano y al amante de la
independencia del país."
Cerramos el ciclo de Chacabuco añadiendo estas breves referencias. De
prisa, el Libertador pasó hacia Buenos Aires alrededor del 20 de marzo
y el pueblo de San Luis sólo pudo testimoniarle su agradecimiento y su
emoción con una serenata. Pero a su regreso, a fines de abril de 1817,
el Cabildo agasajó a San Martín con una cena y baile, fiesta que
demandó la suma de 82 pesos 5 reales, inclusos los 8 pesos pagados por
la música al maestro José Santiago Acosta.
Por no haber sala capitular, el Cabildo se reunió en la casa del
alcalde de primer voto el 19 de enero de 1818, "a efecto de acordar el
día en que se ha de dar principio al novenario de misas que se ha de
mandar decir por la
felicidad de nuestras armas, con la solemnidad posible, para implorar
la protección del Dios de los Ejércitos a favor de nuestra Patria".
Resolvió entonces, de acuerdo con el cura interino fray Isidro
González, comenzar dicho novenario el 23 "con asistencia de todas las
corporaciones, y abrir hoy mismo una suscripción pública para subvenir
a los costos, y que si no se recolectase el total, se satisficiese el
resto del fondo de Propios".
Poco después, los corresponsales mendocinos de Dupuy iniciaron su
notable labor de información. El 18 de febrero, escribía Luzuriaga:
"Ossorio con 5 buques y 800 hombres arribó a Talcahuano el 17 pasado.
El 7 del corriente, última fecha de Chile, se avistaban 12 buques por
San Antonio y se mantenían de dicho punto a Peñablanca, caleta entre
los dos puertos referidos. Varias ventajas adquiridas por nuestras
partidas de observación y avanzadas en la provincia de Concepción y una
sableadura completa sobre 400 hombres en Linares por Freire, de que
acaban de llegar noticias particulares. Me temo que Ossorio no aventura
acción general en el estado que encuentra a Chile y que lo más que
piense sea en dilatar la guerra. Si así no fuese, es indudable que el
Perú todo va a ser libre en Chile por San Martín demasiado pronto."
Breves y nerviosas son las comunicaciones de Luzuriaga:
"Va el adjunto manifiesto y proclamación de la independencia de Chile.
Nada de nuevo de enemigos. El General estaba en Talca ordenando aquel
Ejército del Sud". Así escribía el 25 de febrero, y el 5 de marzo
repetía: "De Chile no hay
novedad alguna". En cambio, Juan de la Cruz Vargas deja correr la pluma
con más generosidad y el 9 de marzo expresa:
"Acá estamos pendientes de las cosas de Chile. Tenemos mucha confianza
en el gran San Martín y su ejército, mayor que el del enemigo; pero
sabemos que éste viene con mucha arrogancia, y su fuerza, que a mejor
cálculo, con las que tenía en Talcahuano y las que se le han reunido en
la muy goda provincia de Concepción, no apea de 6.000 combatientes.
Estamos esperando el problema, por
que éste va a ser el golpe que decida la suerte de la América del Sud.
Cada correo de Chile interesa, lo esperamos con ansia, y nada de nuevo.
Si no
obran en éste y el mes entrante, comienzan las aguas, que son muy
copiosas al sud de aquella costa, y tiene cerrada la campaña hasta
octubre o noviembre. Lo que a mí más me puede es la falta de nuestras
fuerzas navales, sin las cuales cuenta que nada se hace de provecho.
San Martín está en Talca; allí hay poca fuerza nuestra; él se fue solo
el 13 del pasado y dejó hacia la costa, cerca de Valparaíso, por 6.000
que vemos no se mueven. Lo que me consuela es que me escriben dos
cosas: primera, que San Martín sabe lo más mínimo del enemigo; la otra,
que él está muy alegre, y aún se le ha salido la expresión de decir que
conquistará a Lima en Chile. N o me ha escrito en tres correos, es
decir desde que partió para Talca."
Con la misma fecha, Gabino Corvalán incluye en una osdata estas noticias:
"De Chile aún no hay particular; al Gobernador le escriben que algunas
partidas del enemigo se han asomado al Maule y otras lo han pasado como
en observación; que nuestro General ha recorrido todos los puntos y
trata de irse retirando, llamándolos a que pasen todos el Maule y
atacarlos en un punto donde opere la caballería a satisfacción y de
consiguiente no tengan retirada por el inconveniente que ofrece el río,
que es caudaloso y navegable. Que en la ciudad ha habido un movimiento,
tratando de salir afuera, y en particular los comerciantes,
enardelando, y el Gobierno ha prohibido la extracción y todo
movimiento, con respecto a que se amilanan los ánimos cuando no hay un
motivo, por estar seguros."
El 18 de marzo, Vargas escribe con ardor:
"Mi Vicente: acaba de llegar el correo de Chile
y logra la salida de un pliego para ésa para adjuntarte esa copia de la
situación de' nuestro ejército en Chile y del enemigo. ¡ Qué susto! ¡
Qué votos! Si es cierto el cálculo de Balcarce sobre el día de la
acción, o se ha dado a esta hora, se está dando o se está por dar."
Como para marcar la hondura del desastre, nada queda de la
correspondencia subsiguiente. Sin embargo, el 25 de marzo Luzuriaga
retorna la senda de la esperanza:
"Mi amado amigo: Acompaño a usted copia del estado último de nuestro
ejército. Mucho debemos esperar de San Martín y del entusiasmo y unión
en que se halla Chile. Yo creo que a la desgracia nos sucederá una
ventura."
Dos días más tarde remite copia del oficio con que el director delegado
de Chile, don Luis de la Cruz, da cuenta de la "desgraciada jornada que
hemos tenido la noche del 19, después de haber obtenido en el día las
mejores ventajas". Y agrega en forma oficial:
Por cartas posteriores contestes de varios particulares, sabemos que
nuestro ejército se halla en un pie ventajoso después de la dispersión
que sufrió.
Que el enemigo padeció un destrozo considerable y que con su retirada a
Talca solamente nos ha privado de la gloria de destruirlos y acabar la
guerra de Chile para siempre."
También el 27 de marzo don Toribio de Luzuriaga remitía una circular
encaminada a impedir la internación de varios soldados y algunos
oficiales" que se habían puesto en fuga hacia estas provincias,
faltando al honor y a sus deberes".
Don Jacinto Godoy, el 28, decía a Dupuy que en la Ciudad de Mendoza nos
faltan ocurrencias que nos tienen en movimiento, y con bastante
cuidado; pero no nos amilanamos y siempre estamos en muy buena
disposición para impedir y cortar los males que nos pueden ocasionar".
Añadía que "en esto hay tanta variedad, que no me atrevo a referir por
menor cuanto se cuenta". Sin embargo, "para no ser
tan seco", incluye un extracto de las noticias recibidas desde el otro
lado de los Andes. En una misiva de fecha 22, expresa el corresponsal:
"En este momento ha estado conmigo el cuñado de un sujeto que ayer a
las 4 de la tarde salió de San Fernando, que dista 35 leguas de aquí, y
asegura que San Martín tiene ya reunida en aquella Villa sobre 4.000
dispersos con sus armas, y que cuando él salió iba llegando más gente.
Que Freire, con una partida de más de 600 hombres se batió con otra
enemiga antes de ayer y la derrotó...
Son las nueve y cuarto de la mañana, se acaban de recibir oficios del
General San Martín, dice que ya tiene cinco cuerpos reunidos, que pide
refuerzo de
gente y que el enemigo ha quedado en grande decadencia."
El mismo Godoy agrega noticias correspondientes al día 27 de marzo, las
cuales revelan también las horas de angustia que vive Mendoza:
"Acaba de llegar un extraordinario de Chile, previniendo se tenga
cuidado con los oficiales que por su poco honor trasborden a esta
banda, para lo
cual se ha publicado bando; y se ha anunciado en él que por un
campesino de Talca se sabe que el enemigo había metido en aquella
ciudad más de 600
muertos. Hoya las 12 ha llegado don Juan Jurado, sin licencia; éste
dice que Melián se hallaba en la Angostura acabando de recoger el resto
de dispersos. Lo mismo dice Espínola, que acaba de llegar con licencia;
éste es más fidedigno porque no ha salido tan asustado. También piden
granadas y municiones."
Luzuriaga en cartadel 28, se desahogaba con este lamento
"¡ Qué lástima los sucesos de nuestro ejército!
cuando el enemigo parecía ya tenerse en el bolsillo:
él no hará poco en fortificarse en el Maule, y gracias al tiempo que le da la dispersión de los nuestros."
El 30, Vargas anoticia con vigorosa pluma:
"Mi Vicente: logro la ocasión de un porta que sale para Buenos Aires
para consolarte en la parte que lo estamos aquí hasta hoy, y es que
aunque no
sabemos el detalle de nuestro revés, pero sí que se ha mandado regresar
toda la grande emigración que venía de Chile, porque aquel Gobierno se
ha puesto en todo su tono, tomando las más prontas y vehementes medidas
de defensa. Hoy llegó un pliego del Gobierno de Chile encargando a éste
que eche mano de cualesquiera oficial cobarde que llegue aquí y lo
remita, o los remita escoltados, para hacer un ejemplar en castigo de
su cobardía, y a quien especialmente se encarga es a nuestro bribón el
ingeniero don Antonio Arcos, de quien te hablará Luzuriaga,
con requisitoria, por si acaso ha pasado sin entrar aquí. VIVA LA
PATRIA. Carajo, todo se ha de reparar. Mendoza dispone 500 cívicos
armados, 200
de infantería y 300 de caballería, que por un expreso se ofrecieron
ayer al Gobierno de Chile y al General. Si vive este que vive dando las
más bellas disposiciones, viviremos. Lo cierto es que el enemigo no ha
adelantado un paso, porque no salió bien de la refriega. A otra cosa."
La información que Guido le suministra desde Santiago con fecha 27, la
dio a conocer Luzurriaga el 31 de marzo, en forma oficial y en estos
términos:
"El Señor Diputado del Supremo Gobierno de Buenos Aires cerca del de
Chile, en papel de 27, me avisa que después de la jornada de nuestro
ejército el 19 en los campos de Talca, se ha reparado en gran parte, y
que la Patria cuenta con la fuerza respetable de más de 3.500 veteranos
que vienen en retirada del campo de batalla al mando del coronel don
Juan Gregorio de las Heras, y más de 2.500
de igual clase que existen en la capital de Santiago a marchar
inmediatamente a unirse con aquella división, sin que falte uno de los
jefes del ejército.
Que