Capitulo IX
Primeros tiempos de la Autonomía
CAPITULO IX
PRIMEROS TIEMPOS DE LA AUTONOMIA
El baluarte puntano
Al comenzar el año 1819 las responsabilidades capitulares fueron
compartidas por José Justo. Gatica, josé Domingo ArIas, Esteban Adaro,
Marcos Gmnazu, Jose Cecilio Lucero, Anselmo Basconcelos, Agustín Sosa y
José Gregorio Ximénez. Una de las primeras tareas del nuevo Cabildo
-carente aún de sala adecuada para reunirse --consistió en el
nombramiento de alcaldes de barrio, de hermandad y pedáneos, "para la
administración de justicia y conservar el buen orden". Dividida la
ciudad en cuatro cuarteles, quedó su cuidado encomendado a los
ciudadanos Raymundo Pereira, Tomás Sosa, Miguel Adaro y Juan José
Escudero. Por acuerdo de 7 de enero, el Cabildo nombró jueces de
hermandad y pedáneos para algunos partidos, en la siguiente forma: Luis
Leyes en Quine -aún no se decía Quines-, Esteban Sosa en el Durazno,
Gregorio Lucero en Intiguasi, Cruz Moreno en la Carolina, Miguel
Guiñazú en el Pantanillo, Bernardo Quiroga en el Rincón del Carmen,
Faustino Albornoz en Guzmán, Luis Funes en la Punta del Agua, Camilo
Domínguez en la Punilla y Nicolás Quiroga en el Saladillo. El
Ayuntamiento resolvió también que en los demás partidos no fuesen
cambiados los jueces "por las razones que al efecto ha tenido
presentes".. Eran ellos: en los Chañares, Tomás Sepúlveda; en San
Francisco, Bernardo Fernández; en el Río Seco, Juan Francisco Oyola; en
Santa Bárbara, José María Gutiérrez; en Santa Rosa, Juan Lamas; en
Renca, Martín Peralta; en Conlara, Tomás Barroso; en el Morro, José
Pedernera; en el Río Quinto, Maximiliano Gómez; en Chalanta, Javier
Sarmiento y en el Bebedero, Blas de Videla. Sucesivos nombramientos
completaron la nómina: Tomás Cortines en el Gigante, Matías Adaro en el
Chorrillo, Pedro José Gutiérrez en la Frontera y Francisco Pedernera en
Suyuque.
Las exigencias de la guerra no eliminaron algunas antiguas
preocupaciones del Cabildo. Entre ellas merece destacarse la escuela de
primeras letras, para cuyo sostenimiento se recurría a una sisa o
impuesto de dos libras por cada arroba de carne que se vendía al
público. La construcción de las casas capitulares proseguía con
lentitud por falta de recursos, aunque hasta el teniente gobernador
contribuyó con alguna donación.
Dupuy no dejó en ningún momento de atizar el entusiasmo de los
puntanos. Así, el 11 de octubre, encomendó al Ayuntamiento entregar
como premio a doña Rosa Ojeda una piña de plata con peso de 14 onzas 4
adarmes "por concurrir en ella las calidades de pobreza, honradez y
calificado patriotismo". Pocos días después el activo teniente
gobernador distribuyó las treinta y cuatro medallas que el director
Pueyrredón hizo acuñar para distinguir "a los que defendieron el orden
en San Luis", en la memorable jornada del 8 de febrero. Ese fructífero
orden fue levantado desvelo de Dupuy, como lo demuestra la causa que
hizo seguir en los primeros días de noviembre para poner en claro la
conducta de Juan Manuel Panelo, acusado de "petardista, papelista y
enredador".
Más propicia a la esperanza fue la ceremonia cumplida el 25 de mayo de
1819 en la iglesia matriz, en que se juró la Constitución sancionada
por el Soberano Congreso General de las Provincias de Sud América. El
acta respectiva expresa:
"Y leída que fue la enunciada Constitución con los artículos
adicionales que la acompañan, el señor Teniente Gobernador juró en
manos del señor Alcalde ordinario de primer voto don Justo Gatica
defender y sostener la Constitución del Estado hasta sellarla con su
sangre, si fuese preciso; y enseguida el mismo señor Teniente
Gobernador recibió el juramento prevenido en el ceremonial al ilustre
Cabildo a las Corporaciones religiosas y oficiales militares. y
concluido este acto se entorno inmediatamente el Te Deum por el cura
interino de este sagrario, en acción de gracias al Supremo Regulador
del Universo por haber llegado ya el momento suspirado de recibir los
pueblos que forman, el estado de las Provincias Unidas de Sud America
la Carta Constitucional que les restituye el goce de sus derechos
cruelmente usurpados por el Trono de España por más de 300 años."
Tras la Constitución, surgieron los cabildeos políticos.
El 11 de agosto, el Ayuntamiento se reunió para verificar el
nombramiento de los electores que deberían pasar a Mendoza para
proceder a elegir senadores. "Todos unánimes", los capitulares
acordaron "que fuesen los electores el ciudadano don Manuel Herrera y
el alguacil mayor don Esteban Adaro, quien dio su voto al defensor de
menores "don Agustín Sosa y al ciudadano don Agustín Palma". Y el 31
los electores cuyanos, presididos por el sanjuanino José Rudecindo
Rojo, eligieron senadores a los doctores Francisco Narciso de Laprida,
Pedro Nolasco Ortiz y Manuel Antonio Castro, este último camarista de
Buenos Aires.
La campaña puntana se movilizó a la par de la ciudad, a fines de
septiembre, para designar electores de diputado a la Cámara de
Representantes. Los veintiséis ciudadanos se reunieron en San Luis el
13 de octubre, a invitación del alcalde José Justo Gatica por
indisposición de Dupuy luego de elegir presidente de la asamblea a don
José Santos Ortiz, votaron para diputado, canónicamente, al doctor
Domingo Guzman.
Ese mismo mes de octubre trajo otra novedad: el 22, San Martín avisó
hallarse autorizado por el Supremo Poder Ejecutivo "para adoptar
medidas capaces de conciliar las sensibles diferencias del Jefe de los
orientales, don José Artigas, y el gobierno de Santa Fe con la
provincia de Buenos Aires". Con ese propósito, el Libertador se aprestó
a dirigir una comisión provincial, integrada por representantes de las
tres ciudades cuyanas, elegidos por sus respectivos Cabildos. El 28 de
octubre, el Ayuntamiento puntano, "después de haber reflexionado con la
mayor detención sobre el sujeto" que debía elegir, lo verificó
unánimemente en el ciudadano don José Santos Ortiz, quien ya comenzaba
a destacarse por su predicamento.
Paralela a estos trajines políticos, no decayó un solo día la dura
faena de mantener en pie de guerra al ya glorioso Ejército de los
Andes. En junio, Luzuriaga agradecía los donativos hechos por el
vecindario para sostener a los escuadrones de Granaderos, y los
capitulares se limitaban a reiterar su colaboración con parquedad
espartana:
"Con este motivo, tenemos el honor de ofrecer nuevamente nuestros
servicios, y cuanto valgamos, para sostener a todo trance la libertad e
independencia de nuestra amada Patria."
San Martín, con fecha 12 de agosto, manifestaba a Dupuy que tan pronto
estuviesen concluidos sus vestuarios, los Granaderos pasarían a San
Luis, para completar sus escuadrones. Sagazmente, le anoticiaba también
que no había querido admitir a los voluntarios mendocinos para llenar
las vacantes del cuerpo, "hasta ver si hay algunos bravos puntanos que
quieran entrar en él". y pocos días después, al anunciar las alarmantes
noticias sobre la venida de la expedición española, pregonaba con
clarinada de titán:
"Cuyanos: los enemigos vienen, vienen, vienen; no hay que dormirse en
confianzas vanas fomentadas por los enemigos de la Causa. Corramos a
las armas y preparémonos para defender la libertad e independencia que
hemos jurado; aún hay tiempo para ello, si sabemos aprovecharlo; no lo
dudéis: la victoria es nuestra si hacemos esfuerzos para conseguirla.
últimamente, juremos todos a vivir libres o morir."
El 21 de agosto, Dupuy remitía a Luzuriaga un "Estado del alistamiento
general que se ha hecho en la jurisdicción de San Luis, desde la edad
de 16 años hasta la de 50",el que totalizaba 2.185 hombres. De ellos,
1.401 eran casados, 754 solteros y los 30 restantes, viudos. Con
sobrado fundamento, podía el teniente gobernador afirmar, como
afirmaba; "no hay un sólo puntano que no esté dispuesto a tomar las
armas en defensa del país". Ejemplarizadora, también crecía sin cesar
la lista de los donativos, en elocuente y heroica enumeración de maíz
desgranado, plata, higos secos, orejones, zapallos, reses y pan.
Infatigable, el Cabildo tanto acordaba que Dupuy se trasladase a
Mendoza con el médico José María Gómez para auxiliar a San Martín
enfermo, como convocaba al pueblo para resolver el modo de aportar
nuevos recursos. A través del tiempo, los viejos documentos testimonian
el vigor y la confianza de aquellos capitulares que asentaban con verbo
rotundo:
"La experiencia nos ha acreditado que el Vencedor de los Andes nunca ha
prometido en vano victorias a la Patria". El 9 de septiembre se
constituyó una comisión de repartos, integrada por el alcalde José
Justo Gatica, el síndico procurador José Gregorio Ximénez y los
ciudadanos Tomás Luis Osorio, Francisco de Paula Lucero y Agustín
Palma. Tema, como principal obligación, la de formar un padrón de
fortunas "por un cálculo prudencial y aproximado, desde quinientos
pesos para arriba", en el que también debían entrar "los militares
afincados, las comunidades y eclesiásticos, pues son todos ciudadanos".
Esta delicada tarea permitió, tras prudente prorrateo, establecer una
nueva contribución de 2.610 caballos, 1.697 mulas y 614 novillos que
San Luis entregó con sus mejores hijos, siempre leal y generosa.
En el turbión del año XX
El 1º de enero de 1820 prestaron juramento los nuevos capitulares
Francisco de Paula Lucero, Tomás Luis Osorio, Manuel Antonio Salazar,
Agustín Palma, José Manuel Riveros y Lorenzo Leániz, quedando pendiente
la recepción de Gregorio Lucero y Vicente Carreño, que no se
encontraban en la ciudad. Más sus tareas se vieron pronto interrumpidas
por los sucesos de San Juan, de los que Luzuriaga informó extensamente
en un manifiesto fechado en Mendoza el 16 de ese mes, al mismo tiempo
que convocaba a cabildo abierto con el propósito de "concentrar toda la
fuerza moral de la provincia para neutralizar y resistir la fuerza
física que ha levantado en San Juan el pabellón imponente de la
anarquía".
Dupuy, el 22, en nota dirigida al Ayuntamiento no sólo daba cuenta de
la insurrección del capitán Mariano Mendizábal y de la dimisión de
Luzuriaga, sino que también renunciaba al mando tras estas
consideraciones:
"Si la provincia de Cuyo hasta aquí había podido lisonjearse de haber
conservado el orden y de haber hecho lo más heroicos sacrificios en
favor de la Causa desde los primeros pasos de la revolución, ya
desgraciadamente ha sido envuelta en el contagio de los acontecimientos
raros, y los jefes que hasta esta época desgraciada hemos tenido el
honor y la gloria de mandar en ella, con razón debemos desmayar y
desistir de nuestros esfuerzos. Al explicarme en estos términos, no
imagine usía que son mis intentos herir el concepto y la reputación de
estos honrados y beneméritos ciudadanos. A ellos debo los felices
resultados de mis fatigas, el haber conservado el orden más ejemplar,
el haber contribuido a la Causa del país con aceptación de mis jefes
superiores y de mis conciudadanos; últimamente, a ellos debo el amor
más tierno, y hasta mi propia existencia. Por otra parte, ya mi
naturaleza- deshecha por mis continuas fatigas en los seis años que he
tenido el honor de mandar esta jurisdicción sin tener un sólo momento
de descanso, de que usía es testigo-, me han reducido a una situación
de no poder ser útil a mi país sin reparar mi salud. A más de todas
estas causas que deben ser de gran peso en el concepto de usía, mi
honor quedaría expuesto a la opinión de mis conciudadanos si no
siguiese el ejemplo de mi inmediato jefe, bajo cuyas órdenes ha tenido
la satisfacción de mandar."
Ese mismo día, los capitulares manifestaron a Dupuy, haber leído "con sorpresa" su oficio y añadían:
"Este Ayuntamiento, atendiendo a la gravedad y a lo extraordinario del
asunto, y a la circunspección con que debe mirarse, ha resuelto con
previo conocimiento de usía convocar a este noble vecindario y a los
principales habitantes de esta campaña 'a un cabildo abierto para el 24
del corriente, para que impuestos de todos los antecedentes y de la
renuncia del mando de esta jurisdicción que usía se sirve hacer en su
indicada nota, resuelva sobre unos particulares que por su gravedad no
están en nuestra decisión. Entretanto, esperamos de usía que, para no
exponer a estos honrados y beneméritos habitantes a agitaciones que
perturben la tranquilidad pública, se sirva suspender todo
procedimiento."
El cabildo abierto puso de manifiesto la firme resolución del
vecindario de que Dupuy continuase ejerciendo el mando. Más, ante la
negativa del teniente gobernador y "fluctuando entre mil ideas que
amenazan la salud pública faltando el jefe en quien tienen la mayor
confianza", el Cabildo y el pueblo le suplicaron "con todo
encarecimiento, tenga a bien admitir el mando de unos habitantes que le
aman y respetan, y a cuyas órdenes ningunos sacrificios le son
mortificantes". Para dar más vigor a su instancia, el pueblo "acordó
libremente se nombre una diputación compuesta de los ciudadanos síndico
procurador de ciudad don Lorenzo Leániz, R.P. cura fray Angel Sánchez y
don José Gregorio Giménez", encargada de hacer presente a Dupuy "cuan
decidido está este vecindario en su resolución y le manifieste que su
falta es irreparable".
Pero el torrente seguía creciendo. O, para decirlo con las mismas
palabras de un vecino puntano, "toda la baraja se va volviendo reyes".
A tal punto que hasta algunos cabildantes mendocinos se encargan de
recomendar que se admita la renuncia de Dupuy. Sin embargo, el Cabildo
de San Luis seguía firme en su actitud "de no alterar el orden,
respetando las leyes de la Nación y de las autoridades de quienes
depende inmediatamente, como la primera base
que constituye a los Estados y eleva a un grado brillante la
ilustración y la felicidad de los pueblos". El "sistema de federación"
alboreaba por todos los rumbos. De ello da pruebas el acta labrada en
San Luis el 15 de febrero de 1820:
"Habiéndose congregado una parte del pueblo de los principales vecinos
y oficiales de estas milicias, con el objeto de nombrar y elegir nuevos
gobernantes al ejemplo de las capitales y de los demás pueblos
subalternos, e igualmente por los justos recelos de ser invadidos por
la fuerza poderosa que ha conmovido a los pueblos referidos para igual
acto, a fin de evitar todo estrépito y efusión de sangre que pudieran
haber habido, se puso (con la consideración debida) en seguridad al
señor Teniente Gobernador de esta ciudad, y de consiguiente, guardando
el mismo orden, se incitó al muy ilustre Cabildo para que, dando seña
con la campana, se reuniesen todos los ciudadanos presentes en la sala
consistorial de acuerdos; y reunido que fue el vecindario, resolvió que
provisionalmente se eligiesen y nombrasen nuevos gobernantes, se
despachasen órdenes a la jurisdicción convocando y citando a todos los
demás vecinos de igual representación, para que en virtud de haber
ignorado las renuncias que esforzadamente hizo el señor Teniente
Gobernador al ilustre Cabildo, se conformasen con ellas o con la del
pueblo; en cuya virtud eligieron por alcalde de primer voto al sargento
mayor de estas milicias don Tomás Baras, para de segundo al ciudadano
don Manuel Herrera, para defensor de menores al ciudadano Leandro
Cortés, reeligiendo a los demás capitulares hasta oír el voto general
de todo el pueblo; y para comandante de armas, provisionalmente, al
capitán de estas milicias don Domingo Jordán."
Cuatro días después, el 19 de febrero, el cuerpo de oficiales de
milicias de caballería de la ciudad de San Luis, "consultando la
tranquilidad pública y teniendo en consideración las razones que
movieron a este pueblo para de poner al ex teniente gobernador don
Vicente Dupuy, y otras incidencias", pidió al Cabildo Gobernador "que a
la mayor brevedad salga de este pueblo el expresado Dupuy. Los
Capitulares -Tomás Baras, Manuel Herrera, Agustín Palma y Olguín, José
Leandro Cortés y Vicente Carreño- accedieron a lo solicitado por los
oficiales, "con la calidad de que reúnan ahora mismo todos los demás
ciudadanos y extiendan su acta para saber si es del agrado de todo el
pueblo esta medida".
El 26 se reunió el cabildo abierto, formado por los principales vecinos de la ciudad y de la campaña, resolviendo lo siguiente:
"Que el gobierno sea compuesto del Ayuntamiento, y de consiguiente, que
en él solo se refundan o reasuman las facultades de entender en los
cuatro casos o causas, a saber: política, militar, hacienda y guerra,
por cuya razón su título será el de Cabildo Gobernador. Que en dicho
Ayuntamiento reside la facultad de convocar el cuerpo de oficiales y,
con ellos, elegir y nombrar un comandante de armas, en un sujeto
revestido de las circunstancias relativas a tal ministerio, y de su
aprobación; Que respecto a que la experiencia ha enseñado que
residiendo el poder gubernativo en una sola persona, está expuesto el
Ayuntamiento a que sus funciones sean entorpecidas por él, desde ahora
queda extinguido este empleo, hasta que se establezca por la Nación el
método más conveniente; Que el Cabildo entrante, como en él se refunde
el peso del gobierno, tiene opción y poder para disponer, conforme
ocurran sus respectivas urgencias, de la nota anexa a dicho empleo, con
concepto a los contingentes, entrega de la caja, como igualmente a
asignar la renta que se le ha de dar al comandante de armas; Que sea de
la obligación del Ayuntamiento oficiar a los pueblos circunvecinos,
avisándoles los sentimientos de confraternidad que animan a los
habitantes de San Luis."
De este modo el 26 de febrero de 1820 -y no el 1º de marzo, como se ha
venido repitiendo-- la provincia de San Luis declaró su autonomía y
eligió sus propias autoridades. Las personas que integraron el Cabildo
Gobernador fueron Tomás Baras, Manuel Herrera, Manuel Antonio Salazar,
José Leandro Cortés y Lorenzo Leániz.
En cuanto a don José Santos Ortiz -a quien algunos autores mencionan
como presidente del Cabildo Gobernador-, no resultará superfluo
recordar los intereses que entonces lo movían. El 19 de marzo -fecha en
que también oficiaba a las demás provincias avisando su instalación el
Cabildo Gobernador puntano pasaba al síndico procurador una solicitud
suscripta por los hacendados de la campaña y redactada por el mismo
Ortiz, su apoderado, en la que decían:
"Que movidos por un principio de justicia y por la obligación que
encumbre a todo honrado ciudadano de representar lo conducente al bien
general del país y común felicidad de sus habitantes, nos vemos en la
necesidad de hacerlo ante usía, satisfechos de la liberalidad que
distingue y regla las operaciones de nuestro actual gobierno.
Encorvados los habitantes de San Luis bajo el yugo del tirano que
acabamos de destronar, sofocábamos la idea de que nos sugerían aquellos
principios y temíamos ejercer un acto de virtud reputado entonces por
un crimen, que probablemente nos podía conducir al total exterminio. Un
silencio eterno preceptuado por el déspota nos impidió hasta ahora el
reclamo de nuestros justos derechos en el establecimiento del abasto de
carne con que la jurisdicción se halla gravada: es indudable el mal
general que aquel método ha ocasionado en toda la campaña, y él solo ha
causado caso mayores ruinas que las ingentes erogaciones de seis años
de esclavitud, aun al menos pensador se ocurre, a primera vista, el
fundamento de esta verdad; con todo, nosotros queremos hacer a usía
alguna reflexión sobre los conocimientos prácticos que nos ha adquirido
una dolorosa experiencia. Dejemos aparte las familias arruinadas, pues
ellas mismas están de manifiesto y su llanto debe resonar en el corazón
de usía. Es evidente e innegable que la cantidad de carne estipulada
por el medio real es casi la misma a que estaba obligado el abastecedor
en aquellos tiempos que la abundancia de ganados proporcionaba un fácil
acopio de novillos de asta, cuando más al precio de tres pesos.
¿ Por qué, pues, habiéndose cuadruplicado éste por las circunstancias y
escasez, se ha de obligar al vecino de comprar la especie al precio
supremo de estos tiempos para venderla al ínfimo de aquéllos?
Esto sucede en el caso de hallarse el ganado en carnes regulares;
cuánto mayor perjuicios se ocasionará a los infelices a quienes se
obligaba en los calamitosos meses de agosto hasta fin de año. ¡ ah ! En
vano nos cansamos, cuando sabemos que usía se halla penetrado de esta
verdad, y que los individuos que han compuesto los anteriores
Ayuntamientos sólo han suscripto aquellas injustas determinaciones
porque se hallaban sujetos a la bárbara ley del más fuerte y obligados
a rendir en vasallaje la misma razón y justicia.
En fin, él ha ocasionado una incalculable merma en la multiplicación de
los ganados, de donde ha resultado no sólo la ruina de la campaña sino
también la indigencia y escasez de este pueblo en un renglón de primera
necesidad. No es justo hacer a usía el agravio de patentizar unas
verdades de que se halla penetrado, pues sería una presunción contraria
a los conocimientos de usía y así sólo nos reducimos a no ser
exonerados de esta obligación, sí sólo a que ella sea reglada por un
método que se haga más soportable a los vecinos que la sufren, y al
mismo tiempo que la estipulación del peso de la carne se haga con
arreglo a la escasez y precio actual de los ganados."
¿Quiénes firmaban esta solicitud? Pues José Lucas Ortiz, José Santos
Leyes, José Manuel Montiveros, Bartolo Luis Leyes, Juan Alberto
Montiveros, Juan de la Cruz Frías,
José Bernardo Quiroga, José Narciso Domínguez, Juan Esteban de Quiroga
y Lucero, José Mariano Bustos, Tomás Barroso, José Vicente Bustos,
Martín de Nieva, Pedro Nolasco Pedernera, Juan Adaro, José Felipe
Ortiz, Juan Francisco Oyola, Prudencio Vidal Guiñazú, Juan de la Cruz
Leániz, José Marcos Guiñazú, José úrsulo Funes, Eusebio Fereira, José
Eligio Cabral y el licenciado Santiago Funes.
Otros peticionantes, que no sabían firmar, eran José Eugenio Ledesma, Teodoro Funes, José Ignacio Alfonso y don Jacinto Funes.
"Las vacas gobiernan la política". El 23 de marzo de 1820 don José
Santos Ortiz tomó posesión del empleo de alcalde de primer voto, con
una asignación de cincuenta pesos mensuales, "en consideración de haber
caído en él el peso del despacho del Gobierno".
Una de las mejores versiones de las trágicas andanzas de José Miguel
Carrera en tierras puntanas es la que debemos a la pluma prudente e
inquisitiva del doctor Laureano Landaburu, quien explica así los
sucesos de 1821:
"Carrera inició entonces la correría más salvaje y sangrienta que
registran los fastos argentinos. Ni Atila en las Galias, ni Tamerlán en
las llanuras del Asia, movieron sus legiones bárbaras con tan raudo
paso como la vertiginosa rapidez con que el jefe chileno empujó su
horda de facinerosos al encuentro del enemigo, buscando romper a sangre
y fuego el valladar infranqueable que habría de oponerse a su fatal
designio. Invadió primero por la pampa y la frontera oeste de Córdoba.
El gobernador de San Luis, doctor José Santos Ortiz, había organizado
con premura una fuerza miliciana de 500 hombres, que puso a las
inmediatas órdenes del coronel Luis de Videla, yendo juntos a buscar la
incorporación con el gobernador de Córdoba coronel Juan Bautista Bustos
y con las fuerzas riojanas que podía enviar el general Quiroga; a quien
se había pedido auxilio. Bustos se dirigió a Achiras, pero antes de
producirse la concentración, fue sorprendido y derrotado por Carrera,
en Chaján. Las fuerzas de San Luis que se habían movido hacia el Morro,
tuvieron que contramarchar al Oratorio (5 leguas arriba de Mercedes).
Desde allí siguieron costeando el Río Quinto, hasta la Ensenada de las
Pulgas, lugar en que la tropa bisoña tan valiente como infortunada,
presenció combate en condiciones de manifiesta inferioridad, sufriendo
una cruel derrota." Joaquín Pérez, otro enjundioso autor que manejó con
agudeza las crónicas escritas por camaradas del caudillo chileno, narra
así el infausto suceso:
"De esta manera comenzó Carrera a cruzar el campo como en actitud de
ataque sobre la sólida posición de Videla. Cercano ya a la fuerza de
éste y ante los tiros de las guerrillas, hizo una retirada en falso
tratando de que se adelantase la caballería enemiga del monte que la
protegía... De pronto los carrerinos volvieron sus cabalgaduras en
carga decidida sobre las fuerzas de Videla. La caballería de éste
vaciló a la vista del ataque, y arredrada terminó huyendo
desordenadamente, dejando aislada la infantería en el campo de batalla.
Vueltos de la persecución de la caballería, Carrera concentró sus
hombres e intimó la rendición de la infantería, que con su coronel
Videla al frente, había formado en cuadro para resistir. Rechazada la
intimación, se entabló una desigual y recia lucha en la que los
puntanos resistieron denodadamente, hasta quedar muertos desde el
coronel Videla al último soldado."
Siempre minucioso, aclara Landaburu con justeza:
"No han quedado partes ni informes escritos sobre este desgraciado
combate. Un documento contemporáneo de los sucesos, arroja, sin
embargo, mucha luz sobre el punto que examinamos. Nos referimos al
manifiesto publicado por el gobernador interino Giménez, sucesor del
doctor José Santos Ortiz, en el que inculpa a éste haber seducido al
pueblo llevándolo "al sacrificio en el campo de las Pulgas, lo que
prueba que el encuentro fue una hecatombe para los vecinos. Esa es la
verdad histórica, confirmada por la tradición unánime de San Luis.
Nuestra milicia de infantería, a las órdenes del comandante Dolores
Videla -no de su hermano Luis, que era el jefe de toda la fuerza y con
quien lo confunden algunos autores- lejos de rendirse e incorporarse al
enemigo, se negó virilmente a hacerlo, peleando hasta el último trance.
Podrá considerarse el hecho como un sacrificio inútil, pero es un
legítimo laurel para la altivez y valor de los puntanos."
William Yates, el oficial irlandés que secundó a Carrera, ha dejado
escritas estas palabras, galardón y clave de aquella triste jornada:
"Así murieron los principales sostenedores de Dupuy y asesinos de los españoles en San Luis.
Eran los hombres más bravos que habíamos encontrado hasta entonces y
pelearon todos hasta caer el último soldado. El oficial que los mandaba
demostró la mayor bizarría y hubiera merecido una suerte mejor."
Para el caudillo chileno la matanza del 11 de marzo de 1821 fue el desquite de aquel inolvidable 8 de febrero de 1819.
"Vencedor de las fuerzas enemigas y libre de todo embarazo --escribe
Pérez- Carrera entró el 13 de marzo en San Luis, ciudad que encontró
sin autoridades". y agrega el mismo autor:
"Los días que estuvo en la ciudad los ocupó Carrera en reforzar su
fuerza, a la que había incorporado muchos de los prisioneros tomados en
Chaján y las Pulgas. Siguiendo su política de atraerse la voluntad de
los cuyanos, no solamente impidió que se cometieran desmanes en San
Luis –había tenido la precaución de establecer su campamento a una
legua de la ciudad- sino que con su trato logró atraerse el apoyo de
algunos vecinos de importancia, como lo reconoce Gez, que no peca de
carrerino... Esto prueba que Carrera no era un caudillo inferior que
tuviera por finalidad el saqueo. Tenía un móvil mucho más elevado
aunque contrario al interés general de América en aquel tiempo. Si
antes hubo escenas de pillaje, ello se debe más que nada a la necesidad
y naturaleza heterogénea de sus soldados, no a los sentimientos de su
caudillo."
Pocos días después, llamado por Francisco Ramírez que se proponía
invadir Buenos Aires, Carrera partió de San Luis. Detalladamente, el 23
de marzo informaba Ortiz.
"Levantó su campo de estas inmediaciones y tomó la dirección al Morro y
de ahí al Portezuelo, donde sus avanzadas se encontraron el veinte y
uno con las del general Bustos. Luego que observó estaba en la Punilla
la fuerza de éste, tomó en la noche del mismo día la dirección a
Chaján, y de allí, a marchas forzadas, la del sud."
El 11 de abril el gobernador Ortiz prevenía al Cabildo sobre la
necesidad de adoptar medidas que pusieran a cubierto la provincia de
una nueva invasión "por el enemigo de la tranquilidad pública". En
consecuencia, el Ayuntamiento resolvió oficiar a todos los jueces de
campaña para que concurriesen a esta ciudad el 22, "acompañados de un
representante por cada partido con facultades amplias para proveer a la
defensa del país en los peligros de una nueva invasión de que estamos
siempre amenazados y asimismo para que puedan resolver cualesquiera
asunto que se proponga, relativo a conservar la libertad de nuestros
sagrados derechos". Una de las principales medidas adoptadas fue la de
mantener 200 hombres acuartelados y en rigurosa disciplina "durante el
tiempo que amenace la seguridad del país don José Miguel Carrera".
En julio el caudillo chileno regresó a Cuyo, como lo narra Pérez:
"Carrera continuó aceleradamente su marcha hacia San Luis, ciudad a la
sazón presa del mayor desasosiego y abandonada por su gobernador.
Temiendo los males de su entrada, las familias se habían refugiado en
la iglesia y los sacerdotes les esperaban revestidos. Tal era la fama
de salteador de que venía precedido. No era para menos tampoco."
y prosigue el bien documentado autor:
"Pero Carrera procedió como lo había hecho en su primera ocupación de
la ciudad, en el mes de marzo anterior. Estableció su campamento en el
Chorrillo, a una legua de la ciudad, y entró en ella con una pequeña
escolta, entre el 16 y 17 de julio, calmando de esta manera los recelos
y ganando la confianza de sus habitantes. No se cometió ningún exceso,
dándose aún el caso de haber enviado Carrera la esposa del gobernador
Ortiz con una guardia hasta el pueblo de Renca, donde éste se
encontraba."
El 24, Carrera congregó algunos vecinos, "ante quienes expuso sus miras
pacíficas". Convencidos o apremiados, tales vecinos acordaron declarar
depuesto al fugitivo Ortiz y designar gobernador interino a don José
Gregorio Giménez, quien el 26 ofició a las otras provincias cuyanas,
dando cuenta de su nombramiento. La respuesta del gobierno de San Juan
restallaba como un latigazo, pues decía a Giménez con respecto al
cabildo abierto que lo había nombrado:
Presidido este acto... por un confinado bien conocido por su genio
turbulento; celebrado bajo las bayonetas que usía titula restauradoras
de la libertad de los pueblos y subscripto por unos pocos vecinos que
han tenido que abandonar su país nativo huyendo de las mismas
autoridades que han constituido, es el más irregular y ridículo, y la
representación que han confiado a usía la más despreciable “ Giménez
estableció la pena de muerte -lo destaca Pérez- para todo el que se
comprometiese a servir los intereses de los enemigos de la causa
pública, que en este caso sabemos quiénes eran". El enérgico gobernador
interino, al frente de algunas tropas que había logrado reclutar,
marchó con Carrera hacia el Balde y desde allí, el 21 de agosto, el
heterogéneo Ejército Restaurador partió hacia San Juan y diez días
después, el caudillo chileno vio apagarse su estrella tras la batalla
de la Punta del Médano.
El gobierno de Ortiz
A don José Santos Ortiz le correspondió la durísima faena de gobernar
en medio de permanentes zozobras. Sin embargo, son numerosos los
documentos que revelan su propósito de actuar con nobleza y en forma
fecunda, sin sembrar odios ni avivar rencores. Hay en su quehacer una
remarcable tendencia a la unión y a la concordia, y acaso fue ese alto
desvelo de su espíritu el que lo condujo a la ignominiosa muerte de
Barranca Yaco. Ya en 1820 se prestaba gustoso al requerimiento de San
Juan y de Santa Fe, para concertar tratados que trajesen un poco de paz
y de prosperidad a la provincia. En 1822 logró tornar realidad un pacto
de unión entre los gobiernos de Cuyo, el cual fue suscripto en San
Miguel de las Lagunas el 22 de agosto. Con la misma buena disposición
recibió en los primeros días de octubre de 1823 al deán Diego
Estanislao Zavaleta, comisionado por el gobierno de Buenos Aires para
propender a la reunión de un congreso que estableciese "las bases sobre
que debe afirmarse la seguridad y respetabilidad del gobierno nacional".
A mediados de agosto de 1824 fue elegido diputado al mencionado
Congreso el doctor Dalmacio Vélez Sársfield, cuñado del gobernador
intendente Ortiz, quien estaba casado con una hermana de aquél, doña
Inés. Casi al mismo tiempo que el Congreso inauguraba oficialmente sus
sesiones en Buenos Aires, los electores se reunían en San Luis el 14 de
diciembre y nombraban "una comisión para formar y arreglar las
instrucciones que deben servir al Diputado de esta provincia".
Integraron la misma, además del gobernador, el administrador de
Hacienda, Rafael de la Peña, el comandante Santiago Funes, el vicario
doctor Joaquín Pérez, el comandante José Gregorio Calderón y don Tomás
Baras. Dichas instrucciones -que, según Cháneton, Vélez Sársfield no
recibió- debían tender "al bien general de la provincia" y los
electores las daban por aprobadas al suscribir el acta de esta reunión.
Pero es evidente que los representantes puntanos carecían de
instrucciones sobre la forma de gobierno, ya que en la sesión efectuada
por el Congreso el 30 de abril de 1825, Vélez Sársfield votaba "por la
unidad" en tanto que el licenciado Santiago Funes lo hacía "por la
federación". En diciembre de ese mismo año volvieron a reunirse en San
Luis los electores de toda la jurisdicción, "en orden a manifestar la
Provincia su dictamen respecto a la forma de gobierno que debe
organizarse para la Nación entera".
y aunque no se han conservado los documentos que prueban lo resuelto
entonces, el acta del 26 de marzo de 1827 que consigna el rechazo de la
Constitución unitaria esclarece toda duda.
En efecto, la Honorable Representación de San Luis declara que:
"ha meditado profunda y detenidamente sus artículos; ha comparado el
contenido de ellos con la voluntad de la provincia y ha venido a
convencerse que, arrebatados sus habitantes del torrente de la opinión
de los pueblos por el sistema federal, si los representantes de San
Luis se conformasen con la Constitución, no solamente traicionarían los
votos de sus comitentes sino que, también, sumirían la provincia entera
en un cúmulo de desgracias de que se harían responsables, poniendo los
pueblos cada vez más distantes de constituirse alguna vez." San Luis
declaraba, sin embargo, que conservaría con las provincias "las
relaciones de unión y confraternidad, para el sostén mutuo de la
libertad y de los derechos", así como añadía estar pronta "a sacrificar
sus recursos para la defensa contra los enemigos de los pueblos
argentinos".
De estos sanos propósitos dio prueba bien pronto, al suscribir, el 27
de marzo de 1827, el denominado Tratado de Guanacache y, tras la
significativa visita del doctor Pedro Ignacio de Castro Barros a la
ciudad -fines de agosto- la determinación de las atribuciones que debía
investir el gobierno de Buenos Aires y la decisión por la instalación
de un Congreso General Constituyente.
Muchos otros escollos debió sortear Ortiz, en los largos ocho años que
rigió los destinos de la provincia. A la ardua búsqueda del cauce
constitucional se sumaron los aprestos militares, iluminados por algún
destello de la epopeya sanmartiniana, abierta como una herida de gloria
en la carne doliente del terruño. En marzo de 1822, banderas tomadas en
Lima flamearon bajo el cielo manso de la Punta. y casi al mismo tiempo
vibró el reclamo del paladín sin tacha, que clamaba por otros cien
puntanos para proseguir su empresa Libertadora. Cuatro años después, en
los últimos días de enero de 1826, el coronel Félix Bogado pasó rumbo a
Buenos Aires con los últimos hombres del regimiento inmortal y en mayo,
como convocado por telúricas voces, Pringles llegó a sentirse renacer
en la quietud de la humildísima casa paterna.
La sangre de la Ensenada de las Pulgas empurpuró afanes y esperanzas. Y
los hombres, cansados de lo que no entendían, "se echaron al monte"
huyendo de las levas. Pero en 1825, otra vez, los puntanos marcharon
hacia el litoral, para contener los desplantes del Brasil. y así en
1826 y en 1827, porque Buenos Aires no cesaba de reclamar más mármol y
más bronce para el trono de su fama.
Ortiz supo de todo eso. y también de motines y conspiraciones, urdidas
a veces por sacerdotes, como el doctor Cabrera o el clérigo Oro. Sin
que le faltase tampoco la maloliente presencia de la indiada en la
frontera, como un nubarrón que anuncia miseria, desolación y llanto.
Don José Santos Ortiz soportó en silencio la venenosa mordedura de los
libelos y no temió publicar sus acciones de gobernantes, "para
confundir la dicacidad y maledicencia de los enemigos del orden".
Verdad es que no descuidó sus
negocios particulares y que las vacas fueron su constate preocupación.
Pero no medro al amparo del erario publico y sembró más virtudes que
malos ejemplos. No quiso que la provincia "se volviese una madeja sin
cuento" y consagró sus desvelos a conservar la paz, el orden y la
tranquilidad de todos los puntanos.
FUENTES
Archivo Histórico y Gráfico de San Luis. ..
Cháneton, Abel: Historia de Vélez Sársfield, Tomo l. Buenos Aires
1937Galván Moreno, aledonio: Bandos y proclamas del General San Martin.
Buenos AIres, 1947.
Gez, Juan W.: Historia de la provincia de Sán Luis, Tomo l. Buenos
Aires, 1916. Landaburu, Laureano: Episodios puntanos. Buenos Aires,
1949.
Pérez, Joaquín: San Martín y José Miguel Carrera. Buenos Aires, 1954.
Raffo de la Reta, Julio César: El general José Miguel Carrera en la amor República Argentina. Buenos Aires, 1935.
Yates, William: José Miguel Carrera. Buenos Aires, 1941.