Historia 15 de febrero del 2011

Capitulo IX

Primeros tiempos de la Autonomía

 

CAPITULO IX

PRIMEROS TIEMPOS DE LA AUTONOMIA


El baluarte puntano

Al comenzar el año 1819 las responsabilidades capitulares fueron compartidas por José Justo. Gatica, josé Domingo ArIas, Esteban Adaro, Marcos Gmnazu, Jose Cecilio Lucero, Anselmo Basconcelos, Agustín Sosa y José Gregorio Ximénez. Una de las primeras tareas del nuevo Cabildo -carente aún de sala adecuada para reunirse --consistió en el nombramiento de alcaldes de barrio, de hermandad y pedáneos, "para la administración de justicia y conservar el buen orden". Dividida la ciudad en cuatro cuarteles, quedó su cuidado encomendado a los ciudadanos Raymundo Pereira, Tomás Sosa, Miguel Adaro y Juan José Escudero. Por acuerdo de 7 de enero, el Cabildo nombró jueces de hermandad y pedáneos para algunos partidos, en la siguiente forma: Luis Leyes en Quine -aún no se decía Quines-, Esteban Sosa en el Durazno, Gregorio Lucero en Intiguasi, Cruz Moreno en la Carolina, Miguel Guiñazú en el Pantanillo, Bernardo Quiroga en el Rincón del Carmen, Faustino Albornoz en Guzmán, Luis Funes en la Punta del Agua, Camilo Domínguez en la Punilla y Nicolás Quiroga en el Saladillo. El Ayuntamiento resolvió también que en los demás partidos no fuesen cambiados los jueces "por las razones que al efecto ha tenido presentes".. Eran ellos: en los Chañares, Tomás Sepúlveda; en San Francisco, Bernardo Fernández; en el Río Seco, Juan Francisco Oyola; en Santa Bárbara, José María Gutiérrez; en Santa Rosa, Juan Lamas; en Renca, Martín Peralta; en Conlara, Tomás Barroso; en el Morro, José Pedernera; en el Río Quinto, Maximiliano Gómez; en Chalanta, Javier Sarmiento y en el Bebedero, Blas de Videla. Sucesivos nombramientos completaron la nómina: Tomás Cortines en el Gigante, Matías Adaro en el Chorrillo, Pedro José Gutiérrez en la Frontera y Francisco Pedernera en Suyuque.
Las exigencias de la guerra no eliminaron algunas antiguas preocupaciones del Cabildo. Entre ellas merece destacarse la escuela de primeras letras, para cuyo sostenimiento se recurría a una sisa o impuesto de dos libras por cada arroba de carne que se vendía al público. La construcción de las casas capitulares proseguía con lentitud por falta de recursos, aunque hasta el teniente gobernador contribuyó con alguna donación.
Dupuy no dejó en ningún momento de atizar el entusiasmo de los puntanos. Así, el 11 de octubre, encomendó al Ayuntamiento entregar como premio a doña Rosa Ojeda una piña de plata con peso de 14 onzas 4 adarmes "por concurrir en ella las calidades de pobreza, honradez y calificado patriotismo". Pocos días después el activo teniente gobernador distribuyó las treinta y cuatro medallas que el director Pueyrredón hizo acuñar para distinguir "a los que defendieron el orden en San Luis", en la memorable jornada del 8 de febrero. Ese fructífero orden fue levantado desvelo de Dupuy, como lo demuestra la causa que hizo seguir en los primeros días de noviembre para poner en claro la conducta de Juan Manuel Panelo, acusado de "petardista, papelista y enredador".
Más propicia a la esperanza fue la ceremonia cumplida el 25 de mayo de 1819 en la iglesia matriz, en que se juró la Constitución sancionada por el Soberano Congreso General de las Provincias de Sud América. El acta respectiva expresa:
"Y leída que fue la enunciada Constitución con los artículos adicionales que la acompañan, el señor Teniente Gobernador juró en manos del señor Alcalde ordinario de primer voto don Justo Gatica defender y sostener la Constitución del Estado hasta sellarla con su sangre, si fuese preciso; y enseguida el mismo señor Teniente Gobernador recibió el juramento prevenido en el ceremonial al ilustre Cabildo a las Corporaciones religiosas y oficiales militares. y concluido este acto se entorno inmediatamente el Te Deum por el cura interino de este sagrario, en acción de gracias al Supremo Regulador del Universo por haber llegado ya el momento suspirado de recibir los pueblos que forman, el estado de las Provincias Unidas de Sud America la Carta Constitucional que les restituye el goce de sus derechos cruelmente usurpados por el Trono de España por más de 300 años."
Tras la Constitución, surgieron los cabildeos políticos.
El 11 de agosto, el Ayuntamiento se reunió para verificar el nombramiento de los electores que deberían pasar a Mendoza para proceder a elegir senadores. "Todos unánimes", los capitulares acordaron "que fuesen los electores el ciudadano don Manuel Herrera y el alguacil mayor don Esteban Adaro, quien dio su voto al defensor de menores "don Agustín Sosa y al ciudadano don Agustín Palma". Y el 31 los electores cuyanos, presididos por el sanjuanino José Rudecindo Rojo, eligieron senadores a los doctores Francisco Narciso de Laprida, Pedro Nolasco Ortiz y Manuel Antonio Castro, este último camarista de Buenos Aires.
La campaña puntana se movilizó a la par de la ciudad, a fines de septiembre, para designar electores de diputado a la Cámara de Representantes. Los veintiséis ciudadanos se reunieron en San Luis el 13 de octubre, a invitación del alcalde José Justo Gatica por indisposición de Dupuy luego de elegir presidente de la asamblea a don José Santos Ortiz, votaron para diputado, canónicamente, al doctor Domingo Guzman.
Ese mismo mes de octubre trajo otra novedad: el 22, San Martín avisó hallarse autorizado por el Supremo Poder Ejecutivo "para adoptar medidas capaces de conciliar las sensibles diferencias del Jefe de los orientales, don José Artigas, y el gobierno de Santa Fe con la provincia de Buenos Aires". Con ese propósito, el Libertador se aprestó a dirigir una comisión provincial, integrada por representantes de las tres ciudades cuyanas, elegidos por sus respectivos Cabildos. El 28 de octubre, el Ayuntamiento puntano, "después de haber reflexionado con la mayor detención sobre el sujeto" que debía elegir, lo verificó unánimemente en el ciudadano don José Santos Ortiz, quien ya comenzaba a destacarse por su predicamento.
Paralela a estos trajines políticos, no decayó un solo día la dura faena de mantener en pie de guerra al ya glorioso Ejército de los Andes. En junio, Luzuriaga agradecía los donativos hechos por el vecindario para sostener a los escuadrones de Granaderos, y los capitulares se limitaban a reiterar su colaboración con parquedad espartana:
"Con este motivo, tenemos el honor de ofrecer nuevamente nuestros servicios, y cuanto valgamos, para sostener a todo trance la libertad e independencia de nuestra amada Patria."
San Martín, con fecha 12 de agosto, manifestaba a Dupuy que tan pronto estuviesen concluidos sus vestuarios, los Granaderos pasarían a San Luis, para completar sus escuadrones. Sagazmente, le anoticiaba también que no había querido admitir a los voluntarios mendocinos para llenar las vacantes del cuerpo, "hasta ver si hay algunos bravos puntanos que quieran entrar en él". y pocos días después, al anunciar las alarmantes noticias sobre la venida de la expedición española, pregonaba con clarinada de titán:
"Cuyanos: los enemigos vienen, vienen, vienen; no hay que dormirse en confianzas vanas fomentadas por los enemigos de la Causa. Corramos a las armas y preparémonos para defender la libertad e independencia que hemos jurado; aún hay tiempo para ello, si sabemos aprovecharlo; no lo dudéis: la victoria es nuestra si hacemos esfuerzos para conseguirla. últimamente, juremos todos a vivir libres o morir."
El 21 de agosto, Dupuy remitía a Luzuriaga un "Estado del alistamiento general que se ha hecho en la jurisdicción de San Luis, desde la edad de 16 años hasta la de 50",el que totalizaba 2.185 hombres. De ellos, 1.401 eran casados, 754 solteros y los 30 restantes, viudos. Con sobrado fundamento, podía el teniente gobernador afirmar, como afirmaba; "no hay un sólo puntano que no esté dispuesto a tomar las armas en defensa del país". Ejemplarizadora, también crecía sin cesar la lista de los donativos, en elocuente y heroica enumeración de maíz desgranado, plata, higos secos, orejones, zapallos, reses y pan.
Infatigable, el Cabildo tanto acordaba que Dupuy se trasladase a Mendoza con el médico José María Gómez para auxiliar a San Martín enfermo, como convocaba al pueblo para resolver el modo de aportar nuevos recursos. A través del tiempo, los viejos documentos testimonian el vigor y la confianza de aquellos capitulares que asentaban con verbo rotundo:
"La experiencia nos ha acreditado que el Vencedor de los Andes nunca ha prometido en vano victorias a la Patria". El 9 de septiembre se constituyó una comisión de repartos, integrada por el alcalde José Justo Gatica, el síndico procurador José Gregorio Ximénez y los ciudadanos Tomás Luis Osorio, Francisco de Paula Lucero y Agustín Palma. Tema, como principal obligación, la de formar un padrón de fortunas "por un cálculo prudencial y aproximado, desde quinientos pesos para arriba", en el que también debían entrar "los militares afincados, las comunidades y eclesiásticos, pues son todos ciudadanos". Esta delicada tarea permitió, tras prudente prorrateo, establecer una nueva contribución de 2.610 caballos, 1.697 mulas y 614 novillos que San Luis entregó con sus mejores hijos, siempre leal y generosa.

En el turbión del año XX
El 1º de enero de 1820 prestaron juramento los nuevos capitulares Francisco de Paula Lucero, Tomás Luis Osorio, Manuel Antonio Salazar, Agustín Palma, José Manuel Riveros y Lorenzo Leániz, quedando pendiente la recepción de Gregorio Lucero y Vicente Carreño, que no se encontraban en la ciudad. Más sus tareas se vieron pronto interrumpidas por los sucesos de San Juan, de los que Luzuriaga informó extensamente en un manifiesto fechado en Mendoza el 16 de ese mes, al mismo tiempo que convocaba a cabildo abierto con el propósito de "concentrar toda la fuerza moral de la provincia para neutralizar y resistir la fuerza física que ha levantado en San Juan el pabellón imponente de la anarquía".
Dupuy, el 22, en nota dirigida al Ayuntamiento no sólo daba cuenta de la insurrección del capitán Mariano Mendizábal y de la dimisión de Luzuriaga, sino que también renunciaba al mando tras estas consideraciones:
"Si la provincia de Cuyo hasta aquí había podido lisonjearse de haber conservado el orden y de haber hecho lo más heroicos sacrificios en favor de la Causa desde los primeros pasos de la revolución, ya desgraciadamente ha sido envuelta en el contagio de los acontecimientos raros, y los jefes que hasta esta época desgraciada hemos tenido el honor y la gloria de mandar en ella, con razón debemos desmayar y desistir de nuestros esfuerzos. Al explicarme en estos términos, no imagine usía que son mis intentos herir el concepto y la reputación de estos honrados y beneméritos ciudadanos. A ellos debo los felices resultados de mis fatigas, el haber conservado el orden más ejemplar, el haber contribuido a la Causa del país con aceptación de mis jefes superiores y de mis conciudadanos; últimamente, a ellos debo el amor más tierno, y hasta mi propia existencia. Por otra parte, ya mi naturaleza- deshecha por mis continuas fatigas en los seis años que he tenido el honor de mandar esta jurisdicción sin tener un sólo momento de descanso, de que usía es testigo-, me han reducido a una situación de no poder ser útil a mi país sin reparar mi salud. A más de todas estas causas que deben ser de gran peso en el concepto de usía, mi honor quedaría expuesto a la opinión de mis conciudadanos si no siguiese el ejemplo de mi inmediato jefe, bajo cuyas órdenes ha tenido la satisfacción de mandar."
Ese mismo día, los capitulares manifestaron a Dupuy, haber leído "con sorpresa" su oficio y añadían:
"Este Ayuntamiento, atendiendo a la gravedad y a lo extraordinario del asunto, y a la circunspección con que debe mirarse, ha resuelto con previo conocimiento de usía convocar a este noble vecindario y a los principales habitantes de esta campaña 'a un cabildo abierto para el 24 del corriente, para que impuestos de todos los antecedentes y de la renuncia del mando de esta jurisdicción que usía se sirve hacer en su indicada nota, resuelva sobre unos particulares que por su gravedad no están en nuestra decisión. Entretanto, esperamos de usía que, para no exponer a estos honrados y beneméritos habitantes a agitaciones que perturben la tranquilidad pública, se sirva suspender todo procedimiento."
El cabildo abierto puso de manifiesto la firme resolución del vecindario de que Dupuy continuase ejerciendo el mando. Más, ante la negativa del teniente gobernador y "fluctuando entre mil ideas que amenazan la salud pública faltando el jefe en quien tienen la mayor confianza", el Cabildo y el pueblo le suplicaron "con todo encarecimiento, tenga a bien admitir el mando de unos habitantes que le aman y respetan, y a cuyas órdenes ningunos sacrificios le son mortificantes". Para dar más vigor a su instancia, el pueblo "acordó libremente se nombre una diputación compuesta de los ciudadanos síndico procurador de ciudad don Lorenzo Leániz, R.P. cura fray Angel Sánchez y don José Gregorio Giménez", encargada de hacer presente a Dupuy "cuan decidido está este vecindario en su resolución y le manifieste que su falta es irreparable".
Pero el torrente seguía creciendo. O, para decirlo con las mismas palabras de un vecino puntano, "toda la baraja se va volviendo reyes". A tal punto que hasta algunos cabildantes mendocinos se encargan de recomendar que se admita la renuncia de Dupuy. Sin embargo, el Cabildo de San Luis seguía firme en su actitud "de no alterar el orden, respetando las leyes de la Nación y de las autoridades de quienes depende inmediatamente, como la primera base que constituye a los Estados y eleva a un grado brillante la ilustración y la felicidad de los pueblos". El "sistema de federación" alboreaba por todos los rumbos. De ello da pruebas el acta labrada en San Luis el 15 de febrero de 1820:
"Habiéndose congregado una parte del pueblo de los principales vecinos y oficiales de estas milicias, con el objeto de nombrar y elegir nuevos gobernantes al ejemplo de las capitales y de los demás pueblos subalternos, e igualmente por los justos recelos de ser invadidos por la fuerza poderosa que ha conmovido a los pueblos referidos para igual acto, a fin de evitar todo estrépito y efusión de sangre que pudieran haber habido, se puso (con la consideración debida) en seguridad al señor Teniente Gobernador de esta ciudad, y de consiguiente, guardando el mismo orden, se incitó al muy ilustre Cabildo para que, dando seña con la campana, se reuniesen todos los ciudadanos presentes en la sala consistorial de acuerdos; y reunido que fue el vecindario, resolvió que provisionalmente se eligiesen y nombrasen nuevos gobernantes, se despachasen órdenes a la jurisdicción convocando y citando a todos los demás vecinos de igual representación, para que en virtud de haber ignorado las renuncias que esforzadamente hizo el señor Teniente Gobernador al ilustre Cabildo, se conformasen con ellas o con la del pueblo; en cuya virtud eligieron por alcalde de primer voto al sargento mayor de estas milicias don Tomás Baras, para de segundo al ciudadano don Manuel Herrera, para defensor de menores al ciudadano Leandro Cortés, reeligiendo a los demás capitulares hasta oír el voto general de todo el pueblo; y para comandante de armas, provisionalmente, al capitán de estas milicias don Domingo Jordán."
Cuatro días después, el 19 de febrero, el cuerpo de oficiales de milicias de caballería de la ciudad de San Luis, "consultando la tranquilidad pública y teniendo en consideración las razones que movieron a este pueblo para de poner al ex teniente gobernador don Vicente Dupuy, y otras incidencias", pidió al Cabildo Gobernador "que a la mayor brevedad salga de este pueblo el expresado Dupuy. Los Capitulares -Tomás Baras, Manuel Herrera, Agustín Palma y Olguín, José Leandro Cortés y Vicente Carreño- accedieron a lo solicitado por los oficiales, "con la calidad de que reúnan ahora mismo todos los demás ciudadanos y extiendan su acta para saber si es del agrado de todo el pueblo esta medida".
El 26 se reunió el cabildo abierto, formado por los principales vecinos de la ciudad y de la campaña, resolviendo lo siguiente:
"Que el gobierno sea compuesto del Ayuntamiento, y de consiguiente, que en él solo se refundan o reasuman las facultades de entender en los cuatro casos o causas, a saber: política, militar, hacienda y guerra, por cuya razón su título será el de Cabildo Gobernador. Que en dicho Ayuntamiento reside la facultad de convocar el cuerpo de oficiales y, con ellos, elegir y nombrar un comandante de armas, en un sujeto revestido de las circunstancias relativas a tal ministerio, y de su aprobación; Que respecto a que la experiencia ha enseñado que residiendo el poder gubernativo en una sola persona, está expuesto el Ayuntamiento a que sus funciones sean entorpecidas por él, desde ahora queda extinguido este empleo, hasta que se establezca por la Nación el método más conveniente; Que el Cabildo entrante, como en él se refunde el peso del gobierno, tiene opción y poder para disponer, conforme ocurran sus respectivas urgencias, de la nota anexa a dicho empleo, con concepto a los contingentes, entrega de la caja, como igualmente a asignar la renta que se le ha de dar al comandante de armas; Que sea de la obligación del Ayuntamiento oficiar a los pueblos circunvecinos, avisándoles los sentimientos de confraternidad que animan a los habitantes de San Luis."
De este modo el 26 de febrero de 1820 -y no el 1º de marzo, como se ha venido repitiendo-- la provincia de San Luis declaró su autonomía y eligió sus propias autoridades. Las personas que integraron el Cabildo Gobernador fueron Tomás Baras, Manuel Herrera, Manuel Antonio Salazar, José Leandro Cortés y Lorenzo Leániz.
En cuanto a don José Santos Ortiz -a quien algunos autores mencionan como presidente del Cabildo Gobernador-, no resultará superfluo recordar los intereses que entonces lo movían. El 19 de marzo -fecha en que también oficiaba a las demás provincias avisando su instalación el Cabildo Gobernador puntano pasaba al síndico procurador una solicitud suscripta por los hacendados de la campaña y redactada por el mismo Ortiz, su apoderado, en la que decían:
"Que movidos por un principio de justicia y por la obligación que encumbre a todo honrado ciudadano de representar lo conducente al bien general del país y común felicidad de sus habitantes, nos vemos en la necesidad de hacerlo ante usía, satisfechos de la liberalidad que distingue y regla las operaciones de nuestro actual gobierno. Encorvados los habitantes de San Luis bajo el yugo del tirano que acabamos de destronar, sofocábamos la idea de que nos sugerían aquellos principios y temíamos ejercer un acto de virtud reputado entonces por un crimen, que probablemente nos podía conducir al total exterminio. Un silencio eterno preceptuado por el déspota nos impidió hasta ahora el reclamo de nuestros justos derechos en el establecimiento del abasto de carne con que la jurisdicción se halla gravada: es indudable el mal general que aquel método ha ocasionado en toda la campaña, y él solo ha causado caso mayores ruinas que las ingentes erogaciones de seis años de esclavitud, aun al menos pensador se ocurre, a primera vista, el fundamento de esta verdad; con todo, nosotros queremos hacer a usía alguna reflexión sobre los conocimientos prácticos que nos ha adquirido una dolorosa experiencia. Dejemos aparte las familias arruinadas, pues ellas mismas están de manifiesto y su llanto debe resonar en el corazón de usía. Es evidente e innegable que la cantidad de carne estipulada por el medio real es casi la misma a que estaba obligado el abastecedor en aquellos tiempos que la abundancia de ganados proporcionaba un fácil acopio de novillos de asta, cuando más al precio de tres pesos.
¿ Por qué, pues, habiéndose cuadruplicado éste por las circunstancias y escasez, se ha de obligar al vecino de comprar la especie al precio supremo de estos tiempos para venderla al ínfimo de aquéllos?
Esto sucede en el caso de hallarse el ganado en carnes regulares; cuánto mayor perjuicios se ocasionará a los infelices a quienes se obligaba en los calamitosos meses de agosto hasta fin de año. ¡ ah ! En vano nos cansamos, cuando sabemos que usía se halla penetrado de esta verdad, y que los individuos que han compuesto los anteriores Ayuntamientos sólo han suscripto aquellas injustas determinaciones porque se hallaban sujetos a la bárbara ley del más fuerte y obligados a rendir en vasallaje la misma razón y justicia.
En fin, él ha ocasionado una incalculable merma en la multiplicación de los ganados, de donde ha resultado no sólo la ruina de la campaña sino también la indigencia y escasez de este pueblo en un renglón de primera necesidad. No es justo hacer a usía el agravio de patentizar unas verdades de que se halla penetrado, pues sería una presunción contraria a los conocimientos de usía y así sólo nos reducimos a no ser exonerados de esta obligación, sí sólo a que ella sea reglada por un método que se haga más soportable a los vecinos que la sufren, y al mismo tiempo que la estipulación del peso de la carne se haga con arreglo a la escasez y precio actual de los ganados."
¿Quiénes firmaban esta solicitud? Pues José Lucas Ortiz, José Santos Leyes, José Manuel Montiveros, Bartolo Luis Leyes, Juan Alberto Montiveros, Juan de la Cruz Frías, José Bernardo Quiroga, José Narciso Domínguez, Juan Esteban de Quiroga y Lucero, José Mariano Bustos, Tomás Barroso, José Vicente Bustos, Martín de Nieva, Pedro Nolasco Pedernera, Juan Adaro, José Felipe Ortiz, Juan Francisco Oyola, Prudencio Vidal Guiñazú, Juan de la Cruz Leániz, José Marcos Guiñazú, José úrsulo Funes, Eusebio Fereira, José Eligio Cabral y el licenciado Santiago Funes.
Otros peticionantes, que no sabían firmar, eran José Eugenio Ledesma, Teodoro Funes, José Ignacio Alfonso y don Jacinto Funes.
"Las vacas gobiernan la política". El 23 de marzo de 1820 don José Santos Ortiz tomó posesión del empleo de alcalde de primer voto, con una asignación de cincuenta pesos mensuales, "en consideración de haber caído en él el peso del despacho del Gobierno".
Una de las mejores versiones de las trágicas andanzas de José Miguel Carrera en tierras puntanas es la que debemos a la pluma prudente e inquisitiva del doctor Laureano Landaburu, quien explica así los sucesos de 1821:
"Carrera inició entonces la correría más salvaje y sangrienta que registran los fastos argentinos. Ni Atila en las Galias, ni Tamerlán en las llanuras del Asia, movieron sus legiones bárbaras con tan raudo paso como la vertiginosa rapidez con que el jefe chileno empujó su horda de facinerosos al encuentro del enemigo, buscando romper a sangre y fuego el valladar infranqueable que habría de oponerse a su fatal designio. Invadió primero por la pampa y la frontera oeste de Córdoba. El gobernador de San Luis, doctor José Santos Ortiz, había organizado con premura una fuerza miliciana de 500 hombres, que puso a las inmediatas órdenes del coronel Luis de Videla, yendo juntos a buscar la incorporación con el gobernador de Córdoba coronel Juan Bautista Bustos y con las fuerzas riojanas que podía enviar el general Quiroga; a quien se había pedido auxilio. Bustos se dirigió a Achiras, pero antes de producirse la concentración, fue sorprendido y derrotado por Carrera, en Chaján. Las fuerzas de San Luis que se habían movido hacia el Morro, tuvieron que contramarchar al Oratorio (5 leguas arriba de Mercedes). Desde allí siguieron costeando el Río Quinto, hasta la Ensenada de las Pulgas, lugar en que la tropa bisoña tan valiente como infortunada, presenció combate en condiciones de manifiesta inferioridad, sufriendo una cruel derrota." Joaquín Pérez, otro enjundioso autor que manejó con agudeza las crónicas escritas por camaradas del caudillo chileno, narra así el infausto suceso:
"De esta manera comenzó Carrera a cruzar el campo como en actitud de ataque sobre la sólida posición de Videla. Cercano ya a la fuerza de éste y ante los tiros de las guerrillas, hizo una retirada en falso tratando de que se adelantase la caballería enemiga del monte que la protegía... De pronto los carrerinos volvieron sus cabalgaduras en carga decidida sobre las fuerzas de Videla. La caballería de éste vaciló a la vista del ataque, y arredrada terminó huyendo desordenadamente, dejando aislada la infantería en el campo de batalla. Vueltos de la persecución de la caballería, Carrera concentró sus hombres e intimó la rendición de la infantería, que con su coronel Videla al frente, había formado en cuadro para resistir. Rechazada la intimación, se entabló una desigual y recia lucha en la que los puntanos resistieron denodadamente, hasta quedar muertos desde el coronel Videla al último soldado."
Siempre minucioso, aclara Landaburu con justeza:
"No han quedado partes ni informes escritos sobre este desgraciado combate. Un documento contemporáneo de los sucesos, arroja, sin embargo, mucha luz sobre el punto que examinamos. Nos referimos al manifiesto publicado por el gobernador interino Giménez, sucesor del doctor José Santos Ortiz, en el que inculpa a éste haber seducido al pueblo llevándolo "al sacrificio en el campo de las Pulgas, lo que prueba que el encuentro fue una hecatombe para los vecinos. Esa es la verdad histórica, confirmada por la tradición unánime de San Luis. Nuestra milicia de infantería, a las órdenes del comandante Dolores Videla -no de su hermano Luis, que era el jefe de toda la fuerza y con quien lo confunden algunos autores- lejos de rendirse e incorporarse al enemigo, se negó virilmente a hacerlo, peleando hasta el último trance. Podrá considerarse el hecho como un sacrificio inútil, pero es un legítimo laurel para la altivez y valor de los puntanos."
William Yates, el oficial irlandés que secundó a Carrera, ha dejado escritas estas palabras, galardón y clave de aquella triste jornada:
"Así murieron los principales sostenedores de Dupuy y asesinos de los españoles en San Luis.
Eran los hombres más bravos que habíamos encontrado hasta entonces y pelearon todos hasta caer el último soldado. El oficial que los mandaba demostró la mayor bizarría y hubiera merecido una suerte mejor."
Para el caudillo chileno la matanza del 11 de marzo de 1821 fue el desquite de aquel inolvidable 8 de febrero de 1819.
"Vencedor de las fuerzas enemigas y libre de todo embarazo --escribe Pérez- Carrera entró el 13 de marzo en San Luis, ciudad que encontró sin autoridades". y agrega el mismo autor:
"Los días que estuvo en la ciudad los ocupó Carrera en reforzar su fuerza, a la que había incorporado muchos de los prisioneros tomados en Chaján y las Pulgas. Siguiendo su política de atraerse la voluntad de los cuyanos, no solamente impidió que se cometieran desmanes en San Luis –había tenido la precaución de establecer su campamento a una legua de la ciudad- sino que con su trato logró atraerse el apoyo de algunos vecinos de importancia, como lo reconoce Gez, que no peca de carrerino... Esto prueba que Carrera no era un caudillo inferior que tuviera por finalidad el saqueo. Tenía un móvil mucho más elevado aunque contrario al interés general de América en aquel tiempo. Si antes hubo escenas de pillaje, ello se debe más que nada a la necesidad y naturaleza heterogénea de sus soldados, no a los sentimientos de su caudillo."
Pocos días después, llamado por Francisco Ramírez que se proponía invadir Buenos Aires, Carrera partió de San Luis. Detalladamente, el 23 de marzo informaba Ortiz.
"Levantó su campo de estas inmediaciones y tomó la dirección al Morro y de ahí al Portezuelo, donde sus avanzadas se encontraron el veinte y uno con las del general Bustos. Luego que observó estaba en la Punilla la fuerza de éste, tomó en la noche del mismo día la dirección a Chaján, y de allí, a marchas forzadas, la del sud."
El 11 de abril el gobernador Ortiz prevenía al Cabildo sobre la necesidad de adoptar medidas que pusieran a cubierto la provincia de una nueva invasión "por el enemigo de la tranquilidad pública". En consecuencia, el Ayuntamiento resolvió oficiar a todos los jueces de campaña para que concurriesen a esta ciudad el 22, "acompañados de un representante por cada partido con facultades amplias para proveer a la defensa del país en los peligros de una nueva invasión de que estamos siempre amenazados y asimismo para que puedan resolver cualesquiera asunto que se proponga, relativo a conservar la libertad de nuestros sagrados derechos". Una de las principales medidas adoptadas fue la de mantener 200 hombres acuartelados y en rigurosa disciplina "durante el tiempo que amenace la seguridad del país don José Miguel Carrera".
En julio el caudillo chileno regresó a Cuyo, como lo narra Pérez:
"Carrera continuó aceleradamente su marcha hacia San Luis, ciudad a la sazón presa del mayor desasosiego y abandonada por su gobernador. Temiendo los males de su entrada, las familias se habían refugiado en la iglesia y los sacerdotes les esperaban revestidos. Tal era la fama de salteador de que venía precedido. No era para menos tampoco."

y prosigue el bien documentado autor:
"Pero Carrera procedió como lo había hecho en su primera ocupación de la ciudad, en el mes de marzo anterior. Estableció su campamento en el Chorrillo, a una legua de la ciudad, y entró en ella con una pequeña escolta, entre el 16 y 17 de julio, calmando de esta manera los recelos y ganando la confianza de sus habitantes. No se cometió ningún exceso, dándose aún el caso de haber enviado Carrera la esposa del gobernador Ortiz con una guardia hasta el pueblo de Renca, donde éste se encontraba."
El 24, Carrera congregó algunos vecinos, "ante quienes expuso sus miras pacíficas". Convencidos o apremiados, tales vecinos acordaron declarar depuesto al fugitivo Ortiz y designar gobernador interino a don José Gregorio Giménez, quien el 26 ofició a las otras provincias cuyanas, dando cuenta de su nombramiento. La respuesta del gobierno de San Juan restallaba como un latigazo, pues decía a Giménez con respecto al cabildo abierto que lo había nombrado:
Presidido este acto... por un confinado bien conocido por su genio turbulento; celebrado bajo las bayonetas que usía titula restauradoras de la libertad de los pueblos y subscripto por unos pocos vecinos que han tenido que abandonar su país nativo huyendo de las mismas autoridades que han constituido, es el más irregular y ridículo, y la representación que han confiado a usía la más despreciable “ Giménez estableció la pena de muerte -lo destaca Pérez- para todo el que se comprometiese a servir los intereses de los enemigos de la causa pública, que en este caso sabemos quiénes eran". El enérgico gobernador interino, al frente de algunas tropas que había logrado reclutar, marchó con Carrera hacia el Balde y desde allí, el 21 de agosto, el heterogéneo Ejército Restaurador partió hacia San Juan y diez días después, el caudillo chileno vio apagarse su estrella tras la batalla de la Punta del Médano.

El gobierno de Ortiz

A don José Santos Ortiz le correspondió la durísima faena de gobernar en medio de permanentes zozobras. Sin embargo, son numerosos los documentos que revelan su propósito de actuar con nobleza y en forma fecunda, sin sembrar odios ni avivar rencores. Hay en su quehacer una remarcable tendencia a la unión y a la concordia, y acaso fue ese alto desvelo de su espíritu el que lo condujo a la ignominiosa muerte de Barranca Yaco. Ya en 1820 se prestaba gustoso al requerimiento de San Juan y de Santa Fe, para concertar tratados que trajesen un poco de paz y de prosperidad a la provincia. En 1822 logró tornar realidad un pacto de unión entre los gobiernos de Cuyo, el cual fue suscripto en San Miguel de las Lagunas el 22 de agosto. Con la misma buena disposición recibió en los primeros días de octubre de 1823 al deán Diego Estanislao Zavaleta, comisionado por el gobierno de Buenos Aires para propender a la reunión de un congreso que estableciese "las bases sobre que debe afirmarse la seguridad y respetabilidad del gobierno nacional".
A mediados de agosto de 1824 fue elegido diputado al mencionado Congreso el doctor Dalmacio Vélez Sársfield, cuñado del gobernador intendente Ortiz, quien estaba casado con una hermana de aquél, doña Inés. Casi al mismo tiempo que el Congreso inauguraba oficialmente sus sesiones en Buenos Aires, los electores se reunían en San Luis el 14 de diciembre y nombraban "una comisión para formar y arreglar las instrucciones que deben servir al Diputado de esta provincia". Integraron la misma, además del gobernador, el administrador de Hacienda, Rafael de la Peña, el comandante Santiago Funes, el vicario doctor Joaquín Pérez, el comandante José Gregorio Calderón y don Tomás Baras. Dichas instrucciones -que, según Cháneton, Vélez Sársfield no recibió- debían tender "al bien general de la provincia" y los electores las daban por aprobadas al suscribir el acta de esta reunión. Pero es evidente que los representantes puntanos carecían de instrucciones sobre la forma de gobierno, ya que en la sesión efectuada por el Congreso el 30 de abril de 1825, Vélez Sársfield votaba "por la unidad" en tanto que el licenciado Santiago Funes lo hacía "por la federación". En diciembre de ese mismo año volvieron a reunirse en San Luis los electores de toda la jurisdicción, "en orden a manifestar la Provincia su dictamen respecto a la forma de gobierno que debe organizarse para la Nación entera".
y aunque no se han conservado los documentos que prueban lo resuelto entonces, el acta del 26 de marzo de 1827 que consigna el rechazo de la Constitución unitaria esclarece toda duda.
En efecto, la Honorable Representación de San Luis declara que:
"ha meditado profunda y detenidamente sus artículos; ha comparado el contenido de ellos con la voluntad de la provincia y ha venido a convencerse que, arrebatados sus habitantes del torrente de la opinión de los pueblos por el sistema federal, si los representantes de San Luis se conformasen con la Constitución, no solamente traicionarían los votos de sus comitentes sino que, también, sumirían la provincia entera en un cúmulo de desgracias de que se harían responsables, poniendo los pueblos cada vez más distantes de constituirse alguna vez." San Luis declaraba, sin embargo, que conservaría con las provincias "las relaciones de unión y confraternidad, para el sostén mutuo de la libertad y de los derechos", así como añadía estar pronta "a sacrificar sus recursos para la defensa contra los enemigos de los pueblos argentinos". De estos sanos propósitos dio prueba bien pronto, al suscribir, el 27 de marzo de 1827, el denominado Tratado de Guanacache y, tras la significativa visita del doctor Pedro Ignacio de Castro Barros a la ciudad -fines de agosto- la determinación de las atribuciones que debía investir el gobierno de Buenos Aires y la decisión por la instalación de un Congreso General Constituyente.
Muchos otros escollos debió sortear Ortiz, en los largos ocho años que rigió los destinos de la provincia. A la ardua búsqueda del cauce constitucional se sumaron los aprestos militares, iluminados por algún destello de la epopeya sanmartiniana, abierta como una herida de gloria en la carne doliente del terruño. En marzo de 1822, banderas tomadas en Lima flamearon bajo el cielo manso de la Punta. y casi al mismo tiempo vibró el reclamo del paladín sin tacha, que clamaba por otros cien puntanos para proseguir su empresa Libertadora. Cuatro años después, en los últimos días de enero de 1826, el coronel Félix Bogado pasó rumbo a Buenos Aires con los últimos hombres del regimiento inmortal y en mayo, como convocado por telúricas voces, Pringles llegó a sentirse renacer en la quietud de la humildísima casa paterna.
La sangre de la Ensenada de las Pulgas empurpuró afanes y esperanzas. Y los hombres, cansados de lo que no entendían, "se echaron al monte" huyendo de las levas. Pero en 1825, otra vez, los puntanos marcharon hacia el litoral, para contener los desplantes del Brasil. y así en 1826 y en 1827, porque Buenos Aires no cesaba de reclamar más mármol y más bronce para el trono de su fama.
Ortiz supo de todo eso. y también de motines y conspiraciones, urdidas a veces por sacerdotes, como el doctor Cabrera o el clérigo Oro. Sin que le faltase tampoco la maloliente presencia de la indiada en la frontera, como un nubarrón que anuncia miseria, desolación y llanto.
Don José Santos Ortiz soportó en silencio la venenosa mordedura de los libelos y no temió publicar sus acciones de gobernantes, "para confundir la dicacidad y maledicencia de los enemigos del orden". Verdad es que no descuidó sus negocios particulares y que las vacas fueron su constate preocupación. Pero no medro al amparo del erario publico y sembró más virtudes que malos ejemplos. No quiso que la provincia "se volviese una madeja sin cuento" y consagró sus desvelos a conservar la paz, el orden y la tranquilidad de todos los puntanos.


FUENTES


Archivo Histórico y Gráfico de San Luis. ..
Cháneton, Abel: Historia de Vélez Sársfield, Tomo l. Buenos Aires 1937Galván Moreno, aledonio: Bandos y proclamas del General San Martin. Buenos AIres, 1947.
Gez, Juan W.: Historia de la provincia de Sán Luis, Tomo l. Buenos Aires, 1916. Landaburu, Laureano: Episodios puntanos. Buenos Aires, 1949.
Pérez, Joaquín: San Martín y José Miguel Carrera. Buenos Aires, 1954.
Raffo de la Reta, Julio César: El general José Miguel Carrera en la amor República Argentina. Buenos Aires, 1935.
Yates, William: José Miguel Carrera. Buenos Aires, 1941.