Capitulo XII
En el cauce de la política Rosista
CAPITULO XII
EN EL CAUCE DE LA POLITlCA ROSISTA
Los Auxiliares de los Andes
Cuando el coronel don José Gregorio Calderón asumió el gobierno de la
provincia -el 26 de diciembre de 1833- estaba bien al tanto de las
penurias del terruño y conocía cuán pocas eran sus posibilidades
económicas y defensivas.
No ignoraba el temple de sus paisanos, pues con ellos había apuntalado
el Ejército de los Andes y podía dar fe de sus sacrificios y de sus
desgarramientos, así como también de sus esfuerzos para resistir el
desolador embate de los malones. Alternando la espada con el libro de
cuentas del pulpero, Calderón se dio tiempo para dialogar con
sacerdotes y doctores, no por criollos menos bien inspirados. Si no le
sobraba valor, era firme en la amistad y prudente en el discurrir.
Hombre de hogar, tenía el baluarte de la fe y a través de ella servía a
su tierra, a la que amaba con la silenciosa constancia de quien conoce
sus dolores. Buscó en los capaces el consejo y la luz, porque no
alardeó de sabio ni fue empecinado. Quiso la paz, pero no la amasó con
sangre.
Detrás del rótulo vulgar que le prendieron sañudos escritores, más que
una infecunda obsecuencia, su incomprendida pasión puntana.
A principios de febrero de 1834, el gobierno de San Luis autorizó a
Rosas "omnímodamente, para que pueda entenderse y hacer con los
caciques enemigos que amenazan esta provincia, bajo las condiciones que
S.E. tuviere a bien imponerles". Expresaba entonces Calderón su
confianza de que Rosas, conocedor del "estado lamentable a que la han
dejado reducida los salvajes a esta provincia", haría en favor de ella
"todo cuanto esté en la esfera de su posibilidad, a efectos de que sus
habitantes puedan gozar de la tranquilidad que tanto apetecen".
El 12 de marzo, en forma conjunta, los gobernadores de Cuyo se
dirigieron a Rosas manifestándole el estado de decadencia de sus
provincias y afirmando que "si en tan aciagas circunstancias, no las
patrocina la robusta mano de
esa provincia opulenta, sin duda acabarán de arruinarse, especialmente
la de San Luis". En consecuencia, para defensa de las fronteras y
protección del tráfico, Mo1ina, Ruiz y Calderón solicitaban el envío de
una fuerza de unos 200 hombres "al mando de un jefe acreditado".
En este documento, se resumen así los méritos e infortunios de San Luis:
"Esta, laboriosa y rica al principio de la revolución que dio una nueva
existencia a la República, tiene la gloria de haber agotado su tesoro
en los continuos y prolongados sacrificios que ha costado la guerra de
la Independencia. Siempre fiel, siempre valerosa, su historia no ha
sido manchada ni con la defección ni con la negligencia al llamamiento
de la Patria en sus conflictos. Sus esfuerzos para sostener y auxiliar
al Ejército de los Andes exceden al cálculo de los que midieron el
poder de aquel pueblo por sus recursos naturales y no por el noble
sentimiento que le domina; ningún pueblo le ha excedido su voluntad y
su desprendimiento cuando se le ha reclamado su cooperación para las
empresas que han salvado el honor y la vida de la República.
Cuenta San Luis, entre sus más honoríficos timbres, el que, en el curso
de 24 años, la sangre de sus hijos mezclada con la de sus hermanos, se
halla derramada copiosamente desde las márgenes del Yaguarón hasta el
monte Pichincha, por la defensa de la Nación; y luchando unas veces
contra los ejércitos extranjeros y otras contra las hordas de los
salvajes que acometen sus fronteras, ha llegado al fin a apurar sus
medios de seguridad y aparecer como un monumento solitario levantado en
el desierto, para recordar los días de gloria de ciudadanos virtuosos y
patriotas.
En esta situación, se cree San Luis con derecho a invocar el socorro de
las provincias confederadas, pero especialmente de la de Buenos Aires,
con la
que ha participado en la guerra de la Independencia, de sus triunfos y
de sus desastres; amagada siempre de los salvajes, a pesar del
imponente escarmiento que acaban de sufrir, no se cree a cubierto de
los restos de bárbaros que, asilados en los bosques, han escapado de la
persecución del vencedor.
Sin el auxilio de alguna fuerza organizada, y sostenida por otra
provincia, le será imposible principiar a reparar los estragos causados
por las irrupciones salvajes; tendrá que ocuparse de su propia defensa,
abandonando por ella todos los medios de producción; y debilitada de
día en día, tendrá que sucumbir al peso de su miseria o a los empujes
de los enemigos fronterizos, que sabrán aprovecharse de ella.
Este suceso, fatal para toda la República, lo será mucho más para la de
Buenos Aires que, ligada por vínculos poderosos con el comercio de
Chile, San Juan y Mendoza, o tendrá que consentir que queden rotos para
siempre -con incalculable daño de sus más vitales intereses-, o se verá
precisada a una empresa mucho más valiosa que lo que pudiera costarle
la conservación de una fuerza de su dependencia en la frontera de San
Luis.
La posición geográfica de aquella provincia reclama una preferente
atención, tanto como un territorio intermedio entre los demás pueblos
de Cuyo y Buenos Aires sin cuya posesión no es practicable el
intercambio comercial sin grandes gastos y peligros, como porque la
fuerza que defendería a San Luis podría servir de base a las
operaciones militares de la provincia de Córdoba contra los indios
salvajes y, aumentando de hecho su seguridad, sería una barrera más
levantada a la barbarie y el mejor estimulo a la industria de los
puntanos."
Ante un pedido del gobierno de Buenos Aires para colaborar con la
"conservación de la integridad del territorio de la República...y a la
defensa de la benemérita provincia de Corrientes", el 11 de mayo
contestó Calderón:
"La provincia de San Luis se halla tan angustiada, tan exhaustos sus
recursos y tan deshecha por las depredaciones de los bárbaros que sólo
el amor al país natal conserva algunos habitantes, agitados
continuamente con el peligro que los amenaza.
Los transeúntes no pueden menos que admirarse de la constancia de los
habitantes de San Luis en dar vueltas alrededor de sus hogares, cuando
ven el aniquilamiento y espantosa desolación en que ha quedado la
provincia, y el patriotismo que los hace partir el pan con las pequeñas
fuerzas que velan en la frontera."
Ello de junio Calderón remitió una circular a las provincias, señalando
que la de San Luis "ha tocado ya el último extremo de sus conflictos y
se ve en el caso de implorar el auxilio de sus hermanas". Expresaba
también que carecía "de todos los recursos necesarios para su defensa,
y muy particularmente de armas y artículos de guerra, porque todos se
han agotado en la penosa y larga contienda que ha tenido que sostener
con los salvajes, cuando las más de sus hermanas descansaban a la
sombra de los laureles que ha obtenido la República en defensa de las
leyes".
Más patética es la nota que, ese mismo 10 de junio de 1834, Calderón
dirigía a Rosas iniciándola con estas palabras: "Ya se han realizado
los temores que el gobierno que firma, en asocio de los excelentisimos
gobiernos de Mendoza y San Juan, indicó al excelentísimo gobierno de
Buenos Aires en nota 12 de marzo del presente año". Pocos renglones más
abajo informaba el gobernador puntano:
"El tres del presente han perpetrado los bárbaros una cruel invasión,
que ha penetradó el centro del territorio de San Luis, en donde han
ejercitado no solamente las atrocidades comunes a su genial barbarie,
sino que han añadido la de degollar mujeres y niños, dando a algunos de
estos inocentes una muerte lenta y la más dolorosa. La poca fuerza que
los ciudadanos, a costa de quitar el pan a sus hijos, han podido
sostener hasta hoy, no ha sido bastante para contener la más pequeña
parte de los desastres que la fuerza enemiga ha ocasionado. Toda la
provincia ha esperado el remedio de tantos males en la generosa
simpatía con que el excelentísimo gobierno de Buenos Aires acogió la
solicitud de una fuerza veterana, según lo manifestó en su apreciable
nota de 16 de abril próximo, y aunque es verdad que en ella no
aseguraba el envío de este auxilio porque pendía de la resolución de la
Honorable Sala de Representantes, no por esto dudó la provincia de
encontrar allí su remedio, acostumbrada a recibir siempre las más
relevantes pruebas del patriotismo y confraternidad de Buenos Aires.
Con esta esperanza se ha alimentado hasta hoy la unión de los
habitantes de San Luis y ella ha sido el lazo que los ha detenido
alrededor de sus hogares, retrayéndose mutuamente de abandonarlos a
merced de los bárbaros y peregrinar a otras provincias mendigando hasta
la tierra que pisan sus plantas despavoridas.
Este es el estado en que, al presente, se halla la provincia de San
Luis; todo es llanto y desolación, la horda invasora aún existe en la
frontera y se ignora si con intención de cargar de nuevo sobre los
restos miserables de esta patria desgraciada.
Ni por un momento creyó el infrascripto que en el ánimo del
excelentísimo gobierno de Buenos Aires haya cabido la idea de
conformarse con que desaparezca una provincia que compone parte de la
República Argentina y que, a más de ser acreedora por tantos títulos a
la consideración de las demás, excita al presente la compasión de
todas; si así lo hubiese creído, no ocuparía de nuevo la atención de
S.E. con la triste narración de los innumerables males que la afligen;
él lo hace alimentando su confianza en el patriotismo del excelentísimo
gobierno de Buenos Aires a quien se dirige, y es para que, además de
conseguirlo, tendrá S.E. la dignación de darle una pronta contestación,
para manifestarla a sus conciudadanos, con el fin de que cada cual
pueda buscar un asilo donde salvar su vida, en el inesperado caso de
que el destino haya decretado que San Luis se borre de la lista de las
demás provincias argentinas."
El propio Rosas, en carta dirigida a don José Santos Ortiz a mediados
de junio, previno sobre "una formidable invasión de salvajes" que se
aproximaba "a las fronteras de la República". Esta alarmante noticia
fue transmitida por Calderón a sus colegas cuyanos, señalándoles que el
anunciado ataque "también afectaría sus más caros intereses", pues "la
provincia de San Luis quedaría yerma cuarenta leguas al norte del
camino por donde hacen su tráfico a Buenos Aires los pueblos de San
Juan y Mendoza, y siendo este espacio un terreno conquistado por los
salvajes, ellos fijarán sus aduares en el punto más proporcionado a sus
depredaciones". El 29 de junio, en forma privada, Calderón expresaba
esos mismos temores al gobernador de Córdoba y aún añadía:
"A los pocos días de haberse retirado los salvajes en esta última
invasión, ha regresado una horda y sorprendido la caballada de la
fuerza que estaba situada en el Morro y que los había hostilizado
quitándoles algunas haciendas. Cada vez crecen más los motivos de
desaliento en los habitantes."
Por decreto de fecha 4 de julio de 1834, la Sala de Representantes de
Buenos Aires autorizó al gobierno "para disponer de una fuerza de
doscientos hombres de caballería del ejército de la provincia, en
protección de las fronteras " de Cuyo". Dicha fuerza sería habilitada
"con seiscientos caballos que sacará de esta provincia y con la
caballada que existe en Mendoza perteneciente a este gobierno, debiendo
hacerse las ulteriores remontas para las provincias que se auxilian".
El mismo decreto disponía: "El gobierno auxiliará a la mayor brevedad a
la provincia de San Luis con doscientas tercerolas con sus
correspondientes correajes y la dotación competente de municiones y con
trescientas lanzas".
Por fin el 22 de julio el gobernador Viamonte informaba a Calderón:
"A las diez de esta mañana ha marchado el Regimiento de Auxiliares de
los Andes con destino a esa provincia, provisto cumplidamente de
armamento, municiones, vestuario y caballos, al mando del coronel don
Pantaleón Argañaraz; este cuerpo lleva orden de ponerse a disposición
del excelentísimo gobierno de esa provincia desde el acto de su arribo
a ella, con las prevenciones más terminantes de conservar una estricta
moral y disciplina durante su campaña y de prestarse a toda clase de
servicio en protección de las fronteras de Cuyo."
El 12 de agosto la división auxiliadora llegó a la villa de la
Concepción del Río Cuarto, desde donde Argañaraz pidió órdenes a
Calderón. A las dos de la tarde del 16 la fuerza arribó a San José del
Morro, desde donde su comandante prosiguió la marcha hacia la ciudad,
por encontrarse el regimiento escaso de carne y traer muchos soldados
enfermos. El 22 entró en San Luis, para compartir la dura vigilia
fronteriza de los puntanos.
Un mes después, Calderón tuvo aviso de movimiento de indios y recomendó
al coronel don Pablo Lucero, comandante general de la Frontera del Sud,
adoptar precauciones para no ser sorprendidos. El 26 de septiembre
desde San José del Morro, Lucero informaba que una gran cerrazón y
lluvia dificultaba las tareas. "Las medidas de seguridad se están
tomando exactamente -añadía- y así que el tiempo escampe se echarán
descubiertas al sud, las que tendrán que trabajar seis días de luna
nueva". Y el 30 otro chasque partía en "servicio urgentísimo" llevando
la alarma:
"Son como las 7 de la noche de este día, hora en que acaba de llegar el
cabo Oviedo del sud y éste da parte cierto que la indiada descolgaban
al Oratorio al dentrarse el sol, y que éstos vienen con marcha
acelerada; que cuando llegaba a los Molles de Yulto, los indios pasaban
al Oratorio con dirección a la Cañada. A la partida, por permisión del
Cielo, no la han alcanzado. En estos momentos comunico a todos los
departamentos esta noticia, que ya la tenía anunciada. Según la
noticia, los indios amanecerán por las Peñas o más abajo. No se sabe
más porque la noche nos estorba. Según lo descubierto, la indiada es
mucha."
El 1º de octubre, como a las cuatro de la tarde, Lucero anunciaba la
intranquilidad, ya que los indios amenazaban sitiar por la parte del
norte. También, con su criollo decir, daba cuenta de la magnitud del
malón: "Ocho trozos son los que se han descubierto; la huella que
dejan, lo que estupida, habrá una cuadra, según dicen los
reconocedores". y luego trazaba este amargo cuadro:
"Su excelencia debe estar en el caso que esta pequeña fuerza llena de
fatigas se verá siempre en la necesidad, por guardar un punto,
desamparar otro, y que con la campaña no se debe contar ningún alivio:
la carne que debió venir, no vendrá con esta novedad; las milicias, sin
munición, no harán defensa alguna, pero ni son capaces de dar parte
adonde los indios vayan a campear. Mis caballos y mi tropa no dan
abasto a tanta urgencia; al Río 4º pido su auxilio, en caso no esté en
los apuros que San José, y vuestra excelencia sabe lo que hay por
medio."
Todo ponía a prueba la paciencia del desvelado comandante. y así
escribía el 2: "Ayer, como a las cuatro, al tiempo de firmar la
anterior, llegó una borrasca de cerrazón y viento sud y una fuerte
garúa, lo que ha privado toda descubierta. Y en la noche ha sido un
aguacero deshecho. Ya son como las ocho de la mañana de este día y no
cesa la cerrazón ni la lluvia".
¿ y los indios? "La indiada ciertamente tomó para el norte, apuntando
hacia las Peñas, en dirección a los Cerros Largos, la que hoy debe de
estar por esos medios". El día 3 marchó el Regimiento de Auxiliares
hacia el río Quinto, en tanto Lucero aconsejaba: "La reunión nuestra
debe de ser en el Saladillo porque allí, si los indios no dan sus
vueltas hasta que estemos reunidos, podemos avanzar más adelante, y es
el punto mejor para nosotros". Añadía que "en una noche" podía
replegarse a la fuerza de Argañaraz, "a no ser que los indios cruzaran
mañana en el día, en tal caso no desampararé este punto".
Desde la Carolina, el comandante don José Mariano Carreras confirmaba
el 6 los estragos hechos por los indios en esa población, "a que se
agrega que del número de los asesinados por los bárbaros es el capitán
Moreno en la Cañada Honda y en la Pampa de las lnvernadas el soldado
Gerónimo Garay". y luego burilaba este medallón:
"La señora doña Trinidad Sosa y doña Francisca Calderón fueron tomadas
por los indios; pero felizmente han salvado en pelota, ¡ y gracias !"
La victoriosa jornada del arroyo del Rosario -que tuvo por escenario
"la explanada que forma la cañada de los Molles, a ocho kilómetros al
sud de la Toma, sobre el camino al Saladillo", según enseña don Felipe
S. Velázquez- ha sido narrada por Gez de este modo:
"En la tarde del día 6, se divisó la indiada; pero, en vista de lo
avanzado de la hora, se dispuso que recién al día siguiente, por la
mañana, se les llevaría el ataque. Durante esa noche se mandaron
partidas de baqueanos en dirección a los cerros del Rosario, para
tirotear a los indios, a fin de que éstos pudieran dirigirse hacia la
Pampa del Morro, lugar donde el jefe expedicionario esperaba salirles
al encuentro. Allí dispuso las fuerzas y las distribuyó de acuerdo con
su plan, entre el teniente coronel Luis Argañaraz, el comandante José
León Romero, el mayor José Mendiolaza y el coronel Patricio Chaves que
mandaba la infantería. Los indios, en número de 300 lanzas, no se
atrevían a cargar; entonces, mandó atacarlos con el teniente coronel
Argañaraz y tras él lanzó, escalonadamente, las otras tropas. El choque
fue terrible, empeñándose un duelo a lanza y sable, inter los certeros
tiros de la infantería iban abriendo claros en la masa bárbara.
Argañaraz fue cortado, mientras Romero se batía, desesperadamente, con
el grueso de la indiada y no podía acudir en su auxilio. En ese dificil
momento se lanzó Ponce con sus valientes, para abrirse paso hasta
reunirse con Argañaraz, a la vez que el mayor Mendiolaza corría en
apoyo de ambos. Los indios consiguieron desorganizar la bisoña milicia;
pero, entonces, acudió la reserva y, rehechos, volvieron caras con
nuevos bríos, en circunstancia que la indiada se refugiaba entre los
millares de ganado que arreaban. Un esfuerzo, bien combinado, dio la
victoria. Muchos indios huyeron, siendo tenazmente perseguidos,
mientras en el campo quedaban muertos los caciques Colipay, Pulcay
Pichul -hijo de Yanquetruz-, Carrané, Pallán y Cuitiño, con sesenta y
tantos indios de pelea. Allí se rescataron 23 familias, que habían
cautivado en la Carolina y otros puntos; se les tomó 16.000 cabezas de
ganado de toda especie, y en la persecución de diez leguas, se les
quitó la caballada, escapándose pocos indios en lo montádo."
El 16 de octubre Calderón -que también había intervenido en el combate
-remitió al gobernador de Buenos Aires copia del parte que el coronel
Pantaleón Argañaraz
le pasara, "noticiándole el feliz éxito que han tenido las armas de la
patria sobre los indios salvajes del Sud, en el arroyo de la costa del
Rosario el siete del corriente". Agregaba entonces:
"Este feliz acontecimiento es debido a la bravura con que se ha
distinguido el Regimiento Auxiliar y demás tropas que lo acompañaban,
quedando en esta vez escarmentada la audacia de los salvajes, y no
volverán, con osada planta, a hollar impunemente nuestro territorio."
Para recompensar el denuedo de los oficiales, Calderón hizo distribuir
entre ellos vacas, novillos y terneras. Pero él reservó para sí, una
espada que Manuel Baigorri -aparcero de Yanquetruz.- perdió en la
pelea. Alejados los indios, las maquinaciones unitarias giraron
alrededor del Regimiento de Auxiliares, provocando resquemores entre
sus oficialidad y procurando malquistar esa fuerza con las milicias y
el vecindario de San Luis. En los últimos días de octubre, el sargento
mayor José Mendiolaza solicitó su pase a la Provincia de Buenos Aires,
"por no convenir con las ideas" del coronel Argañaraz. y algunos meses
después --en marzo de 1835- el mismo Mendiolaza intentó derrocar a
Calderón, en tanto que Argañaraz "con sus repetidos actos de
insubordinación y las medidas hostiles con que se ha presentado cada
día", fomentó "los sinsabores de este pueblo" y obligó al gobierno "a
alarmar nuevamente la provincia con el fin de contener los males que
debían esperarse y por último a tener que recurrir al crédito y
patriotism9 del general don José Ruiz Huidobro, haciéndolo venir para
que, con su presencia, salvase el crédito del Regimiento y el
compromiso de la provincia.
Barranca Yaco y la orfandad de San Luis. En estos malestares influyó,
sin duda, la noticia de la infausta muerte del brigadier Quiroga,
conocida en San Luis el 22 de febrero. Dos días antes, desde su
campamento en el Arroyo de Santa Catalina, el comandante general de
campaña don Francisco Reynafé remitía a Calderón copias de las
comunicaciones que le dirigiera el gobierno de Córdoba, relativas al
"desgraciado acontecimiento sucedido a la ilustre persona del general
Quiroga". También el 20 el gobernador delegado Domingo Aguirre fechaba
la circular que enviaba a las provincias comunicando "que con fecha 17
del corriente recibió parte del pedáneo de Sinsacate en que avisa haber
sido asesinado y saqueado en un lugar despoblado distante de esta
capital como diez y ocho leguas, el excelentísimo señor general
brigadier don Juan Facundo Quiroga, viniendo desde Santiago". Decía
luego Aguirre:
"El gobierno de Córdoba, ya que no ha podido evitar tan desastroso
suceso, por no haber sabido desgraciadamente el día fijo de la venida
del citado señor General, a quien tenía dado orden se le custodiase con
veinte y cinco hombres, como se ve de la copia acompañada, al menos ha
querido mostrar su aprecio y estimación a los distinguidos servicios de
este digno jefe, mandando hacerle un entierro con toda la pompa y
grandeza que permitían las escasas circunstancias del erario público.
La comisión pesquisa dora aún sigue sus trabajos en la campaña con el mayor empeño y celo.
Sin duda por no interrumpir sus indagaciones o no haber tenido el
tiempo bastante para conseguir cosa de entidad, no ha dado cuenta de lo
averiguado
hasta aquí; mas de los resultados se avisará oportunamente a vuestra
excelencia, haciéndolo ahora de lo poco que se sabe con exactitud, y es
que entre los muertos se cuenta al coronel don José Santos Ortiz y el
correo Luejes; los demás no son conocidos, pero sí todos fueron
completamente robados, sin que haya quedado otra cosa que la galera en
que venía el señor general."
Don Hipólito Tello, gobernador de La Rioja, el 27 de
febrero escribía a Calderón lo siguiente:
"Es preciso, excelentísimo señor, ponerse en guardia; pues a juicio del
que subscribe se hallan complicados en tan infame atentado algunas
personas que figuran en la provincia de Córdoba; y aún sin incurrir en
la nota de temerario puede creerse que todo ha sido obra de ellos. Para
mayor inteligencia de V.E. acompaño copias de las comunicaciones que el
gobierno de Córdoba ha dirigido al de esta provincia, en las que se
advierte una notable diferencia de la que el coronel Reynafe tiene
dirigida a V.E., lo que da indicios muy vehementes de
los autores y cómplices de tan abominable crimen."
El 7 de marzo, fray Hilarión Etura --cura y vicario de la ciudad de San
Luis- pasa una cuenta por cincuenta y un pesos, "gastos hechos en las
exequias que, por orden y disposición de este Supremo Gobierno, se han
practicado
en esta matriz de San Luis en los días cuatro y cinco de marzo de este
presente año de mil ochocientos treinta y cinco, en alivio y descanso
del alma del finado señor general don Juan Facundo Quiroga, Padre y
Protector que fue de esta meritísima ciudad y provincia, en señal de
gratitud a los beneficios recibidos y que son constantes a todos sus
habitantes, por este insigne bienhechor". El lunes 16 de marzo
-exactamente un mes después de la tragedia de Barranca Yaco, ocurrida
también en lunes- en la capilla de Merlo el cura Angel Mallea hizo
honras solemnes en sufragio del legendario general, según lo dispuso el
comandante don Nicasio Mercau.
Desde La Rioja, con fecha 21 de marzo, ex gobernador Tello apremiaba a su colega puntano con estas palabras:
"El vil asesinato perpetrado en la persona del Ilustre de los Pueblos
(o mejor se dirá por el infrascripto)'el Padre de la Patria, conocido
por tal en la República Argentina, el excelentísimo señor general don
Juan Facundo Quiroga, a diez y seis leguas de Córdoba, demanda
imperiosamente su justa venganza. Los documentos que el gobierno de la
Rioja acompaña a V.E. no dejan duda alguna de la parte activa que ha
tenido el gobierno de la Provincia de Córdoba en el horroroso e infame
crimen cometido; y para castigar tan horrendo atrevimiento, el
gobernador que habla invita a la provincia de San Luis, a efecto de que
tomando la parte que justamente le obliga, coadyuve a ella con la
fuerza y elementos que le sean dables a la provincia a su cuidado.
Al excelentísimo gobierno de San Luis no se le deben ocultar los
brillantes servicios que este intrépido guerrero ha prestado a la
provincia de su mando y a la República toda, cuyos motivos obligan a
recordar su memoria y defender a todo sacrificio tan nefando delito,
mucho más cuando al regresar a dar cuenta de su comisión al gobierno de
Buenos Aires, de donde fue enviado a la mediación de los gobiernos de
Salta y Tucumán, debía ser mirada su persona con la mayor atención y
respeto, pues que así demandaba su representación. En su virtud, el
gobernador y capitán general a quien el infrascripto se dirige espera
que a la mayor brevedad resuelva la aceptación o exponiendo lo que
tenga por conveniente, para en su vista tomar las medidas más
convenientes a este respecto; en la inteligencia que la provincia de La
Rioja tomará sea como fuere su justa venganza, a costa de todo
sacrificio."
Orillando la rebelión promovida por Mendiolaza, el gobernador Calderón
redactaba el 29 en su estancia del Durazno la respuesta a Tello:
"Desde que fue informado del horrendo asesinato perpetrado en la
persona del ilustre argentino, protector decidido de la provincia de
San Luis y de todas las libertades públicas, se consideró esta
provincia en una completa orfandad, por cuya razón ,su gobierno ha
sometido sus deliberaciones para lo sucesivo, a los sabios consejos del
ilustrado gobierno de la provincia de Buenos Aires, igualmente que al
señor brigadier general don Juan Manuel Rosas,pues esta provincia se
conserva hoy, aunque miserablemente, a la defensiva de las
depredaciones de los salvajes del sud, todo es mediante a la
generosidad de la benemérita provincia de Buenos Aires, pues el
Regimiento de Auxiliares de los Andes que se ha franqueado al gobierno
de la de San Luis, es con la condición precisa de sólo se empleará esta
fuerza en defensa de esta provincia contra los salvajes del sud, para
conservar el orden interior de ella.
El infrascripto se ha dirigido también al excelentísimo señor
gobernador y capitán general de la provincia de Córdoba, pidiéndole las
satisfacciones correspondientes, respecto al asesinato en la persona de
nuestro amigo y bienhechor, brigadier general don Juan Facundo Quiroga,
cuyo nombre, ni el que habla ni en toda la provincia, se puede
pronunciar sin experimentar la más tierna emoción del sentimiento y
gratitud que le debe. Esto mismo creo que han hecho los excelentísimos
gobiernos de Tucumán y Santiago del Estero, según el contenido de las
notas que en copia ha tenido la dignación de adjuntarle.
De todo lo dicho deducirá S.E. la uniformidad de sentimientos y
principios que nos guían, los que no tendrán contradicción alguna por
este gobierno y serán sostenidos por cuantos medios estén en SU
posibilidad y cree haber satisfecho a todo cuanto desea saber el
excelentísimo gobierno de la Rioja, respecto a la disposición en que se
halla el de San Luis, cerrando su nota asegurándole a S.E. estar
penetrado del más vehemente deseo de marchar siempre en consonancia con
el gobierno de la provincia de Buenos Aires, igualmente que con el de
La Rioja."
Don Manuel Vicente de Maza, presidente de la Sala de Representantes y
encargado interinamente del gobierno de la provincia de Buenos Aires,
expresaba el 31 de marzo:
"El infrascripto debe manifestar a S.E. el señor Gobernador a quien se
dirige, que será infatigable en practicar los arbitrios más adecuados y
eficaces para vengar dignamente el atentado cometido en su
Representante, el señor general Quiroga y bien persuadido de la
gratitud eterna que profesará el pueblo de San Luis a tan ilustre
protector, lo interpela desde ahora a que ocupándose muy principalmente
de este grave negocio, preste toda diligencia y cooperación para
pesquisar, descubrir y castigar de muerte a los ejecutores de tan
horrendo crimen."
y luego de atribuir el infausto suceso a los unitarios, concluía Maza:
"Es preciso, pues, no perder tiempo y apresurarse a refrenar y contener
para siempre la osadía de hombres tan perversos. Es preciso hacerles
entender que se convertirá en una plaga de males contra ellos al menor
que acusaren al sistema federal; es preciso, en fin, que todos
marchemos bajo un mismo dogma, una misma fe y una misma moral política
para que el país pueda subsistir y progresar."
Calderón no estaba dispuesto a apartarse de esa senda. Así lo demuestra la carta que el 20 de abril escribió a Rosas:
"Estimado compatriota: Por su apreciable de 2 del corriente soy
impuesto de la amargura que ha sentido toda la benemérita provincia de
Buenos Aires, por el horroroso asesinato perpetrado en la persona de mi
distinguido amigo, el señor general Quíroga. No menos ha lamentado y
lamentará eternamente toda la provincia de San Luis tan terrible
pérdida, pues ella ha sido considerada como la calamidad más deplorable
de tantas que la han afligido. ..He leído los impresos y carta
enunciada, y la veracidad a su modo de pensar, y es por esto que me
tomo la confianza de repetir a usted nuevamente que me demarque la
línea de conducta que en todo evento debo observar, pues mi deseo más
vehemente es marchar unánimemente con la suya."
Por fín, y como cerrando un oscuro capítulo, el 16 de agosto de 1835
Calderón firmó esta nota dirigida al gobernador de Córdoba don José
Vicente Reynafé:
"Seis meses han transcurrido desde que el excelentísimo gobierno de
Córdoba impartió la infausta noticia de la mortandad acaecida en la
persona del ilustre general don Juan Facundo Quíroga y su comitiva, y
ese mismo período hace también que la , opinión pública señaló como
ejecutores de tan horrendo atentado al gobernador don Vícente Reynafé ,
y sus hermanos.
El gobernador infrascripto esperó desde esa época, suspendiendo su
juicio, que el excelentísimo de Buenos Aires, como el principal
ofendido en la persona de sus representantes, encabezase su reclamo
sobre un asunto de tanta importancia, y nunca creyó que las
imputaciones hechas por algunos gobiernos contra los señores Reynafeses
guardasen un profundo silencio, contentándose con imprimir y publicar
los sumarios hechos por la comisión que adolece de todos los defectos
que se nota en el oficio impreso que con fecha 30 de junio del presente
año ha remitido el excelentísimo gobierno de Buenos Aires, los que sin
duda alguna corroboran el pronunciamiento público en orden a los
ejecutores.
La República ha perdido en la muerte del ilustre general Quiroga, una
de las más fuertes columnas del orden y del sistema federal; la patria
ha sido atrozmente vulnerada y la dignidad que caracteriza al gobierno
de esa provincia, manchada con un borrón inaudito. En esta virtud, los
Señores Reynafés son indignos de alternar con los ciudadanos argentinos
en ningún puesto público, y dejando los empleos que ocupan, deben
presentarse por sí yen sus propias personas, con los demás cómplices,
ante el gobierno de Buenos Aires, encargado de las relaciones
exteriores de la República, a responder a los cargos que resulten
contra ellos sobre la mortandad hecha en las del excelentísimo señor
brigadier general don Juan Facundo Quiroga, su secretario coronel mayor
don José Santos Ortiz y demás de su comitiva.
Esta es la resolución uniforme de todas las provincias de la
Confederación Argentina; lo es el de la que tiene el honor de presidir
el infrascripto, la que en general puesta sobre las armas está resuelta
a no deponerlas, interno queden satisfechos los votos con que se han
pronunciado los demás gobiernos."
Al pie de la carta, inútil y cenicienta, se alarga la fórmula protocolar: "Dios guarde a S.E. muchos años". ..
Calderón tal vez recuerda las palabras que don José Santos Ortiz
-inmolado en Barranca Yaco aquella mañana carajeada por Santos Pérez-
escribió poco antes con acento premonitorio: "Nuestras desgracias casi
nos han connaturalizado con los objetos lastimosos, el horroroso
espectáculo
de la muerte apenas causa en la multitud una emoción pasajera: mañana
momirán mis protegidos y al otro día estarán olvidados, como lo están
los cadáveres de que está cubierta nuestra desgraciada patria".
Origen del escudo de San Luis
¿Cómo es la vida en San Luis, por esos años en que nace su escudo? Como
siempre, una constante milicia. Peligros adentro y afuera, por todos
los rumbos. Los hombres más eminentes se miran todos con desconfianza,
por arriba de las fronteras. Calderón, precavido, no le saca los ojos
de encima a Yanzón y a Reynafé, ni se fía mucho de Brizuela. Por allá
anda también el Chacho, levantando polvaredas, aunque pregona que ya no
es más llanisto sino puntano. Y al sur, en ese misterio de la tierra
adentro, el eternamente agazapado puma de la indiada.
Dura vigilia la de este pueblo que, más que ver, tiene que adivinar el
peligro en ese nubarrón de sombras de los temores y las intrigas, de
las pasiones y las miserias. Hay, asimismo, otra alimaña que roe en la
quietud de los valles espías franceses, refugiados en San Francisco del
Monte, dan avisos, hacen circular rumores, llevan y traen mensajes. San
Luis, como un penacho azul y blanco, es batida por duros vientos. Pero
la patria no tiene nada que reprocharle. No es un paraíso, mas su aire
sigue siendo puro y su cielo el de la esperanza. Ni la ciudad ni la
campaña están pobladas de ángeles; pero Calderón lucha, corrige,
alienta, para que la paz dé sus frutos.
La pobreza es grande: ¡no hay ni con qué hacer las divisas federales!
Los vecinos cerdean cuanto animal se les pone a tiro y hasta don Pablo
Lucero -que no se asusta por nada- llega a exclamar que "ya los robos
aturden".
Comerciantes, de esos que nunca faltan, fomentan la cosecha ilícita. Y
allá por la Carolina abunda toda clase de juegos, para desplumar
incautos. El oro deslumbra y promete la gloria: en la Cañada Honda los
pirquineros se encorvan bajo la mirada de los gringos civilizadores.
Pocas son las producciones del terruño, pero ávidos mercaderes arrean
con todo: cueros, higos, quesos, grana. Alguien tiene ánimo para
ensayar cultivos, y allá por Piedra Blanca se cosecha excelente tabaco.
Calderón, por cierto, no se olvida de su pueblo. Para él son las
fiestas del Santo Patrono, los bailes del 25 de mayo y, mal que le pese
a los unitarios, las representaciones teatrales.
y todavía hay más: la ciudad tiene su escuela de primeras letras y su
aula de gramática. y hasta en Cerro de Oro hay un maestro -don Pablo
Ríos- que enseña a leer y escribir a los niños serranos.
Por esos años también se reedifica la iglesia del Señor de Renca,
destruida por los indios. y mientras en Río Seco don Juan Francisco
Loyola empieza a levantar las paredes de una capilla, en la ciudad el
padre Etura se encarga de dirigir los trabajos de la nueva iglesia de
Santo Domingo.
Como si esto fuera poco, el gobernador Calderón gestiona y obtiene un obispo auxiliar para San Luis.
Todo esto lo tuvo nuestra provincia entre la amargura de los malones,
los combates, las revoluciones y los dolores de una pérdida
profundamente sentida por los puntanos: la del general Facundo Quiroga.
¿ Qué más se puede pedir a una época de lanza y tercerola, de hambre y
de sacrificios? Malherida de traiciones, ¿qué más podía hacer esta
pobre tierra que clamar por un poco de paz?
Este poco de paz, precisamente, es lo que pide Calderón para su pueblo
y así, donde otros sólo han visto sumisión a Rosas, nosotros hallamos
un entrañable amor al terruño, un profundo deseo de conservar, de
levantar esta tierra querida, postrada por las calamidades.
En nuestro andar nos sostienen los viejos papeles y una olvidada
afirmación de don Juan Llerena: "Al hablar con verdad de una cosa buena
y excelente, es preciso declarar su bondad y su excelencia por más que
no falten espíritus malévolos que se prevengan contra toda alabanza que
no tenga por objeto ellos mismos".
En los primeros días de 1836, se enciende la hoguera.
Galopan los chasques llevando noticias: San Juan, Mendoza y La Rioja
están al romper las hostilidades. Se dice que a San Juan acaban de
llegar, de Chile o del Perú, más de diez jefes de línea para secundar a
don José Martín Yanzón. Como apunta Lucero, "aunque está lejos, el
fuego no es pequeño". Para atajarlo a tiempo, Calderón moviliza sus
fuerzas -al mando del general Ruiz Huidobro-, las que se acercan a la
frontera sanjuanina cuando ya en La Rioja ha comenzado la función.
Genaro Segura, desde Mendoza, escribe poco después estas líneas al gobernador puntano:
"Si los malditos chinos dejaran tranquilidad a San Luis, me parece
repondría sus crianzas en pocos años, Y sus capitales volverían a su
vigor, disfrutando del valor que tienen sus especies. ...La paz, sobre
todo, mi amigo, es lo que nos importa, Y usted conoce mejor que yo ser
éste el medio para cortar a la anarquía y sus procuradores el vuelo de
sus pretensiones, que es ganar a río revuelto aunque perezcan las masas
de los pueblos."
Es buscando esa paz tan necesaria que Calderón promueve la unión de los
gobernadores y de los hombres de mayor influencia en las provincias
vecinas. Comisiona para ello al general Ruiz Huidobro, en el que ha
depositado su confianza Y de quien espera lo que Facundo no alcanzó a
realizar. El activo enviado despliega su diplomacia en Mendoza, en San
Juan Y en La Rioja, desbaratando tormentas, preparando el camino para
una efectiva unidad de los pueblos.
Con este propósito -que es un ardiente anhelo de felicidad común- el 25
de mayo de 1836 Calderón presenta a la Sala un proyecto por el cual no
solo se reconoce a Rosas por Restaurador de nuestras Leyes Y libertador
de la provincia, sino que también se lo declara Protector, ya sea de
Cuyo o de San Luis, concediéndole intervención en todos los asuntos
interiores que guardan relación con los nacionales.
Al proponer a sus colegas de San Juan y Mendoza estadeclaración, afirma el gobernador puntano:
"No hay un gobierno, de cuantos existen enla Confederación, que no
tenga datos indudables del interés que este ilustre hijo de la tierra
toma por la felicidad de los pueblos, y que su marcha franca y generosa
tiene por objeto consolidar el sistema por que se han pronunciado todos
ellos, y arribar al punto que por espacio de veintisiete años ha sido
imposible verificar."
Nadie se espante por este proyecto. Tres años más tarde será el
gobernador de Mendoza quien escribe a Calderón en estos términos:
"Cada día se hace sentir más la necesidad en que estamos de un centro
de autoridad que nos ponga a cubierto no sólo de ataques bruscos de
fuerzas extranjeras, sino también de oscilaciones políticas y
movimientos en el interior... Si antes de ahora ha sido rechazado este
pensamiento por el general Rosas, cuando usted y yo quisimos iniciarlo,
hoya mi juicio convendría -sin su previa consulta- ponerlo en planta,
tomando usted la iniciativa de acuerdo con los gobiernos de Cuyo."
Y en una carta posterior, asienta el general Molina estas reflexiones:
"Sería sensible que el Restaurador vuelva a hacemos un rechazo como el
de la vez pasada, cuando un desengaño práctico hace conocer a sus
amigos y a él mismo que la República, sin un centro de autoridad,
siempre será un caos: las aspiraciones no han de cesar, los planes
liberticidas de los unitarios han de ponerse en acción y la existencia
de los federales fieles siempre estará a merced de los traidores...
Hemos perdido las mejores columnas. Los pueblos carecen de hombres
previsores que puedan preservarlos del peligro: los seducen con
facilidad y no es extraño que suceda en adelante lo que acaba de
suceder: que debiendo atender a la defensa de la patria amenazada de
fuerzas exteriores, tomen las armas para destruirse mutuamente,
contribuyendo así de un modo directo a la ruina del mismo suelo que
debían sostener.
...Es preciso hacerles el bien por fuerza, y el único medio es establecer una autoridad a quien se respete."
Al iniciar su segundo período de gobierno, Calderón dictó el siguiente decreto:
¡ Viva la Federación! San Luis, diciembre 27 de 1836.
27 de la Libertad, 21 de la Independencia y 7 de la Confederación Argentina.
Teniendo siempre presente los eminentes servicios que el Excelentísimo
Señor Brigadier General Ilustre Restaurador de las Leyes de la
Provincia de Buenos Aires don Juan Manuel de Rosas, ha prestado a la de
San Luis, y deseoso este Gobierno de manifestar la inmensa gratitud que
le debe, en virtud de las facultades ordinarias y extraordinarias que
inviste, ha venido en decretar lo siguiente: Artículo 1º -Se construirá
un sello de cuenta del Estado, que servirá para sellar el papel para
todos los usos necesarios de la Provincia.
Art. 2º -Dicho sello será grabado con tinta negra, y en su centro se
representarán los tres principales cerros de la Carolina, como el
manantial abundante de oro que tiene la Provincia, y sobre ellos, el
sol en disposición de alumbrar por la mañana, y al pie de los cerros se
figurará un cuadrúpedo mirando al sol. Este astro señala el principio
del día, puesto en actitud de alumbrar sobre los cerros por la mañana,
y el cuadrúpedo mirándole alegre significará el principio de la época
de ventura de la Provincia de San Luis, que data desde el año 34 en que
enfrentó la audacia de los salvajes, después de haber calmado la
tormenta de desgracias que" la han combatido.
Art. 3º -En el centro y al pie de los cerros, llevará la inscripción
siguiente: LA PROVINCIA DE SAN LUIS AL GENERAL ROSAS, y en el círculo
la que sigue: GRATITUD ETERNA, POR SU EXISTENCIA y LIBERTAD.
Art. 4º -El sello se colocará en la margen izquierda del papel, y en la
derecha, un pequeño óvalo punzó, en que se determinará la clase y valor
de él, el que servirá desde el año 37 adelante.
Art. 5º -Publíquese y comuníquese a quienes corresponde.
José Gregorio Calderón Romualdo Arez y Maldes
Como puede constatarse en la copia que se conserva en el Archivo
General de la Nación, este decreto fue modificado en la Secretaría de
Rosas antes de ser publicado en la Gaceta Mercantil número 4130, el 9
de marzo de 1837.
Así se estableció que el sello debía ser "grabado con tinta punzó" y no
"con tinta negra". En la inscripción, se antepuso la palabra Ilustre a
"General Rosas" y se añadió le consagra donde sólo decía "Gratitud
eterna"...
Es preciso destacar que estas modificaciones, aunque hayan sido
conocidas por Calderón, no fueron tenidas en cuenta por el gobernador
puntano. En efecto: el sello se usó con la inscripción y en la forma
establecidas por el decreto original. Siempre se estampó en negro y el
único que lo imprimió en rojo fue Gez en su trabajo sobre "El escudo de
San Luis".
Tratemos ahora de ubicar al inspirador del sello de Calderón. Para ello
debemos retroceder algunos años, lo que nos facilitará familiarizarnos
con un héroe olvidado.
Cuando aquella famosa guapeada de la caleta de Pescaderos, donde
Pringles fue vencido vencedor, andaba cerca un batallón realista,
deseoso de pasarse a las filas patriotas:
el Numancia, que pronto tuvo el honor de ser custodio de la bandera
libertadora. y en ese batallón, hombro a hombro con los americanos,
luchaba un gallardo muchacho de Madrid.
Sobrino de un teniente general de la Armada española que fuera
gobernador de Montevideo, se cubre de gloria jornada tras jornada,
entrelazando laureles a sus galones, para no desmerecer el abolengo. En
1825 está en Mendoza.
Es culto, es distinguido, es sociable. Diestro en la danza, amante de
la música, delicado en sus maneras, cautiva Y enamora. Irremplazable
resulta cada vez que los jóvenes aficionados preparan alguna comedia. y
en este arte de Talla y de Melpómene, transformado en empresario
teatral, de corona con las rosas del triunfo, mientras ve crecer su
fortuna junto con su fama.
Conoce las obras de Miguel Angel, de Rafael y del Españoleto, gusta y
recita los poemas de Homero y de Virgilio. Pero el olor de la pólvora
se le ha metido en la sangre. Luciendo los galones de capitán, un día
se pone a instruir un regimiento, bajo la mirada vigilante del coronel
Aldao. y por cierto que el famoso Fraile no tiene de qué quejarse.
Después, Facundo Quiroga se fija en él. Juntos se hallan en la Tablada
y en Oncativo. Juntos van a reorganizar su ejército a Buenos Aires.
Luego en Ramallo y en el Pergamino el teniente del Numancia, ya
ascendido a coronel, adiestra las huestes de Facundo. En abril de 1831
se encuentra otra vez en Mendoza instruyendo las "hordas" de Quiroga,
velando que "en las pulperías o chinganas no haya reuniones de
individuos del Regimiento de puertas adentro" y enseñando a los
oficiales que "ningún traje es más honroso en el militar que el del
empleo que ejerce".
Después, en la batalla de la Ciudadela, bajo el cielo tucumano su caballería federal triunfa clamorosamente.
Su fama Y su gloria atraen a los artistas más notables de aquel tiempo:
el maravilloso Monvoisin pinta su retrato; y Bacle, el infortunado
grabador, reproduce su gallarda figura de general mimado de Marte.
También es suyo el triunfo de las Acollaradas. y tras el nubarrón de
Barranca Yaco, donde la tercerola de Santos Pérez apagó la buena
estrella y la temeridad de Facundo, el teniente del Numancia sigue las
huellas de su protector
y amigo, buscando la unión de los pueblos. Mas quien supo vencer, en
tantas batallas, es derrotado un día por las intrigas. y allá por
Buenos Aires bebe su copa de amargura, añorando esta tierra de San Luis
a la que quiso tanto.
Desde su lejanía, le escribe a Calderón estas palabras profundas:
"Dejemos al tiempo nuestra justificación, mucho más cuando tenemos la
ventaja de que este país no recuerda ni hable de ayer, sino de hoy y,
cuando más, de mañana". A poco andar, remite al gobernador de San Luis
un sellito de cartas, "simbolizando en las dos palomas la pura amistad
que nos une; en la corona, sus virtudes físicas como buen ciudadano, y
las ramas de encina que orlan el escudo con sus iniciales, la
fortaleza- que tiene usted para resistir el penoso puesto que ocupa,
interesado solamente en el bien del suelo que lo vió nacer".
El teniente del Numancia, ese gallardo actor de Mendoza, ese formidable
organizador de regimientos, ese general que va a pelear con los indios
llevando en su campaña un músico y un poeta, ese hombre que se lamenta
diciendo que "La ingratitud es la recompensa a los servicios", pero que
también se consuela repitiendo "Jamás queda la virtud sin recompensa",
ese bravo don José Ruiz Huidobro es, como se verá, el inspirador del
escudo de San Luis.
En septiembre de 1836 Calderón escribe a Ruiz Huidobro -que está en
Buenos Aires- una larga carta en la que le da noticias de sus intereses
y de la marcha política de las provincias del Norte. También le
solicita con urgencia vacuna, "porque las virgüelas están haciendo
prodigios en el pueblo". Uno de los párrafos de esta carta dice
textualmente:
"He recibido el diseño del sello que me remite; ha sido muy de mi
agrado y de todos los que lo han visto, y aprecio como debo todo el
trabajo que a
este respecto usted se ha dignado hacer. Si usted , me hubiese avisado
lo que todo ello tendría de .costo, le remitiría ahora su importe; pero
lo haré así
que usted me pase la cuenta, así del sello como de la vacuna."
Comprueba este documento que la idea del sello, aunque puede haber
nacido en San Luis, fue llevada a la práctica en Buenos Aires, siendo
su diseño anterior al decreto que fija los atributos heráldicos.
Algún tiempo después --el 20 de noviembre- el vencedor de las
Acollaradas envía una amena Y muy interesante carta a Calderón, en la
que el investigador desapasionado puede encontrar valiosos elementos
para reconstruir la personalidad de estos dos luchadores, tan
denigrados hasta por plumas académicas. A ella pertenecen las
siguientes líneas:
"No cumpliré su encargo de usted con respecto a la impresión de la
resma de papel, tanto por conceptuar un costo inútil remitiendo los
sellos como lo hago por la tropa de carretas de Serpa, cuanto porque
creo que con la instrucción que lleva es inoficioso mandar el papel
sellado; el sello grande dice ser el sello de esa provincia y el chico
la clase y el año; pero si usted quisiese que así lo haga, su nueva
orden será obedecida en el acto."
Debemos aclarar que, si bien Ruiz Huidobro se refiere a un sello chico,
el grabador remitió siete, para las distintas clases de papel sellado.
El 4 de febrero de 1837 aquel francés que dio tanto trabajo a los
federales, Juan Pablo Duboue, cobró en esta ciudad ciento seis pesos
dos reales, "valor del sello para papel sellado que remitió de Buenos
Aires el señor general don José Ruiz Huidobro". y algunos días más
tarde se entregaron a don José Malla diez reales, por "flete de la caja
en que vino acomodado el sello".
El famoso año 40
Aquel desgarrante enfrentamiento de unitarios y federales ha sido
convertido en un esquema de asombrosa rigidez, cuyas líneas ahonda y
defiende la machacona repetición.
Hasta Sal daña Retamar -tan sagaz y esclarecedor en su honrada
reconstrucción del pasado puntano-- ronda ese período de intranquilidad
y angustias y sólo encuentra esta salida:
"El partido unitario realizaba el más grandioso, atrevido y supremo
esfuerzo por derrocar el sistema gubernativo que Rosas pretendía
sustentar sobre todo el territorio de la Confederación. Lo más selecto
y representativo de San Luis se adhirió a tan legítimas y democráticas
aspiraciones".
Si preguntásemos qué debemos entender por "lo más selecto y
representativo de San Luis", alguien podrá contestamos con las
coruscantes palabras de Gez: "Entre ellos estaban los Videla,
Domínguez, Barbeito, Baigorria, Saá,
Ortiz, Adaro, Poblet, Daract, vale decir, elementos de principal
figuración y de positiva valía en la sociabilidad puntana".
En más reciente y enjundioso trabajo dedicado a esa época infausta,
Tulio Halperin Donghi menciona "los opulentos pero rudos jefes
federales" y algo nos dice de su "sorprendente benevolencia":
"Esa actitud de parte de los gobernantes federales era más frecuente de
lo que haría creer la prosa encendida y rica en amenazas que utilizaba
en sus proclamas ese partido: en efecto, a esos gobernantes no siempre
desagradaba que su gobierno se viera rodeado de cierto prestigio
intelectual, imposible de alcanzar sin transar de algún modo con sus
adversarios."
¿Dónde tendremos que buscar aquella oculta fibra unitaria mentada por
Sosa Loyola? ¿Entre los comerciantes? Recordemos, entonces, los más
notables, los que más reiteradamente aparecen mencionados en los
papeles de 1840; Santiago Laborda, Francisco Rua, Juan Vivier, Bernardo
Bazán, Eusebio Gómez, Luis Maldonado, Tomás Prieto, Joaquín Vílchez,
José Clímaco Lucero y Eufrasio Videla, dueño éste de una tropa de
carretas con las que trafica entre Buenos Aires y Mendoza. También por
esas ciudades andan Pascual y Clímaco Daract, sin apartarse del puntano
Juan Barbeito, relacionado comercialmente con los Pringles de Mendoza.
No sabemos con qué cartabón medía Gez la "principal figuración" y la
"positiva valía". Sin embargo, junto a los apellidos que nuestro máximo
cronista cree de su deber inscribir en la historia, nosotros
alinearíamos otras figuras
para que, algún día, alguien pueda arrostrar el compromiso de dilucidar
de qué modo gravitaron en la sociabilidad puntana. Nombramos primero
algunos hombres de espada, sin detenernos a enumerar sus galones: Pedro
Nolasco García,
Pablo Lucero, Casimiro Becerra, Facundo Carmona, Isidoro Alaniz, José
Santana Lucero, Nicasio Mercau, Benjamín Astudillo, José Iseas,
Feliciano Trinidad Barbosa, Luis Ojeda, Pedro Concha y Tomás Quiroga.
Recordamos despuésotros que sirvieron "donde la patria los llamase":
Pío Solano Jofré, intendente de policía; José Mariano Carreras,
comandante de campaña; Tomás Barroso y Juan Francisco Loyola, jueces;
Cornelio Lucero -de los Lucio Lucero- administrador de aduana.
Aunque ya Sosa Loyola advirtió que la "minoría opositora" no existía,
busque unitarios entre los integrantes de la Soberanía quien tenga
valor para tanto. He aquí los nombres y apellidos, no por repetidos
menos interesantes: Corelio Lucero, Rafael Antonio Díaz, Juan Vílchez,
Tomás Barroso, Martín Peralta, José Gabriel Burgos, Patricio Chávez,
Pío Solano J ofré, Gumercindo Calderón, José Manuel Riveros, Francisco
Rua, Pedro Herrera, Manuel Márquez y Sosa, Francisco Pereira, Juan
Vivier, José Gregorio Cordón, Tomás Prieto, Eufrasio Videla, Julián
Jofré, Manuel Oronel Juan Esteban Quiroga, Juan Sarmiento, Francisco
Javier Bustos, Gregorio Novillo, Gabriel Garro, Esteban Adaro, Juan
Clímaco Lucero, Tomás Suárez, Santiago Adaro, Pedro Pablo Céliz,
Hilario Miranda y Luis Maldonado.
La Historia no se escribe con tachaduras ni con prudentes omisiones. Y
acaso tediosas enumeraciones como la precedente contribuyan a revelar
el callado origen de tantas luchas y de tantos sufrimientos.
Rumores de indios fueron para Calderón las primicias del año. Los
campos del sur se movieron bajo los cascos de los bomberos ranqueles y
de las partidas corredoras que, allá por el Agua Dulce y el Médano,
salían a cortar rastros cada
mañana. A mediados de enero, Nahuelpán se presentó en San Luis como
emisario de paz, aunque no todos confiaban en la sinceridad de sus
intenciones. Y mientras la yeguada de regalo para los indios era
conducida tierra adentro por Gabriel Baigorria y otros mozos de
agallas, el gobernador puntano trataba de calmar los recelos de su
colega cordobés don Manuel Lól1ez, prometiéndole apoyar su proyecto de
que el general Aldao, con una fuerza de 2.500 hombres, se situase en
Córdoba para que ambas provincias quedasen a cubierto "de las
acechanzas de los pérfidos traidores de los pueblos de arriba".
En junio, ante los progresos de los unitarios, Calderón ordenó alistar
el escuadrón de Dragones de la Unión y el 20 de ese mes le escribía a
Aldao:
"Interesado en el bien general de las provincias que tan gloriosamente
se empeñan en sostener la sagrada causa nacional de la Federación, la
libertad e independencia del continente americano, estoy dispuesto a
poner en acción todos los elementos y recursos que están en la
posibilidad de la provincia de mi mando y concurrir con ellos a
cualquier punto a donde las fuerzas reunidas de Córdoba y las de su
mando sea necesario operar, y con el mayor gusto poner la fuerza de San
Luis bajo sus órdenes, si yo personalmente no marcho con ella hasta el
punto donde reunido a usted y al compañero López de Córdoba, acordemos
el plan de operaciones que mejor convenga, esto es si antes no lo haya
dispuesto el señor Rosas.
También debo advertir a usted que estoy comprometido de antemano
auxiliar al gobernador de Córdoba, nuestro compañero y amigo el señor
López; y como yo ignoro hasta ahora el plan de operaciones que hayan
meditado, espero saber que usted esté en campaña para hacerlo yo
también y ponerme en actitud de acudir con oportunidad a donde quiera
que la necesidad de la patria lo exija, pues para ello -aunque los
gobiernos no me invitan yo me hago el convidado, porque no quiero dejar
de tener parte en el triunfo de la justicia si quisiera sobrevivir en
la ruina de mi patria. La provincia de San Luis no tiene recursos como
mantener tropas en una campaña larga, porque haciendo todos los
esfuerzos posibles apenas podrá sostener en campaña medio y medio; y
por esto es que yo desearía emplear estos recursos en el tiempo
precisamente más necesario y útil, porque si esto sucede antes de este
caso inutilizaría los pocos recursos y quedaría inhábil para después,
mas no es así a las demás provincias que tienen recursos para una, dos
o más reacciones."
Un mes después Aldao llegaba a San Luis y luego de su marcha hacia el
norte, Calderón reunió a la Soberanía de la provincia para "ilustrarla"
de la actual guerra promovida por el desnaturalizado Madrid y
combinados gobiernos". Informó también entonces haber auxiliado al
brigadier general don José Félix Aldao con el escuadrón de Dragones de
la Unión, "cuya medida y deliberación aprueba en todas sus partes la
Soberanía de la Provincia, aumentando que siempre que en lo sucesivo se
ofreciese cualesquier otro caso, en que sea preciso que la provincia
de, San Luis contribuya, lo que haga S.E. el excelentísimo gobernador y
capitán general en toda clase de auxilios, arbitrándolos a juicio de su
sabia prudencia --en la que descansa y de que siempre le ha sido grata
la Soberanía de su provincia- facultándolo nuevamente con facultades
extrao