Don Gabriel Pringles
Autor: Urnano J. Nuñez
DON
GABRIEL PRINGLES
LA VIDA
DE SU TIEMPO
URBANO J. NUÑEZ
SAN LUIS, 1982
Aseguran
los hagiógrafos que Santa Teresa de Avila no se cansaba de oír
sermones, "por malos que fuesen".Quisiera para ustedes esa, paciencia,
aunque poco tenga de sermón este modestísimo aporte con que nos unimos
gozosamente a las fiestas centenarias de esta Escuela, fuente de
nuestra admiración y cofre de nuestra esperanza que florece en la
claridad triunfante de sus jóvenes alumnos y de sus sapientes y
generosos profesores.
No es éste un sermón. Si alguna veta noble tiene, es la de ser fruto de
la afición a esos "estudios desinteresados y fecundos" a los que se
entregaron heroicamente tantos sedientos de luz y de verdad, tantos que
se tornaron roqueños con el fuego de "un desprendimiento innato para
vivir de los bienes que no dan renta".
En el pórtico de esta entrega, marginando verdor de laureles y áureas
ensoñaciones, pregones banderizos y remolinos tumultuarios, sentimos,
pecho adentro, que la Historia debe ser, como Octavio Amadeo lo quería,
"una cura de silencio, de paz y de justicia".
En el áspero sendero de reconstruir y de intentar comprender los
tiempos pasados, en ese emocionante y fraternal "viaje por el hombre",
queremos por bagaje, para todos los días y todos los lugares, esa
capacidad de asombro que es la señal de que el alma no envejece, y ese
"sentido de la admiración", cuyas raíces se nutren de generosidad, de
bondad y de confianza.
Pero necesitamos también el bordón fiel que amansa los senderos y, cual
llave mágica, abre todos los horizontes. Bordón de peregrino que es la
"gran imaginación" y la "emoción retrospectiva", atributos sin los
cuales no dejaremos nunca de ser prisioneros del polvo y la ceniza,
reptantes nostálgicos de alas y de sol.
Cierto: mucho, mucho más desearíamos como fragancia y fulgor de
nuestro peregrinar hacia los grandes muertos, hacia los forjadores que
sudaron sangre con la humildad del duraznero que en primavera, ensancha
la ilusión con el rubor de su promesa que entrelaza cielo y tierra.
Sí: mucho, mucho más quisiéramos, como huella de nuestro paso, como
imborrable marca de nuestro amor. No el clangor de la fama, no el
aleteo del aplauso, engañoso, no el ditirambo donde moran los
murciélagos de la hipocresía.
Digámoslo de una vez: como raíz y fruto de nuestro humildísimo
quehacer, ansiamos un corazón sin prejuicios ni rencores, un corazón
abierto al gozo de reparar agravios, de seguir contemplando a los
muertos con ojos fraternales, de tener para ellos la palabra tersa,
mansa y germinal.
Que jamás el demonio nos dé por faena el azufrado goce de los trabajos
de demolición. Que alma y voz, a un mismo temple, sean surco
esperanzado, piedra ¡para cimientos de claridad y perseverancia,
musical espiga nombradora del dueño de la mies.
Eso quisiéramos. Y la pluma que no se vende ni se da en préstamo,
insomne siempre bajo el viento celeste de la probidad y la pulcritud,
de la piedad constelada de ternura.
Decimos esto con un poco de temor de no mostrar bien el rumbo de
nuestras fatigas. Porque, con humildad y sin jactancia, tras las
enseñanzas de maestros sin doblez, no nos encandila ni aprisiona "lo
consagrado, lo que parece intangible". Y también nosotros, con la
frente clara y el corazón sin nubes, nos acercaremos a rever las
fuentes documentales, y nos entregamos, con buena fe, "al examen
benedictino de los papeles amarillos".
Recorriendo ese ingrato sendero, tropezamos a veces con quienes quieren
detenernos con el fantasma de la "talla moral", olvidando que el valor,
la constancia y la intrepidez de David pueden abatir la eminente
soberbia de Goliat con la pétrea aliada de la verdad. Aunque (la
Historia lo enseña) bueno será que David no se duerma sobre los
laureles, traicioneros como la ardiente piel de Betsabé.
"Yo admito -dice Amadeo- que la investigación del documento pueda ser
realizada por el estudioso profesional; pero las grandes síntesis, la
interpretación global, debe hacerse por los hombres de experiencia, y
si es posible, por los hombres que han gobernado".
Tal vez sea así como lo expresa tan insigne y minucioso maestro. Sin
embargo, desde nuestra pequeñez sin resplandor ni diploma, opinamos que
ni el cetro ni la espada son las mejores herramientas para escribir la
Historia. Otra hay, menos ambiciosa pero más segura, como que es toda
ella verdad: digo la Cruz, que ilumina todos los tiempos y abre todas
las almas.
Ella sí nos ayuda a "bajar hasta la pobreza para subir hasta la libertad"
2--LOS BIOGRAFOS
Sin duda, fue el doctor Gilberto Sosa Loyola (n. 9-11-1894 m.
19-10-1948), quien aportó las más completas referencias sobre el padre
del héroe de Chancay. Lo hizo en 1947 en su libro titulado "Pringles
-Retazos de vida y tiempo", obra amena e interesante que, sin embargo,
no colmó las aspiraciones del doctor Nicolás Jofré, que la había
alentado y nutrido con sus recuerdos y su amor al terruño, según nos lo
manifestara en una lejana pero inolvidable conversación, mantenida en
su cordial biblioteca allá por 1953.
Era Sosa Loyola un soñador de recónditas esperanzas.
Durante largos y descoloridos años vivió anelando para su tierra natal
un horizonte más abierto, una cosecha más fraterna, le dolían la
soledad, la indiferencia, el paternalismo chirle y desamorado que se
extendía -jarilla, arena, chañar- por todos los confines de San Luis. Y
en hondos silencios, sobre la mesa del bodegón alicaído, Gilberto
engarzaba estrellas porque no era de orfebre de su talla darle al
hombre lágrimas.
Batallando, con los ojos fijos en el cambiante rosicler de los
amaneceres, levantó en su espíritu las torres y las atalayas de su
aticismo.
Se fue para adentro, hacia el tiempo irreal que jamás nombraba la penca
ni la envidia, ubicua aquélla y siempre ronceando ésta, por las calles
de la Punta; se fue para adentro, acaso por no escuchar "los ecos de la
ciudad, tan mal dormidos siempre, si anda despierto el rencor".
Ahí en su soledad irisada de quimeras, gozó la milagrosa comunión de
los libros. Página tras página, peldaño tras peldaño, se evadió de las
prisiones terruñeras. Hasta que un día sintió que le brotaban alas y el
dolor se le hacía canto en la garganta. Gorjeo y trino fueron muchas de
sus estampas, de sus recuerdos, de sus esperanzas, áurea cosecha que,
desde sus libros emocionados y emocionales, nos muestran el itinerario
de la espera, de la trémula espera del hombre que sufre por la tierra
amada, por la tierra que quisiera ver flameando como una bandera
triunfal o, mejor, cual el fraterno y unitivo fogón de la querencia.
En qué encrucijada de los sueños se toparon el muy ático Gilberto Sosa
Loyola y el poco menos ignorado pedestal que fue don Gabriel Pringles?
Misterio del alma, secreto del arte que, como el agua de la acequia,
canta su entrañable canción para loar la gloria de Dios.
Oficio de ilusos éste de andar haciendo preguntas que jamás tendrán respuesta.
Aunque, si bien se mira, también es dulce y bello y cautivante el rostro del misterio.
No sabemos si alguien lo dijo antes. Pero nosotros, ahora y en este
remanso de evocaciones, afirmamos que, detrás del "Pringles" de Sosa
Loyola, en la soterrada robustez de sus cimientos, brilla como una veta
de oro la generosa faena de otro puntano acostumbrado a dialogar con
las estrellas y con los ramalazos del chorrillero.
Decimos -y el pecho se nos torna manantial de justicia- que los
materiales históricos que Gilberto labró con arte y amor fueron
arrancados al olvido por la paciencia y la generosidad del doctor Isaac
Sosa Páez. (n, 21-8-1894 m. 30-10-1962).
Este aparcero de esperanzas, rastreador recio y huraño, buscó las
huellas de los Pringles en la dispersa documentación de los archivos de
San Luis. Gallardamente, mordiendo el silencio que suele ser la cosecha
y el premio de peones fronterizos, acopió cuanta ignorada referencia
dormía su sueño largo en los repositorios que aterran a los
historiadores librescos. Y, noblemente, proletario de la ciencia y del
arte, puso su trigo en las manos de Gilberto Sosa Loyola, a quien
llamaba hermano.
Los diarios de San Luis enriquecieron sus páginas, en muchas fechas
memorables, con las colaboraciones de este trabajador presto siempre a
la polémica. Más asequible es su trabajo sobre el escudo de San Luis,
editado en folleto en 1939. A nosotros nos alegra buscar su vecindad
tras el hilo celeste de la plegaria que dejó, fervorosamente, a los
pies de la Pura y Limpia Concepción
"Señora de Luján: no vengo a pedirte milagros. ...Indulgencias para
apagar las ascuas de mi humano corazón; conforme estoy de ser un pobre
canto-rodado, cuyo pulimento se forjó dando tumbos cuesta abajo.
Porque, Oh Señora!, en la montaña aprendí a gozar y obedecer el
recóndito designio de Dios; porque todo es para BIEN y para EJEMPLO. La
magra criatura humana capta el insigne honor de ceñir en sus sienes la
corona de espinas y cargar en su torso la Cruz que, cuando hay fervor,
nos ofrenda la gracia de llevar a cuestas una leve vara de nardo".
Y ahora sí vayamos al encuentro del poco menos que legendario don Gabriel Pringles.
En el prólogo de su libro "La santa furia del Padre Castañeda", escribe
Arturo Capdevila: "Raro será que hayamos visto nacer a aquellos hombres
cuyas vidas nos han interesado de veras. El modo que tuvimos de trabar
conocimiento a su respecto fue toparnos con ellos por la casualidad de
un primer suceso, en que los hallamos ya hombres. Después vino,
bastante después, el inquirir las demás cosas".
Con relación a don Gabriel Pringles ha sucedido tal como lo explica el
doctor poeta y evocador: escrita la primera biografía del héroe de
Chancay en 1888 por el general Jerónimo Espejo, recién en 1947 Sosa
Loyola avanza en el conocimiento de don Gabriel, de quien había bastado
decir que era inglés o no decir nada.
Los documentos utilizados por el escritor puntano permiten inferir que
don Gabriel nació hacia 1760, en Mendoza, (en realidad fue en 1756), y
que contrajo matrimonio con doña Leocadia Sarandón. En 1782, ya viudo,
se hallaba en la ciudad de San Luis, donde compró a doña Josefa
Sarandón un sitio ubicado en la actual calle 9 de Julio, entre las de
Rivadavia y Colón, haciendo esquina con esta última, o sea el que
consideramos el solar natal del Héroe.
Digamos, sin pecar de minuciosos, que don Gabriel pagó por esas tierras
68 pesos y que allí edificó su nuevo hogar, casándose con doña Andrea
Tomasa Sosa, de larga y firme prosapia puntana, entroncada con aquella
famosa Juana Coslay que Antonio Esteban Agüero eternizó en sonoros
versos.
Don Gabriel, como lo prueban los viejos papeles" vino a quedarse. A
trabajar en San Luis, donde siempre antepusieron a su nombre el "Don"
pregonero de alcurnia, cuando no de riqueza.
Bajo argentado símbolo se presenta en 1787, cuando declara como testigo
en el sumario originado por el robo de unas espuelas de plata, que un
novio feliz perdió la misma noche de su casamiento, después de haberlas
lucido rumbosamente, aunque se las había prestado su padrino.
Este sumario sirve para ayudarnos a conocer varias interesantes cosas.
La primera, que don Gabriel (aunque firme "Gravile Pringueles") era dueño de una letra clara y cuidada.
Acaso, como sostiene Sosa Loyola, don Gabriel no supiera escribir y
solo dibujara su firma. Pero nosotros creemos que, parco para las
palabras, no debía serlo tanto para los números. Porque don Gabriel
recorría entonces los lugares más poblados de la jurisdicción puntana,
embarcado en negocios que no excluían el oro de San Antonio de las
Invernadas, donde Sobremonte haría trazar la Villa de la Carolina.
Compadre de un Chileno, don Gabriel tiene trato con vecinos y
comerciantes de cerca y de lejos: empresarios mineros de Córdoba y
Salta, arrieros de Mendoza y San Juan, hacendados de los valles y las
sierras de San Luis.
Que la familia Pringles vivía en la casa de la calle 9 de Julio se
comprueba también en 1799. Del 4 de mayo de ese año es un acta del
Cabildo, en la que se lee: "... acordamos que, por cuanto se acerca el
día de Corpus, debíamos mandar y mandamos se forme lista de los vecinos
que deben componer los cuatro altares de la plaza, según uso y
costumbre inmemorial de la patria".
Recordemos que "la plaza" no era otra que la actualmente denominada
Independencia y que en la manzana del Este se levantaba la iglesia
matriz, en la del oeste el Cabildo, en la del Sur la iglesia de Santo
Domingo y en la del Norte la que fuera de los jesuitas y donde los
dominicos tenían su escuela.
Qué resonancias despierta hoy este documento?
"Señores de nuestra República: El ilustre Cabildo, Justicia y
Regimiento de ella suplica a vuestras mercedes se dignen asistir a la
formación y compostura de altares en las cuatro esquinas de la plaza,
para que el Santísimo Sacramento salga a su procesión el día de Corpus
con la decencia que se requiere para tan gran Señor.
Esquina de la Matriz: Don José Lucero, Don José Ignacio Fernández, Don
Bautista Domínguez, Doña Rosalía Bello y Don Gabriel Pringles.
Altar de la Compañía: Don Marcelino Poblet, Don Juan Amivar, Don Antonio Rivero, Don Bricio Sosa y Doña Bernarda Adaro.
Altar de Santo Domingo en la Administración: Don Francisco Vicente
Lucero; Don Francisco de Paula Lucero, Doña Rosalía Jofré, Doña Simona
Pardo., Doña Rosalía Salinas.
Altar de Santo Domingo: Don Agustín Palma, Don Juan Ignacio Sarmiento,
Doña Juana Salinas, Doña Vital Barbosa, Don Manuel Acosta.
Para los Arcos que acompañan la procesión:
Arco 1* : Doña Hilaria Heredia, Doña Rosa Lucero y Doña Josefa Lucero.
Arco 2* : Don José Pena, Don José Manuel Becerra y Doña Serafina Tribiños.
Arco 3* : Don Manuel García y Doña Josefa Pérez.
Arco 4* : Don Pedro de la Torre y Doña Gregoria Quiroga.
Para los Palos:
Esquina de Santo Domingo: Leonardo Astorga y el portugués Joaquín.
La de la Matriz: Toribio Quiroga y Andrés Lucero.
La de la Compañía: Don Javier Palma y Mateo Guerrero.
La de Don José Ximénez: Lorenzo Herrera y Luis Gómez.
Y añade el Cabildo: "A cuya fineza quedará conocido este ilustre Cuerpo, y de ella lograrán el premio del Altísimo".
Tras la fecha, San Luis y mayo 6 de 1799, firmaban los capitulares Gerónimo de Quiroga y Francisco Rodriguez.
A fines de julio de este mismo año de 99, don Gabriel es propuesto para Alcalde de 29 voto.
Certificase entonces que nada adeuda a la Caja Real, pero el día de la
elección nadie le da su voto. Acaso él mismo rehuía esas tareas, pues
entre otros compromisos tenía a su cuidado haciendas ajenas.
En los últimos días de 1802, al dar a luz a Ursula, murió doña Andrea
Sosa de Pringles, cuyos restos fueron sepultados en la iglesia matriz,
a pocos metros del que fuera su hogar y donde quedaban junto a Juan
Pascual, sus hermanos María Isabel, Margarita, José León, Melchora y
Ursula.
A principios de 1804 don Gabriel se comprometió con el Cabildo a cuidar
el suministro de agua a la ciudad, haciéndose cargo del gasto de
peones, herramientas y manutención, debiendo percibir como retribución
150 pesos por año, en plata.
Como el vecindario debía contribuir con un peso por sitio, el Cabildo
hizo un detalle nominal, de acuerdo con el que se mencionan, como
propiedad de don Gabriel, dos sitios, y se hace referencia a las
huertas, a las viñas, a las arboledas y hasta a un molino,
perteneciente este último a don Fernando Lucero.
Algo más nos enseña este interesante documento: que en San Luis había
un platero llamado Manuel Freites y un titiritero, conocido
sencillamente como Gregorio, aunque no faltara quien dijera Gregorio,
el de los monicacos.
Significativo resulta comprobar que don Gabriel, tras las jornadas de
Mayo, no concurrió al Cabildo abierto del 30 de junio de 1810, donde se
eligió Diputado por San Luis a la llamada Junta Grande, No hay
constancias de que haya sido invitado y acaso su condición de mendocino
que algunos no olvidarían) sirvió para mantenerlo al margen de esos
sucesos manchados de incertidumbre por la rebeldía de Córdoba y la
indecisión de Mendoza'.
En cambio, don Gabriel no dejó de figurar en la lista de los vecinos
que debían costear las dietas del diputado don Marcelino Poblet, a
quien la Junta asignó nada menos que 8 pesos diarios, una verdadera
fortuna, para esa época.
De acuerdo con el detalle preparado por Poblet, que conocía al dedillo
vida y milagros de los puntanos, don Gabriel debía entregar 3 pesos
anuales, igual cuota se anotó al herrero Mariano Sea y al zapatero
Marcelino Tejada, en tanto que don José Darac y don Juan María Barbeito
figuraron con 2 pesos por año.
El enfrentamiento de morenistas y saavedristas arrastró a don Gabriel a
las asambleas pretendidamente populares. En abril de 1812 asistió al
cabildo abierto que juzgó el desempeño del diputado Poblet,
confinándolo a su estancia del Tala, al Sur de la ciudad.
De ese mismo año es el censo o padrón que permite conocer toda la población de San Luis, tanto de la ciudad como de la campaña.
Este valioso elemento nos: dice que la familia Pringles vivía en el 29
Cuartel, en la actual calle 9 de Julio. Junto a don Gabriel figuran sus
hijos, José León y Juan Pascual, su cuñada doña Agustina Sosa y las
hijas de doña Andrea: Isabel, Margarita, Melchora y Ursula. Asimismo,
nos da interesantes referencias sobre los numerosos esclavos de don
Gabriel, otra prueba más de su riqueza.
Desde 1813, este vecino laborioso debe contribuir con tres pesos
mensuales para construir una nueva acequia, obra que proseguía en 1816,
bajo el gobierno de Dupuy, quien realizó la hazaña de llevar el agua
también a la travesía, hasta la posta que Pueyrredón bautizó La
Dupuyana, reconociendo los esfuerzos del teniente gobernador.
No solo dinero entregaría don Gabriel. Ese llameante año también dio
esclavos , para el Ejército de los Andes y puso a disposición del
estado sus alfalfares, mientras San Martín se aprestaba a vencer la
cordillera.
Nada más? El silencio de don Gabriel debía de tener, ya por entonces,
sabor de pena. O de orgullo. Porque, galardamente, rondaba la ciudad y
trajinaba conduciendo mulas y novillos el predestinado alférez JUAN
PASCUAL PRINGLES
Cuántas páginas brotaron a consecuencia de la conjuración de los
prisioneros realistas? Nadie podrá decirlo; pero sí podemos asegurar
que la tragedia del 8 de febrero de 1819 y la sangre y el rencor que
mancharon días y almas, desgarraron el corazón de don Gabriel.
Abroquelado en su dolor y en su esperanza, siguió viviendo mientras a
la familia se sumaba aquel muchacho de 17 años, aquel Juan Ruiz Ordoñez
que volvió de la muerte.
Duro tiempo es éste. Tiempo de adioses, de luces que se apagan, de senderos que se borran para siempre.
La Patria es un clamoroso reclamo: y don Gabriel entrega caballos y
mulas y dinero. La prorrata nos demuestra, otra vez, que los Pringles
no poseen tierras en la campaña. Junto al nombre de don Gabriel, el
padrón de fortunas indica: "Por sus fincas en el pueblo, 500 pesos".
Como si no bastara, también paga una multa por llevar agua a sus alfalfares de los Algarrobos Blancos, del otro lado del río.
Después del año 20, mientras el hijo muy amado fatiga los clarines de
la fama, don Gabriel arremansa su vejez junto a las recias maderas de
la pulpería instalada en su esquina y a la que se asoma, con el miedo
todavía nublándole los ojos, aquel Ruiz Ordóñez que sintió sobre el
pecho Juvenil las garras del demonio.
Regalo del cielo es el regreso, tan fugaz, del héroe de Chancay. Más
don Gabriel se queda otra vez solo, musitando adioses que son como
plegarias, oraciones que abren puertas cada vez más arriba, camino de
la eternidad.
Con la cruz a cuestas, don Gabriel oye el rasgueo de la pluma del
escribano, que hace la partición de sus bienes para tornarle más fácil
su vía dolorosa.
Hasta que, tras un galope que conmueve tierra y alma, don Gabriel oye
lo que hace tanto tiempo adivinara: allá, en el Chañaral de las Ánimas
una estrella, de gloria se ha encendido.
Un anochecer de marzo de 1831, el venerable don Gabriel Pringles ha de
tener que abandonar para siempre la pequeña ciudad donde vivió, donde
tuvo satisfacciones profundas por la gloria lejana del hijo y donde más
que todo ha sufrido dolores y sobresaltos sin cuenta".
Gilberto Sosa Loyola, escribe así una página final de su manojo de
bellas evocaciones. Y ahora nos preguntamos: en verdad, don Gabriel
abandonó para siempre, en marzo de 1831, la ciudad de la Punta?
En su "Apoteosis", publicó Gez este autógrafo del general Juan Facundo
Quiroga, fechado en el Plumerillo el 5 de abril de 1831: "D. Gabriel
Pringles conservará en su poder el equipaje del finado su hijo Coronel
Pascual".
Y comenta el mismo Gez: "Don Gabriel no se detuvo a recoger las prendas
del equipaje de su 'hijo, porque había perdido la más cara a su vida y
ya nada podía interesarle".
Pero no falta el documento que nos haga dudar. Se trata de una guía
fechada en Mendoza el 22 de agosto de ese mismo año 1831, y en la que
Juan Ruiz Ordóñez, el esposo de Melchora Pringles, pide pase para
conducir a San Luis, en tropa de carretas de don José Serpa, una carga
de tabletas y otra carga de cajones con pasa moscatel, "de encomienda
para Don Gabriel Pringles".
En verdad, parecería que don Gabriel regresó a la ciudad de sus amores, acaso para dar el último adiós al glorioso vencido.
Y nada más decimos, nada más queremos, salvo disculparnos con esta certidumbre, bebida en el hondo decir de Capdevila:
Por desdibujadas sendas, no vimos nacer ni morir a don Gabriel; pero tal vez lo hemos visto vivir, que es lo que importa.
Señor:
Dame de beber
para que no vuelva yo
a tener sed.