Rescatando la Memoria de la Mujer Puntana
Autor : María Delia Gatica de Montiveos
Rescatando la Memoria
de la Mujer Puntana
María Delia Gatica de Montiveros
PROLOGO
Cinco años atrás asistimos en San Luis a un movimiento que pudo tener significativo influjo en el medio y que se conoció bajo el nombre de "Rescatemos la memoria puntana". Entonces tanto el que firma este humilde prólogo cuanto la autora de este libro, tuvimos oportunidad de referirnos elogiosamente, al acontecimiento que la ciudad celebraba. Ahora, por una extraña coincidencia, la Dra. María Delia Gatica de Montiveros titula esta obra con una expresión increíblemente semejante a la anterior: "Rescatando la memoria de la mujer puntana". No seríamos fieles a la verdad si no dijéramos ya mismo, que entre uno y otro rótulo, hay un elemento común insoslayable. Ayer se trataba de rescatar o recobrar una memoria general aparentemente perdida o arrebatada por algún ignoto enemigo. Hoy esa memoria tiene nombre propio, singular, de donde, la autora sale, como si dijéramos, a cumplir una voluntad colectiva, la de recuperar la memoria de la mujer puntana. ¿Y qué significa para nosotros, qué significa para la autora esta actitud? Significa a nuestro entender un claro propósito de retener, de hacer propio el pasado. Pero no olvidemos que se ha utilizado el vocablo "rescatando", que pronuncia la acción de tomar o asir, porque tal acción equivale a recobrar por precio o por fuerza aquello que alguien, indebidamente, ha tomado. Si buscamos la mejor intención de este rescate de la memoria de la mujer puntana, es probable que ese alguien que se apropió de algo nuestro, ese enemigo real, hayamos sido nosotros mismos que dejamos las cosas, los valores, las tradiciones, los hechos, los ejemplos del pasado, al alcance de un asalto o de una pérdida cualquiera. ¡Qué noble entonces la postura de la autora! Porque apunta, ni más ni menos que a tener o traer a nuestro lado, a recordar fundamentalmente, a aquellas mujeres que a lo largo de la historia de nuestro pueblo se han distinguido, han sobresalido, han dado ejemplo perdurable en las más variadas actividades que reclamaron, en algún momento, su natural quehacer. Por eso, en este desfile de figuras femeninas notables de nuestra jurisdicción las hay de una época lejana cuanto de un momento cercano a nuestro discurrir. Las hay mujeres patriotas, mujeres de letras, mujeres maestras, mujeres de ciencia, mujeres brillando en las artes, en las profesiones, en la beneficencia, en la caridad pública. Todos los estratos sociales aparecen identificados aquí con sus más notorias representantes ejemplificando el aporte que, casi siempre en silencio, brindaron al hogar, a las instituciones de bien público y a la sociedad, de las aldeas, de los pueblos y de las ciudades del vasto territorio sanluiseño. Así cada referencia, cada dato, cada pormenor, cada registro levanta un monumento de reconocimiento y de glorificación a cuantas mujeres de San Luis pasaron por la existencia marcando una huella, un surco, una senda que nadie puede o debería olvidar. A ello apunta y está dirigido con lealtad el empeño de la Dra. María Delia Gatica de Montiveros que, al transitar una vez más los caminos de la historia lugareña, consolida con fervor el patrimonio más auténtico de la puntanidad. Desde la solidaria expresión de estas líneas introductorias saludamos esperanzados su ofrenda y nos congratulamos por el rescate que hondamente le agradecemos.
Hugo A. Fourcade
ADVERTENCIA DE LA AUTORA
El propósito de este ensayo es considerar el papel que le cupo a la mujer en el orden comunitario, cultural, educativo, profesional, también artístico, en el pasado sanluiseño. Sin duda la letra impresa regateó por mucho tiempo a las mujeres el aval de la importancia de su obrar, en el que se pueden contar acciones de singularidad ejemplar. Y gran parte de lo que se admira y conserva la memoria a través de dos o tres generaciones ingresa después, si no lo fija la escritura, en las sombras del olvido. Con todo, en los archivos de la Provincia y en otros viejos papeles aparecen nombres de varias mujeres desde que empezamos a ser patria anhelosa de independencia: quiero decir, desde que se pusieron telones épicos al deseo de libertad dentro de la nación del Plata. Esa patria chica que tanto amamos fue edificada por hombres y mujeres. Entre unos y otras los hay notorios y desconocidos. Pero de la muchedumbre de los desconocidos debe interesarnos destacar algunos nombres para una más precisa evaluación del acontecer histórico. Historiadores y amantes de la historia puntana se han ocupado y se ocupan en esa labor. En lo que toca a la mujer pienso que urge un reconocimiento más amplio de su hacer en el pasado de San Luis. Mi enfoque está orientado a dilucidar nombres de mujeres que fueron iniciadoras en diversos campos de su hacer. Como si se dijera, un rescate de orígenes. Por eso se da en diferentes épocas, de acuerdo con la evolución social y con el progreso cultural. Me he detenido un largo espacio de tiempo en la Sociedad de Beneficencia, de acción tan extendida en la provincia, porque habiendo concluido sus funciones hacia 1950, ya no tiene continuidad y toda ella es historia. Lo mismo digo de la Sociedad Hermanas de los Pobres.
DOS PIEDRAS ANGULARES PARA EL RESCATE ANHELADO
Refirmándome en el propósito de sacudir el
polvo y poner un poco más de luz en torno a la mujer puntana del pasado,
voy a transcribir algunos párrafos del pensamiento de dos eminentes puntanos,
el Dr. Nicolás N. Jofré y el profesor Juan W. Gez, tenaces develadores
del papel que jugaron las mujeres en la trama de la historia y de la cultura
de nuestra patria chica. Dice el prof. Gez en su libro "La Tradición Puntana",
capítulo "Patriotismo de la Mujer Puntana": Una patriota anónima La tradición
local no ha conservado el nombre de aquella noble mujer del pueblo que
fue a llevar al Teniente Gobernador Dupuy todo su haber, como donativo
al ejército; pero ha quedado el hecho, con su alto significado moral.
Presentóse en su casa acompañada de un niño, conduciendo un burrito cargado
con dos sacos de provisiones y unos hermosos zapallos. Se hizo conducir
a presencia del austero mandatario y le dijo: "-Señor, traigo mi contribución
para el ejército ... Disculpe, señor, su insignificancia; pero no tengo
otra cosa que ofrecerle . . ." El gobernador Dupuy le agradeció el donativo,
pero luego le pidió el aparejo del burrito, pues necesitaba reunir muchos
para el transporte a lomo de mula de las provisiones para el ejército.
- "¿Y cómo no, señor?" Luego el Gobernador le manifestó que el burrito
le sería muy útil para acarrear leña al campamento - "Bueno, con mucho
gusto, disponga del animalito". No pararon allí los pedidos del Teniente
de San Martín: - "Todavía tengo algo más que pedirle, señora, en bien
de la patria, y Ud. me ha de perdonar tanta molestia - "Ordene nomás,
señor... Aquí estamos para servirle. - "Mil gracias. Ud. sabe que estamos
apuradísimos haciendo tejer el picote y que necesitamos muchas costureras
para confeccionar el vestuario de la tropa. ¿Sería tan buena que quisiera
ayudarnos en la tarea? - "Sí, señor, haré cuanto me sea posible, y también
puedo ver a una comadre mía, que es muy hábil tejedora". Y la sencilla
hija del pueblo, después de dejar su donativo y su burrito, cargaba con
su atado de telas cortadas para coser el uniforme de la tropa. ... Consiguió
el concurso de su comadre, de la ahijada de su comadre y de otras vecinas
de ambas. La aguja y la lanzadera nunca tuvieron tan noble aplicación.
Esa patriota anónima, esa sencilla flor de nuestros campos es la personificación
del alma de nuestro pueblo, es el pueblo mismo ... Y el Dr. Jofré, en
un artículo suyo se refiere a "Las Jofré" de esta manera: Pero aquéllas,
"Las Jofré" como cariñosamente se las llamaba, mientras su hermano Celestino
(fue abogado de nota, ministro en dos administraciones y murió siendo
el Rector del Colegio Nacional) estudiaba en Córdoba, ellas, para costear
aquellos estudios y sostener la decencia social, sumaron en el hogar sus
fuerzas. Hechas un solo haz -como aquellas débiles varillas de que habla
la parábola de la Biblia- para ser más fuertes y resistentes a las asechanzas
de la vida, se juntaron en la casa solariega, ya en total orfandad, en
donde, si bien se sentía hambre, había bastante buena voluntad y fe, y
de sobra patriotismo y virtud. Colgado al llamador de la puerta, el crespón
-símbolo de pesadumbre y viudeces- en una serie de años, las lluvias y
las rachas no consiguieron desteñirlo. ¿Qué se hacía en aquellos hogares,
para los cuales entonces no había de dónde conseguir pensiones ni se daban
puestos con sueldos a servidores? ¿En qué se trabajaba? Tenían que dar
lecciones particular-es sobre ciertos ramos de enseñanza, en los hogares
acomodados: ya canto, costura, corte y bordado, tejidos; fabricaban dulces,
tabletas, alfajores que vendían. ¿Por qué algunos descendientes se avergüenzan
de que las abuelas hicieran velas y jabón? Al árbol, ¿qué le importa la
calidad de la tierra en que sus raíces se hundan? ¿Qué le importa, si
ha de alzarse altivo dando frescor a las ráfagas, al viento sus aromas,
y a sus pulpas las sabrosas mieles? Así eran: ellas sostenían la casa,
envaneciendo jóvenes, encalleciendo sus manos en la dura labor, mientras
el esposo, el hijo, el hermano iban a los campamentos, entregándose todo
enteros como una ofrenda a la patria. Así eran todas: dignas de un medallón
de Cellini.
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Así caen los árboles añosos cuando han agotado su savia de tanto dar flores
y frutos. Ceden al fin, después de batidos por cien tempestades. Pero
nadie podrá señalar una cruz de madera que indique el sitial en que el
polvo se confunde con el polvo ...
ABRIENDO SURCOS EN LA HISTORIA
Tal vez en todas las provincias argentinas se pueda hacer un reconocimiento y un elogio semejantes a los de la mujer puntana, y lo celebro. Pero tengo para mí que fue muy grande la virtud moral y cívica de mis comprovincianas del pasado. Hasta la época de nuestra emancipación la mujer era principalmente la vestal del hogar; más, corrieron aires nuevos y la figura de la esposa y madre se enriqueció. El papel noblemente asumido de compañera del hombre la hizo en seguida ser partícipe de sus ideales y de sus sacrificios por la patria naciente. Y si la mujer estaba sola en el hogar, igualmente se dispuso a servir a la Patria. Allí está doña Micaela Pardo, la primera mujer que figura en San Luis como contribuyente, en 1810, cuando se trató de costear un contingente para la Expedición al Alto Perú. (La Gaceta, 6 de diciembre de 1810). La siguió la hacendado de Estanzuela, doña Catalina Funes de Domínguez, contribuyente permanente durante los años de 181 2 a 1 814. La Convocatoria del Capitán de Los Andes Se aproximaba el tiempo de la gran gesta de los pueblos de América del Sur, José de San Martín se hace nombrar Intendente de Cuyo, intuyendo que en esta región de la Patria se inscribe la esperanza. Imaginamos cuál era el fervor patriótico que el militar genial supo despertar en toda la jurisdicción, empezando por sus tenientes gobernadores. En San Luis, Vicente Dupuy asumió con fuerte autoridad y descomunal empeño la causa de su Jefe. Pobre en dineros era la provincia. Mas, pide una contribución para cubrir la suma de dos mil pesos, con la urgencia con que había de obedecer al Gran Capitán, y la suma se reúne rápidamente. Desde ese año 1814, y prosiguiendo en 1815 y 1816, figuran en las listas, tanto en la ciudad como en los pueblos de la campaña, muchas mujeres. Doy sus nombres, tomados de "La Tradición Puntana" de Juan W. Gez. En la ciudad: Rafaela Lucero, María de la Cruz Gatica, Antonia Frizuli, Martina Palma, Tomasina Gómez, Gracia Adaro, María Quiroga, Marcela Fernández, Jacoba Ojeda y Juana Antonia Domínguez. En San Francisco: Jacoba Escudero y Francisca Silva. En Renca: Justa Alba, Candelaria Freites y Rosalía Guiñazú. En El Morro: Teresa Suárez, Ursula Nater, Petrona Quiroga, Mónica Orozco, Agueda Navarro, Ventura Gómez, Petrona Garroza y Dominga Orellano. En Carolina y Pantanillo: Josefa Pérez, Antonia Becerra, Antonia Olmos, Hilaria y María Heredia, Tránsito Fernández, Polonia Jofré y Gabina Avalos. En Estanzuela: Catalina Fredes, En Punta del Agua: Dorotea Chacón. En Piedra Blanca: Antonia Cuello. En Río Quinto: Dionisia Quiroga y María Cienfuegos. En el partido del Rosario: Bernarda Quiroga y Juana María Pérez. En Las Lagunas y Santa Bárbara: Cándida Becerra, Margarita Ortiz, Petrona Gutiérrez y Lucía Ponce. En el partido de Guzmán: María Quiroga, Rosario Ontiveros, Dominga y Marta Palacios, Rosa Garro, Justa Albornoz y Bertolina Vélez. En el lugar llamado Cabeza de Novillo: Margarita Ortiz, Petrona Gutiérrez, Manuela Ortiz, Pascuala Albornoz, Antonia Farías, Mónica Cuello y Antonia Pereira. En el Tala: Dolores de Chirinos, Juana Fernández y Rosa Lorca. ¡Y cuán prolongada y generosa fue la cooperación de las mujeres puntanas mediante los quehaceres propios de su condición! Ellas manipulaban la lana de oveja, desde la esquila; ya hilada la lana tejían incansablemente en telares a pala los picotes y las bayetas para el vestuario de la tropa, los ponchos y jergones para el abrigo, las matras y caronillas en telares a peine para los aparejos y las monturas ... ¡Cómo trabajaron junto a los hombres de la casa para preparar el charque de carne salada y de zapallo; los quesos y demás vituallas que por arrobas se llevaban a Mendoza! ¡Cómo nuestras costureras, a la par de las mendocinas y sanjuaninas, ayudaron a confeccionar los uniformes para los soldados, con los picotes procesados en los batanes de Mendoza y luego teñidos en azul! No necesitamos escribir los nombres que de ellas han quedado para rendirles un tributo de gratitud. El Intendente de Cuyo pedía también novillos para el alimento de la tropa; caballos y mulas para el traslado del ejército y de su equipaje por los pasos de la Cordillera ... Y los arreos levantaron el polvo de las sendas y caminos de toda la provincia, para tomar después el consabido rumbo a Mendoza. Las mujeres solteras o viudas -que las casadas oblaban con sus maridos- entregaron gran parte de su hacienda vacuna y caballar para la empresa heroica. Empobrecida, desvalida, quedó la Provincia de San Luis después de la Campaña Libertadora Continental. Tanto, que pudo ser fácil presa de las incursiones ranquelinas. ¡Y qué menos, sin hombres para la defensa y exhausto el pueblo heroico! La Pancha: Una mujer puntana brilló como soldado en la gesta sanmartiniana: la Pancha Hernández. El General Gerónimo Espejo da insustituibles noticias de ella en su legado de "Datos histórico-biográficos de Pringles". Juan W. Gez ha trazado una poética semblanza de La Pancha en su libro "La Tradición Puntana"; al Dr. Nicolás Jofré le inspiró un romance. María Teresa Villafañe Casal dice: "Debemos considerarla una heroína americana". El General Espejo, que conoció muy bien a La Pancha, escribió- "La Pancha, joven argentina, natural de San Luis, cuyo apelativo de familia no recordamos, no había cumplido aún el segundo decenio de su edad, cuando contrajo matrimonio con el sargento Hernández. Con motivo de la sublevación del Nº 1 de Cazadores en San Luis, en 1820, marchó a Chile con el regimiento, acompañando a su marido, y algunos meses después en la expedición libertadora del Perú. Fue una de las cuatro mujeres a quienes el General San Martín concedió licencia para que acompañaran a sus maridos en la campaña, perteneciendo el sargento Hernández a una de las compañías del escuadrón de Granaderos con que el comandante don Juan Lavalle operó en la campaaña del Ecuador, en 1822. "La Pancha se halló en la batalla de Pichincha armada de sable y pistolas, y en la carga que dio el escuadrón salvó la vida de su marido, dando muerte a su contendor. Por esta acción meritoria, Lavalle le concedió el empleo de sargento de la misma compañía, donde pasaba revista y recibía su sueldo. Al regreso de Quito a Perú tuvo parte en las infortunadas acciones de Torata y Moquegua". Ocurrieron estos sangrientos reveses en 1823. Fue muy difícil organizar la resistencia para contener a los fugitivos, con saña perseguidos. Se le dio el mando al comandante don Juan Lavalle, contándose entre las filas a Pringles y al sargento distinguido don Dionisio Hernández, natural de San Luis, que llevaba a su lado a su esposa la Pancha . . ." dice también Espejo. Hernández es otra vez gravemente herido y su esposa le salva la vida. Los dos continuaron fieles a los ideales sanmartinianos. Después de tomar parte en las batallas de Junín y Ayacucho regresaron a la patria "con los restos del Regimiento de Granaderos que el coronel Bogado presentó en Buenos Aires en febrero de 1826". Esta ejemplar patriota, movida por el amor, es una de nuestras glorias de la historia de la Independencia americana. Las hermanas de Juan Pascual Pringles La casa paterna de nuestro héroe, que Sosa Loyola nos ha enseñado a imaginar sobre la calle 9 de Julio, esquina Colón, con frente a las dos calles, fue lugar de frecuentes tertulias, especialmente cuando esta ciudad albergó a numerosos confinados en el tercer lustro del siglo XIX. De los seis hijos que tuvo el matrimonio de don Gabriel Pringles y de doña Andrea Sosa, cuatro eran mujeres: Isabel, Margarita, Melchora y Ursula. Estas niñas ejercieron indudable atractivo en las reuniones sociales de la casa de la familia. Los prisioneros españoles general José Ordóñez y su sobrino Juan Ruiz Ordóñez eran habituales visitantes. Entre otros concurrentes nombraremos a Primo de Rivera, a Gregorio Carretero, a José Cipriano Pueyrredón. Se había iniciado un idilio entre Melchora Pringles y el sobrino del General Ordóñez. En 1818 llegó a la capital puntana el Dr. Bernardo de Monteagudo, aquel criollo ambicioso y de violento temperamento, quien fue también invitado a las tertulias en casa de la familia Pringles pareciendo que con su influjo se enrarecía la atmósfera de las reuniones, conturbándose los ánimos. Se dijo que la relación dulce de Juan Ruiz Ordóñez y Melchora Pringles se conmovió desapaciblemente. Se dijo que hubo rivalidad entre Monteagudo y Ruiz Ordóñez. Cundieron las habladurías, salpicando el nombre de Margarita: otra Margarita seducida. Hasta se dijo que el velado acontecer de aquellas tertulias tuvo su influencia en la sublevación trágica de los españoles, en 1819... Se dijo... ¡se dijeron tantas cosas!... Y tal vez todo fue chismografía. Gilberto Sosa LoVola, en el capítulo "La belleza de Margarita", de su libro "Pringles. Retazos de vida y tiempo", expresa: "la flor modesta del erial puntano de entonces se transformó, sin que ella jamás lo llegara a saber de fijo, en heroína de leyenda y de novela. Alguna vez se podrá decir: Por cierta época de la historia puntana ha cruzado una mujer, y esa mujer ha sido Margarita, la mujer fatal y bella", continúa Sosa Loyola. En efecto: varios escritores se ocuparon después en magnificar la belleza de Margarita Pringles. ¿Cuál es la verdad? posiblemente ella nunca fue fatal y bella. Pero "la belleza de las heroínas es un ingrediente necesario para la historia", nos dice el mismo Sosa Loyola. Margarita murió joven, soltera como su hermana Isabel. Melchora se casó al fin con el teniente español José Ruiz Ordóñez, a quien salvaron la vida los ruegos de la familia Pringles al general San Martín, cuando la sublevación de los españoles. Desde España, a donde se fueron a vivir, solicitaron en 1854 una declaración de nobleza para doña Melchora Pringles de Ruiz Ordóñez. Ya viuda regresó ella a Buenos Aires con una hija, y allí murió, posiblemente. La otra hermana, Ursula, se casó con don Eusebio Gutiérrez; fundaron su hogar en Buenos Aires. Maestras de Postas Es bueno que rescatemos también la memoria de mujeres que fueron maestras de postas en ese tiempo épico de nuestra provincia. Los caminos eran en la primera mitad del siglo pasado no sólo tortuosos, sino llenos de peligros, especialmente por las asechanzas de los indios. Las postas eran un refugio y una esperanza para los viajeros, pues allí se cambiaban los caballos y se dormía con frecuencia. El oficio de maestro de posta exigía hombres de probado carácter y puntualidad. Pero, los viejos papeles conservan los nombres de varias mujeres que ejercieron tan varonil empleo; doña Antonia Barboza, en San Luis, doña Petrona Vilchez, en La Aguada; doña Ramona Olazábal, en La Totora, Dpto. San Martín . . ,
LAS CAUTIVAS
Larga y triste memoria dejaron en el San Luis de antaño las cautivas. Memorias que el implacable devenir del tiempo va alejando y destiñendo. En nuestro propósito de rescate no podemos dejar de recordarlas y de dar algunos nombres, sabiendo que muchos serán ignorados para siempre. He leído lo que cuentan nuestros historiadores y cronistas. Pero la mayor emoción la experimenté hace muchos años con el relato que me hiciera don Borjas Moyano, relativo a unos parientes suyos, que he consignado en mi libro "Familias Fundadoras de Luján de San Luis" (Ediciones Tiempo de Hoy, Buenos Aires, 1979) pág. 82, 83 y 84. Don Román Moyano, abuelo de mi informante, vivía en la zona de La Florida, en El Trapiche, después del alejamiento de la familia de El Morro, a causa de un malón ranquelino. Dijo así don Borjas Moyano: "A mi tío Julián, más que a mi padre, que era menor, le oí relatar muchas veces el rapto de dos hermanitos suyos. Un día, sorpresivamente, llegó el malón. Mi abuelo no estaba en la casa. Mi abuela vio, sin poder hacer nada, que los indios llevaban cuanto podían; pero lo que le partió el alma de desesperación fue que 'cautivaron' a sus hijos: María, de tres años, y Nazario, de cinco. ... El indio que hizo cautivos a Nazario y María los llevó a su toldo, y lo primero que hizo fue 'despalmarlos' de pies y manos (sacarles la piel) para que no pudieran huir. Nazario contó después que por muchos meses no pudieron caminar, que se arrastraban, 'gateando', con las rodillas y los codos. Sufrieron muchísimo, pero la india del toldo no era mala. Sin que supiera su marido, les asaba carne de oveja, porque los chicos no podían tragar al principio la carne de potro . . ." Después de singulares peripecias Nazario, ya de 17 años consigue robar caballos y huir llevando a su hermana, con lo que libraba a ella y a sí mismo de nuevos peligros. El viaje fue penosísimo, porque la indiada trató de darles alcance. Los salvó un río que cruzaron casi de noche, reanudando de inmediato la desesperada fuga. Les costó mucho hacerse reconocer en el vecindario de donde partieron, allí se anoticiaron de que sus padres y demás hermanos, siempre temerosos de los indios, habían transpuesto la sierra para establecerse en El Bagual, en el límite del departamento Belgrano con el departamento Ayacucho. "A los hermanos no les volvió a crecer la piel propia de las palmas de los pies y de las manos", concluyó don Borjas. En las ciudades de San Luis y Villa Mercedes he escuchado a algunas personas de edad referencias a cautivas de las incursiones ranquelinas. Entre lo escrito, lo más preciso y cargado de emoción es a mi parecer lo que el Dr. Jesús Liberato Tobares ha consignado en su folleto "Leyenda e Historia de la Mujer Puntana" (San Luis, 1978) pág. 18 . Comienza así: "Quizá ningún vía crucis humano sea comparable al de las cautivas. Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Mendoza, y San Luis fueron las provincias que sufrieron con más violencia el azote del salvaje. Desde que la cautiva era arrancada del seno de su hogar, comenzaba su vida de martirio. Antes de emprender el largo y normalmente definitivo viaje hacia los aduares ranquelinos debía presenciar el saqueo de su pueblo el incendio de su hogar, el degüello de sus familiares. Después venía el galopón de cien leguas (de un solo tirón) en brazos del nuevo dueño, generalmente un indio cerdudo, hediondo y brutal. En el toldo iba a parar a manos del cacique o de! capitanejo si era linda. o a formar, con las otras chinas, el cortejo de la servidumbre, si era fea... ... Cuando no había terminado el período de adaptación al nuevo género de vida (o mejor dicho, cuando la cautiva recién comenzaba su vía crucis) llegaban los hijos: pampas hasta los huesos. Entonces ya no podía volver a su pago porque el hijo era el eslabón que la ataba definitivamente a esa tierra dura y maldita que ahora le exigía el tributo de su amor maternal . . ." Nombra Tobares a Petrona Jofré, citada por Lucio V. Mansilla, de Cañada Honda, mujer de Cruz Bustos, que desesperadamente se resistía a entregarse al indio Carrapí. Algunas consiguieron volverse a mitad del camino y fueron encontradas andrajosas y hambrientas. Así Avelina Villegas, de Santa Bárbara, raptada en el malón de 1834. Luisa Sosa, de Cerros Largos, fue encontrada en los campos y llevada al Fortín. En otras provincias se encontraban a veces cautivas rescatadas. Así Felipa García y Melitona Figueroa, en Buenos Aires, de lo que el gobernador interino Manuel V. Maza dio parte al gobierno de San Luis. El Dr. Tobares agrega a estos nombres los de Trinidad Contreras y Leonor Lucero, todas con una lacerante historia de padecimientos. Se comprende, pues, el anhelo del escritor puntano de que el pueblo recuerde con el homenaje de un nombre de calle, por ejemplo, el martirio de alguna de las cautivas.
LA MUJER PUNTANA EN LA SOCIEDAD DE BENEFICENCIA
La Sociedad de Beneficencia, noble creación rivadaviana, cumplió desde sus comienzos una función de solidaridad social digna de reconocimiento y encomio. Esta institución femenina tuvo a su cuidado desde su comienzo los hospitales, asilos, dirección e inspección de las escuelas de niñas, y en Buenos Aires, donde empezó a funcionar en 1823, también la Casa de Expósitos y el Colegio de Huérfanas. Al cabo de algunas décadas, la Sociedad de Beneficencia funcionaba no sólo en las capitales de provincia, sino en ciudades pequeñas y pueblos, cumpliendo, con cristianos sentimientos, y en gran medida, los trabajos y obligaciones de la asistencia social en el país. En San Luis, a lo largo de noventa años, la Sociedad de Beneficencia tuvo un accionar generoso, que compromete la gratitud de la posteridad. Su propulsora y primera Presidenta fue doña Paula Domínguez de Bazán, de quien Juan W. Gez escribió: "Sintió el noble impulso del bien, y vio con claridad la senda de su destino social". Paula Domínguez de Bazán, había nacido en La Punilla, valiosa estancia de sus mayores en el límite con la provincia de Córdoba. Su padre fue don Narciso Domínguez, en su momento Capitán de Granaderos, y su madre la noble señora Faustina de Alba. Se educó, con sus hermanas, en un colegio religioso de Córdoba, y en esa ciudad comenzó su actuación social. Se casó con el señor Juan Elías Rodríguez, tío de Carlos Juan Rodríguez, que tuvo tanta actuación política y cultural en San Luis. Paula enviudó a los pocos años, y después se casó en segundas nupcias con el caballero Bernardo Bazán, con quien vino a San Luis, y se estableció definitivamente en la capital puntana. Misia Paula, sensible a la urgencia de abrir un establecimiento educativo para niñas, no tarda en poner manos a la obra. Su escuelita particular ya ha crecido cuando debe dejarla bajo la dirección de su hermana Nicolasa Domínguez de Gómez, para entregarse a otra forma de su pasión por el bien público. Hay que responder a la necesidad de asistencia social, especialmente entre los desposeídos, y será la fundadora de la Sociedad de Beneficencia de San Luis. El acta de fundación lleva fecha siete de agosto de mil ochocientos cincuenta y siete, siendo ésta la primera Comisión Directiva: Presidenta: Paula Domínguez de Bazán; secretaria, Carmen Ortiz de Ortiz; tesorera, Matilde Lucio Lucero de Maldonado; integrantes en otras funciones, Sofía Barbeito de Daract y Pastora Maldonado de Barroso. Más de cuarenta damas de la sociedad puntana figuran como socias fundadoras en una histórica placa de mármol que ahora se halla en el Policlínico Regional. Han corrido ya muchos años desde que tuve en mis manos el primer libro de la Sociedad de Beneficencia de San Luis, que guardaba la última presidenta de la institución, la señora Isabel Ortiz Lobos de Crespo, y que hoy se encuentra en el Archivo Histórico de la Provincia. Como si el espíritu de aquellas mujeres de mediados del siglo pasado hubiera quedado en alguna manera adherido a las páginas amarillentas, me sacudió profundamente la lectura de esas primeras actas, sencilla y sabiamente redactadas. Carmen Ortiz de Ortiz. Era aún muy joven esta bella mujer cuando desempeñó el cargo de primera secretaria de la Sociedad de Beneficencia. Hermosa, inteligente, activa, fue llamada por Gez la "María Sánchez de Mendeville puntana". Quiso ser maestra ya a los quince años. Carmen Guiñazú de Berrondo evoca a esta singular mujer en su libro "El Buho de la Tradición". Dice allí: "En su hogar paterno transformó en aula una de las habitaciones, y al frente de la clase, suave y seria, enseñaba el a, b, c, la Doctrina Cristiana, moral, urbanidad y labores de aguja, en la que lucía primores. Y la niña empezó, como quien juega con muñecas, la misión de enseñar, aficionándose a la tarea hasta llegar a transformarse en maestra de verdad". Su actuación se extendió hasta fines del siglo pasado en diversos órdenes de la acción social. Instalación oficial de la Sociedad de Beneficencia. El primer gobernador constitucional de la provincia, don Justo Daract, había aprobado entusiastamente la iniciativa de la señora de Bazán. En enero de 1858 se realizó la "instalación oficial de la Sociedad de Beneficencia" en la casa de doña Fidela Lucio Lucero de Arias y en un marco de gran solemnidad. El acto contó con la presencia del Gobernador y su Ministro, don Buenaventura Sarmiento.
ACCION EDUCATIVA
Además de las funciones entendidas como más específicas de la institución atención de hospitales, asilos, presos, etc., el gobierno le encargó la vigilancia e inspección de las escuelas de niñas que se fueran fundando en la provincia. Todo eso fue punto de partida de un movimiento de proyección social que tal vez no ha sido cabalmente justipreciado. Pronto empezaron a constituirse comisiones de damas de la Beneficencia en varios pueblos del interior de la provincia. Se fundaron verdaderas filiales en San Francisco, Renca, El Morro y Santa Bárbara (San Martín). En San Francisco se organizó una Comisión de Damas presidida por la señora Hipólita Loyola de Laborda, acompañada por Casiana Quiroga de Sarmiento, Dolores Sosa de Núñez y otras señoras. La comisión de Damas de Renca estuvo constituida por Petrona Calderón de Quiroga y Narcisa Vílchez de Ortiz. En el Morro la Comisión de Damas, estuvo presidida por la esposa del General Juan Saá, doña Rosario Lucio Lucero siendo secundada por Marquesa Domínguez de Van Sice y Cruz Quiroga de Novillo. En Santa Bárbara formaron la Comisión de Damas las señoras Trinidad Varas de Guiñazú, Clementina Ortiz de Pereira y Juana Urizar de Carreño. En las cuatro localidades se fundaron escuelas de niñas, como veremos seguidamente. La formación de la mujer. Paula Domínguez de Bazán hizo de la educación de las niñas -es decir, de la mujer- uno de los objetivos más caros de la Sociedad de Beneficencia. La Escuela de Niñas de la Capital. En San Luis venía funcionando, como ya se ha visto, una escuela para niñas. Después de la oficialización de la Sociedad de Beneficencia la señora de Bazán y sus colaboradoras redactaron un Reglamento para la escuela que venía dirigiendo la señora Tomasa Lucio Lucero de Jofré, desde 1855 como preceptora, donde continuó en el cargo siendo nombrada directora por la Beneficencia. La señora de Jofré tuvo a su lado a Josefa Lucio Lucero, la "tía Chepa", "severa y empeñosa como una madre",en el decir de Juan W. Gez. Este mismo autor puntano, comenta el Reglamento que se impuso a esa Escuela, "modelo de previsión y buen sentido". Se daba preferente atención a la formación moral y religiosa, a la urbanidad, al cultivo de labores femeninas. Se prohibía todo castigo corporal y malos tratamientos. Transcribimos, como Gez, el artículo 90, "Las niñas deben concurrir a la escuela con decencia y aseo posible en sus vestidos y persona, cuidando las superioras de privarles todos aquellos adornos inútiles o inadecuados a su edad y circunstancia, procurando siempre infundir la modestia y sencillez en sus partes a las de familias más acomodadas a fin de evitar la emulación y males consiguientes. Sin embargo de esto, las preceptoras tendrán un especial cuidado de que las niñas no entren a la escuela desaliñadas". Las Primeras escuelas de niñas en pueblos del interior. En San Francisco, por influencia de la Sociedad de Damas de la Beneficencia fue nombrada en julio de 1858 Preceptora de la Escuela de Niñas, la señorita Delfina Varela, sanjuanina que con su familia se había establecido en San Francisco, quien permaneció durante varios años al frente de la escuelita. En Renca la Comisión de Damas satisfizo su interés primordial de fundar una escuela de niñas con la proposición y aceptación de Josefa Carranza, como preceptora. Era cordobesa. En El Morro las señoras, bajo la inspiración de la presidenta doña Rosario L.L. de Saá, propusieron para dirigir la escuela a Lina Sosa, lo que fue aceptado. En Santa Bárbara la comisión de Damas propuso a Isabel Corvalán de Meyorga quien fue preceptora de la escuela de niñas fundada. Damas de Beneficencia y Educadoras De la estirpe de doña Paula Domínguez de Bazán, y de su secretaria la señora Carmen de Ortiz, figuran en los primeros tiempos de la institución varias otras señoras que unieron a la actividad benéfica su vocación de educadoras. Nombraremos algunas: La señora Tomasa Lucio Lucero de Jofré a quien hemos aludido ya, de larga trayectoria en las escuelas de la ciudad de San Luis, era esposa de don Pío Jofré, quien a raíz de la sublevación del cuartel de la ciudad en 1848 sufrió el exilio y confiscación de bienes. Mujer profundamente cristiana, tal vez la adversidad retempló su carácter y fortaleció su vocación docente. Y la escuela que con tanta capacidad supo dirigir fue la semilla de la "Escuela Normal Paula Domínguez de Bazán". Misia Tomase fue la madre de otra maestra ejemplar: Genoveva Jofré de De La Vega, directora fundadora de la Escuela Graduada Provincial "Manuel Belgrano". Las Lucio Lucero. Siete fueron las hermanas, María Bernarda, casada con Doroteo Fernández; Matilde, casada con Luis Maldonado; Rómula, asidua lectora de los clásicos, casada con Faustino Figueroa; Fidela, con Manuel Arias; Rosario, con el Coronel Juan Saá; Enriqueta, con el notable sabio alemán don Germán Avé Lallemant; y Margarita, que fue soltera. Todas acompañaron a la señora de Bazán en su acción benéfica y social. En la docencia se destacaron Rosario y Enriqueta. Rosario L. L. de Saá ya se había interesado mucho por la escuela de niñas durante su residencia en El Morro, acompañando a su marido. En San Luis en 1865 esluvo bajo su dirección la escuela de niñas y tenía como ayudante a su hermana Enriqueta. Poco después la escuela fiscal pasa a otra dirección. Entonces doña Rosarito, muy maestra, abre una escuela particular donde enseñó también Rufina Poblet de Bussi. Este desempeño dignamente cumplido le ayudó en ausencia de su esposo, exiliado por avatares de la política de esos años. Enriqueta Lucio Lucero fue una mujer singularmente dotada para la acción social y la cultura. Carmen Guiñazú de Berrondo en su libro "El Buho de la Tradición" deja este testimonio: "Su conversación, amena y pintoresca, llena de un sensato juicio y sana crítica, deleitaba e ilustraba. Jamás le faltó el halago de un elogio para lo ajeno y, siempre oportuna, y feliz, tenía pronta una palabra de estímulo para el ánimo que flaqueba". Como educadora Enriqueta Lucio Lucero de Lallemant recibió una formación pedagógica de la que carecieron las educadoras de su tiempo. Ello fue posible gracias al indudable magisterio de su esposo, el sabio don German Avé Lallemant, con quien se casó hacia 1872. Desempeñaba el cargo de directora de la Escuela Elemental, Superior y Normal de Niñas -tal fue la designación oficial- durante el gobierno de Ortiz Estrada y pudo contar, gracias a su esposo, con principios de la pedagogía alemana, aplicados a la didáctica de los programas de estudio, a la disciplina escolar y a la formación moral de las alumnas. A pesar de ser protestante, don Germán exigía que las niñas fueran instruidas en su propia religión. Doña Enriqueta fue una figura prominente en la Sociedad de Beneficencia, en la que desempeñó diversos cargos y ocupó por tres veces la presidencia, la última hasta poco antes de su fallecimiento, ocurrido en 191 2. El Hospital de Caridad y el Buen Pastor Importantes obras, desde el año 60 hasta fines del siglo XIX cumplieron las mujeres de la Sociedad de Beneficencia, y al rescate de esas memorias se encamina ahora nuestra intención. El Hospital de Caridad fue sin duda la primera gran preocupación de la Sociedad. El primer Hospital funcionó frente a la plaza actualmente denominada Pringles, en la esquina de las calles hoy San Martín y Junín, en una casa adquirida por la Institución. En 1871 el gobierno compró a la Beneficencia esa casa, con el objeto de que funcionara allí el Colegio Nacional creado en 1868. Poco tiempo después se empezó la construcción de un importante edificio para el hospital de Caridad, situado en la calle Falucho esquina Junín. Cuando estuvo concluido el gobernador Rufino Lucero y Sosa, solicita a la Sociedad de Beneficiencia, presidida entonces por la señora Josefa Carreras de Cortés que "tome bajo su atención el hospital", que se le facilitaría también una "botica" y se les aseguraba todo su apoyo. Pero las señoras exigieron que se les hiciera entrega total del hospital. Lo consiguieron y aquel fue un día de gran júbilo para la Sociedad. Desde que empezó en sus funciones la Sociedad de Beneficencia, la asistencia de las socias al Hospital era diaria y los heridos y enfermos eran a menudo atendidos personalmente por ellas. Vaya el recuerdo a los numerosos heridos que se atendieron en el año 1874. Los enfermos recibían además de los fármacos indicados por los facultativos, los remedios que sólo pueden dar las almas sanas a las almas debilitadas. El doctor Nicolás Jofré en la interesante y abarcadora MEMORIA que como Ministro de Gobierno presentó a la Legislatura de la Provincia en 1918, en el Capítulo Beneficencia, dice: "El Estado tiene la obligación de proteger estos establecimientos entregados a la administración de damas de nuestra sociedad, las que colaboran en la medida de sus fuerzas a soportar esta carga del gobierno. La mujer argentina jamás ha desmentido la herencia de patriotismo que le legaron las matronas de la Independencia, y ha prestado sus servicios en esta rama, sacrificando las horas de su hogar para llevar, junto con el consuelo y la esperanza, el socorro material, curando así los dolores del cuerpo y los azares del espíritu. El Gobierno no podría por sí solo cumplir con el deber que le impone una ley social si no pudiese contar, como cuenta, con el aporte de inteligencia y energía de la mujer puntana, que es su eficaz colaboradora". He aquí la opinión de una figura señera en la educación, en la jurisprudencia, en las letras, en el pensar y en el obrar público, en el curso de más de 70 años. El Dr. Jofré nació en 1863 y falleció a los 95 años en 1958 de modo que pudo dar testimonio fidedigno en torno a la actuación benemérita de la Sociedad de Beneficencia. El Buen Pastor. Fue también preocupación constante de aquellas mujeres el cuidado de los huérfanos y la rehabilitación de la mujer caída. Por eso recibieron con tanta alegría la instalación de las "Madres del Buen Pastor" en la ciudad. Para las finalidades propias de esta Congregación se construyó con numerosos donativos un edificio que fue bendecido en 1894, siendo Presidenta de la Sociedad de Beneficencia la señora Irene Adaro de Tula. Allí se instalaron las Madres del Buen Pastor, con las presas y las niñas preservadas que venían atendiendo en el Hospital la Beneficencia. Poco tiempo después hubo un desacuerdo, por lo que la Madre Provincial resolvió la separación del Buen Pastor de la Sociedad de Beneficencia puntana. El padre Francisco Tula fue el sostén moral de la Congregación del Buen Pastor. Finalmente, en base a la donación de un extenso terreno hecha por las familias Tula y Adaro, se levantó el grande y apropiado edificio en el que desde fines del siglo pasado funciona el Buen Pastor, ahora notablemente modernizado, con escuela propia y talleres varios. Este es el lugar para nombrar a las beneméritas mujeres que cooperaron en la definitiva instalación del Buen Pastor en esta ciudad. Son ellas: Elvira Barbeito de Adaro, Irene Adaro de Tula, Javiera de Mercau, Teresa Barroso de Lucero, Enriqueta Lucio Lucero de Lallemant, Rosario Vila de Quiroga. Es oportuno dejar aquí también los nombres de socias de la beneficencia que hasta fines del siglo XIX se distinguieron en la presidencia de la Sociedad, entre las que no hemos nombrado ya: Rafaela Daract de Llerena, Pascuala Calderón de Vargas, Fidela Lucio Lucero de Arias, Sofía Barbeito de Daract, Aurora A. de Barbeito, Juliana Rúa de Lobos, Josefa Lucero, Teresa Barroso de Lucero, Clodomira Gutiérrez de Mendoza, Elvira Barbeito de Adaro, Petrona A. de Aguilera, Ercilia Ortiz de Ortiz Estrada y son más.
LAS SEÑORAS DE LA SOCIEDAD
DE BENEFICENCIA
EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX
La Sociedad de Beneficencia pudo desempeñar una acción muy importante en bien de los más necesitados mediante los subsidios de la Beneficencia Nacional, las donaciones, algunos bienes raíces que se hacían rendir en lo posible, festivales de beneficio, etc. Pero esa solvencia material, a menudo escasa, no hubiera rendido los frutos que rindió a no ser la voluntad, el espíritu de cristiano amor al prójimo que siempre dio empuje a la acción de las damas de la Beneficencia. Y un desinterés material, un dar el tiempo y trabajar gratuitamente que nos causa asombro. Anualmente se renovaba la Comisión Directiva, pero persistían los objetivos y seguía orientando la misma llama del ideal. Mas, el cambio que los tiempos trae aparejado señaló otros medios para la asistencia de los pobres, enfermos y marginados, y otros caminos de justicia social. En más de una ocasión las finanzas de la Sociedad sufrieron grave disminución, especialmente por lo exiguo de los subsidios o la demora en girarlos. Una de esas crisis ocurrió en los primeros años de este siglo. Entonces asumió el timón la señora Rosario Figueroa de Ojeda, una de las figuras prominentes de la Institución. Rosario Figueroa de Ojeda. De elevada posición social, instruida, dueña de singular carisma, llamada por el Dr. Nicolás Jofré "la niña más bella de San Luis". Rosarito Figueroa había nacido en esta ciudad en 1855. Casada con el Dr. Abelardo Ojeda, desde que ingresó en la Sociedad de Beneficencia en 1885, fue dejando los halagos de la vida social para entregarse con pasión al servicio de los pobres, los enfermos, los marginados que se albergaban en el Hospital de Caridad, la Cárcel, y el Buen Pastor -que era también cárcel de mujeres- y de cuantos ambulaban necesitados de comprensión y ayuda. Esta mujer, "Rosarito", como se la llamaba cariñosamente, salvó la Institución de la gran crisis económica y moral en la que estuvo sumergida a principios del siglo, asumiendo la presidencia en 1903 y continuándola en el período siguiente. Hasta el final de su vida fue la consejera inigualable de la Beneficencia. Dios le concedió largo tiempo para ejercer la caridad: falleció a los 85 años, bendecida por todos, el 8 de noviembre de 1940. Al cumplirse un año de la muerte de Rosario Figueroa de Ojeda se nombró una Comisión de Homenaje integrada por las socias cuyos nombres consigno, porque todas ellas merecen recordación por las obras que también cumplieron: Hermelinda Laborda de Sarmiento, Luisa A. Quiroga de Lucero, Quintina Acevedo de Mendoza, Rosa Delia Jurado de Zavala Ortiz, María Teresa Poblet de Olivera, Teodora Giménez de L'Huiller, Angélica Laborda de Pérez, Isabel Ortiz Lobos de Crespo, Delia Herrera de Sosa, Eloísa Funes de Sorenson. Entre los actos muy significativos que se cumplieron, figura la imposición del nombre de ROSARIO FIGUEROA DE OJEDA al pabellón de Maternidad del Hospital, esa obra que costó tantos desvelos a la ejemplar luchadora. Luisa Amanda Quiroga de Lucero. Tuvo una larga y muy meritoria actuación en la Sociedad de Beneficencia esta señora que también se destacó en los planos de la cultura. Desempeñó durante varios períodos la presidencia de la institución, y casi de continuo otros cargos en la Comisión Directiva. Inteligente, activa, de gran perseverancia en su hacer, se esforzó incansablemente por el cumplimiento de los objetivos de la Sociedad: el Hospital, la niñez desvalida, los hogares muy carenciados, los tuberculosos, la asistencia, no sólo material, sino moral para tantos. La señora Luisa es la autora de la Compilación realizada como homenaje de la Sociedad de Beneficencia a su esclarecida presidenta, Sra. Rosario Figueroa de Ojeda. Hortencia Luco de Despouy. Esta mujer de claro entendimiento y notables condiciones de moral social actuó en las dos últimas décadas de la Institución. Pero antes de ingresar a ella ya había ejercitado sus ideales de solidaridad humana desde su hogar. Maestra normal que no pudo ejercer la docencia áulica, cumplió un magisterio privado ejemplar. Profundamente cristiana, su caridad nunca se limitó a la dádiva, sino que calaba más hondo en las necesidades del prójimo. Siempre tuvo pobres a quienes socorrer con sentimiento maternal. Siempre tuvo escuelas suburbanas donde cooperar. En la sociedad de Beneficencia fue una figura de relieve. Ocupó la presidencia en 1947, en un período crítico de la entidad que ella supo sortear inteligentemente. Elena Mora Olmedo de Castelli. Fue una figura querida y muy emprendedora de la Sociedad de Beneficencia, en la que ocupó altos cargos. Con otras socias fundó hacia 1938 el Hogar del Niño, y fue su primera presidenta. Posteriormente se impuso su nombre a ese importante establecimiento de asistencia a la niñez. La señora de Castelli es autora del folleto con que, en 1947, se conmemoraron los noventa años de la Sociedad de Beneficencia en San Luis; allí está resumida la historia de la institución, que quedó disuelta en diciembre de 1949. Su última presidenta fue la fina y sensible señora Isabel Ortiz Lobos de Crespo, ya fallecida; su última secretaria, la hermosa y amable señora Celmira Barroso de Saá, las dos de acendrado altruismo y honda fe cristiana.
LA SOCIEDAD "HERMANAS DE LOS POBRES"
Esta Asociación fue fundada en la ciudad de San Luis en el año 1891. La primera Comisión Directiva estuvo presidida por la señorita Otilia Pastor, oriunda de San Francisco del Monte de Oro, y la integraron las siguientes señoritas: Rómula Sánchez, Julia L. Igarzábal, Dalinda, Lupercina y Hermelinda Laborda (que se habían trasladado a la capital de la provincia desde Luján), Teodosia Pastor (hermana de la presidenta), Amalia Madariaga, Isaura G. Quiroga, Agustina Ortiz, Carmen Guinazú, Sofía Galán, (oriunda de Villa Mercedes), Juana Domínguez, Etelvina Sánchez, Dalmira Quiroga, Rosa Romanella, Josefa Puebla, Micaela Madariaga, Angelina Mora Olmedo, Rosa A. Lucero, Lucila Fernández, Amalia Hepper, Doralisa Sosa. Todas mujeres solteras de familias tradicionales a las cuales correspondió después una acción importante en la comunidad sanluiseña. Esta Comisión redactó los Reglamentos que rigieron desde el 10 de octubre del año siguiente, 1892. Dice el artículo primero: "La Sociedad Hermanas de los Pobres tiene por objeto aliviar en lo posible las necesidades y sufrimientos de los que se ven obligados a implorar la caridad pública para proporcionarse la subsistencia". La empresa principal de la Sociedad fue la creación y mantenimiento del "Asilo de Mendigos". Más tarde se ampliaron sus objetivos y se cambió la denominación por la de "Asilo de Ancianos". El 27 de setiembre de 1898 tuvo lugar la colocación de la piedra fundamental del Asilo, en el boulevard Sucre, entre Junín y Pedernera, siendo Gobernador de la Provincia don Lindor Quiroga y Presidente de la República el General José Evaristo Uriburu. Fue una ceremonia de resonancia en la ciudad, en la que tuvo notoria actuación la Presidenta señorita Micaela Madariaga. Poco tiempo después tuvo lugar la bendición del Asilo y la inauguración de sus funciones. Era Gobernador interino el Dr. Francisco Sarmiento y Presidenta de la Sociedad la señorita Doralisa Sosa. Muchas otras "niñas" de la Sociedad Puntana se destacaron por su acción en bien de la ancianidad desvalida, De especial significación fue la Presidencia de la señorita Luisa Quiroga, en 1901, la que después de casada, alcanzaría tanto predicamento en la Sociedad de Beneficencia. En cuatro cartas -de mayo 3, mayo 15, setiembre 18 y octubre 11 de 1901 - la Presidenta de la Sociedad Hermanas de los Pobres se dirige a la Presidenta del Consejo Nacional de Mujeres, señora Albina Von Praet de Sala, quien había solicitado a la Asociación Puntana una delegada ante el Consejo. En la primera carta escribe la señorita Luisa Quiroga: "La felicito cordialmente, señora, por el éxito que corona sus nobles esfuerzos en bien de la mujer argentina, y que indudablemente redundará en beneficio de la humanidad". Tenían ciertamente estas mujeres el concepto del valor universal del amor. En la carta del 18 de setiembre la señorita Quiroga, manifiesta a la señora de Sala, ante la proximidad de la Asamblea a que había convocado el Consejo de Mujeres: . . . "esta Sociedad vería con satisfacción, presidiendo el Honorable Consejo Nacional de Mujeres en el próximo período, a su actual digna presidenta, la señora Albina V. P. de Sala, que con tanto acierto y feliz éxito ha sabido encaminar la gran Asociación en sus primeros y más difíciles pasos". Finalmente, en la carta de octubre escribe la Presidenta de las Hermanas de los Pobres: "... me complazco en felicitarla sinceramente por el brillante resultado